miércoles, 25 de diciembre de 2013

INFIERNO CONVIVENCIAL



La sociedad actual, monstruosa y aberrante, y el sujeto ya apenas humano que la forma, maximizan el desencuentro permanente, la frialdad emocional, la descortesía teorizada, el conflicto diario, la soledad patológica, el odio mutuo y el desamor universal. Hay una hostilidad e incluso violencia en auge de unos seres humanos contra otros, que está llevando al derrumbe psíquico y somático de porciones crecientes de la población, empujadas a la enfermedad mental, a la decrepitud física y al dolor anímico que provienen de no querer a nadie y no ser queridos por nadie.

Todo ello demanda formular que una de las metas del programa de la revolución integral sea el derrocamiento revolucionaria de la sociedad actual, o infierno convivencial, con el fin de que exista libertad para el afecto, la convivencia y el amor, dado que hoy sólo la hay para el aborrecimiento y la pugna interpersonal, la soledad y el desamor.
        
Los ilustrados dieciochescos crearon el “homo oeconomicus”, Adam Smith sobre todo, el cual se satisface y realiza con la riqueza material. Esta formulación, decididamente burguesa, está en la base de los proyectos “emancipadores” de naturaleza obrerista y social urdidos en el siglo XIX y todavía vigentes aunque ya en su fase final. Significa que el ser humano tiene necesidades materiales pero no necesidades espirituales, entre ellas la de convivir con sus iguales recibiendo y dando afecto. Esto es muy desacertado, y además monstruoso e inhumano.
        
La cosa es, asimismo, chusca pues Adam Smith y demás próceres del economicismo se referían a cuestiones militares, no a la existencia cotidiana del sujeto común. Su meta era una sociedad de riqueza material máxima a fin de que Inglaterra pudiera armar una enorme flota de guerra que le diera la hegemonía planetaria imperialista, como así sucedió. Al mismo tiempo, esa sociedad tenía que ser de miseria convivencial y espiritual, para construir al sujeto dócil -por solitario y desestructurado- que obedece y se somete a las instituciones estatales que le tiranizan y a los empresarios que le explotan.
        
Hoy se ha realizado la sociedad con que deliró T. Hobbes, vehemente partidario del despotismo del Estado. Ya cada ser humano es un “lobo” para los demás seres humanos, y lo que padecemos es “la guerra de todos contra todos” con el ente estatal (cada día más policiaco, funcionarial, tecnologizado, militarizado y poderoso económicamente) vigilando y castigando a esta inmensa horda de infra-seres que se ignoran y se agreden, la sociedad actual.

A más desamor más Estado. A más desamor más debilidad e impotencia del sujeto, y menos lucha por la libertad y menos libertad.
        
La hostilidad de unos contra otros toma un sinnúmero de formas. Se trata a los iguales sin respeto, sin cortesía, sin humanidad, sin hermandad, sin afecto salido del corazón, considerándolos como causa de utilidades para el ego y nada más, cuando no como presas a las que parasitar y expoliar. Se agrede a los demás con el desaliño personal, con la palabra agria y descompuesta, con la “sinceridad” que sólo ve en el otro lo negativo, con el chismorreo demoledor, con la “espontaneidad” que niega el autodominio necesario para que la convivencia sea, con la astucia y el maquiavelismo que concibe al igual como criatura a la que rapiñar y saquear.
        
La pérdida de las capacidades relacionales y convivenciales es una de las patologías más aterradoras de la sociedad actual. Ya no hay un lenguaje del afecto, ni un saber estar en la convivencia, ni una voluntad de hacer la existencia más agradable a los otros, ni un deseo de servir desinteresadamente, ni un saber escuchar, ni un negarse a sí mismo por el bien de los iguales. Todo ello se tapa con fórmulas muertas de urbanidad, sonrisas que son meras muecas cuando no herramientas de mercadotecnia y un uso abusivo en ciertos sectores del vocablo “amor”. Es más, las poquísimas personas que todavía resultan capaces de expresar en actos su afecto son recibidas con desconfianza y recelo, pues se considera tal manera de ser como una argucia dirigida a alcanzar no sé sabe que metas secretas…
        
En tal situación hay que proclamar con la pertinente solemnidad e incluso prosopopeya que el ser humano tiene necesidades afectivas y emocionales, que éstas son imprescindibles para su realización como persona y que si no las satisface enferma, del alma y del cuerpo, y enloquece. E incluso se quita la vida. Así es, pues la gran mayoría de los miles que se suicidan cada año lo hacen al no satisfacer sus apremiantes necesidades de cariño, compañía y erotismo, más que por pobreza material.
        
Una vida sin afectos no es una vida humana propiamente dicha sino una infra-vida en la que la persona queda entregada al peor y mayor de los sufrimientos, la ausencia de amor y de amor al amor.
        
Han sido aniquiladas en su casi totalidad la amistad, la simpatía, el compañerismo, la camaradería, la vecindad[1], la cordialidad, el sexo como erotismo (o sea, con expresiones mayores o menores pero perceptibles de amor), el enamoramiento, las relaciones de familia, la alegría de estar juntos, el hacer de uno mismo una obra de arte ofrecida desinteresadamente a los iguales, la capacidad para realizar tareas colectivas, la vida asociativa no jerárquica y casi cualquier forma del “nosotros”. Se ha esfumado la simpatía en el mirar, la comprensión en el estar, la elegancia en el mostrarse y la gracia en el contar. Apenas queda capacidad de reír unidos ni de de estar juntos en los malos momentos. No hay ya ritos convivenciales, trabajos en común, encuentros realmente amorosos, fiestas en las que el mutuo afecto, y no el alcohol y las drogas, sea lo decisivo.
        
Hemos sido despojados de una percepción cardinal de la condición humana, aquélla en la que el otro aparece como amigo en actos y no como enemigo. Por eso estamos tan enfermos. Por eso somos tristes hasta lo lúgubre, aburridos hasta lo tedioso, egocentristas hasta lo disfuncional[2], vacios y superficiales hasta lo grotesco. Somos (fuimos) ricos materialmente pero en todo lo demás, en lo que afecta a la vida del espíritu, somos paupérrimos. Y esto nos está, literalmente, matando[3].

En el actual desierto relacional e infierno convivencial no queda apenas nada más que ruinas y cenizas, entre las que deambulan criaturas solitarias, cada vez más degradadas del cuerpo y del espíritu, sometidas a grados descomunales de tristeza, malestar, angustia, ansiedad, depresión y otras varias formas de sufrimiento anímico, lo que ahora se llama “dolor de vida”, que el sistema trata con antidepresivos, cuyo consumo ¡se está doblando cada diez años! En particular, las mujeres han sido hechas consumidoras compulsivas de píldoras contra la desesperación, ocasionada por ser forzadas a vivir una vida que: 1) no es humana, 2) no es apropiada en absoluto para las mujeres, la del actual régimen neo-patriarcal.
        
Cada vez más personas están indisponiéndose psíquicamente, enloqueciendo, por causa del agravamiento del conflicto interpersonal y la pérdida de las prácticas, saberes y capacidades relacionales. Alcanzado un determinado porcentaje de sujetos disfuncionales por ruina de su estabilidad psíquica debido a la represión de las necesidades afectivas y relacionales (lo que incluye la persecución, cada día más feroz, del erotismo heterosexual) la sociedad difícilmente podrá mantenerse, pues no habrá recursos humanos ni medios materiales para atender a tantos seres incapaces, disminuidos o enfermos. Esta es una de las causas profundas de la actual crisis económica de Occidente, que ni vislumbran los maníacos del economicismo.
        
La soledad produce pánico, y el pánico hace perder el juicio. Y el enloquecimiento, cuando como hoy es crónico, enferma. También el cuerpo, no sólo la mente. Un buen número de dolencias corporales nuevas cada día más comunes y que hasta hace unos decenios eran rarísimas sólo pueden explicarse a partir de las formas antinaturales de existencia que el actual sistema de dictadura impone al ser humano de las clases populares, en primer lugar la soledad, el odio mutuo y el desamor.
        
Una mente enferma crea un cuerpo enfermo. La naturaleza ha hecho al ser humano para la relación y la convivencia pero el actual sistema le condena a la incomunicación y la represión de su afectividad: de ese conflicto proviene hoy una parte mayor de la degradación física y psíquica de la especie.
        
La destrucción de la existencia hermanada con conversión del individuo en un sujeto asocial incapaz de amar está en el centro mismo de las revoluciones liberales, siendo uno de los puntos decisivos de su programa, quizá el más decisivo. En el proyecto liberal sólo hay dos actores, uno es el Estado hipertrófico (y su criatura, el capitalismo), el otro es el sujeto común atomizado y aislado, expulsado a pesar de sí mismo de todas las formas preexistentes de convivencia, sociabilidad, juntas o asambleas de los iguales y sistemas comunales de trabajo, siempre asociados a fiestas convivenciales. Está solo frente al ente estatal y por eso mismo desasistido y débil de manera máxima, impotente para resistir y mucho más para derrocar al nuevo Estado invasivo, totalitario e hiper-tiránico[4].
        
Por eso la revolución liberal es una catarata de actos políticos, jurídicos, económicos, amaestradores y propagandísticos que buscan la individualización absoluta, nadificadora y definitiva del sujeto popular. El concejo abierto, las formas asamblearias de autogobierno y vida política, que eran el fundamento mayor, junto con el comunal, del afecto y la convivencia, es relegado y nulificado. Los bienes comunales, tierras y muchísimo más que tierras, son privatizados, destruyendo la base económica de la existencia unida y fraternal, afectivamente muy satisfactoria, de las sociedades preliberales. Sin vida política ni vida económica colectivista, ¿cómo va a darse el cariño, la intimidad, la cordialidad, la cortesía y la convivencia en las relaciones interpersonales, dado que son precondiciones del amor de unos a otros?
        
El régimen partitocrático enfrenta a las personas entre sí, lanzando a unas contra otras y creando dolorosas divisiones en el cuerpo social, por causa de las banderías políticas, en sí mismas insignificativas pero maximizadas y teatralizadas para dividir, amaestrar en el odio y provocar desencuentros. La misma función desempeñan el racismo, que enfrenta a las personas por el color de su piel, cada día más preocupante en sus expresiones renovadas, los odios promovidos por los fanatismos religiosos, el enfrentamiento entre generaciones y la pavorosa ascensión teledirigida del sexismo político, en sus dos formas, misoginia y androfobia.

El trabajo asalariado, esa inmensa maldición sin cuya erradicación la sociedad actual no puede regenerarse en lo convivencial, lo ético, lo reflexivo y lo cívico, amaestra en obedecer y en temer, llena los espíritu de odio, crea un conflicto universal permanente y despoja al trabajador asalariado de lo más sustantivo de su condición humana, haciéndole inhábil para las relaciones sin dominadores ni dominados, afectuosas por horizontales. El Estado de bienestar, apoyado por los peores enemigos del género humano, “resuelve” y “satisface” con la asistencia estatal lo que debería solventarse por los procedimientos de mutua ayuda, cooperación y convivencia, de donde resultaría una expansión de lo afectuoso, y en consecuencia una satisfacción de las necesidades de devoción, apego y cariño de las personas.
        
La competición económica oculta y vela lo que es notable causa de eficacia económica, la cooperación en el trabajo productivo entre personas igualmente propietarias de los medios de producción. Dicha competición lanza a unos seres humanos contra los otros, lleva a formas cada día más monstruosas y homicidas (además de, cada vez más, suicidas) de codicia y avidez por el dinero haciendo imposible la convivencia. Al mismo tiempo hay que señalar que el creciente espíritu competitivo de las sociedades actuales, hiper-burguesas porque la gran mayoría de lo que antaño fueron clases trabajadoras se ha adherido a la cosmovisión burguesa del mundo (que es la del economicismo, o preeminencia de lo económico), crea un conflicto social e interpersonal creciente en el que se derrochan estúpidamente cantidades fabulosas de recursos materiales, energía humana y tiempo de vida.

Sin sustituir la competencia por la cooperación en el trabajo productivo no es posible minimizar el tiempo de trabajo, ofrecer una vida material decorosa a todos los seres humanos y reducir el consumo de recursos naturales, limitando o incluso erradicando la devastación medioambiental. Pero ese gran cambio demanda una revolución social, de naturaleza integral, y también una revolución interior, que ha de tener lugar en lo más profundo del corazón de cada ser humano por libre albedrío.

No hay mayor alegría que la del amor mutuo ni mayor goce que el compartirlo todo. Si la burguesía vive en la posesividad, la competencia y el odio de unos a otros, quienes sean anti-burgueses de cabeza y corazón tienen que elegir para sí los valores que nieguen esos disvalores.
        
La existencia misma del Estado, como gobernante y dominador del pueblo, establece la peor forma de diferenciación con enfrentamiento y odio entre los seres humanos. Donde las gentes quedan divididas en mandantes y mandados, administradores y administrado, amenazantes (cuando no verdugos) y amenazados, adoctrinadores y adoctrinados, no puede haber afecto mutuo ni puede edificarse una sociedad en la que el apego y el amor sean universales.

Eso es tan verdad que el actual infierno convivencial, en el que nos atormentamos, deshumanizamos y parecemos, lo ha construido ante todo el Estado, en la forma concreta que adopta éste hoy, como ente aberrante y monstruoso emergido de las revoluciones liberales, que adopta, para seguir el análisis de Otto Hintze, primero la forma de “Estado liberal” y después la de “Estado total” o, como ese autor expone, “Estado que interviene en toda la vida del pueblo[5], lo que expresa el máximo de despotismo estatal, que nulifica a la persona y contamina a todo el cuerpo social de relaciones jerárquicas y desiguales, fundamentadas en el mando y la obediencia, en el temor, el rencor, el aborrecimiento y la sanción, haciendo con ello imposible las relaciones de afectuosidad, responsabilidad, participación y afecto.
        
Una sociedad convivencial, donde el apego y la mutua asistencia sean la piedra angular de la vida colectiva, ha de ser libre y democrática, con participación de todas y todos en la vida política y social, en todas las tareas deliberativas, legislativas, judiciales, fiscalizadoras y ejecutivas. Eso no sucede ni puede suceder en una sociedad con Estado, porque en ella sólo hay libertad para expresar y hacer lo que conviene al Estado y está conforme con la razón de Estado, Además, si el Estado gobierna a la sociedad es que ésta no se autogobierna a sí misma, y por lo tanto no es democrática.
        
Una sociedad entregada a toda tipo de dogmatismos y fanatismos, desde las teorías académicas a las religiones políticas pasando por las utopías sociales, que se imponen desde arriba al pueblo y que dividen y enfrentan a éste, no es espacio para el afecto y realización de la vida espiritual, no es otra cosa que un infierno convivencial. Por eso hay que desarticular los aparato de manipulación académica de las mentes, el sistema educativo, sea “público” o privado, y la universidad, para construir un orden culturizador sustentado en la libertad de conciencia, la autoeducación popular y la adhesión, libre y autodeterminada, al saber, la cultura, la verdad y el conocimiento.
        
Lo relacional crea comunidad, crea asociación, crea grupos y equipos viables, crea comunidad, crea “nosotros”. Sin todo eso ahora no se puede hacer prácticamente nada. Los proyectos colectivos fracasan, en la gran mayoría de los casos, por el factor convivencial. La vida asamblearia es escasa, triste y áspera en buena medida porque el sujeto medio contemporáneo no sabe convivir, es un ser egocentrado, solitario e insociable que no sabe estar en casi ninguna expresión de lo colectivo, desde la vida erótico-amorosa a la acción transformadora de la sociedad, que ha de ser, en efecto, agrupada y asociativa. Por eso la autoconstrucción del sujeto es precondición, y no sólo epifenómeno, de cualquier proyecto revolucionario que sea eso realmente, revolucionario.
        
Ahora bien, proyectar salir del actual infierno convivencial exclusivamente por la vía de los cambios políticos, estructurales, económicos y sociales es equivocarse. Tiene que haber una voluntad del sujeto en tanto que persona diferenciada, delimitada y recogida, como ser humano capaz de plasmar su libertad personal escogiendo a solas consigo mismo, con responsabilidad y libertad de elección, el afecto, la convivencia, la hermandad y el amor en tanto que metas personales.
        
El amor no es sólo una emoción ni una pasión ni un estado anímico sino ante todo una práctica. Es más, una práctica que se ha de convertir en hábito. No hay que esperar a las transformaciones sociales antes mencionadas para imponerse y exigirse a sí mismo y a sí misma un extenso programa destinado a hacer sublime la relación con los demás, que lleva a la metamorfosis de la propia personalidad, desde ser asocial a sujeto afectuoso. Hay unas normas de la amistad, el compañerismo, la cortesía[6], las buenas maneras, el espíritu de servicio, la familiaridad, la alegría de estar juntos, el auto-negarse y el servir con actos de amor que se pueden y deben practicar ya. No podemos, sólo por la acción individual, erradicar la sociedad infierno convivencial, cierto es, pero sí podemos con ella vencerla en infinidad de pequeñas batallas parciales, poniéndola a la defensiva y haciéndola retroceder.
        
Tiene que haber un compromiso personal y una práctica personal en el combate por el afecto y contra el infierno convivencial. El politicismo no es adecuado.
Pero hay que pensar y obrar con realismo, aceptando la enorme complejidad inherente a las cuestiones tratadas. Nunca habrá una sociedad convivencial perfecta, ni unos seres humanos que no estén “bipartidos”, que no sean una mezcla de bien y mal. La reciprocidad es necesaria, por lo que el otorgar amor debe ir unido a la demanda de recibir amor. En una sociedad perversa e inmoral como la actual hay que precaverse frente a parásitos y depredadores. A quienes predican e imponen el odio y el desamor hay que enfrentarles con firmeza, constancia y valentía, lo que lleva a conflictos muy fuertes. Toda reducción de la noción de amor a una ñoñería de parvulario, o a una cursilada de ONG, es rechazable pues el afecto es servir, esforzarse, padecer, pelear y ser fuertes. Todo eso significar que el amor real es finito, que va necesariamente unido a formas de desamor y que es imperfecto. Su irrealidad se realiza en el mundo de la fantasía y su realidad en el de la práctica social y personal.
        
Con todo ello recuperaremos, además, la gran tradición colectivista, convivencial, cordial, asamblearia, jubilosa, comunal, cálida y fraternal de los pueblos de la península Ibérica, hoy casi del todo destruida por la hiper-extensión del Estado y la gran empresa capitalista.     
        
 




[1] Hoy no se podría publicar un estudio como el de Bonifacio de Echegaray, “La vecindad. Relaciones que engendra en el País Vasco”, San Sebastián 1933, Eusko-Ikaskuntza. El motivo es que ya en ningún  lugar quedan relaciones de vecindad. Hasta no hace mucho la convivencia con las y los vecinos era una parte crucial de la vida humana, pues había con ellos una ayuda mutua y asistencia emocional que hacía la vida agradable, alegre y satisfactoria, además de mucho mejor en el sentido práctico pues, por ejemplo, la cooperación vecinal era de enorme significación en la crianza de la prole, lo que hacía a la maternidad fácil, descansada y llevadera. Hoy los vecinos se desconocen e ignoran, en el mejor de los casos, y en el peor se odian y hostilizan. Hasta aquí hemos llegado en la destrucción de todas las formas de relación, afecto y amor.
[2] Expone Max Scheler en “Esencia y formas de la simpatía” que el egocentrismo es como un “hundirse en sí mismo” y vincula este catastrófico derrumbamiento hacia dentro del yo, al que tiene por una expresión de solipsismo, con el libro de Max Stirner “El único y su propiedad”, un manual del más tosco egoísmo burgués.
[3] Quizá por eso se lee en la “Primera epístola de San Juan” que “quien no ama permanece en la muerte”.
[4] Como refutación de que lo relacional es sólo personal y no al mismo tiempo social, institucional, estructural y político, tenemos “Hieron o sobre la tiranía” de Jenofonte. Aduce que el tirano al ser odiado y no amado lleva una existencia penosa, en la que se acumulan disfunciones y dolores. Dado que “lo carnal proporciona un placer muy señalado cuando va unido al amor”, al tirano le resulta muy difícil tener un erotismo satisfactorio, lo que es una gran desgracia pues “el que no conoce el amor es desconocedor de los más dulces placeres”. Añade que “el tirano jamás puede estar seguro de que es amado” lo que le condena a la soledad absoluta. Esta reflexión sobre el despotismo y el desamor es aplicable a la sociedad actual, en la que sólo hay relaciones de poder, en las que unos individuos tiranizan a otros pero los tiranizados lejos de buscar la libertad general se ponen como meta “liberarse” de un modo bien triste, haciéndose déspotas mañana, pues sólo saber ser o dominadores o dominados, nunca amadores de sus iguales. En tal situación el amor, en todas sus formas, y por tanto el erotismo, son de facto imposibles. Por tanto, hay unas estructuras anti-amorosas que deber ser desarticuladas por vía revolucionaria, si se desea que el ser humano conquiste la libertad para amar, y así ser sano de cuerpo y mente.
[5] En su libro “Historia de las formas políticas”. Quienes propenden a olvidar, en sus análisis y en sus compromisos políticos y sociales, la existencia y función del Estado, deberían estudiar a ese autor que, a pesar de sus desatinos y carencias, hace formulaciones tan verdaderas como la que sigue, “el capitalismo … tiene un parentesco interno con la razón de Estado”, de manera que lejos de ser el Estado quien “defiende” o “protege” a las masas del capitalismo es quien se lo impone a éstas, por causa de la razón de Estado.
[6] Hoy, en una época de zafiedad, cortedad y seres nada, de zoquetes autosatisfechos y ramplonería universal, no interesa la cortesía, que en general es recibida con mofas. Pero todavía no está todo perdido, puesto que se publican algunos textos que, aunque sea de modo tangencial, se ocupan de ella, como “La gramática de la cortesía en español”, Catalina Fuentes Rodríguez.

lunes, 16 de diciembre de 2013

PUNTUALIZACIONES




                  
CHILE
         La jefa de las luchas estudiantiles corporativistas, Camila Vallejo, ha sido elegida parlamentaria. Apoyará a la presidenta chilena, la socialdemócrata Michelle Bachelet, que ha hecho aprobar leyes ultra-represivas contra los pueblos indígenas de Chile, en particular contra el pueblo mapuche. Camila, del PC Chileno, se suma a la política de aniquilación de los indígenas. En Latinoamérica es la izquierda en el gobierno quien lleva adelante el genocidio contra los pueblos indígenas: Evo Morales en Bolivia, el Partido de los Trabajadores en Brasil con la violenta Dilma Rousseff al frente, la alianza socialdemócrata-comunista en Chile, etc. Las mujeres mapuches, extraordinariamente combativas en defensa de su lengua, cultura, tierras ancestrales y modos de vida, ahora son agredidas por orden de dos féminas, Camila y Michelle, jefas de la casta política de izquierdas. Camila Vallejo, como toda la burguesía de Estado en todos los países, denuesta sin descanso al neoliberalismo, dado que ella y la gente como ella anhelan enriquecerse a la sombra del ente estatal, con los negocios que ya tienen y los que emprenderán desde el parlamento. Hoy los partidos de izquierda, y los sindicatos, son meras corporaciones empresariales que buscan maximizar sus ganancias a la sombra del Estado. Y la gente como Vallejo son vulgares y desvergonzados negociantes que aspiran a hacerse ricos y poderosos lo antes posible, en especial si son mujeres, pues al parecer se “liberan” como tales haciéndose capitalistas y explotando a otras mujeres, además de a hombres.

CATALUÑA: “INDEPENDENCIA” Y CAPITALISMO (Y,   ADEMÁS, ESTADO)
         Hubo un tiempo que el nacionalismo revolucionario catalán se organizaba desde la consigna “Independència i Socialisme”. Es cierto que tal “socialismo” estaba muy mal definido pero la fórmula manifestaba la voluntad de unir liberación nacional y revolución social, haciendo a la primera depender de la segunda. Hoy se dice que es posible alcanzar la liberación de Cataluña en el marco del capitalismo, y además se identifica dicha liberación con la conquista de un Estado propio. O sea, una Cataluña estatizada y capitalista es, según dicen, la apropiada para la “independencia”. Esto es una contradicción en términos, pues el pueblo catalán jamás será libre con capitalismo y con ente estatal, y así las cosas, ¿cómo puede lograr la independencia sin comillas? La gran operación política en curso, dirigida por la casta política catalana, no alcanzará la liberación de Cataluña pero sí está sirviendo para afirmar el capitalismo y la veneración por el Estado. Respecto a la cuestión nacional, cuando se evidencie que todo lo llevado adelante por Mas y por Junqueras es una colosal estafa que creará una situación de decepción y desmovilización tremendas, que reafirmará la opresión del Estado español sobre Cataluña, con daños muy graves para la conciencia nacional, la cultura y, sobre todo, la lengua. Y tal operación es apoyada por cierto “anticapitalismo”, que sale en las fotos como patética comparsa de CiU y ERC. Por lo demás el derecho de Autodeterminación sólo es ejercido como tal cuando el pueblo que se autodetermina es previamente soberano, al haber conquistado por sí la capacidad para gobernarse a sí misma a través de un régimen de asambleas omnisoberanas en red. Cualquier votación bajo un régimen parlamentarista no es libre y no puede, en consecuencia, expresar la voluntad nacional de un pueblo oprimido desde hace siglos, como es el catalán. Sin revolución integral jamás habrá en Cataluña liberación nacional.

                   EL ESTADO ES LO DECISIVO
         La lectura del libro “El ejército romano”, de Yann Le Bohec, 2013, sería útil para aquellos que “olvidan” al Estado, pues les permitiría entender algo que es política e históricamente básico, que en Roma y en el presente ¡existe el Estado!, que éste es la estructura social determinante y que su componente primordial es el aparato militar. Quienes incurriendo en el bien conocido dislate economicista definen a la sociedad romana como “esclavista” yerran al relegar al Estado y a su columna vertebral, el ejército. El autor, Le Bohec, muestra no sólo la centralidad del ejército en la sociedad romana sino que además desempeñó una función determinante en la monetización de la sociedad, por delante de la economía. El libro enumera y analiza las actividades estratégicas del ejército romano: aparato de conquista, fuerza de policía en el interior, integrante cardinal de la actividad económica, entidad vital para el adoctrinamiento, aculturación y latinización de los pueblos ocupados, primer agente de las grandes infraestructuras, elemento definitorio de la biopolítica, factor número uno de tecnologización y, desde el siglo I antes de nuestra era, forma política gubernativa, por cuanto con el derrocamiento de la república se instaura una dictadura militar de facto que va a durar hasta el final de Roma. En suma, ninguna sociedad clasista dividida en dominadores y dominados puede entenderse, y menos aún transformarse, sin comprender lo decisivo del Estado/ejército en ella. Los que hoy se “olvidan” de este par manifiestan su mentalidad socialdemócrata. La reflexión sobre el Estado lleva directamente a la noción y la experiencia de la revolución, mientras que el economicismo desvía hacia el reformismo, el parlamentarismo y el conformismo “crítico”.

                   ERE EN TRAGSA
         Tragsa, la empresa “pública” modélica y utópica por antonomasia de la izquierda española, se propone despedir 723 de sus trabajadores con un ERE. Al ser el 100% de su capital de naturaleza “pública”, o sea estatal, es el tipo de capitalismo que PCE-IU, ERC y toda la izquierda “anticapitalista” a su zaga, hasta la secta anarco-socialdemócrata, presentan como ideal, preconizando en sus programas un “sector público” formado por empresas parejas a ella. Cualquiera que conozca Tragsa por dentro sabe que es la empresa más brutal y explotadora, que con más desprecio, inhumanidad y despotismo trata a sus trabajadores, un tipo de capitalismo estalinista que tritura a quienes han tenido la desventura de ser sus trabajadores. El ERE que demanda su dirección es rigurosamente capitalista, pues aduce que sí en años pasados logró beneficios en 2013 tendrá perdidas y necesita despidos. La izquierda, la expresión más ruidosa del capitalismo de Estado, apoya y apoyará engendros como Tragsa porque con ellos se enriquece y lucra, como tal izquierda y como individuos de la izquierda, al formar parte de los equipos de dirección de las empresas estatales, o sea, “públicas”, como hace en las Cajas de Ahorro. Que la izquierda afirme al hiper-capitalismo de Estado en “España” hay que situarlo en el contexto de su proyecto totalitario y estalinista (fascista de izquierda), que tiene en el régimen político de Corea del Norte su modelo. Por cierto, éste ha ejecutado recientemente a uno de sus jerarcas máximos, Jang Song-thaek: así es como opera allí la competencia entre capitalistas de Estado y las pugnas por el poder. Todo en ese mundo es pura barbarie, genocidio, derramamiento de sangre y sobre-explotación. La crítica de la izquierda al capitalismo actual es porque desea sustituirlo por un mega-capitalismo, enormemente más letal, devastador y destructivo, como el de Corea del Norte, cuyo elemento definitorio ha de ser su íntima conexión con el ente estatal. Eso ha hecho en todos los países donde ha tenido el poder, desde la URSS a China, y eso hará donde lo logre en el futuro, aunque dada su decadencia y descomposición es muy improbable que pueda hacer otra cosa que respaldar a cambio de prebendas monetarias, muchas y muy jugosas, al capitalismo actual, y sobre todo al ente estatal. Ello convierte a la izquierda en el enemigo principal de la revolución integral, que por naturaleza es anticapitalista, esto es, hostil hasta el final, hasta su completa aniquilación, al capitalismo estatal tanto como al capitalismo privado.

                  ¿QUÉ FUE DE LAS “LUCHAS”?
         Si algo ha caracterizado al otoño de 2013 es el colapso de las “luchas de masas”. Ya desde comienzos del año se venía observando un descenso grande de las movilizaciones, cada vez menos y cada vez menos frecuentes y numerosas pero en el otoño las “luchas”, incluso las más elementales, sencillamente se han evaporado. Que eso se dé cuando en “España” hay más de 6 millones de parados, el porcentaje de pobres supera el 20% y el poder adquisitivo de los trabajadores está en franco descenso necesita ser explicado. Por lo pronto, tal manifiesta que la noción burguesa del “homo oeconomicus”, central en el pensamiento de la izquierda, es falsa, pues nunca antes han coincidido condiciones materiales tan duras con una docilidad, pasividad y desmovilización mayores. Al centrarlo todo en lo económico, en las luchas por mejores condiciones de vida, por más dinero en definitiva, la izquierda y sus esbirros destruyeron hace ya mucho al movimiento obrero, al aniquilar en su seno las ideas e ideales que le eran propios. Esas masas desideologizadas, sólo atentas a las pulsiones de su estómago, asombrosamente degradadas en todos los aspectos, sin convicciones ni ética ni valores, imbuidas de un individualismo patológico, ayunas de toda noción de lo colectivo y lo cívico, son creación ante todo de la izquierda, que lleva decenios proponiendo el consumo y el placer fisiológico como metas. La izquierda nos ha destruido como sociedad y como seres humanos, nos ha convertido en seres nada, y dentro de esa labor terrible de demolición entra la liquidación del movimiento de masas, la liquidación de las luchas, la liquidación de las formas de autoorganización popular. Eso lo ha hecho tan a conciencia que ahora se encuentra que el capitalismo ya no necesita de la izquierda, pues dada la desmovilización existente no requiere de sus servicios como apagafuegos de las audacias populares. En este panorama de desolación y ruinas la salida reside en romper con la política y la cosmovisión perversas de la izquierda pro-capitalista, que otorga respaldo a la Constitución de 1978, financiada por la banca y el Estado (el PCE-IU en primer lugar), para ir construyendo una estructura nueva del pensamiento y la acción que tenga por meta la revolución integral, Ésta se propone crear una sociedad sin capitalismo y sin ente estatal, una sociedad revolucionaria, y rechaza toda alternativa dentro del sistema, para vivir “mejor” bajo él, así como cualquier expresión de reformismo y posibilismo.
        
                   AGRICULTURA ECOLÓGICA Y GRANDES SUPERFICIES
         Hace sólo un lustro la agricultura ecológica parecía ser una “alternativa al orden constituido” que iba a cambiar la sociedad de abajo a arriba. Presentada como el no va más de lo “antisistema” y de lo “radical” suscitaba mucho entusiasmo. Mi libro “Naturaleza, ruralidad y civilización” tuvo que salir al paso de tanta demagogia demostrando que sus productos están tan contaminados como los de la agricultura convencional, aunque con otros tóxicos, que no protege mejor los suelos ni salvaguarda de manera más efectiva la fauna y flora silvestres, ni preserva con más eficacia los ecosistemas y que además “olvida” lo más decisivo, la reforestación. Digo en él que lejos de ser “natural” o “tradicional” la agricultura ecológica es simplemente neo-química, y que su meta es constituir una nueva expresión del capitalismo agrario muy ligado al Estado, por tanto, una forma nueva de capitalismo de Estado para el campo, bajo la tutela de altos funcionarios, agrónomos hiper-subsidiados y otros tecnócratas, todos ellos más o menos ignorantes y más o menos arrogantes. Han pasado unos años y la impostura de la agricultura ecológica se ha puesto de manifiesto. Ahora, una de las mayores cadenas de grandes superficies del país informa que “tiene a disposición del público más de cincuenta productos de la agricultura ecológica”, eso sí, al doble o triple del precio de los de la agricultura tradicional. La inmensa “revolución” preconizada por los Naredo, González de Molina, Martínez Alier y ecologistas institucionales ha quedado en un nuevo negocio, en una novísima parodia. Así acaban, y así acabarán, todos los proyectos, sean del tipo que sean, encaminados a lograr algo importante o valioso bajo el actual orden, en las condiciones de mega-dominación del Estado, nulificación del sujeto, conversión del pueblo en populacho e hiper-pujanza del capital. No hay revoluciones dentro del sistema o bajo él. Si se desean realizar cambios categóricos en la agricultura y el medio ambiente, o si simplemente se quiere introducir innovaciones realmente beneficiosas, la precondición es la revolución. Quienes anhelan transformaciones de peso sin revolución terminan militando en las filas de la anti-revolución, como sucede con los promotores de la agricultura ecológica. Algunos, además, se han hecho ricos con ésta: para ellos mi conmiseración y mi desprecio.
                  
                   SERES NADA, O SERES HUMANOS SIN ATRIBUTOS
         Robert Musil escribió “El hombre sin atributos” entre 1930 y 1942, dejando la obra inacabada por causa de su muerte. El antihéroe de la novela es Ulrich, sujeto desustanciado o ser sin capacidades ni facultades humanas, mera entidad fisiológica con apariencia de persona. Musil se propone mostrar lo que es la obra esencial de la modernidad en el siglo XX, la aniquilación de lo humano, la trituración del sujeto con cualidades, saberes, capacidades y virtudes para poner en su lugar una marioneta, un autómata, un ser nadificado, no-humano y anti-humano. Aunque el libro tiene idas y venidas, logros y desfallecimientos, en lo sustancial acierta en el diagnóstico. En efecto, el principal problema de nuestro tiempo, el más espinoso y dramático de todos, es la destrucción de lo humano y destrucción del ser humano. Sin resolver éste, aunque sea mínimamente, es imposible acometer con éxito la solución de los otros problemas, tantos y tan graves. Vivimos pues una edad dramática en extremo ya que está en juego la continuidad o la eliminación, posiblemente definitiva, de lo que hasta ahora han sido considerados como atributos, cualidades inmanentes o características ontológicas de la condición humana. Yo trato este asunto en “Crisis y utopía en el siglo XXI”, un pequeño libro en donde formulo la noción de seres nada, para calificar a los aparentemente humanos que hoy vagan por los desolados desiertos de la última modernidad como entes sin esencia ni sustancia, despojados de todo, meras sombras de la nada, la desespiritualización y la muerte. Señalo que las causas de tal catástrofe han sido el trabajo asalariado, las mega-estructuras de dominación propias del hipertrofiado Estado actual, o Estado de bienestar, la vida en las ciudades, la pérdida de toda transcendencia y espiritual haciendo de la persona un mero ser zoológico, la liquidación de las categorías de amistad, convivencia, amor y Eros, sustituidas por las de enfrentamiento, odio, egotismo y deserotización, el confinamiento de la juventud en la enseñanza obligatoria y la universidad, la tecnificación totalitaria, los poderosos aparatos de aleccionamiento machacando las mentes segundo a segundo, la aculturación programada de los pueblos europeos a quienes se presenta su propia cultura como una suma de monstruosidades a la vez que se les imponen subcultura mercantilizadas e infra-productos foráneos, la perversa y vandálica industria del ocio, la extinción de las cualidades de belleza, estética y sublimidad, la liquidación de la noción de verdad y el triunfo de la categoría de engaño, propaganda y mentira, las infra-ideas de felicidad y placer epicúreas en tanto que metas no-humanas impuestas desde arriba, la escenificación de “la guerra de los sexos” a cargo del Estado neo-patriarcal feminicida, el sistema parlamentario y partitocrático, el triunfo de los dogmatismos proletaristas en tanto que meras concreciones y desarrollos de la Ilustración, el anticlericalismo estatolátrico, el racionalismo burgués y el liberalismo, la demolición de las nociones de ética, virtud, esfuerzo, épica, heroísmo, honor y servicio, y la imposición de la categoría de “homo oeconomicus”. El sujeto sin atributos, o ser nada, conviene muchísimo a los poderes constituidos porque es una desventurada criatura privada de capacidades para disentir, resistir y rebelarse, y ahí está la clave de todo. Cómo recuperar ahora lo humano es la gran cuestión.

                            MANDELA
         El funeral de Mandela ha superado, por su pompa, duración, lujo, gastos y asistencia de jerarcas, monarcas (la familia real española también) y oligarcas de los cuatro rincones del planeta, todo lo imaginable. Mandela, el supuesto gran héroe que puso fin al “apartheid”, concita el entusiasmo de todos los poderes constituidos del mundo, y también de desinformados, alucinados e infelices que gozan siendo adoctrinados y engañados con la labia del “antirracismo”. Pero, ¿por qué le atiborraron de honores y premios, de títulos y beneficios, de millones y millones de dólares, en vida?, y, ¿por qué le han hecho un funeral costosísimo, faraónico, interminable? Para empezar a comprender hay que exponer que el señor Nelson Mandela ha muerto multimillonario, poseyendo acciones y participaciones en numerosos negocios y empresas, entre ellos ciertas minas en las que no hace mucho una huelga de trabajadores (negros) fue ferozmente reprimida por la policía del régimen de Mandela (formada por negros y blancos) con la consecuencia de una docena de trabajadores (negros) muertos y muchos más heridos graves. Esto es, “liberó” a los negros del “apartheid” pero sólo para condenarles al trabajo asalariado más envilecedor, a fin de que enriquezcan a la nueva burguesía negra surgida de la extinción del muy ominoso régimen racial segregacionista, que es la que ahora, junto con la burguesía blanca, tiene todo el poder en Sudáfrica. En realidad, la aberración racista del “apartheid” llevó a la sociedad sudafricana a una situación tan explosiva que era pre-revolucionaria, pues amenazaba con derribar todas las estructuras de poder existentes además de dicho sistema de dominio de los negros pobres por los blancos ricos. La movilización popular, negra pero también blanca (se ruega no olvidar esto, para evitar el racismo anti-blanco), contra  aquél amenazaba con liquidar el capitalismo, abatir al Estado y realizar una revolución popular en Sudáfrica. Y ahí es cuando entra en escena Mandela. Convertido en una mezcla de mártir abnegado, caudillo mesiánico, santón carismático y gurú milagrero por el aparato de propaganda del Estado sudafricano (el mismo que había ideado y creado el “apartheid”) fue utilizado por aquél para encauzar la furia popular hacia metas compatibles con el óptimo desarrollo del sistema capitalista. En suma, Mandela frustró la revolución popular que la crisis final del régimen segregacionista anunciaba. Por eso ha sido, literalmente cubierto de oro, él, su familia y sus allegados, pues salvó al Estado y al capital de Sudáfrica en una situación límite, cuando muchos oligarcas y altos funcionarios se temían “lo peor”, o sea, la revolución. Por eso, por anti-revolucionario taimado, astuto y hábil, además de cruel, despótico y pérfido con la gente trabajadora (como se pone de manifiesto en la citada matanza de mineros negros) ha sido exaltado hasta los cielos por el aparato de propaganda del poder mundial constituido. Además, el sistema de “apartheid”, por sí mismo, era lesivo para el capitalismo, impidiendo su más rápido desarrollo en Sudáfrica, de manera que su liquidación resultó ser también una exigencia del sistema económico imperante. Quienes sueñan con un capitalismo sin racismo tienen, en efecto, en Mandela, a su héroe, algo maltratado, eso sí, por el peso colosal del oro y los galardones, y por lo aparatoso de sus cuentas bancarias. Quienes queremos una sociedad sin capitalismo y sin ninguna forma de racismo vemos en Mandela un farsante, un enemigo de los pueblos y un vendido.

CITARISTAS Y MUJERES EN EL MADRID DE 1202
         Habituado a leer textos deleznables, el artículo “El cedrero del Fuero de Madrid (Articulo 94)”, de Josemi Lorenzo Arribas sorprende por su calidad, rigor, elegancia y alegría (está en el libro “Madrid en el tránsito de la Edad Media a la Moderna”, VVAA, 2008). El Fuero municipal de 1202, elaborado y promulgado por el vecindario de Madrid y sus aldeas, varones y mujeres, reunidos en concejo abierto, en tanto que ley suprema de la Villa y Tierra, regula los modos de contratar y remunerar a las y los tocadores de cedra, o cítara. Por tanto, ya de entrada sabemos que en el Madrid del Medioevo había una gran afición a la música de cítara, igual que en otros lugares de Europa. Pero el autor llega más lejos y demuestra que citaristas eran indistintamente hombres y mujeres. Aquí la cosa se anima bastante, pues es un dato más que niega que aquella sociedad asamblearia, consuetudinaria, miliciana, pluralista y comunal fuera sexista o patriarcal, lo que ya queda expuesto en el libro “Feminicidio, o auto-construcción de la mujer”. Nos habla de juglares y juglaras, o juglaresas, o cantaderas, que tañían con la cítara a la vez que cantaban. Señala que cuando al cedrero se le presenta como “cabalero” en el Fuero no ha de interpretarse como miembro de algún estamento noble (en 1202 muy débil y de hecho inexistente en Madrid) sino como persona que va a caballo. Después entra el autor en harina y señala que en el latín medieval en que está escrito el fuero la palabra “homo” no significa hombre sino ser humano, pues para hombre, para varón, se utiliza otro término, “vir”, lo que nos informa de que tañían la cítara varones tanto como mujeres, dato que se conoce también para otros lugares. Por tanto, el Fuero de Madrid de 1202 ofrece una imagen deliciosa de la villa del Manzanares (que en ese tiempo se llamaba rio Guadarrama), de unos 3.000 habitantes entonces, con mujeres a caballo que recorrían Castilla tañendo la cítara, y que eran recibidas por el concejo abierto de Madrid con mucho honor, devoción, respeto y entusiasmo, hasta el punto de dedicar el Fuero uno de sus artículo a esta materia. El texto habla de “la amazona juglaresa”, o mujer prototípica dedicada a cantar y a tocar, que en aquella sociedad se movía de allá para acá cítara en mano, mostrando la neta superioridad civilizacional de los pueblos libres del norte sobre al-Ándalus, una cárcel para las féminas. Quizá se podrían añadir algunas reflexiones sutiles referidas al vocablo “homo”, que amplían y precisan lo expuesto por Lorenzo, pero es mejor dejarlo para otra ocasión.