Quienes consideramos con particular simpatía
la lucha del pueblo mapuche (comunidad humana singular que se sirve de la
lengua mapudungun, existente desde mucho antes de que los europeos arribasen a
América), oprimido sangrientamente por los Estados de Chile y Argentina,
seguimos con desasosiego la “desaparición” en el pasado mes de agosto de
Santiago Maldonado, en el marco de un operativo de la policía argentina contra
Resistencia Ancestral Mapuche, en pie para rechazar el encarcelamiento de
Facundo J. Huala, un respetado dirigente de ese pueblo.
Huala
ha declarado que los mapuches se movilizan para que el aparato de poder
argentino no les mate “como ratas”,
culpando de la actual situación, también de la no-aparición de Maldonado, a la
ministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri, Patricia Bullrich. Ella
es quien está promoviendo una campaña de desinformación, difamación, amenazas y
represión contra los mapuches, particularmente virulenta e inmoral, que amplía
a quienes les dan respaldo. Ella y las féminas que forman parte de su equipo,
las cuales en nada se diferencian de sus colegas varones en su furor racista y
exterminacionista contra un pueblo que padeció, desde el siglo XVII, el
colonialismo español, y luego la inquina facinerosa de los Estados que
surgieron de la independencia, realizada conforme al patibulario proyecto
político continental de Simón Bolívar. Porque el bolivarianismo es racismo, es
aniquilación de los pueblos indígenas, entre otras muchas injusticias sociales
e individuales.
Los
mapuches en Argentina son unos 210.000, de los cuales algo más de la mitad son
féminas. Éstas, que manifiestan una impar combatividad en la defensa del
derecho de su pueblo a ser y existir, son víctimas favoritas del terrorismo
policial. Por tanto, en última instancia resultan agredidas regularmente por mujeres,
la citada Patricia Bullrich y su equipo ministerial y policial, en el que hay
una cierta porción de féminas. Llama la atención que la anterior presidenta del
país, Cristina Fernández, exponga ahora que “se solidariza” con los mapuches y
que “exige” la reaparición de Maldonado, ella que ha sido durante años
bravucona acosadora de aquel pueblo indígena. Engañar y hacer demagogia está
mal, también si lo hacen mujeres.
Entre
una y otra lo cierto es que han ido acumulando presas y presos políticos
mapuches en las cárceles de Argentina. O sea: mujeres contra mujeres. Mujeres
con poder contra mujeres sin poder. Conozco algo a las mapuches, que son
magníficas, lo que me permite concluir que la actividad de la ministra Bullrich
y su equipo debe calificarse de feminicidio.
Se
puede argüir que eso sucede porque el gobierno argentino es de derechas. Miremos,
para aclarar esto, hacia Chile, donde los mapuches son 1.500.000. Allí el
gobierno de la izquierda presidido por una fémina, Michelle Bachelet, que tiene
a diversas mujeres en carteras ministeriales, ha ido promulgado desde 2014, año
en que accedió a tan alta magistratura, leyes y normas de diversa naturaleza,
perjudiciales y agresivas contra el pueblo mapuche. Las 780.000,
aproximadamente, mujeres mapuches que viven en Chile han padecido el odio
racista de las féminas de izquierda participantes en el gobierno de ese país.
De nuevo estamos ente un
conflicto que enfrenta a mujeres contra mujeres. Féminas del Estado y el
gobierno contra féminas del pueblo. Y no sólo eso pues, retornando al caso
argentino, la señora Bullrich es, con seguridad, la responsable del secuestro y
asesinato por la policía de un varón, el citado Santiago Maldonado, y de muchos
otros, mapuches, que regularmente son matados impunemente por las fuerzas
represivas, o en el mejor de los casos encarcelados, como Huala. Así pues,
puede hablarse de una violencia de máximo nivel ejercida por mujeres contra
varones.
Hay
muchísimos más casos. La jefa de facto de Birmania y Premio Nobel de la Paz (?),
Aung San Suu Kyi, apoya y justifica el genocidio que el Estado birmano y el
clero budista de dicho país están efectuando contra la minoría rohingya, de
religión musulmana. Según algunos analistas es ella el cerebro de esa
aterradora operación de exterminio, que hace que decenas de miles de hombres,
mujeres y niños encuentra la muerte en condiciones atroces, a menudo después de
maltratos y torturas escalofriantes. En este caso no se cumple el veredicto
sexista de que lo masculino es, por naturaleza, violencia y lo femenino, por sí
mismo, amor…
Tampoco
resulta aplicable a otro caso particular, que siete países europeos tengan, en
el presente, a mujeres presidiendo el ministerio de Defensa: Italia, Alemania,
Eslovenia, Albania, Noruega, Holanda y España. El máximo cargo estatal para la
militarización de la vida social lo ejercen, por tanto, féminas. Son ellas las
que están desarrollando la nueva política belicista de la Unión Europea,
dirigida a elevar el gasto militar explicitó hasta el 2% del PIB, para relanzar
en todo el mundo el neocolonialismo occidental. Así pues, la lucha
antimilitarista en Europa ha de dirigirse, en lo referente a la denuncia de las
personas involucradas, contra mujeres. El sexismo institucional presente a esas
siete féminas como un ejemplo a celebrar de “poder femenino” pero lo cierto es
que se trata de militarismo vulgar y corriente, aplicado por mujeres dotadas de
un poder colosal, ellas y sus numerosas colaboradoras, expertas, generalas,
etc.
No
hay que olvidar que los pueblos europeos están sometidos al dictado de una
mujer maquiavélica, inmoral y totalitaria, Ángela Merkel. Allí donde Hitler
fracasó ella está triunfando, siendo tan racista, militarista, estatolátrica y
devota del capitalismo como el jefe nacional-socialista aunque de otra forma.
Europa es hoy feudo de Alemania gracias a su depravado obrar.
Lo
cierto es que cada vez hay más mujeres agresivas y violentas. Mujeres que
golpean y matan a otras mujeres. Que asesinan a hombres. Que se sirven de la
inicua Ley de Violencia de Género para presentar denuncias falsa, mandando a
sus parejas a la cárcel y quedándose con los bienes comunes. Que satisfacen sus
impulsos sádicos atormentando a ancianas y niñas, a ancianos y niños. Que
siendo policías han de responder de acusaciones de malos tratos y torturas,
cientos de casos cada año en la UE. Que se incorporan a los ejércitos y cuerpos
policiales, en los que ocupan rangos y empleos cada vez más elevados,
participando como mandos y tropas en todas las guerras hoy activas, donde sus comportamientos
no son ni compasivos ni afectuosos. Hoy el ejército imperial por excelencia, el
de EEUU, que es la fuerza número uno en la defensa y expansión planetaria del
capitalismo, depende en buena medida de las mujeres, en particular de las de
etnia negra, que se están enrolando en masa. La responsabilidad de Hillary
Clinton en la ideación, planificación y constitución del Estado Islámico es incuestionable,
de donde ha resultado la más terrible máquina para esclavizar, mercantilizar, torturar
y ultimar a mujeres del último siglo. De nuevo, mujeres contra mujeres, aunque
en este caso sea con varones matones e ignominiosos interpuestos, los cuales en
lo más decisivos son un instrumento de la señora Clinton y sus socias/socios…
Mirando
un poco más hacia lo más próximo nos encontramos con que son varios los grupos
de extrema derecha en Europa que tienen a féminas como caudillas y jerarcas, en
algunos casos dando órdenes a dóciles varones atiborrados de tatuajes fascistas.
En los partidos de derechas hay un gran plantel de mujeres, las cuales en
general tiene más nivel intelectual y más capacidad de acción independiente que
en los de la izquierda, lo que se explica porque en los primeros los prejuicios
paternalistas y neo-patriarcales son menos intensos y por ello menos
feminicidas. Cada vez más se dan en la vida política enfrentamientos de mujeres
contra mujeres, que en ocasiones son notablemente virulentos, con insultos
groseros, violencia verbal y amenazas mutuas. Se tiene la sensación que el
número de las mujeres profesionales de la política y la administración estatal
encausadas por corrupción es, proporcionalmente, mayor que el de los varones.
La derecha española
prepara a una de las suyas, Soraya Sáenz de Santamaría, para ser la primera
mujer presidenta del gobierno español. Con ello continúa la línea seguida hasta
ahora por aquélla, que ha logrado que mujeres de la derecha hayan ido ocupando
cargos políticos claves con naturaleza inaugural: la primera presidenta del
parlamento, la primera secretaria general de un partido con millones de votos,
la primera alcaldesa de Madrid, la primera secretaria general del CNI (Centro
Nacional de Inteligencia), etc., etc., etc. Dicho de otro modo, las mujeres,
algunas de ellas, sirven excelentemente al Estado, son magníficas como
dominadoras y opresoras, de ahí que asciendan en tan gran número a puestos y
cargos decisivos. Es seguro que en pocos años éstos estarán ocupados
mayoritariamente por mujeres. Que el 55% de los estudiantes universitarios sean
féminas contiene en sí tal desenlace.
El
número y proporción de mujeres empresarias, capitalistas, burguesas,
explotadoras, aumenta año tras año, considerando que dos de cada tres personas
que emprende negocios en el presente son féminas. No llegan, todavía, al 50%
pero se aproxima con rapidez. Esto está refutado el chovinismo sexista de un
modo irrebatible, pues cada vez más féminas (quizá millones ya) han de padecer
penosas condiciones laborales impuestas por otras mujeres, sus encargadas, acaudaladas
y dueñas. En las empresas la pelea diaria entre féminas se hace más intensa,
mujeres jefas contra mujeres asalariadas, y viceversa.
Un
aspecto de la lucha de clases en la compañía capitalista feminicida merece la
pena resaltar. Es la persecución que las jefas y altos cargos femeninos someten
a las mujeres que son madres y, sobre todo, a las que desean serlo. Una parte
quizá mayoritaria de las féminas que se suicidan cada año lo hacen porque no
pueden satisfacer su anhelo, que es también biológico e incluso reptiliano, de
ser madres, por la represión del deseo materno y demonización de la sexualidad
reproductiva que lleva a efecto la gran empresa, por si y a través de las
numerosas jaurías mediáticas y callejeras que financia, bellaca actividad para
la que se sirven cada día más de mujeres. De nuevo mujeres contra mujeres.
Lo
cierto es que la lucha de clases está prevaleciendo sobre la lucha de los
sexos. No debe entenderse aquélla como única y principalmente pugna económica
sino como el conflicto universal entre los sujetos que tienen poder y los que
no, entre los dominadores y los dominados, los mandantes y los mandados, los
libres y los sometidos. En esa decisiva confrontación las mujeres están en uno
y otro bando, como es lógico. Mujeres que forman parte del clan de los
expoliados y otras, muchas menos, que son un componente de los expoliadores.
Féminas que ejercen la tiranía sobre los pueblos y mujeres que, al formar parte
de esos pueblos, soportan el severo yugo de las mujeres (y varones) dominadores.
Durante
decenios se ha sostenido desde las instituciones del Estado que los hombres son
un compendio repulsivo de maldades y las mujeres una síntesis inmaculada de
bondades. Ello ha sido elaborado por personalidades averiadas, como Simone de
Beauvoir[1], hace ya
mucho tiempo. Es verdad que el viejo patriarcado, al confinar a la mujer en el
ámbito de lo privado, hacía posible que, en tanto que mera ilusión óptica, los
varones aparecieran como responsables de todo el mal del mundo y las féminas
como sus víctimas. Pero la desarticulación de ese tipo de patriarcado, que se
viene haciendo desde los años 60 del siglo XX en Occidente, ha empujado a las
féminas a un número cada año mayor de puestos y empleos de responsabilidad,
poder, dominio y mando, de manera que su pretendida esencia diáfana e
intachable se ha ido manchando y contaminando.
En
el libro “Feminicidio, o
autoconstrucción de la mujer”, del que soy coautor, se anuncia que el
sexismo femenino, alentada desde el poder constituido, tiene los días contados,
debido a los cambios sociológicos que están teniendo lugar en la base de la
sociedad, con la masiva incorporación de mujeres a la vida extra-doméstica.
Ello convierte a una minoría de éstas en activas integrantes de la dictadura y
el poder/poderes constituido, y a la gran mayoría en víctimas, en oprimidas por
otras mujeres, las con poder, además de los hombres que comparten con aquéllas
los privilegios clasistas.
De
esa manera, la retórica sexista hostil al varón pierde su supuesta base
objetiva y, con ello, su aparente realismo. Pero más aún la pierde las
invocaciones a “las mujeres”, que presenta a éstas como un colectivo singular y
homogéneo, pretendidamente situado al margen de las estructuras políticas de
dominadores/dominados y más allá de la lucha de clases, existiendo en un limbo ilusorio.
El libro citado se editó en 2012 y en los cinco años que han transcurrido lo
que en él se comunica a partir del análisis del fenómeno patriarcal se está
cumpliendo. En muy pocos años más el proceso se habrá realizado en su
totalidad.
Eso está trasladando la lucha de clases al interior de la comunidad
mujeril, cada vez más dividida, polarizada y enfrentada. El antagonismo entre
mujeres opresoras y mujeres oprimidas llegará a ser decisivo en poquísimos
años, arrumbando lo poco que todavía tiene consistencia del avieso discurso
sexista. Cada vez más las mujeres (y los hombres) de las clases modestas se
están percibiendo como víctimas del obrar despótico de las mujeres (y los
varones) con poder.
El aspecto más interesante de ello es
que libera la mente de las mujeres de las clases populares de los prejuicios
sexistas y las une, por necesidad, con los varones de su misma condición, para
resistir a los viejos y nuevos opresores, a las viejas y nuevas mandamases. Eso
es muy bueno para el proyecto y programa de la revolución. Permitirá, al mismo
tiempo, el florecimiento de relaciones renovadas y mejoradas de afecto, cariño,
respeto, amor y erotismo entre mujeres y hombres. Quienes han sido artificiosa
y maquiavélicamente enfrentados en los pasados decenios tienen ahora ante sí la
posibilidad de reencontrase y reconciliarse. Eso será una colosal mejora, un
renacer de la vida colectiva e individual en una sociedad, como la nuestra,
envilecida por la soledad y el desamor
[1]
Interesante es el escrito de Lucian Valsan, “Simone de Beauvoir: nazi, pedófila y misógina”, aunque nada hay en
él que no se conociera desde hace mucho, en particular su desquiciada
misoginia, su odio oceánico a lo femenino, como queda expuesto críticamente en
mi libro, antes citado. Y lo mismo puede sostenerse de su adhesión al nazismo
en los años de la ocupación de Francia por Hitler, posteriormente negada por
ella con la mayor desvergüenza. Por eso en su ideología y grey se unifican lo
misógino, convenientemente reelaborado, y lo nazi.