sábado, 25 de febrero de 2017

REIVINDICACIÓN DE LA GENTE COMÚN

          Vivimos tiempos de elitismo, de desprecio por lo popular. No proviene de la aristocracia de sangre sino del progresismo, que es la actual neo-casta chic y selecta. Ésta, vanguardista en todo menos en su aptitud para crear una nueva cultura social, está realizando una de las mayores agresiones a las clases populares de la historia. Sobre éstas acumula los improperios, las imputaciones, las palabras gruesas, el vilipendio, los sambenitos, la mofa. La gente común y corriente, según el progresismo, es una infra-humanidad a la que hay que gobernar con mano de hierro, dado su propensión a desmandarse. Cuando lo hace, indica, se torna populista, se bandea hacia la extrema derecha, se separa del camino por el que, según aquella esclarecida minoría siempre justa y benéfica, tiene que transitar.

         La persona común es, señalan, “reaccionaría”. No sigue las Luces de las elites progresistas, no se deja guiar por la Ilustración de quienes saben mejor que ella misma lo que la conviene. Esto tiene fuera de sí a la progresía, a la minoría mandante supuestamente cultivada y exquisita, en realidad de una incultura y superficialidad descomunales. Las celebridades de la industria del ocio, los profesores, los jerarcas de los monopolios mediáticos, los prebostes contraculturales institucionalizados, los activistas de nómina, la izquierda caviar y otras cofradías más o menos fachendosas están a la ofensiva, una vez que han constatado que pueden perder el monopolio del mandar y el imponer, del succionar y el embolsarse, tantos años disfrutado.

         En ello no hay nada nuevo. Los “filósofos” dieciochescos repudiaban al pueblo, para ellos mera masa “supersticiosa”. Los liberales decimonónicos les tenían por populacho a tratar, literalmente, a baquetazos. Las vanguardias artísticas no poseían más meta que mofarse de la plebe con sus quisicosas pseudo-artísticas. El marxismo desarrolló la teoría de la vanguardia política, para fiscalizar a un proletariado al que se tenía por cabalmente inculto, esto es, sin nada de sapiencia ni conocimientos ni vida vivida. El anarquismo lo esperaba todo de un aleccionamiento popular ilimitado en sus teorías y dogmas. Durante la guerra civil, cuando la sabiduría y cultura popular todavía era mucha, la izquierda republicana, marxista y anarquista conceptuó a la gente común como “masas”, una mixtura de rebaño y parvulario. En ese tiempo la izquierda “educaba” y “dirigía” al pueblo pero se negaba a ser educada por él. El movimiento de las nociones básicas y las ideas motrices era unidireccional.

         Hoy, la sabiduría popular, en sus dos manifestaciones, de la comunidad popular y del individuo, esta dramáticamente disminuida y corrompida. Hubo un tiempo en que estuvo al mismo nivel, e incluso por delante en determinados asuntos, que la sapiencia culta o erudita. El siglo XVIII, con el movimiento Ilustrado, fue el inicio de su preterición. El XIX conoció una ofensiva formidable contra la sabiduría popular, a partir de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. El XX fue más de lo mismo, con tres momento intensamente aculturadores, la II república burguesa, el franquismo y el régimen parlamentarista que organiza la Constitución vigente, de 1978. Hoy muy poco sobrevive. La expansión monstruosa del sistema educativo estatal/privado, el adoctrinamiento incesante de los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y la murga omnipresente de los partidos políticos hacen que el individuo sea, en lo mental y anímico, construido casi totalmente desde fuera.  Hoy el yo es, en lo esencial, un no-yo. Por tanto, un ser-nada, pues el sujeto se hace en el acto de hacerse y se queda sin hacer cuando es construido desde fuera

         Ciertamente, la cultura popular, incluso la mejor, es insuficiente. Hay que acudir a la cultura erudita, realizando la fusión de ambas en sí mismo y en la realidad social. Pero ahora ambas culturas están en trance de liquidación, no siendo valoradas ni difundidas ni mucho menos recreadas y creadas conforme a las nuevas circunstancias. Esto es una catástrofe cultural. Recuperar ambas es una tarea revolucionaria, ímproba sin duda pero imprescindible.

         Recobrar la cultura popular es, en efecto, imprescindible. En lo individual, la persona ha de construirse el hábito de aprender de la propia experiencia, la suya y la de sus iguales, de utilizar las facultades reflexivas de que le ha dotado la naturaleza, para alcanzar un saber auténtico, propio, por si e independiente. Un saber experiencial, ateórico, que se fundamenta en la vida efectiva, en la praxis integral de la persona, en lo que ha probado, padecido, gozado y experimentado. En oposición al chorro inextinguible de la sinrazón y el desvarío que se manifiesta en el sistema educativo, en particular en el universitario, hay que afirmar el saber en tanto que conocimiento de lo real vivido, no del charlatanismo profesoral, a la fuerza engullido para pasar exámenes y más exámenes.

         Eso significa, también, que hay que compartir de vida de la gente común, apreciando sus saberes y conocimiento, su sentido de la justicia, su vitalidad y voluntad de vivir, su alegría. Aunque todo ello está hoy, como se ha dicho, extremadamente disminuido, es mejor que la bazofia progresista, selecta y elitista que se ofrece como el lugar ideal para las personalidades “inquietas” e “inconformistas”, donde se puede tener una “vida auténtica”. Quien se dirige al gueto progresista se hace parte de las élites del poder, un opresor y explotador entre otros. Todo gueto, toda secta, lo es potencialmente o de facto. Claro que al compartir de la vida del pueblo se ha de operar selectivamente, compartiendo lo positivo y no todo, no lo negativo (que es mucho), pero manteniéndose junto a él y con él, estableciendo una relación de afecto y amor.

         El pueblo, con todos sus numerosos y enormes defectos, es el sujeto revolucionario, al conformar la comunidad de los sin poder, de los dominados. Para ello, para poder operar efectivamente como tal sujeto, debe pasar de aculturado a autoculturado, tarea que requerirá todo un tiempo del presente y el futuro. Pero los guetos, las vanguardias, las minorías ilustradas, no son otra cosa que retazos del poder constituido, hoy ingratas caricaturas del despotismo, la codicia, el hedonismo, la intolerancia y la ignorancia. Una lúgubre jungla transitada por los que quieren poder. Y dinero.

        

jueves, 16 de febrero de 2017

APORTACIÓN AL ANÁLISIS ESTRATÉGICO PARA EL PROYECTO DE REVOLUCIÓN INTEGRAL

    “Yo, ciudadano libre de la república de las letras, ni

esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos,

 escucharé siempre, con preferencia a toda autoridad privada,

lo que me dictaren la experiencia y la razón”

 Benito Feijoo

“Teatro crítico universal”


             Los acontecimientos recientes, que son la puesta en evidencia de las tensiones, desequilibrios, antagonismos y contradicciones inherentes al sistema que se han ido amontonando en el último medio siglo, hacen relativamente fácil fijar una línea estratégica. Ésta se compone[1] de: 1) análisis de la situación, y, 2) proyecto de tareas. Sé que este texto es dificultoso e incluso arduo, por lo que ruego se estudie y no simplemente se lea. El primer y principal paso para formular una estrategia es comprender la situación, entenderla en su complejidad y contradicciones. De eso se trata ahora. Porque tener una estrategia es tener un proyecto. Y tener un proyecto es poder agrupar en torno a él a quienes se sienten ajenos y enfrentados con el actual orden de dominación.

[1] Se salta por encima del paso previo, la exposición generalista de lo que es el análisis estratégico. Mucho hay publicado sobre esto pero lo más reciente es “Estrategia. Una historia”, Lawrence Freedman. También, los diversos análisis sobre estrategia compilados en “I Encuentro de Reflexión sobre Revolución Integral. Recopilación de Textos”. Pensar estratégicamente es ir a las causas primeras, a lo más fundamental. Es hacer meta-análisis.


sábado, 11 de febrero de 2017

LA INMIGRACIÓN MASIVA Y LA RECONSTRUCCIÓN DEL MEGACAPITALISMO OCCIDENTAL

         El desacuerdo, más ficticio que real, entre el gobierno de EEUU y las grandes compañías  multinacionales yankis por la cuestión de la emigración está aclarado este delicado asunto. El documento, suscrito por 97 grandes empresas USA, aduce que las leyes supuestamente restrictivas del gobierno de Trump les perjudican, por lo que demandan el retorno a la admisión sin restricciones de trabajadores emigrantes. Arguyen que el gobierno les impide obtener mano de obra barata y abundante para seguir alcanzando sus habituales altísimos beneficios empresariales.  Así pues, el gran capital occidental no puede prosperar, y ni siquiera sobrevivir a la competencia mundial, sin la emigración masiva. Ésta es hoy su principal baza estratégica.

         Esas empresas, muchas situadas en Silicon Valley, trabajan principalmente para el aparato militar estadounidense, como demuestra Mariana Mazzucato en “El Estado emprendedor”, de manera que hay una colisión entre los intereses gubernamentales y los militares. O más exactamente, entre la necesidad de mantener a un sector de la población, de origen autóctona, dispuesto a luchar y morir por EEUU en futura guerras, que es lo que le preocupa a Trump, y el deseo de que el ejército sea abastecido a precios relativamente asequibles por la gran empresa privada ultra-tecnologizada.

         La mano de obra barata de los inmigrantes es absolutamente crucial para el capitalismo occidental hoy, no sólo en  EEUU sino también en Alemania, Francia, Holanda, España y en todos los países. Sin aquélla no puede existir, pues sólo así está en condiciones de competir, o de aproximarse a ello, con los países emergentes, China, India, etc. Por eso el atroz e inmoral acto migratorio, el abastecerse de mano de obra por medio de un neo-tráfico de semi-esclavos muy similar al comercio de esclavos del pasado entre África y América, ha sido rodeado de un descomunal aparato discursivo y propagandístico que lo presenta como una apoteosis de lo humanitario, tolerante, abierto, antirracista y fraternal.

         Al mismo tiempo, quienes rechazan la emigración, presentándola como lo que es, el gran recurso para que el capitalismo occidental se reinvente tras su gran crisis y casi copalso de 2008-2014, son linchados sin contemplaciones, con procedimientos de una brutalidad que va a más. Sobre ellos llueven los insultos: racistas, xenófobos, extrema derecha, etc., la censura y la exclusión, con procedimientos específicamente fascistas. La violencia contra los anticapitalistas y, en consecuencia, contrarios a la inmigración, proviene de un bloque unido poderosísimo, en el que milita agrupados la derecha europea, las instituciones de la UE, los Estados, el Vaticano con el clero católico, el poder mediático, la intelectualidad, la gran patronal y la izquierda, que en todas las cuestiones de primera necesidad para el capital está a la vanguardia.

         Pero, ¿qué sucede con la “extrema derecha”? El argumento arteramente utilizado es que se opone a la emigración, y se prepara para perpetrar redadas y abrir campos de concentración, con deportaciones y asesinatos de emigrantes. Basta con leer el programa de dicha “extrema derecha” para comprobar que no es así. Por ejemplo, el Frente Nacional francés está en contra únicamente de la “emigración desregulada”, esto es, de la entrada de muchos más trabajadores extranjeros de los que en cada momento necesite el mercado de trabajo, pero no contra la emigración en sí, que mantiene y bendice. El resto de los populistas de derechas del centro y el norte de Europa tienen la misma posición, como es lógico.  Y lo mismo Trump.

         Las economías occidentales no pueden ni quieren prescindir de la emigración, puesto que en ella se sustenta el modo capitalista de producción hoy en Occidente. Aquélla, con un gobierno u otro, seguirá llegando. Y seguirá, por tanto, arrinconando a los trabajadores autóctonos (y a una fracción, la más acomodada, de los inmigrantes ya nacionalizados), que son los grandes perdedores de esta escalofriante operación exterminacionista, en particular los jóvenes y los jubilados. Para el gran capital occidental y su aliado, el bloque de Estado/Estados, sus intereses están en ir marginando primero y luego eliminando a los pueblos autóctonos, para sustituirlos por los venidos de fuera, que admiten condiciones de trabajo y salarios mucho más bajos. A eso se llama genocidio. Por ejemplo, a pesar de que la cuarta parte de la población sometida al Estado español está por debajo del nivel oficial de pobreza, y que otra cuarta parte vive en condiciones de precariedad, siguen llegando emigrantes, con lo que ello significa de descenso de los salarios, empeoramiento de las condiciones laborales y consunción de las prestaciones sociales. Eso significa que a medio plazo, el 50% de la población autóctona será llevada a una situación límite, de cuasi no-subsistencia, en buena medida por la feroz política de mano de obra de la gran patronal.

         En tales condiciones, delicadas para las instituciones pues pueden llevar a un estallido social, el “anticapitalismo” institucional ha tenido que saltar a la arena para defender la política inmigratoria de la gran patronal. Eso hace el libro  de Miguel Urbán (uno de los jefes de Podemos) y Gonzalo Donaire “Disparen a los refugiados. La construcción de la Europa Fortaleza”, redactado al dictado de la oligarquía financiera alemana y de su jefa Ángela Merkel. La obra se reduce a reproducir sus argumentos con un lenguaje de izquierdas, todo para que la gente pobre europea se resigne y se deje extinguir sin poner demasiadas dificultades.

         La obra es embustera, demagógica e inmoral, pues nadie en absoluto en Europa hoy ha propuesto disparar contra los refugiados, y mucho menos lo ha efectuado. Así pues, ese título es sólo un recurso retórico para mover a las gentes de buen corazón a favor de hecho migratorio, de la llegada masiva de la neo-mano de obra que el capital alemán y europeo en general necesitan, con el fin de realizar la sustitución étnica de la existente. Urbán y Donaire han cumplido su función con eficacia y están siendo multipremiados por ello mientras la pobreza y la desesperación  se extienden por Europa.  La juventud, hay que volver a decirlo, es la principal perjudicada.

domingo, 5 de febrero de 2017

POSTVERDAD, LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LIBERTAD DE CONCIENCIA

          La monumental reyerta entre progresistas y populistas que está teniendo lugar en todo los países occidentales ha derivado en la cuestión de la postverdad. Los primeros, más agresivos, acusan a sus adversarios de faltar a la verdad por método y preparan un perfeccionamiento y ampliación substancial del régimen de censura vigente que, sobre todo, se aplicará a internet. Más allá de la bronca entre las dos alas del sistema de dominación sucede que el poder ha perdido, en bastante medida, el control de la Red. Esto les tiene fuera de sí.

         El bando progresista domina casi completamente los medios propagandísticos, televisión, prensa, cine, industria del ocio y universidad, lo que le otorga un poder colosal y unos beneficios económicos astronómicos. Pero su obrar está siendo tan desvergonzado y brutal, tan chulesco según su estilo, manipulando y mintiendo tan sin rubor, que la credibilidad de lo que ofrecen está en franca regresión. Las gentes cada vez menos acuden a los medios de comunicación/adoctrinamiento, que aparecen como un pomposo aparato de propaganda y control de las mentes, y cada vez más escudriñan y rebuscan en internet las elaboraciones de gentes anónimas.

         El progresismo es ahora el enemigo y el verdugo principal de la libertad de expresión, por delante del populismo. Son sus adeptos quienes sobre todo están preparando un reforzado sistema de censura para internet. Esto significa no sólo que desean poner en marcha los procedimientos adecuados para logarlo sino que van a ir estableciendo en cada cuestión concreta qué es verdad y qué no lo es, qué debe creer la gente de la calle y qué no. Y además va a excluir y marginar, y también perseguir, a quienes no piensen como ellos: la policía del pensamiento está, por tanto, en fase de enérgica reorganización y acrecentamiento.

         El progresismo, para empezar, se sustenta en una inmensa mentira, la teoría del progreso. Desde ella ha ido elaborando todo un jactancioso entramado de errores provechosos, medias verdades, ocultaciones de porciones decisivas de la realidad, narraciones manipulativas, desdén por la noción misma de verdad, mofa de la categoría de libertad, trituración de los adversarios, mil y una formas de censura, exclusión y persecución de quienes tienen otras ideas. En los últimos años ha constituido las religiones políticas, o sistema de lo políticamente correcto, como cuerpo de creencias obligatorias desde el cual se practica el linchamiento de disidentes, los sacrílegos e incrédulos de este siglo, por negarse a comulgar con dichas religiones.

         Hoy la verdad es una noción en quiebra, no existe libertad de expresión (salvo de manera marginal) y no se respeta ni aprecia ni salvaguarda la libertad de conciencia. Los progresistas tildan a los populistas de ser la “extrema derecha” pero hacen suyo lo que constituye el meollo de la extrema derecha, la negación de la libertad de expresión y la libertad de conciencia. Esto muestra que el progresismo y sus derivaciones son ya la principal expresión de extremismo totalitario, de radicalismo carca y retrógrado. Ellos son el fascismo, un fascismo de nuevo tipo, progresista. Para tapar esto intimidan y atormenta a sus oponentes con la etiqueta de “fascistas”, que es el primero de la retahíla de los sambenitos con que niegan la libertad de expresión[1].

         No hay postverdad. Existe, para decirlo de una manera simplificada, la verdad y sus opuestos, el error y la mentira. La verdad posee, en su existencia efectiva aunque no en las entelequias de los filósofos triviales, unos componentes que la determinan. Son la finitud delimitadora, la impureza inerradicable, la mutabilidad reiterada, la dependencia de lo concreto, la subordinación a la experiencia, el antagonismo con lo teórico o doctrinal y su dependencia del esfuerzo permanente. Eso convierte a la Verdad entendida al modo metafísico, que no existe, en la verdad dada en la experiencia, que sí existe. Al rebajarla y disminuirla la fortalece y robustece, haciéndola netamente diferenciable en cada escenario singular del error y la mentira. Frente al relativismo y al pragmatismo la verdad continúa siendo la coincidencia entre lo pensado y la cosa, algo que está ahí favorezca o perjudique, sea útil o aparentemente inútil. Y sigue siendo muy difícilmente compatible con la propaganda, que es la actividad número uno del progresismo.

         La verdad es una categoría esencialmente prepolítica y antipolítica. Surge de la experiencia, se prueba en la experiencia y se desarrolla desde la experiencia, de manera que no puede depender o estar en relación con el poder. La política tiene que circunscribirse al ámbito de lo que le es propio, el gobierno de la sociedad, sin inmiscuirse en la determinación de qué es verdadero y que no. Máxime en los sistemas políticos con ente estatal, en donde la razón de Estado, en tanto que utilidad para los poderhabientes, rebaja la verdad a la imposición discursiva de sus intereses. En ellos lo institucional es la mentira mientras que la verdad busca refugio en la resistencia al Estado, en la acción revolucionaria.

         En el quehacer político, las normas para el gobierno de la sociedad y para la elaboración de las leyes han de determinarse conforme al principio de las mayorías. No porque lo que crea, diga o sostenga la mayoría sea siempre la verdad, que a menudo no lo es, sino porque es el único procedimiento para evitar la tiranía: gobierna la mayoría y eso es la libertad política, tenga o no razón dicha mayoría. En bastantes casos es la minoría la que está acertada, la capaz de aprehender, difundir y aplicar la verdad, pero eso no le proporciona el derecho a gobernar. Tiene que lograr que sus verdades se hagan mayoritarias para que influyan en la vida política con disposiciones y legislación de ellas emanadas. Por eso la minoría necesita ser respetada y que sea igualmente respetado el principio de la libertad de expresión. Hoy no es así. Existe la ruidosa trifulca en curso entre progresismo y populismo en la que ambos comparten el 99% de sus ideas pero a las gentes de pensamiento ecuánime e intención revolucionaria se nos condena a la semi-clandestinidad. Y en el futuro será mucho peor.

         Así pues, la relación entre libertad política y verdad es bastante intrincada, al tener un crecido grado de complejidad. Esto resulta excelente pues nos obliga a mejorarnos intelectualmente, a afinar nuestra inteligencia.

         La libertad de expresión es libertad para todo y para todos, para lo equivocado tanto como para lo acertado, para el error igual que para la verdad, para la mentira lo mismo que para la evidencia. La palabra no delinque en ningún caso, pero sí lo hace quien introduce la censura, cuya enormidad está no sólo en los procedimientos para cercenar la libertad del otro sino más aún en convertir “mi” verdad (y ni siquiera, sólo lo que es útil “para mi”) en la creencia obligatoria para los otros. Todo aparato censor es productor de “verdades” que se imponen, lo que equivale a prohibir a los otros utilizar la inteligencia. Esto significa privarles del atributo humano más decisivo, deshumanizándoles.

         La censura, empero, es un tosco e ineficiente modo de operar. La defensa de la libertad de expresión sin restricciones no significa conciliar en lo más mínimo con el error y la mentira sino comprometerse a luchar contra el uno y la otra con argumentos y demostraciones en vez de con imposiciones y prohibiciones. A la larga es incomparablemente más eficaz permitir que el error se exprese libremente y combatirlo con la verdad que prohibirlo. El bien y la verdad no pueden imponerse, únicamente aceptarse y escogerse en condiciones de libertad suficiente, lo que significa que tiene que haber asimismo libertad para sus contrarios. La coacción, legal o popular, no puede utilizarse para realizar el triunfo de la verdad, aunque tal vez sí para otorgarle las mismas oportunidades que al par error-mentira, pues en tales condiciones su victoria es segura, aunque finita. En general, el mal se impone por compulsión y todo lo que se impone coercitivamente es el mal, mientras que el bien se elige con el uso del libre albedrío, que es una combinación de experiencia, pensamiento, planeamiento y elección, una categoría hiper-compleja y por eso mismo magnífica para construirnos como personas.

         El uso de la censura denota inseguridad y debilidad, es una prueba de impotencia argumentativa. Quienes se sienten seguros de la valía de sus formulaciones no necesitan prohibir pues se saben vencedores en buena lid, en debates libres y decentes, donde todas las partes tengan la misma capacidad para expresarse y decir[2]. La idea revolucionaria en esto es hacer que la verdad triunfe a través de un perfeccionamiento constante de sí misma tanto como de una mejora permanente de quienes con ella se comprometen y a ella sirven. Considerando además que dos de sus atributos ingénitos son la imperfección y la finitud no hay que apurarse porque el error y la mentira existan pues siempre estarán ahí, dado que sobre ellos sólo es posible alcanzar victorias parciales pero no su completa y definitiva erradicación. Es así porque no sólo existen fuera, en lo otro en el otro y en los otros, sino dentro, en el yo…

         De todo ello se concluye la centralidad de la libertad de conciencia. Ser libre para constituir el propio mundo interior, las creencias, convicciones, emociones, pulsiones y pasiones que conforman a la persona, es la forma básica y al mismo tiempo decisiva de libertad. Si no existe padecemos un orden carente de respeto por el ser humano, y en ese caso falta la libertad política, la libertad civil y la libertad de acción. Cuando se adoctrina al individuo, como con tanta contumacia hace el progresismo, se le violenta psíquicamente, se le degrada desde su condición natural de sujeto, o persona, a criatura incapaz de pensar por sí misma, que debe recibir los contenidos de su mundo psíquico desde fuera, desde otros, que piensan por él y en lugar de él.

         La libertad para expresarse únicamente puede tener limitaciones epistemológicas y morales, no legales, ni policiales ni judiciales. Se necesita asimismo un tipo de sujeto con la calidad suficiente para exigirse a sí mismo un esfuerzo permanente por la verdad, con el fin de que ésta sea investigada y pensada antes de ser expuesta.

         Verdad y libertad son dos valores cardinales. Es verdad que la libertad resulta ser decisiva y la libertad es la precondición de la verdad. El vigente orden de dictadura política y económica va contra ambas. La revolución tiene como una de sus metas el constituir una sociedad de la libertad en la que la verdad se realice a través del ejercicio inquebrantable del esfuerzo reflexivo y la controversia honrada, en donde todas las partes tengan la misma capacidad real para explicarse y llegar a la opinión pública, es decir, posean igual libertad de expresión. Para ello lo primero es poner fin a la razón de Estado, que es el enemigo número uno de la verdad y la fuerza primera que milita contra la libertad. La razón de Estado se acabará cuando se acabe quien la crea, el ente estatal y su principal derivación, la propiedad concentrada en pocas manos.

         La postverdad es la martingala que ha ingeniado el totalitarismo progresista, que hoy es la principal y superior expresión política e ideológica del capitalismo, para continuar imponiendo sus “verdades” en un momento en que la realidad las refuta, las multitudes las dan la espalda e incluso una parte de las élites del poder las tienen por inservibles y hasta contraproducentes. No pasará. No pasarán.


[1] Cambian los calificativos pero se mantiene el procedimiento. Con la inquisición los sambenitos fueron “hereje”, “marrano”, “cismático”, “luterano”, etc. Con Franco se mutaron a “rojo”, “masón”, “comunista”, “antiespañol”, etc. Hoy el progresismo nos intimida y agrede con “machista”, “racista”, “homófobo”, “islamófobo”, “fascista”, etc. En todos los casos se da una endeblez de la parte argumental pues la violencia verbal es consecuencia y causa de la incapacidad para persuadir. Al ser una ideología del odio y la coacción, el progresismo y sus concreciones no alcanzan a utilizar como es debido la inteligencia. De ahí que sus adeptos sufran un proceso de empequeñecimiento mental bien visible con el paso de los años.
[2] En las artificiosas controversias entre quienes tienen el común el 99% del argumentario puede haber libertad igual para todos pero ésta desaparece en el trato con quienes nos situamos fuera del sistema. Por eso el poder decide, por ejemplo, quien sale en televisión, quien lo hace a todas horas y quien no aparece jamás. Y eso ahora, cuando nuestra presencia es pequeña. Cuando crezca la solución se llamará 1936. Porque Estado y libertad son incompatibles.