viernes, 29 de enero de 2016

SER ESCLAVO EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE LOS SIGLOS XV Y XIX


 
SER ESCLAVO EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE

LOS SIGLOS XV Y XIX”

 C. Coquery-Vidrovitch y E. Mesnard, 2015


Este libro enfatiza con vigor, aunque sin dejar de manifestar entre líneas temor a los neo-racistas (racistas antiblancos), que uno de los fundamentos de la trata intercontinental fue el esclavismo autóctono africano. Las sociedades africanas eran esclavistas, al estar sólidamente estatizadas, basarse en la propiedad privada de los medios de producción y disponer de un régimen patriarcal muy desarrollado, lo que hacía que las clases pudientes africanas fueran quienes suministrasen esclavos a los europeos, situados en enclaves costeros desde el siglo XV. Por eso el libro usa la expresión “Estados negreros africanos” y “reinos negreros”.
 
         Así pues, el colosal esclavismo autóctono africano fue una de las bases del comercio oceánico con seres humanos. Los esclavistas negros vendían o intercambiaban su peculiar “mercancía” con los europeos. Ofrecían personas, compatriotas previamente cazados en el interior del continente, a cambio de armas de fuego, pólvora, licores, tejidos, etc. Hasta fechas muy tardías los europeos no penetraron en África, de modo que dependían de los esclavistas nativos para llenar las bodegas de sus barcos[1]. Existieron, en consecuencia, negreros blancos y negreros negros. Añade el libro que las clases propietarias africanas de esclavos veían disminuir su tren de vida y consumo cuando el precio de los esclavos de exportación caía, lo que sucedió de forma continuada sobre todo a partir de la primera mitad del siglo XIX, con la prohibición de la trata por los europeos.
 
         Por tanto, el asunto no fue blancos contra negros, no fue un conflicto racial sino algo más complejo en el que negros y blancos con poder se lucraron privando de libertad y trasladando a largas distancias a los africanos de las clases populares (los primeros a pie, en larguísimas marchas desde el interior hasta la costa, que mataban a muchos de ellos; los segundos en barcos, con efectos no menos letales). Eso no hubiera sido posible sin la existencia de vigorosos Estados esclavistas africanos, sin la sólida implantación de la propiedad privada y sin el patriarcado, instituciones que existían mucho antes de la llegada de los europeos. También se daban en África el racismo y la xenofobia, pues las clases mandantes de unos Estados solían capturar como esclavos a los súbditos de otros Estados, por lo general más débiles, lo que era justificado con argumentos de tipo racial y xenófobo.
 
         El pavoroso fenómeno de la trata es, en consecuencia, una prueba más de que lo decisivo no es la raza sino el poder, los instrumentos de poder, la dominación y la explotación. Muy pocas veces en la historia ha habido conflictos raciales autónomos (esto lo creen los nazis y pocos más, ahora también los racistas antiblancos), pues debajo de los que en apariencia los son hay cooperación inter-racial entre los dominadores. La coincidencia de las elites blancas y las negras en el tráfico de esclavos africanos lo prueba. Esta situación se mantuvo hasta que en 1807-1815 las potencias europeas declararon ilegal la trata, si bien tal medida no se hizo efectiva hasta años después.
 
         El libro muestra que fue el expansionismo e imperialismo musulmán el que primero promovió el tráfico de esclavos negros a larga distancia. Entre los europeos son los portugueses quienes inician el comercio de esclavos -actividad que aprenden de los musulmanes norteafricanos- a partir de comienzos del siglo XV.
 
         Un punto débil del libro es ocuparse muy de pasada, y con bastantes errores, de la naturaleza amplia y múltiplemente esclavista de al Andalus, sobre todo durante la época del califato de Córdoba, en el siglo X. Entonces, el Estado islámico andalusí se convirtió en el centro del tráfico de esclavos en el Mediterráneo occidental, con cuatro tipos de ellos. Los que formaban la población esclava autóctona, muy numerosa; los que eran apresados y esclavizados en las anuales operaciones de agresión contra los pueblos libres del norte, en particular mujeres para abastecer los harenes de buena parte del mundo musulmán; los comprados en el este de Europa (eslavo proviene de la voz “esclavo”, y probablemente se refiere a los terribles acontecimientos que estamos tratando) y las gentes negras que los andalusíes capturaban o adquirían en África en grandes cantidades.
 
         Los textos hispano-musulmanes de la época describen el racismo antinegro de algún califa cordobés, que se regodeaba en el maltrato y tortura de personas de esa etnia. Es conocido que en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, el califa almohade Muhammad An-Nasir tenía una guardia de protección formada por esclavos negros armados y encadenados entre sí y a estacas clavadas en el suelo[2]. La presencia de hombres negros esclavos actuando como soldados fue común en las tropas andalusíes durante siglos. Incluso hoy subsiste la esclavitud en diversos países de religión musulmana, Mauritania, Marruecos, etc., eso sin olvidar su reinstauración por el Estado Islámico de Irak y Siria. Dado que el Corán la admite y regula, nada hay de sorprendente en ello. Lo que parece cierto es que la sociedad islámica andalusí fue la más esclavista de nuestra historia, por delante de romanos y visigodos. Al ser el islam la forma más agresiva de patriarcado de la historia de la humanidad su esclavismo se dirigió sobre todo contra las mujeres.
 
         Así pues, el traslado de millones de hombres y mujeres africanos desde sus lugares de origen a América ha de explicarse en primer lugar a partir del hecho decisivo, que las sociedades del África subsahariana eran esclavista. No lograron poner fin al estigma de la esclavitud, como sí lo hizo Europa occidental en la Alta Edad Media[3]. Por eso, luego América quedó infectada de esclavismo, que devino en racismo. El libro comentado no plantea así la cuestión pero no hay otro modo de hacerlo, pues las causas endógenas se suelen manifestar como lo causalmente decisivo.
 
         Es imposible entrar ahora en el estudio de por qué las formaciones sociales africanas fallan en la erradicación del régimen esclavista, pero sí hay que señalarlo para evitar actitudes paternalistas (el paternalismo es una de las formas de racismo) y protectoras. Las sociedades africanas son responsables de su historia, igual que lo son las europeas, y están obligadas a asumir sus responsabilidades históricas al mismo nivel y en la misma medida que aquéllas, sin fáciles victimismos, por lo general encaminados a solicitar “compensaciones”... una inaceptable forma de mercantilizar el pasado Para ello el libro glosado, con todos sus defectos e insuficiencias, pusilanimidades y parcialidades, es útil.
 
También lo es para refutar los sentimientos de autoodio y vergüenza de sí que el poder constituido europeo, en particular la gran patronal alemana y su Estado, promueven entre los pueblos de Europa para mejor dominarlos, así como para constituir esa estructura neo-imperial y mega-capitalista que es la Unión Europea bajo la dirección y dominio de Alemania, que ayer defendió la superioridad de la raza aria y hoy la de las razas no-arias, yendo de una forma de racismo a otra. Hacer de la trata negrera de los siglos XV al XIX un conflicto de “blancos” contra “negros”, en el que los primeros son los verdugos y los segundos las víctimas, los primeros el mal y los segundos el bien, no es sólo falsificar la historia sino incurrir en una muy grosera forma de racismo, justamente la que ahora es principalmente promovida desde las instituciones europeas.


[1] Un caso representativo se dio en la primera mitad del siglo XIX en los territorios de las actuales Liberia y Ghana. Allí creó una factoría de exportación de esclavos el español Pedro Blanco, que compraba esclavos negros al rey negro Siaka a 20 dólares y los vendía en Cuba a 350. Tal factoría operaba en la semi-clandestinidad y fue posteriormente demolida por los ingleses.
[2] La obra examinada ofrece el dato de que aquel califa en el año 1198 tenía 30.000 “negros armados con lanzas” como guardia personal, cantidad que debía ser similar catorce años después. Esa cifra señala la extraordinaria extensión del tráfico de personas negras que promovió el islam hispano, con los inevitables fenómenos de odio racial, antedichos.
 
[3] Los formidables cambios revolucionarios que van a tener lugar en las sociedades del norte de la península Ibérica en los siglos VII-X incluyeron la liquidación de la esclavitud, lo que se hace en lucha contra el Estado islámico de al Andalus, el enemigo fundamental de aquella gran revolución civilizadora y liberadora. En ella la esclavitud desaparece de la actividad productiva, que queda como tarea de los hombres y las mujeres libres, aunque subsiste algo -muy poco pero algo- de esclavitud doméstica, mantenida por las élites reales y nobiliarias preestatales. Cuando a partir de 1250 tales élites pasan a la ofensiva contra las clases populares y promueven un proceso regresivo de retorno al modelo romano, esto es, a una sociedad con Estado, también reivindican la esclavitud, lo que hace por primera vez Alfonso X en Las Siete Partidas, el célebre código de leyes hostil al derecho consuetudinario de elaboración popular, escrito en la segunda mitad del siglo XIII, copiando el derecho promulgado por el emperador romano oriental Justiniano. Ése es el fundamento jurídico más antiguo del posterior tráfico de esclavos africanos con instauración de la esclavitud en América por la corona de Castilla.






viernes, 22 de enero de 2016

“INVESTIGACIÓN SOBRE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA, 1931-1936”



“INVESTIGACIÓN SOBRE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA, 1931-1936”
VA A SER PUBLICADO


         Mi libro sobre los antecedentes, el origen y el primer periodo de la II república española, del 14 de abril de 1931 al 18 de julio de 1936, será editado en breve. Tras una gestación enmarañada, que ha durado más de tres años, estará disponible para el público. Es un texto complejo y extenso (más de 500 páginas) desmitificador de un régimen político presentado como magnífico no sólo por la izquierda sino también por la derecha, que desde hace mucho (desde, al menos, los tiempos de Aznar en el gobierno) ha hecho de Manuel Azaña, el señor feudal de aquella república, una de sus lumbreras.

 

         Pero ante todo es una obra necesaria. Sobre este asunto se han ido acumulando tal número de ocultaciones intencionadas, narraciones ideologizadas, arrebatos líricos, medias verdades y completas mentiras que se impone limpiar de tales inmundicias esta decisiva parte integrante de nuestra historia contemporánea, para ofrecer la verdad, la verdad desnuda.

 

         Pero, por desgracia, no toda la verdad, dado que incluso en el terreno empírico lo que queda por conocer es muchísimo. Falta, por ejemplo, una relación completa de las matanzas realizadas por las fuerzas policiales (guardia civil y guardia de asalto sobre todo) y por el ejército, siguiendo órdenes de los gobiernos republicanos, de izquierda y de derechas. Esa relación es asombrosamente fragmentaria para el periodo del Frente Popular, cuando la violencia estatal alcanza extremos escalofriantes.

 

         Innovadora es la parte destinada a su advenimiento el 14 de abril de 1931, al mostrar que fue asunto del ejército, las clases altas y la guardia civil, no del “pueblo”, como sigue afirmando la mendacidad historiográfica y política. Desmonta con eficacia, además, el mito de una república que se disponía a hacer “la reforma agraria”, mostrando que la verdad es justamente la opuesta, al haberse erigido aquélla en verdugo implacable de los trabajadores rurales para amparar a la gran burguesía terrateniente.

 

         La porción nuclear del libro es la que investiga la formación de una situación revolucionaria, o cuasi-revolucionaria, a partir de 1934, que alcanza un máximo en la primavera de 1936. Describe la épica voluntad de la población rural de liberar sus pueblos y aldeas de la presencia del Estado y del acoso del capitalismo, con numerosos cercos y ataques a los cuartelillos de la guardia civil, desobediencia a los patronos en el acto productivo, etc., lo que ocasiona el éxodo de los bienestantes a las ciudades y coloca a la defensiva a los cuerpos policiales. También en bastantes zonas industriales y entre el proletariado se desarrolla una situación tendencialmente revolucionaria. Fracasado así el Frente Popular como estrategia pro-capitalista y anti-revolucionaria, al poder constituido sólo le queda el fascismo militar y la guerra civil.

 

         Parte esencial de la contrarrevolución durante la primavera de 1936 fue la izquierda, que se puso toda ella del lado de las instituciones y contra las clases trabajadoras, respaldando las atrocidades de los aparatos represivos. Esto tuvo su momento más trágico con la matanza de Yeste (Albacete), donde el 29-5-1936 la guardia civil, cumpliendo órdenes del gobierno del Frente Popular, asesinó a 17 trabajadores y dejó heridos a unos 100, al reprimir la recuperación de tierras comunales por el vecindario. Lo de Yeste fue no un hecho aislado sino una carnicería entre cientos, una más de las ordenadas por los frentepopulistas desde el poder gubernamental.

 

         La responsabilidad de ello es, sobre todo, de la izquierda que se integró en la coalición de Frente Popular, PSOE, UGT, POUM, PCE, ANV, y de las fuerzas que le dieron respaldo desde fuera, CNT sobre todo.

 

         El libro investiga las causas últimas de la II república, estudiando el llamado “problema de España”, o rechazo de las clases populares a la modernidad, al ascenso del capitalismo y al fortalecimiento del Estado. En esta cuestión el análisis de los escritos de Ortega y Gasset resulta fructífero, al hacerse desde una aprehensión extensa y multidisciplinar de las realidades sociales de la época y del pasado. Se desvela que el atrabiliario programa modernizador de la dictadura militar de Primo de Rivera (1923-1930) suscita un amplio repudio popular, particularmente intenso en las zonas rurales pero igualmente visible entre la clase obrera industrial. Tal rechazo intenta ser encauzado, frenado y reprimido por los gobiernos republicanos desde el 14 de abril, que fracasan, y luego por el Frente Popular, cuyo descalabro es todavía más clamoroso.

 

         Hasta ahora ningún estudio ha esclarecido las causas últimas, o intrahistóricas, de los principales acontecimientos de los años treinta del siglo pasado, en particular del advenimiento (organizado desde arriba) de la II republica y el estallido de la guerra civil. Mi libro realiza aportaciones de mucho calado, mostrando que lo más principal proviene del antagonismo entre las clases populares, imbuidas de tradiciones y prácticas asamblearias, comunales, autogestionarias y convivenciales, y el desarrollo creciente del capitalismo unido a la expansión del artefacto estatal. A la arremetida institucional y empresarial múltiple, realizada valiéndose de instrumentos políticos en apariencia diversos (el directorio militar primorriverista, la república del 14 de abril y el Frente Popular), las gentes del común responden con una ofensiva de acciones, luchas e intervenciones numerosísimas, que en 1936 se eleva al rango de potencial y tendencialmente revolucionaria.

 

Ante ello, el poder constituido echa mano de una nueva herramienta política, la cuarta en pocos años, el fascismo de Franco. Por tanto, el régimen militar de Primo de Rivera, la segunda república, el Frente Popular y el nuevo orden fascista son las diversas expresiones que, en función de las circunstancias concretas, va tomando el poder/poderes contra el pueblo/pueblos. Los cuatro se sumaron a la tarea de destruir lo que todavía permanecía vivo de la revolución de la Alta Edad Media, siendo el tercer gran asalto histórico contra ella. En efecto, el primero lo perpetra la monarquía “absoluta” a partir de los siglos XIII-XIV; el segundo, la ilustración y el liberalismo -en particular la Constitución de 1812- en los siglos XVIII-XIX, del que una concreción tardía es la II república, y el tercero el fascismo militar de Franco y sus aliados.

 

         Capítulos particularmente importantes del libro, además de lo ya mencionado, son los dedicados a la II república como Estado policial, a la estrecha relación entre el régimen republicano y el gran capital, a la situación de las mujeres bajo el orden patriarcal republicano y frentepopulista, al colonialismo y racismo republicano-izquierdista en Marruecos y a Euskal Herria como expresión concreta de pueblo víctima del españolismo republicano, sin olvidar el específicamente dedicado al Frente Popular. Cada uno de ellos demuele montañas de ficciones y rellena huecos descomunales de desinformación. No menos demostrativo es el análisis politológico del régimen republicano, de su Constitución, instituciones y legislación, el cual muestra que nada importante hay en el régimen republicano que sea cualitativamente diferente a lo que había habido en el precedente orden monárquico. Aquél es meramente heredero y continuador de éste en todo lo que importa.

 

         Quien resulta peor parada en el libro, como se ha expuesto, es la izquierda, responsable políticamente de la mayoría de los hechos de sangre cometidos por el régimen republicano contra los trabajadores del campo y de la industria. Una izquierda que actúa de tres modos: cuando no había situación revolucionaria, hasta 1934, se concentra en impedir que llegara a darse; cuando la hubo, en abril-julio de 1936, la reprime con furor desde las instituciones del gobierno y cooperando con el terrorismo de Estado, y cuando el colosal embate popular del verano de 1936 vence y derriba al ente estatal y demuele el capitalismo, en los meses posteriores al inicio de la guerra, reconstruye uno y otro, haciéndose nueva burguesía y nuevo aparato estatal en la zona republicana. O sea, en todas las circunstancias fue la vanguardia de la reacción y la fuerza de choque del capital.

 

         El libro avanza en la investigación de las causas del actuar de la izquierda como nueva burguesía y nuevo aparato estatal. Concluye que en el interior de los partidos y sindicatos signatarios del Frente Popular, mucho antes de los momentos críticos, se había constituido de facto un grupo privilegiado que mandaba y manejaba, una nueva burguesía. Por tanto, deduce que es la existencia misma de organizaciones, partidos o sindicatos, con una ideología o teoría diferenciada, que distingue entre “nosotros” (los adeptos a cada “ismo” politicista) y “ellos” (lo que no admiten la doctrina y no se organizan en la estructura correspondiente), la causa última de la frustración del proceso revolucionario popular por la izquierda, desde fechas anteriores al inicio de la guerra civil.

        

         Hasta aquí el libro. Muy probablemente, como respuesta a éste, la izquierda institucional, multifinanciada por el Estado y la banca, desencadenará una nueva tanda de sanciones, censuras, calumnias, intimidaciones y amenazas contra mi obra y mi persona, como lleva haciendo desde hace años. Lo razonable, empero, sería hacer un debate donde quede garantizada la libertad de expresión de todas las partes, para dilucidar qué fue realmente la II república, qué el Frente Popular y qué hizo la izquierda en 1931-1936. Censurar y reprimir equivale a negar a las personas un derecho básico, prepolítico, el de recibir todos los enfoques, análisis y opiniones en iguales condiciones de formulación. Lo otro es imponer al público una determinada interpretación, es adoctrinar y manipular, pisoteando lo más sagrado, la libertad de conciencia. Nada me gustaría más que efectuar un ciclo de debates públicos sobre estas materias, pero es seguro que mis virulentos contradictores y represores se niegan a ello. El motivo: carecen por completo de argumentos, por tanto, de razón y verdad.

 

         Mi libro, imperfecto e incompleto como es, pretende abrir un tiempo nuevo de investigación imparcial, serena y libre sobre estos asuntos. En particular, el periodo del Frente Popular está demandando muchos más análisis, incluso empíricos. Esto es muy necesario, pues no es posible tratar con acierto los problemas políticos, económicos y sociales del presente sin comprender objetivamente nuestro pasado inmediato. Y no es posible transformar revolucionariamente la sociedad actual sin comprender las luchas revolucionarias libradas por nuestros abuelos.

 

 

sábado, 16 de enero de 2016

EL NUEVO TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS

 
            En la Alta Edad Media los pueblos libres del norte de la península Ibérica estaban obligados, se dice, a entregar al Estado islámico andalusí cien doncellas anuales como impuesto. Hay mucho más. Tras someter casi toda Hispania al imperialismo árabe-islámico los conquistadores envían al emir de Damasco 100.000 esclavos, mayoritariamente féminas, como regalo. El régimen de poligamia y harenes demandaba colosales cantidades de mujeres, por ejemplo, el califa cordobés Abd al-Rahman III tenía un harén de 6.300 mujeres. Si admitimos que como mínimo 10.000 jerarcas andalusíes (altos funcionarios, mandos militares, clérigos, terratenientes, etc.)  poseían harenes-presidios con el uno por ciento de las de aquél déspota, unas 630.000 féminas padecían cautiverio en los serrallos de al Andalus. Dado que las cifras base son irrealmente bajas podemos sostener que en torno a un millón de féminas estaban confinadas en harenes. Al Andalus fue una inmensa cárcel para mujeres.

 

             ¿Cómo era su vida? La historiografía hispano-musulmana nos ofrece algunos datos. En una ocasión en que el citado califa no quedó satisfecho con una de las confinadas se resarció quemándole la cara con una vela. En otra, al no haber sido contentado según esperaba, ordenó al sayón que le acompañaba que allí mismo cortase la cabeza a la “culpable”. Al parecer, era su costumbre acceder al serrallo en compañía de un verdugo. Imaginemos el ambiente de terror extremo que tenía que darse entre las mujeres cada vez que el déspota llegaba…

 

            La gran mayoría de esas féminas habían sido capturadas en las algaras que el ejército andalusí efectuaba casi todos los veranos. Muy apreciadas eran las vasconas, de manera que en los siglos VIII-X cientos de miles fueron arrancadas de sus familias, apresadas, transportadas hacia el sur, encerradas, vendidas, violadas, golpeadas y en algunos casos asesinadas. Para defender al sector femenino de sus comunidades, los pueblos libres del norte tomaron las armas. En la batalla de Simancas, en el año 939, una coalición de aquellos pueblos infringió una colosal derrota a Abd al-Rahman III. Tal batalla es uno de los grandes momentos de la lucha por la libertad de los pueblos y la libertad de las mujeres de la historia de la humanidad. Por esa victoria las féminas de la península Ibérica (y, muy probablemente, las del resto de Europa) no padecen hoy la forma extrema de patriarcado y terror sexista que sufren las de Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Qatar o Egipto, países hoy dominados por regímenes teofascistas execrables.

 

            En el último tercio del siglo X el califato de Córdoba, para superar su crisis financiera y allegar recursos a las arcas del Estado islámico, organiza año tras año grandes cacerías de mujeres bajo la dirección de Almanzor, luego comercializadas en los muchos mercados de esclavas de al Andalus. De todas sus expediciones la más fructífera fue la de los años 984-985, en que atacó Cataluña, apoderándose de 70.000 mujeres y niñas. En cada una de las cincuenta y seis campañas que realizó entre los años 977 y 1002 capturó miles de féminas. Almanzor es uno de los mayores esclavistas, cazadores de mujeres y genocidas de la historia.

 

            Los pueblos del norte tenían una sociedad en lo esencial sin esclavos y además se organizaban desde la monogamia, lo que les daba una decisiva superioridad, no sólo social, política y económica sino además civilizatoria y moral. Como expongo en el libro “Tiempo, historia y sublimidad en el románico rural”, la cuestión de la mujer, de su libertad u opresión, de su condición y naturaleza, fue principal en el conflicto secular entre el islam andalusí y el norteño orden concejil, comunal y consuetudinario con monarquía. Las miles de representaciones de féminas en los templos medievales son parte del bravo desafío lanzado a los traficantes y mercaderes de mujeres.

 

            El islam sostiene que una mujer vale la mitad que un varón jurídicamente, y que el varón, por imposición del Estado islámico, ha de controlar toda su vida, confinarla en casa y golpearla. Pero el asunto va mucho más lejos. V. S. Naipaul, en “Entre los creyentes”, al estudiar la expansión del imperialismo musulmán a partir de la segunda mitad del siglo VII concluye que su meta era conseguir “tributos e impuestos, riquezas, esclavos y mujeres”. Dicho de otro modo, las mujeres son ante todo botín, una parte de lo que se logra y adquiere por la violencia y la guerra “santa”.

 

            El significado último de esto es que las féminas, en la concepción islámica del mundo, no parecen ser claramente humanas. La tajante diferenciación que establece entre hombres y mujeres, a los que obliga a vivir rigurosamente separados, distingue lo indudablemente humano, o masculino, de lo tenido por dudosamente humano, lo femenino. No es sólo, por tanto, la substancial ausencia de libertad de la mujer en las sociedades islámicas sino que hay otro asunto previo y más importante, el cuestionamiento de su naturaleza y condición de ser humano.

 

            Esto hace que el patriarcado musulmán sea el más severo y rotundo de todos, al incluir dos elementos, el de la condición y el de la libertad, y no sólo uno, como sucede con el patriarcado occidental, que niega la libertad de la fémina sin cuestionar su naturaleza de ser humano, y eso únicamente en sus versión más extremas, como la del código civil napoleónico de 1804, para cuya exacta comprensión hay que tener en cuenta que el déspota corso fue -igual que todos los militaristas, imperialistas y tiranos europeos- un ferviente admirador del islam, lo que recuerda Naipaul en el libro citado.

 

            Hagamos ahora una reflexión sobre las agresiones a mujeres europeas perpetradas en la Nochevieja de 2015 en Alemania. Hasta el momento hay unas 800 denuncias, pero considerando que muchas víctimas se resisten a hacerlo, para no rememorar hechos tan espeluznantes, podemos concluir que sólo han denunciado un tercio, de modo que su número real debe estar en las 2.400. Declaran que fueron rodeadas, insultadas y amenazas, que les arrancaron parte de las ropas y las robaron, que eran golpeadas y arrojadas al suelo, que les sobaban sus partes íntimas y que, algunas de ellas, sufrieron la consumación de la violación. Según cuentan, fue un milagro que ninguna resultase asesinada.

 

            Dado que los violadores actuaban en grupo, si admitimos que eran cuatro por cada mujer asaltada debieron ser unos 9.600. Los hechos sucedieron en las calles y las plazas más céntricas de varias ciudades alemanas, a veces a sólo unos metros de la policía, que se mantuvo indiferente, dejando hacer a los agresores, negándose a atender los gritos de auxilio y terror de las mujeres, que no contaron con más defensa que sus propias fuerzas. La parcialidad hacia los violadores está siendo tal que no llegan a cien los detenidos, un uno por ciento... Durante cuatro días la prensa y televisión alemanas se negaron a informar, aunque se amontonaban las evidencias. Cuando se comenzó a tratar se quiso minimizar la atrocidad, reduciéndolo todo a “incidentes aislados” sufridos por unas cuantas féminas. Pero sobre todo se intentó ocultar que la inmensa mayoría de los agresores eran inmigrantes musulmanes.

 

            Una vez que la presión popular impuso la verdad a los poderes mediáticos comenzó el acoso contra las agredidas. Éstas fueron acusadas de provocar los ataques con sus comportamientos “impúdicos”, miserable proceder en el que se ha significado alguna política alemana, lo que viene a probar que ciertas mujeres están ente los peores enemigos de la libertad de la mujer, al ser acalorados agentes del patriarcado o el neo-patriarcado. Luego, cuando los hechos ya no podían ser tapados, los medios condenaron las agresiones de una forma bastante peculiar, insistiendo sobre todo en que el mal estaba en el “racismo” y la “islamofobia”, de modo que las brutalidades padecidas por miles de féminas quedaban, comparativamente, como un problema menor, e incluso como algo que convenía olvidar para no dar pábulo a la expansión de los verdaderos males, aquéllos. Llama la atención también el silencio y la falta de movilización de las profesionales de la “liberación de la mujer” y de los partidos afines. Este bloque, con su machista actuar una vez más, se ha hecho cómplice por omisión. Es comprensible, pues quienes viven económicamente del Estado están obligados a servirle en sus operaciones estratégicas, sean las que sean.

 

            Hay dos cuestiones que parecen estar fuera de duda. Una que la acción fue planificada y organizada, lo que se deduce del enorme número de agresores implicados obrando coordinadamente y de que sucedieran al mismo tiempo en varias ciudades. Otra, que en esa planificación estuvo implicada la policía, que también en varias ciudades actuó como si hubiese recibido orden de no intervenir, lo que equivale a responsabilizar al gobierno y al Estado alemán. El hecho de que durante los sucesos, tan masivos como espectaculares, la policía no efectuase ninguna detención (empezó a hacerlo varios días después) prueba su implicación.

 

            Estamos, por tanto, ante un asunto en el que han colaborado miles de musulmanes organizados en grupos de acción callejera, la policía que cooperó con su inacción, la prensa y TV que ocultaron y los políticos de todos los colores, que culpabilizaron primero a las mujeres y pusieron luego el énfasis en denostar la “islamofobia”. Los sucedidos de la Nochevieja de 2015 están destapando numerosos casos similares, que llevan acaeciendo desde hace mucho en bastantes ciudades europeas, particularmente en Inglaterra, con las mujeres autóctonas como víctimas de abusos espantosos y habituales, incluidos la esclavización y comercialización de algunas de ellas.

 

Son sucesos que, salvando las distancias de lugar, tiempo, grado y número, recuerdan los masivos forzamientos de mujeres que tuvieron lugar en la guerra civil española, 1936-1939, realizados por las unidades militares islámicas que a las órdenes de Franco combatieron a los republicanos. Aunque es imposible lograr datos precisos, se admite que miles resultaron violadas y cientos asesinadas después por los soldados musulmanes, decisivos para que el fascismo español ganara la guerra civil. Particularmente virulentas fueron las tropas mandadas por el general musulmán de Franco, Mohamed ben Mizzian. La entrega de mujeres formó parte del pacto secreto (hoy bastante bien conocido) suscrito años antes del iniciarse la guerra entre la Falange y el ejército español, por un lado, y el clero islámico norteafricano, por otro.

 

            Avancemos en el análisis del presente. El gran capital alemán y el Estado germano están ahora realizando, por otros procedimientos y en otras circunstancias, la política de Hitler de dominio y conquista. La Unión Europea es el medio, marco y procedimiento de que se está valiendo la gran patronal alemana para apoderarse de Europa. El proyecto hitleriano, como es sabido, consistía en fascistizar primero el Viejo Continente para luego islamizarlo, pues los jefes nazis tenían un plan para hacer del islam la religión oficial del Estado alemán. Hoy, a juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, el proyecto de islamización de Europa es parte integrante del de su fascistización, con Alemania como primer elemento motor. Dicho de otro modo, el gran capital alemán, la misma entidad todopoderosa que impulsó el ascenso del nazismo, está hoy entregada a la promoción del islam en Europa, manifestándose enemigo acérrima de la “islamofobia”, que en el 90% de los casos es meramente fascifobia.

 

            Alemania hoy aplica una forma particular de “Islampolitik”, o política para hacer del islam un instrumento al servicio de sus ambiciones estratégicas. En ello poco hay de nuevo, pues aquélla tiene más de un siglo de existencia, siendo anterior al nazismo, aunque fue éste quien la perfeccionó decisivamente y la concretó para su uso en el interior del país. Con Ángela Merkel como presidenta del gobierno la actual expresión de la “Islampolitik” está dando avances decisivos, etapa tras etapa.

 

            En este marco los sucesos de la Nochevieja de 2015 encuentran su oculta significación. La demonización más allá de toda medida de la “islamofobia” se pone en evidencia en su uso para cerrar las bocas de las mujeres golpeadas, agredidas y violadas, a las que, invocándola, se fuerza a callar, a resignarse y a tolerar. Tan lejos se ha llegado por este camino que algunos interpretan la consigna sobre el “mestizaje” en su sentido más abiertamente biológico, como una conminación a las mujeres europeas a ser sexualmente “permisivas” con los varones de otras etnias. En efecto, ente líneas se lee en numerosos textos sobre estos sucesos que lo que se esperaba de ellas, para no incurrir en “islamofobia” ni en “racismo”, es que se dejaran forzar y violar, sin resistir y sin luego denunciar…

 

            Las mujeres, ni las europeas ni ninguna, pueden ser botín de nadie ni moneda de pago de tenebrosos pactos secretos. La afirmación de su libertad completa, autonomía rampante y humanidad plena ha de realizarse por medio de la acción prácticas de resistencia, denuncia y lucha. La oposición al patriarcado, sea cual sea su origen y se base o no en prejuicios religiosos, ha dejado de ser una tarea del pasado para hacerse súbitamente en Europa lucha urgentísima del presente. Quienes han llevado a las mujeres europeas del patriarcado al neo-patriarcado en nombre de “la liberación de la mujer” se disponen a sepultarlas ahora en las formas más horribles de paleo-patriarcado. El proyecto para crear una Unión Europea imperialista, militariza, globalizada y más agresivamente capitalista que promueve Alemania contiene la exigencia de liquidar los elementos positivos de la cultura europea, a fin de fundar una “nación” europea nueva (en el peor sentido del término) que lleve a sus féminas a una situación parecida a la de Irán o Arabia Saudí. Eso demanda intimidarlas, obligarlas a estar encerradas en casa, imponerlas el “decoro”, golpearlas y violarlas, que ha sido lo acaecido en la pasada Nochevieja, conviene recordarlo, bajo la dirección de una mujer, Ángela Merkel. Hay en ello una esencial refutación del sexismo.

 

            Combatir ese proyecto de regresión al peor patriarcado debe ser tarea de todas las gentes que habitan hoy Europa, sin distinciones de raza, credo, ideología o sexo. Hay que ir forjando una sólida unidad popular para romper el espinazo al proyecto involutivo del gran capital y el Estado alemanes. Primordial es que los musulmanes de buena voluntad se unen a esta lucha, en pro de la libertad de las mujeres, de todas ellas, de las europeas tanto como de las inmigrantes, contra el capitalismo e imperialismo alemán, por la revolución. La gran revolución que Europa necesita la tienen que hacer los pueblos europeos, sus clases populares tal y como ahora existen a consecuencia de la mundialización y de sus colosales movimientos de población. Porque no hay revolución sin participación de las mujeres en primera línea, del mismo modo que no puede construirse una sociedad libre y autogobernada sin que la libertad integral de las mujeres sea componente fundamental de la libertad total.

sábado, 9 de enero de 2016

¿ESTAMOS EN LA EDAD DE ORO DE LOS BOSQUES IBÉRICOS?

 
         Los datos institucionales sobre la extensión de la superficie forestal en nuestro país no pueden ser más optimistas… ni más taimados. Hemos pasado, dicen, de 13,8 millones de hectáreas en 1990 a 18,4 en 2015, un incremento del 36% en 25 años. En los últimos 15 han sido repobladas 1 millón de hectáreas, de las que 700.000 son tierras agrícolas, siendo el segundo Estado europeo por la extensión de los espacios arbolados, tras Suecia. Hay ya 17.800 millones de árboles, unos 387 por persona. ¿No es maravilloso?
 
         Ello es coincidente con lo que está sucediendo a nivel mundial, pues las masas arbóreas están disminuyendo en las áreas tropicales y también, aunque menos, en las boreales, y ampliándose en las templadas económicamente desarrolladas.
 
         ¿Dónde está la trampa?
 
         Para comenzar, en las especies utilizadas y en la condición de esos supuestos nuevos “bosques” que, en su inmensa mayoría son sólo plantaciones forestales con especies de crecimiento rápido, coníferas, eucaliptos y chopos. En el arbolado hoy existente las diversas variedades de pinos son el 32% y el eucalipto el 3,5%, cifras equivalentes a la de los quercus (encinas, robles, quejigos, etc.), el 36,5%. En un cajón de sastre denominado “Otros”, el 11%, se ocultan púdicamente los chopos, otro cultivo forestal. Si las instituciones no consideran “bosque” al olivar ni a los cítricos ni a los frutales de hueso, ¿por qué sí a los plantíos forestales?
 
         No acaba ahí la manipulación. Aquellas cifras miden lo que hay ahora, que poco tienen que ver con lo que se ha estado haciendo en los últimos decenios. Los datos de, aproximadamente, hace 25 años señalan que coníferas, chopos y eucaliptos constituyen la abrumadora mayoría de las “especies repobladas en España”, quedando para la totalidad de las “otras especies” un raquítico porcentajes, el 2,4%[1]. Esto quiere decir que, de no haber transformaciones sociales radicales, el bosque ibérico quedará no en demasiado tiempo reducido a su mínima expresión a favor de los cultivos forestales.
 
         El aún real predominio de los quercus se realiza hoy con masas boscosas abandonadas, en regresión y con buena parte de los arboles envejecidos, además de enfermos. En unos decenios, la gran mayoría de las formaciones arboladas serán sembradíos forestales, bosques de pega, perjudiciales para el ciclo hidrológico, la calidad de los suelos, el clima, la biodiversidad y el paisaje. Asistimos no a un incremento de los montes naturales sino a su paulatina sustitución por colosales plantaciones que muy poco tienen en común con las verdaderas florestas de las áreas templadas, no sólo con los bosques primarios, ya casi inexistentes en Europa Occidental, sino tampoco con los secundarios, aquellos que fueron talados y luego se regeneraron.
 
         Hay que tener mucha desfachatez para presentar como “bosques” los hórridos pinares de repoblación, los lúgubres eucaliptales o las ramplonas choperas que degradan, erosionan, secan, acidifican, saharizan y afean cada vez más extensas áreas peninsulares. Incluso cuando conforme al  Programa de Forestación de Tierras Agrarias se han puesto encinas, en muy pocos casos pues los pinos prevalecen, ¿podemos llamar “bosques” a esos desdichados conjuntos de arbolillos alineados, simétricos e idénticos?
 
         Un monte templado tiene lo que ahí no se encuentra, cuatro niveles o estratos: arbóreo, arbustivo, lianoideo y herbáceo, e incluso un quinto, el de los hongos y tubérculos. Es multiespecífico en cada uno de ellos, y mantiene una fauna no menos rica y diversa, dándose una interacción entre todos sus componentes, que se constituyen como un todo. A ese todo se le denomina bosque.
 
         Las plantaciones forestales no cumplen las funciones propias de los bosques, o lo hacen de manera mínima respecto a alguna de ellas. No, o apenas, crean lluvia, no producen humus, no atemperan el clima. Dañan los suelos al acidificarlos, secando además arroyos y manantiales (los eucaliptos en particular). No producen frutos para la fauna, o estos son exiguos, arrasan la biodiversidad y su madera es de baja calidad, sin más utilidad que servir de materia prima a, sobre todo, las papeleras y la industria del tablero. Inicialmente, fijan anhídrido carbónico pero la corta, completa o parcial, de esas plantaciones deja sus suelos entregados a la erosión y cada vez menos aptos para ser arbolados. Así se crea una tendencia al descenso de la masa vegetal total, por tanto, al acrecentamiento de los gases de efecto invernadero. El declive de los bosques es al mismo tiempo causa principal y consecuencia del cambio climático.
 
         Esto en lo cuantitativo. En lo cualitativo hay todavía menos razones para el optimismo, pues los bosques auténticos padecen una situación más y más alarmante.
 
         Los quercus están afectados por la “seca”. El rigor y la enorme duración de la sequía estival en condiciones de descenso de la capa freática hacen que muchos encinares y chaparrales viren hacia el color marrón al final del verano por estrés hídrico. Se recuperan con las lluvias del otoño-invierno pero la disfunción padecida casi año tras año les va debilitando. El abandono de las labores tradicionales en las dehesas y montes coopera en que las glandíferas estén en regresión. El color crecientemente enfermizo de los abetos pirenaicos no anuncia nada bueno. Hasta no hace demasiado los hayedos llegaban a los Montes de Toledo pero hoy se están apagando en el Sistema Central, al no poder resistir los abrasadores y larguísimos veranos ocasionados por el cambio climático. Algo similar sucede con los abedules, que sobrellevan grandes calores si los suelos tienen humedad, justo lo que ahora falta. Los alisos, esos prodigiosos árboles fijadores de nitrógeno con sus raíces, demandan corrientes de aguas permanentes pero estas, ¡qué dolor!, son cada vez más escasas. Las dos especies de tilos propias de la península Ibérica, tras ser prácticamente liquidadas en sus áreas naturales por la monomanía de la pinificación productivista, sobreviven escasos por barrancos y cortadas. Éstos y las hayas quizá sean los más aptos para producir lluvias y crear agua, de manera que su decadencia manifiesta lo acelerado de la marcha hacia la aridificación y desertificación de la península Ibérica.
 
         Se presume de haber solventado el problema de la lluvia ácida, lo que al menos parcialmente es cierto, pero nada se dice de la contaminación por metales pesados. El ozono troposférico, producido en las metrópolis, y el agujero de la capa de ozono, creciente a pesar de los sermones optimistas que nos endosan, militan contra el buen estado del arbolado. Las plagas de insectos proliferan con el ascenso de las temperaturas y la decadencia de las poblaciones de aves y murciélagos, de manera que los bosques sufren más que nunca sus embestidas. Una expresión inequívoca de la mala salud de los montes es el incremento del índice de defoliación de los árboles, que todos los estudios realizados desde hace cuarenta años detectan. La creciente pérdida de hojas manifiesta su pérdida de vitalidad. Se admite que el 25% de los árboles están enfermos, cifra demasiado optimista, por desgracia.
 
         La inmoral pirotecnia verbal del Estado al anunciar que el problema de la desertificación está siendo “resuelto” se dirige a atraer la confianza de las multitudes hacia las instituciones, mostrando que desde ellas todas las dificultades pueden ser superadas. Que eso sea una colosal impostura y que, en realidad, el bosque digno de tal nombre esté ahora desapareciendo, con todo lo que ello lleva aparejado de terrible y temible, dice muchísimo acerca del tipo de sociedad en que vivimos.
 
         ¿Qué podemos hacer?
 
         Así las cosas, lo primero es mantener la serenidad. La situación es difícil pero no desesperada, estando obligados a presentar propuestas transformadoras. Tenemos que confiar en que sea la iniciativa popular, autogestionaria, creativa y revolucionaria, la que vaya estableciendo remedios, parciales y totales.
 
         Lo previo es el reconocimiento informado y razonado de la situación, conforme al criterio de objetividad y verdad. Hay que profundizar en las causas del proceso de sustitución de los bosques por los plantíos forestales. La vida urbana y las ciudades, en tanto que espacio físico del ente estatal y la gran empresa multinacional. Los intereses estratégicos de los Estados de la UE, que en este asunto se manifiestan en la PAC (Política Agraria Común) y en la legislación medioambiental que los ecofuncionarios bendicen. La noción de “bienestar” en tanto que sinónimo de consumo creciente y despilfarro. La acción de los cuerpos de altos funcionarios, en particular del de ingenieros de montes, culpable desde el siglo XIX de la destrucción planeada de nuestras masas forestales ancestrales[2]. Es necesario considerar críticamente a la agricultura y sus productos (cada día más degradados y deletéreos, por lo demás), promoviendo el consumo de hierbas, plantas y frutos silvestres, no como curiosidad o anécdota sino para que pasen a ser un porcentaje elevado de nuestra dieta y una parte conspicua de nuestras medicinas.
 
         Las causas del mal son tan principales, al formar parte de lo más esencial del sistema de dominación social, que no admiten pequeñas reformas ni cómodas frivolidades ni fáciles optimismos. Revertir el proceso de liquidación del bosque exige una revolución política y económica. Precisamente, la enorme gravedad de la situación medioambiental está ayudando a tomar conciencia de que en el seno del actual sistema no hay futuro para los montes ibéricos.
 
         Al mismo tiempo que establecemos denuncias estratégicas y formulamos un programa realista de transformación integral de la sociedad, que es lo más importante, tenemos que ir desarrollando iniciativas parciales. Éstas ni de lejos pueden resolver el problema en su conjunto pero están en condiciones de, al menos, paliarlo. Hay que ampliar y generalizar los trabajos de forestación, que ya están haciendo pequeños colectivos, asociaciones, grupos de amigos, familias e individuos. Es necesario multiplicar las iniciativas, la creatividad y el esfuerzo en este magnífico quehacer.
 
         Es apropiado que la crítica de la ciudad vaya unida a su abandono voluntario para constituir comunidades de nuevos pobladores rurales. Conviene que se haga de manera consciente, como ruptura con un estilo enfermo y podrido de vida para originar otro que contribuya no sólo a la recuperación del medio natural sino a la constitución de una nueva sociedad y un nuevo ser humano capaz de revolucionarizarlo todo conservando al mismo tiempo todo lo que merezca la pena del pasado, los bosques entre ello.
 
         No, no vamos a admitir la saharización de la península Ibérica. En un lapso de tiempo prolongado pero no excesivo, entre 50 y 100 años, vamos a lograr la regeneración de los bosques, el retorno de los arroyos, el ascenso de la biodiversidad, la reversión del cambio climático. Esto forma parte de lo nuclear del proyecto y programa de revolución integral, y lo podemos realizar.
        
 


[1] En “100 árboles y arbustos fáciles de ver”, J.A. López-Sáez y J. Vega, 1995.
[2] Viles son las declaraciones de, por ejemplo, Luis Gil, ingeniero forestal y catedrático, sobre que “nunca ha habido un momento mejor para los montes”. Lo cierto es que nunca ha existido un momento mejor para el Estado y la gran empresa, al lograr imponer sus intereses en este asunto casi sin oposición, pero para los bosques de verdad estamos en la antesala de su práctica liquidación en la península Ibérica.