Para muchas personas ésta es una receta sana y sabrosa. Pero cuando se
conoce la toxicidad de todo lo que comemos la disposición del ánimo cambia. El
pollo hoy es un recipiente de hormonas y muy poco tiene que ver con lo que es
un pollo natural. Las espinacas están tan cargadas de nitratos que se
recomienda a las embarazadas que no las coman. Y el queso va bien aderezado con
antibióticos. Además, el aceite de oliva con que se cocina ese plato es rico en
compuestos de cobre, muy nocivos, y pesticidas.
Si se toma con agua, la
de las ciudades tiene combinados de cloro para potabilizarla con efectos carcinogénicos.
Si es con vino, la relación de venenos que en él se esconden, debido a las
plagas, cada vez más y cada vez más agresivas, que afectan a los viñedos es tan
rotunda que cualquiera se vuelve abstemio si lee la relación.
Lo del “pollo”, lo
llamaremos así para distinguirle del pollo, es tremendo. Si se alimenta a, por
ejemplo, perras con él no se quedan preñadas, tal es la concentración de
hormonas. Pero como es una bazofia barata, la gente lo come a diario, también
porque nadie les informa, aunque cuando se enteran siguen con el consumo, de
modo que no hay que abusar del victimismo, esa ideología infantil y
estupidizante por la cual siempre son otros, por ejemplo, el capitalismo,
quienes tienen la culpa, nunca uno mismo.
El mundo de la felicidad
obligatoria en que vivimos se concreta cada vez más en la comida, porque fuera
de ella no hay nada, salvo trabajo deshumanizante, TV de bostezar, Internet
laminando las mentes con su edénica simplicidad y, por supuesto, viajes “de
placer”, además de los sempiternos porros y cerveza. Todo lo demás ha
desaparecido, sólo nos queda la comida, ¡pero qué comida! Antaño, en las
sociedades en que el sujeto no estaba obligado a ser feliz las 24 horas del
día, la gente comía pollos sin comillas, pocas veces es cierto, pero también
palomas, codornices, perdices, liebres y conejos, aunque no como los de ahora,
industriales, tan cargados de antibióticos que son eficaces en casos de
pulmonía o gonorrea. Todo eso se ha esfumado y tenemos que construir nuestra
felicidad forzosa a base de “pollos”, “espinacas” y “queso”.
Según una encuesta el
primer placer de “los españoles” es la comida. Dice que, sobre todo, es el
principal goce para las mujeres, quizá porque el feminismo les prohíbe el sexo
(además del amor), dado que toda relación heterosexual es, ya se sabe, agresión
y violencia machista, de manera que de no ser lesbianas, sólo les dejan los
artilugios y la masturbación, ahora muy publicitados en los "media". Pero, dado
que son procedimientos aburridillos, el Estado feminista les impone como casi
único placer, de facto, la comida, las condena al “pollo”.
Una sociedad que hace de
la pitanza su mayor satisfacción, con olvido de lo espiritual y mofa de
Juvenal, es porque ha dejado de ser humana, porque está en plena
desintegración, porque ha traspasado la raya que separa lo humano de lo
infrahumano. ¿Cómo hemos llegado a esto, decidme? Y algo más, ¿alguien está
interesado en salir de ahí?
Así las cosas, se puede
creer que los productos ecológicos son el remedio. Ahora es fácil adquirirlos,
ya no hay que tener un amigo hortelano, ni mantener una cabra en la bañera del
piso, ni mucho menos hacer pan de bellota, asunto usado por los hiper-modernos
para meterse conmigo, acusándome de carlista, troglodita, curato, aldeano,
cateto y otras exquisiteces, lo que no me importa pues si fuera algo de eso
sería mucho mejor que mis detractores, pobres seres-nada. En las grandes
superficies están los productos ecológicos, el Estado los subvenciona
generosamente (como es sabido, el Estado nos salva, incluso en lo de la
manduca) y el gran capital los ofrece, un poco caros, pero lo “sano” hay que
pagarlo.
Consumiéndolos, además,
se contribuye a la modernidad, pues el mercado mundial de productos ecológicos
supera ya los 55.000 millones de dólares, creciendo a un 5% anual. Claro que
esto es un capitalismo “bueno”, “progresivo”, “emancipador” y además muy vinculado
al Estado, según relata JM Naredo, teorético de la agricultura ecológica,
sometida a la tutela estatal, dado que coincide con el PSOE en que el Estado
nos protege o libera del capitalismo. Aunque ¿quién nos libera del Estado? Eso
me preocupa, a ver si un hombre tan inteligente, autor de un librote como “La
economía en evolución”, nos lo aclara.
Naredo cree que hay un
capitalismo “malo”, el no estatal y el convencional, y un capitalismo “bueno”,
el estatal y el ecológico. Vale, pero así acabaremos como en Corea del Norte. Y
pregunto, ¿los usuarios de los campos de concentración de la familia Kim comen
productos ecológicos?
Por mi parte me fío tan
poco de la agricultura ecológica como de la convencional. Nadie ha contestado
hasta ahora a la larga relación de objeciones concretas que pongo a su calidad,
autenticidad y salubridad en “Naturaleza, ruralidad y civilización”. Nadie se
molesta en decirnos, por ejemplo, cuánto cobre, ese metal pesado super-tóxico,
lleva el aceite de oliva ecológico, tan oneroso, hasta cuatro veces más que
el convencional, un negocio fabuloso.
Las malas lenguas murmuran que cuánto más caro es un alimento más añadidos
raros lleva y más tóxico es…
A fin de cuentas, ¿cuál
es más malsano, el género que ofrece la agricultura convencional o el de la
agricultura ecológica? Es triste que nadie quiera publicar una foto en que se
observa a un sufrido horticultor en ecológico tratando la cosecha con un traje
de protección integral contra fitotóxicos. Yo la he visto y doy fe de su existencia.
Si aquélla es tan “sana”, tan “natural” y “no usa química”, como dicen, ¿qué
hace este sujeto vestido de tal guisa?, ¿no será porque la agricultura
biológica es, como digo, neo-química?
Por lo demás, ésta, como
medio de vida, no como entretenimiento de fin de semana de profesores y
vividores de los cursos (éstos tienen mi desprecio más cordial), ni protege la
tierra más que la otra ni garantiza nada. Se sirve de productos neo-químicos en
grandes cantidades, aunque es más difícil de saber lo que son (quizá un
cerebrito de la cosa química pueda decírnoslo), no respeta el principio de
precaución y hace atrocidades como el uso a gran escala de feromonas (hormonas
sexuales para insectos, similares a las de los “pollos”), la suelta masiva de
insectos depredadores y el desyerbado térmico, por no hablar de los
aerogeneradores que, al ocasionar gran mortandad de aves serán pronto
condecorados por SSMM Los Reyes De Los Insectos-Plaga Más Voraces, por destruir
a sus exterminadores naturales.
Sé que esta nota me va a
enfrentar con los muchos que aún creen en los remedios-milagro bajo el
capitalismo, sobre todo si vienen avalados por el Estado. Comprendo que en
nuestro patético “mundo feliz” necesitemos consumir mentiras consoladoras,
religiones políticas y narcóticos espirituales, pero ¿a lo bruto?, ¿sin
límites?
Aclaro que no tengo
nada, pero nada, con que quien lo desee se ponga en ecológico, saque el sello y
demás, pues todos sobrevivimos como podemos. Lo que me indigna es la caradura
de quienes nos venden la agricultura ecológica como un remedio total y
definitivo, con fanatismo, mesianismo y pitorreo. Y me abruma la candidez y
credulidad de cierta capillita, “radical”, que se cree cualquier majadería que
les reciten los charlatanes que invocan “la lucha contra el capitalismo” para
todo, en especial para colocar las ideíllas más reaccionarias.
Si a dicha patulea le
gusta que la engañen y le pirra consumir locuacidad “anticapitalista”, ¿qué voy
a hacer yo? Pues lo de siempre, poner la
verdad en el primer lugar. Ahora entiendo que he tenido una hora loca y he
blasfemado contra dos, dos nada menos, de las religiones políticas dignas de la
más pía devoción, la de lo ecológico y el feminismo. O sea, iré al infierno por
partida doble.
Pero si el cielo es
destino de las y los creyentes de las religiones política en uso, el politeísmo
impuesto por el emperador de la nueva Roma, el augusto Estado-Capital, prefiero
pasar calor en el Averno, todo antes que soportar a gente sin cerebro que
repite como loros todo lo que les cuentan desde la izquierda hiper-capitalista,
además de tragarse con beatífica sonrisa los productos, en general sospechosos
cuando no pésimos, de la agricultura ecológica, hecha a la medida de El Corte
Inglés.
La agricultura del
futuro ha de ser popular, ni
convencional ni ecológica. Y los seres humanos sanos de cuerpo y espíritu, sí, de espíritu también y, a poder ser, sobre todo. Quienes se dejan tratar como meros cuerpos es porque ya lo son, mano
de obra según la desea el capitalismo, entes posthumanos. Allá ellas y ellos.
Cada vez que escucho
farfullar “somos lo que comemos” echo mano a un paquete de Santa Paciencia que
siempre llevo y tomo una píldora, o dos. Comprendo que una vez que sólo somos
soma y no inteligencia estamos obligados a repetir, repetir y repetir las
consignas que nos asignan, eso sí, con aire desafiante y tono inflamado, pero
oír siempre y a casi todas-todos lo mismo es tedioso. Nos “liberamos” de esto y
lo otro haciéndonos cada vez más sometidos y cada vez menos humanos. Sí, eso es
la modernidad.
El “culto al cuerpo” es
otra de las imposiciones de la modernidad. Una gente lo concreta en el
gimnasio, o en la cirugía estética, y otros en “comer sano”. Pero, ¿cómo es que
Kafka dijo que “es imposible vivir sin verdad”?. Sin verdad y sin algunas
cosillas más ajenas al tubo digestivo, dieciocho por ejemplo: trascendencia,
sentido, espiritualidad, olvido de sí, belleza, pasión, comunión con la
naturaleza, servicio, valentía, libertad, revolución, ascetismo,
autoconstrucción, cultura, tolerancia, sublimidad, fortaleza y rehumanización.
Ser modernos es
renunciar a ser humanos para no sufrir y ser felices. En ello está la gran
mayoría, en particular la consumidora de bobadas “anti”. De acuerdo, pero al
dejarse hacer, y hacerse, no-humanos quedamos obligados a comer el pienso
diario que quienes nos maneja tengan a bien echarnos cada día. En esta
tesitura, ¿qué garantías tenemos de que, al menos, sea “sano”? Por eso, cuando
renunciamos a las funciones espirituales, sentamos las bases para ser guiñapos
corporales y enfermos crónicos también en lo físico. Dicho de otro modo: lo
espiritual ha de ir primero, por sí y porque es guarda y garantía de lo
somático. Así pues, vale con ser lelos, no hay porqué rebajarse a pardillos:
todo con moderación, como recomienda Aristóteles.