En los
tiempos de Internet, y de lo que está haciendo Internet con nuestras mentes
cada vez más devastadas (léase “Superficiales”, de N. Carr), ¿qué lugar puede
tener Plutarco, el moralista romano pagano, en nuestras vidas? Probablemente
ninguno, pues los neo-siervos de la contemporaneidad, tan autosatisfechos,
arrogantes, ignorantes, ininteligentes, fanatizados y narcisos, aman
apasionadamente sus cadenas y se oponen con furor no sólo a toda exhortación a
romperlas sino a meramente señalar que existen.
En esta situación sería mucho pedir que
leyesen los cinco tomos de la obra citada, por tanto es más realista limitarse
a recomendar una sección del quinto, la que lleva por título “Sobre la fortuna
o la virtud de Alejandro”.
Plutarco vivió, aproximadamente, entre
los años 46 y 120 de nuestra era, como funcionario del Estado romano. Escribió
bastante y en el terreno de la ética, concebida como práctica, como vida vivida
día a día, sus obras más importantes son “Vidas paralelas” y “Obras Morales”.
Sí, ya sé que los predicadores, apóstoles y misioneros de la amoralidad
estatal-burguesa habrán dado un respingo al leer “morales”, y habrán tomado la
tea con la que encender la hoguera en la que quemar esos textos.
Pero no hay por qué alborotarse en
demasía: Plutarco no era cristiano, y no hay ninguna referencia a que tuviera
nada que ver con el cristianismo naciente, en ese tiempo un movimiento aún muy
reducido. Tranquilos pues.
Los aficionados a las hogueras llegan
tarde. Hace ya mucho que Occidente ha liquidado a Plutarco. Durante siglos ha
sido una lectura que ha construido al sujeto de la cultura occidental en lo
mucho que tiene de bueno y en lo bastante que tiene de malo. Pero llegó un día,
con la revolución francesa y las revoluciones liberales (la Constitución de
1812, por ejemplo) en que el Estado, y su aventajado retoño, el capital,
necesitaban de sujetos lo más débiles, cobardes, sin grandeza y serviles
posible, además de lo más ininteligentes, perversos, asociales y egotistas que
se pudiese lograr, vale decir, de sujetos
sin virtud. Y como Plutarco es el pensador por excelencia de la virtud se
le retiró de la vida real y se le hizo personaje de museo.
En la edad del politicismo y el
economicismo, las dos viles pasiones con que el poder constituido entretiene
hoy a la plebe, la ética, por muy pagana que sea, carece de sitio. Pero, ¿no
exagera Plutarco la función de la ética?, ¿no es eticista? Sí, lo es, pero eso
no importa demasiado ahora.
La ética, entre otras funciones,
realiza la construcción prepolítica del
sujeto, le dota de cualidades, de capacidades, por tanto de virtud. Por
ello Plutarco interesa a quienes estamos decididos a realizar una revolución
integral: dado que ésta sólo puede ser obra de personas reales que sean muy
competentes y capaces, o por decirlo al modo antiguo, muy virtuosas, lo que él
expone nos es decisivo. Los socialdemócratas, los expertos en el arte de
autodestruirse, los devotos de lo monstruoso y los seres sin alma pueden
ignorarlo, nosotros no.
En la obra citada Plutarco realiza la
etopeya (retrato moral) de Alejando el Grande. Plutarco lo presenta como
persona, no como jefe político y militar, y arguye que sus hazañas provienen de
su virtud, que ha sido querida y autocultivada por Alejandro, y no de la
suerte, azar o fortuna. Le presenta como “un baluarte de virtud” y le ofrece
como modelo a la juventud.
¿En qué cualidades se concreta la
virtud de aquél? Hace esta lista, “fidelidad a los amigos, frugalidad, dominio
de sí mismo, buen hacer, ausencia de temor a la muerte, coraje, humanismo,
afabilidad en el trato, integridad de carácter, firmeza en sus decisiones,
rapidez en la acción, deseo de gloria y una eficaz predisposición a todo asunto
elevado”. Sin duda, estas cualidades, dejando de lado el deseo de gloria, por
vano y egolátrico, son excelentes, y estaría bien que cada una (las mujeres
también, y en primera fila, por favor) y cada uno se forjara un pequeño plan
para interiorizarlas, practicarlas y hacerlas parte sustantiva de su modo de
estar en el mundo. La ética es actividad, es un hacer, no se trata de cháchara.
Ese conjunto de cualidad, sigue
Plutarco, las autocultivó en sí Alejando por “amor a la Virtud” (la mayúscula
inicial es suya).
Ahora bien, los que deseen ser
meramente seres basura, o seguir dañándose a sí mismos con fruición, o
continuar jugando a “subvertir” el sistema desde la adhesión a los disvalores
del sistema (la amoralidad e inmoralidad entre otros), pueden prescindir de
estas antiguallas.
Por el contrario, quienes deseamos
“vencer por virtud”, o mejor aún, luchar por virtud y al mismo tiempo hacer de
la virtud una de las metas de nuestra lucha, privada y pública, tenemos que
autoconstruirnos, autogestionarnos a nosotros mismos, no permitir que nos
construya ni haga ni gestione el sistema, para llegar a ser, como Alejando,
“imágenes de virtud y valentía”, pero de otro modo y con otros fines.
Entonces podremos realmente luchar, que
es la forma superior de vencer. Pero, cuidado, la virtud no es sólo medio, es
también fin. Por tanto, se ha de ir a la revolución integral también para crear
una sociedad en que haya libertad para la virtud y libertad para ser
virtuosos-as por convicción interior (aquélla no puede imponerse), las cuales
hoy no existen.
Eso sí será una gran, una enorme, una
portentosa revolución.
Ya lo tengo encargado. Mañana empezaré a leerlo.
ResponderEliminarEstaría bueno poder acceder al formato digital.
ResponderEliminarAcá encontré una:
https://josefranciscoescribanomaenza.files.wordpress.com/2015/01/descargar3.pdf