Es comprensible que los catalanes estén furiosos. Su historia ha sido
y sigue siendo tergiversada y falsificada, su cultura negada y la lengua
catalana año tras año retrocede frente al castellano y al inglés, sin olvidar
al árabe, impuesto por el clero musulmán teofascista introducido masivamente
con aviesas intenciones en el país por la Generalitat. Se puede calcular en qué
año -no lejano- el catalán será, si continúa la situación política actual, una
lengua tan minoritaria en Cataluña que ya no sea posible su recuperación. Las
decisiones sobre las cuestiones básicas que afectan al pueblo catalán se toman
en Madrid, y la judicatura tanto como los Mossos d’Esquadra obedecer al
gobierno español. El ejército en Cataluña es el ejército español, del mismo
modo que el gran capitalismo es todo él español, quedando como catalán la
mediana empresa y los autónomos. Barcelona, la gran urbe parasitaria y ecocida,
aplasta y saquea a la Cataluña provinciana y rural. Las directrices de la Unión
Europea, en todas las materias, son decisivamente aculturadoras y
desnacionalizadoras. EEUU, o sea, el imperialismo yanki, sostiene que Cataluña
es “parte de España”.
¿Cómo se ha llegado a
esa situación? El Estatut de Autonomía es la causa. Impuesto tras el franquismo
convirtió la lengua en elemento institucional, esto es, dependiente del Estado
español, arrebatándoselo al pueblo. Con ello la lengua catalana pasó a ser pertenencia
y patrimonio de una masa bienintencionada pero irreflexiva (y por ello aún más funesta)
de profesores y enseñantes pagados por la Generalitat, es decir, por el Estado
español en Cataluña. De ese modo dejó de ser lo que había sido desde los siglos
VIII-IX, cuando se creó, patrimonio de las clases populares. Igual sucedió con
la cultura, la historia, la axiología y la idiosincrasia, que fueron expropiadas
a la gente común para quedar en manos de funcionarios y neo-funcionarios,
supuestamente “catalanes” al trabajar para la Generalitat pero realmente
españoles de facto, al cobrar del gobierno de Madrid.
La consecuencia de todo
ello fue un salto adelante formidable de la desnacionalización y aculturación.
Las gentes de Cataluña comenzaron a dejar de considerar como propia, como suya,
su cultura, cosmovisión, lengua e historia, pues se sentían postergadas y
suplantadas por la masa de funcionarios, excelentemente remunerados, de la
Generalitat, el Parlament y los partidos “nacionalistas” e “independentistas”.
Éstos eran los nuevos agentes del poder español en Cataluña, que ocultaban su
verdadera naturaleza con una exhibición tan ruidosa como hipócrita de un
catalanismo de opereta, meramente parlanchín y gritón, que escondía su
naturaleza real, de agentes políticos e ideológicos españoles.
Al mismo tiempo, la
Generalitad y los nacionalistas catalanes (en realidad nacionalistas españoles travestidos)
llevaron adelante una política de explotación inexorable de las clases
populares, con recortes en los servicios, pensiones y prestaciones, bajada de
salarios, escasas posibilidades de hallar un trabajo remunerador para la gente
joven, cruel persecución de la maternidad, introducción masiva de inmigrantes
para bajar los salarios, etc. Esto llevó a las grandes movilizaciones del 15-M
en el verano de 2011 contra el Govern y la Generalitat, que fueron reprimidas
con furia por los Mossos, la policía española en Cataluña, siguiendo órdenes
del verdugo por antonomasia del pueblo catalán en ese tiempo, Artur Mas, hoy
convertido en patrañero icono del “independentismo”.
Recuérdese, sí, que en
junio de 2011 el 15-M lanzó la propuesta de “rodea
el Parlament” para condenar sus políticas antisociales, lo que fue
contestado por los jefes del “independentismo” actual con una inclemente ola
represiva que dejó cientos de heridos y docenas de detenidos, algunos de los
cuales recibieron luego duras penas de cárcel y fuertes multas.
Los Mossos, ahora
presentados como la ejemplar policía de la futura República Catalana, es el
cuerpo represivo español que año tras año acumula más denuncias por malos
tratos y torturas. Los Mossos son la encarnación más temible del Estado
policial presente/futuro, destinado a defender contra las clases asalariadas al
capitalismo mundializador español, pues en Cataluña no existe hoy un gran
capitalismo catalán, al haberse fusionado el que hubo antaño con el español.
Una muestra entre cientos, o entre miles, de las atrocidades de los Mossos es
el caso Esther Quintana, mujer a la que aquéllos reventaron un ojo, dejándola
tuerta, en la represión de una manifestación callejera en 2012 en Barcelona. Y
lo hicieron impunemente, pues los acusados de ello resultaron absueltos, como
sucede casi siempre con el vandalismo policial de los Mossos.
La liberación de
Cataluña, si es real, si es algo más que verborrea a cargo de quienes se enriquecen
con la “industria del independentismo”, que emplea a unos 20.000 parásitos,
tiene que realizarse como expropiación sin indemnización de la gran empresa y
la gran banca, ambas españolas, creando con ellas un sector autogestionado
comunal y popular al servicio del bien general. No pueden ser creídos los
“independentistas” que olvidan la liberación económica de Cataluña, lo que
exige extinguir la presencia del empresariado español en ella. Cuando callan
tenazmente sobre el significado económico de la emancipación manifiestan que
son “independentistas” de pega.
Una futura República
Catalana o es comunal y revolucionaria, autogestionada y popular, o es la nueva
máscara de la dominación de España, en tanto que opresión económica,
empresarial, bancaria y financiera. Así pues, la revolución económica y social
es parte necesaria e imprescindible del proceso de liberación nacional. Éste no
puede darse “primero”, para “más adelante” realizar la revolución, sino que
aquélla es parte integrante, por la naturaleza misma de la estructura social
básica en el siglo XXI, de la revolución. Sin ésta no hay, porque no puede
haber, liberación nacional. Por eso los que están a favor del capitalismo
(todos los partidos y formaciones del Parlament) son por ello mismo españolistas
de facto, aunque organicen ingeniosas y multitudinarias representaciones
teatrales como el “referéndum” del 1-0. Éste es uno más de sus interminables
chalaneos con Madrid (llevan haciéndolo un siglo), sustentados en el principio de
escenificar tandas sucesivas de tira y afloja para llenarse mejor los
bolsillos.
Su negocio consiste en
amenazar cada cierto tiempo con que se “independizan” sin independizarse jamás,
pues de hacerlo perderían la fuente de sus formidables emolumentos, privilegios
y momios, que reside en Madrid. Y el gobierno español está interesado en que
este juego continúe porque el nacionalismo burgués y partitocrático realiza el
control político e ideológico de las masas en Cataluña con perfección,
garantizando la paz social y la buena marcha de la acumulación y concentración
del capital.
Ahora insinúan que va a
“declarar unilateralmente la independencia” tras el 1-0. Bien, pero eso, si ha
de ser algo más que una bravuconada sin efectos en la vida de la gente, si se
ha de convertir en algo real y operativo, tiene que concretarse en la expulsión
del ejército español de Cataluña, en arrojar a la guardia civil al sur del
Ebro, en desarticular el aparato judicial español allí operante, en desmontar
el sistema tributario de Madrid en los cuatro territorios y, también, en
extinguir a los Mossos d’Esquadra, en tanto que feroz policía española. O los
“independentistas” hacen todo ello o se ponen en evidencia como meros
demagogos.
En tales circunstancias, si eso aconteciera, el
pueblo catalán habría de aprovechar dicha coyuntura para valerse del vacío de
poder creado y alzarse en revolución, conquistando la soberanía popular, que es
el fundamento y sustancia de la soberanía nacional. Ésta han de utilizarla para
constituir un régimen de poder popular autoorganizado en asambleas soberanas,
con armamento general del pueblo (como se hizo en Cataluña tras la derrota del
alzamiento militar y al mismo tiempo del Estado republicano español en julio de
1936), justicia popular a partir del derecho consuetudinario y expropiación sin
indemnización del gran capitalismo español operante en Barcelona. Eso sería la
revolución, eso y no otra cosa. Sobre la base del régimen popular-nacional así
conquistado y estatuido se ejercería el derecho de Autodeterminación, en tanto
que consulta popular libre acerca del tipo de relaciones que Cataluña desea
mantener con los demás pueblos europeos.
Pero la perspectiva no sólo de una revolución sino
incluso de un limitado alzamiento popular como el protagonizado por el 15-M en
el verano de 2011 causa temor en el “independentismo” partitocrático y burgués.
Hasta el punto de que el recuerdo de lo que sucedió (Artur Mas y dos docenas de
jerarcas nacionalistas en una ocasión tuvieron que entrar al Parlament en
helicóptero, al haber el pueblo de Barcelona cercado a aquél) les lleva a
desear la permanencia de la policía y el ejército español en Cataluña, para que
les proteja de las clases populares. Sus intereses clasistas hacen que jamás se
atreverá dicho “independentismo” a plantear en serio, con actos y no sólo con
palabritas, la liberación nacional. Lo suyo ha sido, es y será amagar y no dar.
Quienes desean, de buena fe, repetir en Cataluña los
procesos descolonizadores posteriores a la II Guerra Mundial han de comprender
que las circunstancias son otras, además de que tales operaciones, dirigidas
desde EEUU, no dieron la independencia política a los pueblos sino que
simplemente cambiaron su forma de subordinación y sometimiento, del
colonialismo al neocolonialismo, habiendo resultado éste incluso peor en muchas
ocasiones. El procedimiento de aplicar el derecho de Autodeterminación sin
previa conquista de la soberanía popular-nacional es la artimaña de que se han
valido los imperialismos para perpetuar su dominio. Lo mismo ahora en Cataluña.
Hoy en ésta no existe la soberanía popular, dándose un régimen parlamentarista
que es una forma de dictadura política. Y la Generalitat no es ni ha sido nunca
ni nunca será la representación del pueblo de Cataluña sino un régimen
oligárquico y señorial antaño y hoy un apéndice del orden político-jurídico
español.
Cataluña sólo será libre cuando lo sea su pueblo. Y
eso demanda un orden político de autogobierno popular por asambleas soberanas,
que culmine en una estructura de abajo a arriba partiendo de las asambleas
municipales, desde donde se crearían los organismos comarcales, con los
portavoces de los concejos abiertos locales (de pueblo, barrio, etc.), los
cuales a su vez se unificarían en un organismo para toda Cataluña. Eso existió en
los siglos VIII-XIII, siendo entonces el poder condal una estructura sobre todo
decorativa, con muy escaso poder efectivo.
Por cierto, todo eso ha sido ocultado y falsificado por la burguesía
catalana nacionalista, así como por sus herederos los prebostes partitocráticos
que ahora vociferan demandando la “independencia”… De ese modo manifiestan su falta
de respeto y amor por Cataluña, negando lo mejor y más genuino, lo más épico y
magnífico, de su historia. Al obrar de ese modo se convierten en los “botiflers” más impertinentes.
Asimismo, esa burguesía nacional ha ocultado durante
muchos años, y por desgracia con gran éxito, la determinante importancia que en
el pasado tuvo en Cataluña el comunal, la propiedad colectiva de los
principales medios de producción. Dicha tropelía aculturadora y españolista llegó
tan lejos que convirtieron a Cataluña en una anomalía en Europa, al presentarla
como el único país en que, supuestamente, no existía ni había existido comunal…
algo ridículo y aberrante. Esto manifiesta que dicha burguesía y partitocracia se
atreven a todo, a falsificar y engañar conforme a sus intereses de clase,
careciendo de respeto por el pueblo catalán.
Más grave es aún que la responsabilidad principal de
la decadencia y retracción de la lengua catalana sea en primer lugar de la
Generalitat y los partidos catalanistas, incapaces de asumir sus
responsabilidades, que descargan sobre el Estado español, lo que sólo es verdad
considerándolos a ellos como la expresión sustantiva de aquél en Cataluña. Ni
el Estatut ni una (improbable) República Catalana pueden salvar al catalán. La
solución está en una movilización popular en favor de la propia lengua y
cultura, de tal modo que sea de nuevo patrimonio del pueblo y no bien
expropiado a aquél por las instituciones.
Quienes tan bizarramente ondean banderas esteladas deberían
dedicar un tiempo a reflexionar sobre el preocupante declive de la lengua de
Cataluña. Y, después, a buscar remedios. Los “independentistas” funcionarios y
neo-funcionarios jamás admitirán la solución verdadera, hacer del idioma
patrimonio del pueblo, porque eso exige un nivel de movilización en la base que
resultaría peligroso para ellos y sus sempiternos chalaneos con Madrid, así
como para el capitalismo y para las estructuras del Estado. El sistema actual
demanda la desmovilización popular por motivos variados, y en ese contexto el
catalán no puede recuperarse. Únicamente una estrategia revolucionaria
(dirigida a crear un gobierno por asambleas popular y una economía comunal
autogestionada en Cataluña) que lo apueste todo a la acción consciente y
responsable de la gente común en la calle desde ahora mismo, puede salvar a la
lengua catalana.
Es irrealista esperar que los jefes del PDeCAT y
ERC, que están vinculados al capitalismo financiero español de variadas
maneras, y que en sí mismos son prósperos muñidores y gestores de todo tipo de
negocios, enchufes, corruptelas y apaños, se enfrenten al Estado español. Quien
lo crea así está siendo víctima de una alucinación. Ruego se lean las
biografías de sus jerarcas, para comprobar que están metidos hasta las cejas en
todo tipo de operaciones financieras y empresariales, además de recibir enormes
cantidades de dinero de Madrid para que mantengan narcotizado y pasivo al
pueblo catalán con sus soflamas falsamente catalanistas y nacionalistas. Su
patria es el euro, el dinero, el bolsillo, no Cataluña. Particularmente
funestos, por su codicia y falta de ética, son los jefes de ERC.
Retornemos al análisis objetivo, por tanto prudente
y sereno, de las condiciones sociales y estructurales que contextualizan y
condicionan a la lucha de liberación nacional de Cataluña en el presente, en el
siglo XXI. El gran capitalismo “catalán”, es decir, español, es enemigo de la
liberación nacional. Las categóricas declaraciones en contra de la
independencia de Isidre Fainé, amo de La Caixa y número uno del capital
financiero “catalán”, tienen su fundamento en un hecho determinante, la
unificación, a través de numerosas fusiones y absorciones, del gran capitalismo
catalán con el español en los últimos 30 años. Por tanto, si el capitalismo
operante en Cataluña es español resulta de sentido común concluir que la
liberación nacional tiene que ser revolucionaria, comunal y autogestionaria. O
eso o nada.
Los cambios que han tenido lugar en el capitalismo
en los últimos decenios hacen imposible un enfoque de la cuestión nacional
conforme a nociones y estrategias pensadas para un tiempo pasado, cuando
existió una burguesa catalana diferenciada, que podía proporcionar la base
económica de una Cataluña independiente. En esas condiciones sí era hacedera
una independencia sobre la base del capitalismo: hoy ya no. Si el capitalismo
es uno no puede admitir que existan dos Estados, el español y el catalán. Hoy
se necesita, por tanto, un enfoque y un programa revolucionario anticapitalista,
es decir, autogestionario y comunal.
Está además el fenómeno de la mundialización, de la
concentración creciente de la propiedad y la riqueza en un número reducido de super-grandes
empresas/Estados, que exigen la uniformización de la vida planetaria, con una
única lengua, un único estilo de vida, una única subcultura, etc. Las naciones
pequeñas y las lenguas con relativamente pocos hablantes tienden a ser
laminadas y trituradas por la mundialización. Por eso la cuestión catalana demanda
una estrategia contra la mundialización, y no sólo contra el Estado español, lo
que es una novedad, pues tal situación no existía hace unos pocos decenios.
Incluso aunque por un milagro Cataluña accediera la independencia y se constituyera
como Estado tendría que hacer frente a la presión mundializadora, es decir, desnacionalizadora
y uniformista. El caso de Irlanda es significativo. Revela que el idioma catalán
sería agredido por el Estado catalán igual que el gaélico, la lengua del pueblo
irlandés, lo es por el Estado de Irlanda, que protege y prima el inglés
legislativamente, lo que ha llevado al gaélico a su práctica extinción.
Eso en lo económico. En lo político, la UE,
convertida en feudo de Alemania, no desea fragmentaciones internas, pues ahora
se dispone a unificarse aún más, aprovechando el repliegue estratégico de EEUU
para conseguir un mayor poder a escala planetaria en tanto que potencia
imperialista. Por eso los mandamases de la Unión Europea nada quieren saber del
“independentismo” catalán. Además, Francia presiona fieramente para que no se
cuestione su dominio sobre el norte de Cataluña. Pero EEUU tampoco apoya el
“procés”, pues eso la situaría enfrente de España, a la que necesita como
infraestructura para sus bases militares, y como aliado. Las otras potencias,
China y Rusia, están demasiado alejadas y no disponen de medios de intervención
en Cataluña, ni pretenden hacerlo. En suma, la Generalitat está aislada en el
plano internacional en su (tramposa) aventura “independentista”.
En el plano interior, los “independentistas” son
mirados con prevención por las gentes más modestas de Cataluña, que les han
visto llevar adelante una política antisocial y oligárquica desde 2008. Las
clases trabajadores se mantienen alejadas, en su mayoría, de una operación
política de la que desconfían, con razón. La brutal represión del 15-M no está
olvidada y quienes más apoyan el “procés”
son las clases medias catalanas, numerosas pero insuficientes, cuya vida es el consumo,
asombrosamente aculturadas. Que en la parodia de referéndum de 2014 votaran
sólo poco más de un tercio del censo electoral dice bastante acerca de la
sociología real del país. En efecto; la verborrea nacionalista y el enajenado ondear
de las esteladas no puede ocultar la caída del nivel de vida, los sueldos cada
día más míseros, el declive de las infraestructuras, el deterioro de la
sanidad, la falta de salidas para la juventud y, sobre todo, el enriquecimiento
espectacular de la casta partitocrática “independentista”, por la corrupción y
por la creación de un buen número de empleos vinculados a la “lucha” por la
República Catalana burguesa…
En el otro sector del espectro político está el
torvo españolismo de siempre, interesado en frustrar lo del 1-0 sin
proporcionar soluciones a la opresión de Cataluña y la desintegración de su
lengua. Lo más llamativo es el Manifiesto suscrito por varios miles de
“intelectuales y artistas” progresistas y de izquierda, catalanes y españoles,
avalando las medidas represivas del Estado español para impedir votar en tal
fecha. Eso es el progresismo hoy, una máquina de picar carne que se sitúa al
lado de todas las operaciones reaccionarias, de todas las causas podridas.
Pero no mejor es el nacionalismo partitocrático
catalán. Con su actuar se ha hecho el mecanismo principal para impedir la
maduración de la revolución popular comunal en Cataluña. Al mismo tiempo, al
reducir el hecho nacional a la triste categoría de monotema, y al simplificar
hasta lo inverosímil la cuestión, ha provocado un declive, bien visible, del
pensamiento creativo y de la elaboración de ideas. Cataluña, bajo la tediosa y
obsesiva dictadura “independentista”, se está convirtiendo en un erial
reflexivo, en un desierto del pensamiento, en una nada de la creatividad. La
otrora relativamente rica vida intelectual y cultural de Cataluña se ha esfumado,
pasando a dominar un vociferar consignas ultra-simplificadas. Los seres nada,
presentes en Cataluña como en todas partes, no logran pensar por sí mismos, y
necesitan ser permanentemente aleccionados desde el poder/poderes constituidos.
Un tercer elemento negativo es el auge de un
nacionalismo catalán sorprendentemente agresivo, xenófobo y chovinista, que
insulta violentamente a “los españoles”
y agrede a los catalanes que no aceptan sus ideas. Un nacionalismo lleno de aborrecimiento
y cólera, que resulta del abuso por los jefes “independentistas” de la
emocionalidad y la irracionalidad. En su virulencia, no comprenden que el
futuro de Cataluña depende, en cierta medida, de la solidaridad de los demás
pueblos europeos, en primer lugar del español, que en su gran mayoría no es
nacionalista hoy (aunque existe también un sector xenófobo) y contempla con
simpatía a los catalanes, incluso sí no logra entender lo que está sucediendo.
Todos los nacionalismos fanáticos e intransigentes deben ser denostados, todos.
¿Cuál puede ser la línea de acción dirigida a superar
el actual estado de cosas?
Reside en establecer una estrategia para la
liberación nacional de Cataluña que tenga en cuenta la realidad del siglo XXI,
que rompa con la vetusta interpretación “anticolonial” del derecho de
Autodeterminación, que vincule argumentalmente liberación nacional con
revolución política y social integral. Eso permitirá sacar a la lucha nacional
del callejón sin salida en que languidece, que la está llevando a un descrédito
creciente.
En efecto. A pesar de la propaganda y el
adoctrinamiento incesantes, cada día son menos los que creen en el
“independentismo” institucional, víctima de su propia vaciedad argumental,
ausencia de contenidos, inanidad intelectual, arcaica concepción, emocionalismo
manipulador y pueril simplicidad. Avanzamos hacia una ruptura entre aquél y las
masas, que puede ser creativa o puede ser meramente de facto pero que va a
darse, sobre todo cuando los hechos pongan de manifiesto que toda la operación es
un engaño urdido por los políticos profesionales de la Generalitat, lo que
comenzará a suceder en cuanto tenga lugar el 1-0. En tales condiciones, la
elaboración de un proyecto y una estrategia para la liberación nacional de
Cataluña sería una medida de notable significación. En 2014 tuvo lugar el
primer referéndum farsa, y en 2017 el segundo, ¿habrá oportunidades para un
tercera o la población de Cataluña se cansará de que se mofen de ella?
La solución es popular y no institucional. Revolucionaria
y no capitalista. De autogobierno y no estatal. Y la Autodeterminación tiene
que sustentarse en el logro previo de la soberanía popular y nacional, pues no
es una votación bajo el actual orden capitalista-estatal.
La cuestión catalana necesita ser reformulada en su
totalidad, en su análisis básico, proyecto, programa y estrategia. Y eso se
puede hacer en un par de años. Luego, la acción emancipadora alcanzará niveles elevados,
eficaces, realmente transformadores.
Algo se ha avanzado ya en esa dirección. La “Plataforma pel NO-Si”, surgida como
respuesta al 9-N de 2014, arguyó que debía decirse No a un Estado catalán y Sí
a la independencia, concebida como “independència
sense Estat”, o realización auténtica de la soberanía popular y articulación
de un régimen de autogobierno sin artefacto estatal. Su “Manifest pel No-Si” merece leerse y meditarse. Posiciones
similares están sosteniendo la Assemblea Llibertària del Bages y,
personalmente, Gerard Batalla, Octavi Piulats, Antonio Turiel, Blai Dalmau,
Pere Ardevol y otros.
De mucha significación es el libro de David Algarra Bascón
“El comú català. La història dels que no
surten a la història”. Primero porque muestra lo muchísimo que han ocultado
y falseado de la historia de Cataluña la burguesía nacional y el
“independentismo” partitocrático, que aparecen por ello como lo que son, los agentes
de Madrid en Barcelona entregados a aculturar Cataluña, que es una de las
formas más severas de dañarla. Segundo, porque aporta las claves políticas,
económicas, éticas, convivenciales y axiológicas para una recuperación
histórica del pueblo catalán. Éste, a fin de hacer frente a la mundialización,
necesita afirmarse en sí mismo y llegar a ser lo que es, para desde su esencia
concreta recuperada, responder a los retos del siglo XXI. Afirmarse en su
condición, manifestada en sus realizaciones históricas, es el fundamento último
de la liberación nacional. Y el texto de Algarra ofrece todo eso.
Por tanto, podemos contemplar el futuro inmediato
con optimismo y confianza. Cataluña sólo
se liberará con la revolución popular-comunal integral, que avanzará en cuanto
las argucias y marrullerías de los políticos de la Generalitat al servicio de
España se desacrediten por su propia perfidia e inanidad.