Beevor no es un gran historiador. Ni éste ni su
libro sobre la guerra civil, 1936-1939, son trabajos bien logrados. Pero aporta
una información bastante completa, extensa y fiable acerca de un acontecimiento
horrible, acaecido al final de la II Guerra Mundial, las masivas violaciones de
mujeres realizadas por el Ejército Rojo al entrar en Alemania por el este, en
persecución de las tropas nazis en retirada.
Apunta que hasta dos millones de mujeres, la mayoría alemanas pero también de otras
nacionalidades, rusas incluidas, que estaban en Alemania como prisioneras de
guerra o desplazadas, fueron forzadas sexualmente, a menudo maltratadas e
incluso torturadas, y en ciertas ocasiones asesinadas por los soldados de la
Unión Soviética, esto es, del supuesto régimen revolucionario que había
constituido un así llamado Ejército de Obreros y Campesinos, de ahí su bandera,
el martillo y la hoz sobre fondo rojo.
Este espeluznante asunto, durante mucho tiempo, fue
ocultado, pues la Unión Soviética formaba parte del bloque “antifascista”
vencedor. Las víctimas fueron obligadas a permanecer en silencio, sobre todo en
Alemania del Este, y sus testimonios, muchos terribles, se hicieron desaparecer
o se guardaron en ignotos archivos.
Un autor que hace más de treinta años se atrevió a referirse
a este asunto fue John Toland en “Los
últimos cien días”. Aunque aún con cierto temor y prevención, dicho libro expone
buena parte de la verdad. Prueba que las violaciones no fueron hechos aislados sino
masivos, que se realizaron durante meses, afectando a una parte decisiva de la
población femenina de Alemania.
Beevor incluye en su obra numerosos testimonios de
las mujeres atropelladas, de las que sobrevivieron. Leerlos es muy duro, a menudo
hay que echar mano de la fortaleza del ánimo para continuar con el libro. Fueron
violadas ancianas, féminas de mediana edad, adolescentes y también niñas de muy
pocos años: lo que se refiere a éstas últimas es lo más espantoso. No hicieron
distinciones entre mujeres nazis y mujeres antinazis, de tal modo que incluso una
parte de las militantes del clandestino PC Alemán padecieron esa forma de tormento.
También pasaron por tan terrible trance féminas rusas prisioneras o deportadas
a Alemania como mano de obra.
Los violadores fueron grupos de soldados del
Ejército Rojo, por lo general ebrios, en ocasiones varias docenas que se
ensañaban con una víctima, y luego con otra, otra y otra, matando a las que se
resistían y torturando a muchas por puro goce sádico. Cientos de miles de
soldados y oficiales soviéticos participaron. El alto mando hizo muy poco por
evitarlo, mientras que buena parte de la prensa soviética azuzó el deseo de
venganza en sus tropas. Ciertamente existió una minoría que se portó con humanidad
y corrección pero fue eso, una minoría.
El Ejército Rojo no sólo se ensañó con las mujeres.
Se dedicó al vandalismo y al pillaje, robó todo lo que le apeteció a los
prisioneros germanos y a la población civil, mostrándose como una gran horda de
sujetos codiciosos y posesivos, lo que dice muchísimo sobre la verdadera
naturaleza del “comunismo” que hubo en la URSS… En suma, no existió ni
compasión ni respeto por el pueblo alemán, en particular por su parte femenina,
primero víctima de los nazis y luego del Ejército Rojo.
La reflexión última, a partir de tan pavorosos
acontecimientos, ha de realizarse sobre la condición real de las revoluciones
llamadas proletarias y acerca de su ideología rectora, el marxismo.
Lo expuesto, se dirá claramente, descalifica a las
unas y a la otra. Las descalifica de forma completa y definitiva, en sus
expresiones del pasado no menos que en las del presente, todavía activas
(aunque sin ningún futuro en lo estratégico) en Latinoamérica y Asia. Si algo
ha de conseguir una verdadera revolución es modificar cualitativamente el
estatuto social, político, cultural, emocional y erótico de las mujeres, lo que
significa revolucionarizar la percepción y actuación de los hombres respecto a ellas.
El Ejército Rojo, al tratar del modo descrito a las féminas de Alemania, mostró
cuál era el estatuto real de éstas en la Unión Soviética, más allá de la
propaganda, un régimen neo-patriarcal tan torvo como hipócrita, que es el
defendido por los partidos y grupos comunistas en todos los países.
La llamada “revolución
socialista de octubre de 1917”, que llevó al poder al Partido Bolchevique en
Rusia y en buena parte de las naciones por ésta dominada, aunque inicialmente
fue un acontecimiento positivo y en gran medida inevitable, pronto manifestó que
su esencia consistía en destruir un tipo de capitalismo para implantar otro
igual o más funesto, el capitalismo de Estado, bajo el cual la trabajadora y el
trabajador estaban aún más sometidos y explotados, con los comunistas como
nueva burguesía.
La creación de un colosal aparato estatal soviético,
que tenía en el ejército, la policía, el funcionariado, la intelectualidad
izquierdista, la burguesía estatal, la tecnocracia y el Partido Comunistas sus
principales concreciones, originó un sistema de dictadura policial y carcelaria
que en nada importante se diferenciaba de la implantada por el
nacional-socialismo en Alemania. Era lo que se ha venido en llamar el fascismo
de izquierdas.
El rasgo común a todos los fascismos, y a todos los fascistas, es su odio por
la libertad de conciencia, fundamento de la libertad política y la libertad
civil, así como de la autoconstrucción de la persona. Pues bien, dicha libertad
no sólo estuvo ausente en la URSS y en sus imitaciones sino que se la calificó
de “burguesa”… Hay un “antifascismo”
peor que el fascismo al ser mega-fascismo.
Han pasado muchos años desde los acontecimientos que
se analizan en el libro citado, pero algunos no quieren darse por enterados que
la violación y tortura de ¡dos millones de mujeres! en Alemania en 1945
desacredita cualquier proyecto político “radical” que no reconozca y analice
tales sucesos (así como otros muchos igual de graves) para ofrecer un ideal y
un programa político que los haga imposibles.
Tal sólo puede ser el de la revolución integral.
Se trata de poner fin al capitalismo privado/estatal
y no de meramente sustituirlo por el capitalismo de Estado. Eso, como ha
mostrado numerosas veces la experiencia, demanda liquidar toda forma de ente
estatal. También porque mientras haya Estado habrá, inevitablemente,
patriarcado o neo-patriarcado y por tanto agresiones tan terribles (o incluso
más) a las mujeres, como las que entonces tuvieron lugar. Porque la “emancipación de la mujer” realizada por
el ente estatal, con él o bajo él, es un engaño morrocotudo.
Es grotesco, además de trágico, que la teorética
comunista, el marxismo, renuncie a realizar la condición humana, se desentienda
de los valores de la civilización, declare anatema la autoconstrucción del
sujeto, se cisque en la ética y abomine de la libertad para, según expone,
satisfacer las necesidades materiales de los trabajadores, al parecer lo único
importante. Pero los hechos mostraron que cuando la Unión Soviética se derrumbó
en 1991 era una sociedad de la escasez y la pobreza para las y los
trabajadores, aunque no para la nueva burguesía comunista, que hoy es la
próspera burguesía privada/estatal rusa. Dicho a las claras, no logró nada en
ningún terreno. El “formidable
acontecimiento emancipador”, la expresión de la modernidad más consecuente
y científica, la revolución rusa, sólo estuvo en activo 74 años, lo que es del
todo ridículo y muestra las colosales debilidades, errores y carencias de su
dogma, el marxismo.
Por lo expuesto, y por mucho más, las revoluciones
del futuro han de ser de naturaleza muy diferente, e incluso antagónica, a las
del pasado inmediato tanto como a los falsos radicalismos hodiernos (ahora su
peor expresión son los populismos latinoamericanos), aunque únicamente sea para
no terminar como ellas, en el descrédito más rotundo por causa de su barbarie,
inhumanidad y zafiedad, sin olvidar su incompetencia en todos los ámbitos.
Porque las revoluciones son necesarias, pero no las que se realizan desde la
noción perversa de que lo decisivo es la economía y lo insignificativo el ser
humano, su calidad y valía. Ésas, de un modo u otro, fracasarán siempre en
tanto que proyecto emancipador del género humano.