lunes, 28 de diciembre de 2015

ENGAÑO, FRAUDE Y ECOCIDIO EN LA CUMBRE DEL CLIMA DE PARÍS (I)


Basta con observar de forma autónoma y experiencial la realidad para concluir que el año 2015 ha sido temible climáticamente, en la península Ibérica y en otros muchos lugares. La lista de perturbaciones acaecidas es extensa y calamitosa. Subrayaría tres, un verano inusualmente tórrido y además desprovisto casi del todo de tormentas, de agua de lluvia; un otoño muy seco, en gran medida una continuación del verano, y una entrada de la estación fría tan aberrantemente caliginosa que varias especies de plantas y frutales han florecido en diciembre… como si en vez de ser el principio del invierno estuviéramos al comienzo de la primavera. La situación es tan desasosegante que se teme que las perturbaciones climáticas alcancen a corto plazo una intensidad tal que incluso modifiquen el celo de los animales, lo que tendría efectos impredecibles.

En el caso de que hubiera una decena de años similares a 2015 en el futuro próximo podremos preguntarnos, con aprensión y sobresalto, si los patrones que gobiernan el clima del planeta no están ya sustantivamente alterados y dañados, tal vez de manera irreversible.

Así las cosas, se celebra la Cumbre del Clima de París, precisamente en el mes que hasta hace unos pocos decenios en nuestras latitudes era helador  y hoy “primaveral”, el último del año. Representantes de 195 países más el gobierno de la UE signan un documento “vinculante” que propone mantener el futuro ascenso de las temperaturas por debajo de los 2 ºC, a poder ser en torno a 1,5 ºC, reduciendo paso a paso el uso de combustibles fósiles y desarrollando las energías renovables… y la nuclear. La operación costará unos 100.000 millones de dólares, lo que hace las delicias del capitalismo “verde”, el único capaz, al parecer, de “salvar al planeta”. De nuevo vemos cómo opera el actual sistema, convirtiendo las nocividades en negocio. Pero, ¿por cuánto tiempo podrá hacerlo?

Dicha cumbre establece como causa única de facto del cambio climático el incremento de los gases de efecto invernadero, de modo que reduciendo sus emisiones el problema se resolverá en no demasiados años. Es cierto que se refiere vagamente a los “sumideros de carbono” o grandes masas de vegetación, pero nada creíble ha habido en ella a favor de la forestación. Aquélla ha sido un paso atrás en comparación con diversas tomas anteriores de posición, en las que se apuntaba a una pluralidad de causas del calentamiento global, los citados gases pero también la deforestación y la expansión vertiginosa de la agricultura industrial. Incluso los más perspicaces y audaces (es decir, los más alejados de las instituciones estatales, por tanto, dotados de libertad de juicio) apuntaban además al proceso de urbanización, de concentración de la población en colosales megalópolis. Todo eso ahora ha sido suprimido: el monismo explicativo ha triunfado.

Hechos incontrovertibles son ignorados, por ejemplo, que fue la agricultura a gran escala y las ciudades lo que hicieron del norte de África, primero con los romanos y después con el islam, una combinación de áreas desarboladas, erosionadas, desecadas, pre-desérticas y desérticas, bastante antes del comienzo de la revolución industrial y de la alta concentración de anhídrido carbónico en la atmósfera. O que en España la colosal destrucción de bosque alto, monte bajo y pastizales que resultó de la revolución liberal con las diversas expresiones de la desamortización civil, ya desde finales del siglo XVIII, produjo un cambio climático perceptible, sobre todo crisis hídrica, empeoramiento del clima y desertificación, en lo que fue una alteración climática global demoledora, vivida como tal por quienes eran capaces de observar y pensar por sí mismos. Todo para promover una expansión patológica de la agricultura que pudiera alimentar al monstruoso aparato militar-policial-funcionarial-adoctrinador estatuido por la revolución liberal y a la base física de asentamiento del nuevo mega-Estado, las grandes ciudades[1], además de para permitir la industrialización.

Considerando las causas del cambio climático en curso ha de advertirse que hay muchísimo por investigar y determinar. Deducirlo todo desde el aumento de los gases de efecto invernadero no es aceptable, pues la deforestación es otra causa, posiblemente la principal, primero por sí misma y luego porque la dramática mengua de la cubierta vegetal en todo el planeta impide la absorción del anhídrido carbónico.

La formulación aprobada en París tiene las siguientes ventaja para el statu quo: 1) presenta la alteración climática como contrariedad que pueden resolver los Estados y gobiernos, que de ese modo aparecen como fuerzas protectoras, 2) el capitalismo, en su versión “verde”, es el encargado de obrar benéficamente, con las energías renovables y también, no se olvide, con las centrales nucleares, 3) se manipula a la opinión pública para que ignore y se desentienda de los asuntos fundamentales, los bosques y el arbolado, la agricultura industrial, invasiva y a colosal escala, y las metrópolis, todos ellos situados en la raíz del problema.

Empecemos por los bosques. En la génesis de las lluvias son determinantes los bosques, no sólo los tropicales sino también los de las áreas templadas. Por eso se usa la expresión bosque pluvial, o formación arbórea que atrae las lluvias y que en un sentido literal crea el agua. Utilicemos, por tanto, la formulación bosque pluvial templado, al que Ignacio Abella denomina “la vieja selva europea”, como factor decisivo para la conservación y regeneración de los elementos sustanciales de la vida en nuestras latitudes. Pero los árboles y los bosques no sólo producen agua sino que operan como bombas de calor[2], redistribuyendo la energía del sol y, en consecuencia, enfriando la superficie del planeta. Además, promueven una biodiversidad magnífica, animal y vegetal, generan materia orgánica, proporcionan una enorme cantidad de alimentos, medicinas y materias primas e impiden la erosión de los suelos.

Así pues, aunque las medidas acordadas en París fueran efectivas en la reducción significativa de la emisión de gases de efecto invernadero, por sí mismas y aisladamente no pueden detener y menos aún revertir el cambio climático. Hacen falta bosques.

Pero lo decidido allí va, además, en contra de la cubierta vegetal planetaria. Las eólicas, los aerogeneradores, son una agresión al medioambiente, a la flora al dañar la cubierta vegetal de las áreas en que son situados, y a la fauna, en especial a las aves y a los murciélagos, que mueren al estrellarse contra las aspas. Y ¿qué decir de la temible energía nuclear, convertida en París, a la chita callando, en remedio sanador? La solución está en la reducción del consumo de energía, en su disminución radical y sustantiva. Mantener que se puede detener el cambio climático y al mismo tiempo favorecer un crecimiento casi exponencial del gasto energético es un fraude. Un fraude perpetrado en París por el bloque Estados-UE-ecologistas-ONGs-capitalismo “verde”.

Las ciudades multiplican el uso y derroche de la energía. Es sabido que el consumo energético por persona en las megalópolis es el doble que en las pequeñas poblaciones, de manera que la creciente concentración de la población en ellas lleva al aumento de aquél. La agricultura industrial existe para abastecer a las ciudades[3], por tanto mientras éstas no sean desmanteladas la contaminación calorífica y la producción de gases de efecto invernadero será máximo, y además creciente, al ser creciente la población de las urbes.

Tomemos el sector del olivar. En lo que se conoce como España ocupa 2,6 millones de has, exportándose el 60% de la producción. La creación de lo que con desvergüenza se denomina “bosque olivarero”, desde el siglo XIX hasta hoy, ha sido una agresión brutal al medio ambiente, al descuajar la vegetación natural en enormes espacios, y ha originado un cambio climático de lo más aflictivo, que junto con otras muchas actuaciones similares (verbigracia el pinar artificial, o la cerealización[4], o la remolacha, o las plantaciones de eucaliptos, o el maíz en la Iberia seca, o el viñedo en La Mancha, o los cítricos en el Levante, o la agricultura bajo plástico en Almería, o…) nos está poniendo a las puertas del desierto, cuando no dentro de él ya, situación que se ha agravado desde la entrada en la UE y la aplicación de la PAC (Política Agraria Común). Ahora, además, aquel descarriado monocultivo productivista está amenazado por la bacteria Xylella, procedente de Italia, una plaga hasta el presente sin cura. Mejor no pensar en qué sucedería si en el olivar se repitiera lo que la grafiosis ha hecho con los olmos.

En París se ha argüido que todo eso no es significativo, que basta con sustituir las energías fósiles por las renovables y problema resuelto. De una manera particularmente estólida y mendaz eso ha sido defendido por Kumi Naiddo director ejecutivo de Greenpeace. El ecologismo institucional se centró en señalar lo “insuficiente” de las medidas adoptadas, por tanto de las inversiones a realizar. Aferrado al criterio de lo cuantitativo ignora lo cualitativo, el cambio revolucionario múltiple que es necesario para que los ciclos básicos de la vida puedan tener continuidad. No se trata de más o menos dinero para políticas e inversiones “verdes” sino de proyectar y promover una revolución ecológica y medioambiental, por tanto política, económica, espiritual y convivencial, que modifique cualitativamente lo existente.
(Continuará)


[1] En fechas coincidentes con la Cumbre del Clima de París la nueva izquierda institucional pro-capitalista, Podemos, efectúa un homenaje en Cádiz a la Constitución española de 1812, el fundamento de la revolución liberal, realizada contra los pueblos peninsulares de la península Ibérica y también contra la naturaleza, en particular contra el bosque y el árbol. Ese acto es no sólo una loa de facto del militarismo, el totalitarismo y el capitalismo, el triple contenido de aquel documento político-jurídico, sino además expresión de la mentalidad ecocida que promueven los prebostes de Podemos y sus aliados, entre ellos los ecofuncionarios multi-subvencionados de Equo, y X.M Beiras, agente del Estado español, colaborador con el franquismo, enemigo del pueblo gallego, devoto del capitalismo y notorio ecocida industrialista y desarrollista, como se expone en mi libro “O atraso político do nacionalismo autonomista galego”. Hay que hacer saber que la desamortización civil ha sido la mayor catástrofe medioambiental de nuestra historia, el inicio de lo que se ha denominado “saharización peninsular”, y hay que señalar a sus principales hacedores y a quienes ahora les enaltecen.

[2] Una introducción a esta cuestión en “El libro del agua”, Alick Bartholomew.

[3] En “El suelo, la tierra y los campos” arguye Claude Bourguignon que “un campo cultivado es un sistema en desequilibrio que espontáneamente tiende a empobrecerse”. Eso es verdad para casi cualquier tipo de agricultura pero muchísimo más para la que se practica actualmente, sea convencional o ecológica. Por tanto, se necesita que el espacio cultivado se haga mínimo, para lo que hay que lograr que la alimentación humana con plantas y frutos silvestres sea máxima. El libro citado es una lectura recomendable para quienes deseen comprender más profundamente la estafa perpetrada en París. También, la segunda parte de mi libro “Naturaleza, ruralidad y civilización”, de título “Los montes arbolados, el régimen de lluvias y la fertilidad de los suelos”, del que hay una edición independiente efectuada por la editorial Cauac. La humanidad no tiene futuro biológico si no reduce al mínimo la agricultura (todas las agriculturas, incluso las mejores, o sea, las menos funestas), verdad obstinada que los aterradores fenómenos climáticos observados en 2015 están demostrando. Una actividad benemérita es la de la agricultura regenerativa, que se propone restaurar la fertilidad de los suelos dañados, cada día más numerosos, aunque su obrar debe ser situado también en el contexto de lo antes expuesto.

[4] Desde el siglo XVIII pero especialmente durante el siglo XIX partes decisivas de nuestros bosques y pastos fueron destruidos para cultivar cereal, trigo en buena medida. William Davis, en “Sin trigo, gracias”, explica las negatividades médicas de aquél como alimento humano.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA SITUACIÓN TRAS EL 20-D


         Lo que ha mostrado el 20-D es el desgaste del sistema de dictadura parlamentarista y partitocrático en tanto que parodia de participación y democracia, al haberse manifestado como apéndice de la telebasura, plataforma de politicastros y ámbito de masas infantilizadas. La naturaleza crecientemente aberrante de la actual formación social y la condición de seres nada de sus integrantes se han evidenciado.

         La progresiva falta de madurez y mismidad del sujeto medio construido desde el despotismo de Estado, la tiranía de la gran empresa y el adoctrinamiento a cargo del sistema educativo y el poder mediático han hecho del acto de votar una frivolidad y un esperpento. Se vota como se compran fruslerías en un supermercado, sin convicciones ni ideología, sin reflexión ni principios ni ideales, esta vez a uno y la vez anterior a otro. Todo es teatro, todo es mentira y todos son iguales, de manera que se emite el voto, en un alto porcentaje de casos, al tuntún y sin creérselo. La politiquería ha manifestado ser la religión de los necios, de los sujetos sin cerebro, de los seres nadificados.

          La campaña electoral, además, ha puesto de manifiesto la desmovilización de la plebe. Los actos públicos han sido pocos y parvos en asistencia, con una masa ciudadana escéptica y reservona, muda y pasiva, que mira desde el salón de casa las  proposiciones, los embustes, las boberías y los rifirrafes de los Cuatro Jerarcas Supremos, Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias. La televisión ha sustituido a la realidad y el sujeto se ha hecho rehén de la pantalla. La telebasura ha creado su pareja de baile, la politicabasura.

         En todo ello hay progreso en la pérdida de credibilidad del tiránico orden constitucional y partitocrático, enemigo cardinal de la libertad política. Excelente.

         Dado lo fragmentado de los resultados es posible que sean convocadas pronto otras elecciones generales. ¡Caray! Eso significaría que tras un 2015 atestado de politiquería y politicastros todavía nos queda mucho por sufrir… Pero el circo electoral pasará, el latoso blablablá politiquero decaerá, la vida continuará y desde ella, en tanto que totalidad, avanzaremos hacia la transformación integral de la sociedad.

         La manipulación de los instrumentos políticos ha sido morrocotuda. La estrella del politiqueo burgués, Podemos, estaba en descomposición sólo un mes antes, por lo que los padres de la criatura hubieron de intervenir. Salió el general Rodríguez, salieron artistas e intelectuales, y salió Rajoy, que al otorgarle el estatuto de fuerza política respetable le patrocinó. Y, sobre todo, salieron en tromba las diversas cadenas televisivas. Y hete aquí que la “remontada” ha tenido lugar… cómo no. Que haya sido la derecha más rancia la que ha salvado al principal partido de la izquierda lo dice todo sobre el “pluralismo” de que disfrutamos…

         Lo cierto es que la izquierda, en nuestras condiciones concretas, es absolutamente necesaria al capitalismo, por no decir al Estado. Por eso cuando la izquierda de la Transición, que otorgó servicios decisivos al actual régimen burgués-estatal de dominación, PSOE y PCE-IU, ha entrado en crisis, ha sido necesario fabricar otra izquierda sustitutiva, para que siguiera haciendo las funciones de principal y fundamental fuerza anti-revolucionaria y pro-capitalista. Ese es el origen de Podemos y sus satélites, Anova, Compromís, En Comú Podem, Equo, etc.

         También hay una izquierda vetusta y fuera del tiempo. Es el caso, además de IU, de EH Bildu. El batacazo que se ha dado la izquierda abertzale ha sido formidable. Hace mucho que los jefes de EH Bildu han perdido el contacto con la realidad, no comprendiendo gran cosa del presente, menos aún del futuro. Su torpe estrategia de instalarse en las instituciones españolas para hacer una política socialdemócrata y españolista, ha abierto el camino a la nueva fuerza explícitamente españolizadora, Podemos. La izquierda abertzale ha hecho muchísimo para destruir el poderoso movimiento popular que hasta hace unos pocos años insuflaba vida a Euskal Herria, ha convertido a la sociedad vasca en un erial de pasividad, mentes vacías, desidia y desmovilización, y ahora llega una franquicia del ejército español, Podemos, a construir la “España plurinacional”… en Euskal Herria. Sólo una autocrítica valiente y rigurosa de lo efectuado en los últimos decenios puede permitir a las clases populares vascas salir de la crítica situación en que una línea y estrategia equivocadas las han situado.

La izquierda se ha hecho conservadora de lo existente. Desea mantener las supuestas “conquistas”, que la sociedad permanezca como hace 30 años. Es una izquierda retrógrada, volcada en el pasado y sin proyecto de futuro. Nada expresa mejor eso que el corporativismo ramplón y sórdido de las “mareas”, una idealización del pasado capitalista, o la consigna de “blindar los derechos sociales” con una reforma de la Constitución, para salvaguardar lo que hicieron Franco, Suárez, González, Aznar y Zapatero, los constructores del Estado de Bienestar. Al querer conservar las manidas “conquistas”, lo que proponen los jefes y jefas de la izquierda es preservar el marco económico (el capitalismo) y el marco político (el ente estatal) de aquéllas. Ése es su punto débil en los tiempos que corren.

En efecto. Lo que ha resultado de estas elecciones, y de las que vendrán, es la completa institucionalización de la izquierda. Se ha hecho parte del statu quo, y por eso está sometida al desgaste irremediable que padece todo lo oficial y estatal, pues la contradicción Estado/pueblo es permanente e irresoluble, y de ella emana constantemente desenmascaramiento y descrédito para los agentes del poder.

La izquierda está ahora explotando el miedo al futuro de Europa que tienen las masas. Por eso su política es la conservación del pasado, de la única manera como puede hacerse, con falsedades y charlatanería, prometiendo lo que ni ella ni nadie está en condiciones de cumplir, y evitando exponer la realidad tal cual es. La posición de los revolucionarios es diferente: el “bienestar” europeo no sobrevivirá mucho tiempo, vamos a una situación de crisis global en la que, probablemente, se darán mejores condiciones para la acción revolucionaria global pues estará sobre la mesa, como cuestión del día, el rehacer cualitativamente a las sociedades europeas y al ser humano que las habita.

Por tanto, hemos de felicitarnos por los resultados del 20-D, por el triunfo del montaje mediático-político Podemos y los grupos afines. Cuanto antes tengan poder antes se desenmascararán. Y cuanto más poder tengan con más rotundidad se pondrán en evidencia. Considerando, además, que son un tinglado pragmático y oportunista, de circunstancias, sin fundamentos doctrinales ni principios, la caída puede ser tan rápida como el auge. Su descrédito es una de las condiciones necesarias para el ascenso del proyecto y programa de revolución integral.

         En quizá poco tiempo aquél y sus satélites ganarán las elecciones, o mejor dicho, los poderes fácticos (en primer lugar el ejército, la banca, los cuerpos de altos funcionarios de los ministerios, las multinacionales y el poder mediático) harán que las ganen. Luego tendrán que gobernar, realizando su programa secreto, quitándose la máscara. Esa es, también, la vía de ascenso y maduración del proyecto revolucionario. Tendremos incluso la satisfacción de ver a muchos de los actuales votantes de la izquierda hacer huelgas generales contra el gobierno de la izquierda, como está sucediendo en Grecia. Y entonces nos reiremos muchísimo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

“EL CONCEJO DE SEVILLA. ESTUDIO DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICO-SOCIAL DE LA CIUDAD DESDE SU RECONQUISTA HASTA EL REINADO DE ALFONSO XI (1248-1312)” Nicolás Tenorio y Cerero – Sevilla 1901


Este libro, de un historiador no profesional que se presenta a sí mismo como “juez por oposición”[1], contribuye a ir estableciendo una interpretación objetiva de nuestro medioevo, cuya historia es hoy escandalosamente falsificada. Que sea de hace 114 años permite a esta obra ser ajena a la actual tendencia a deformar dicho pasado conforme a la estrategia institucional de la “Islampolitik”.

         Extrae los datos de, principalmente, el archivo de la ciudad y, fiel a su vocación fáctica, se niega a admitir lo que no quede avalado por el correspondiente documento o documentos. Por ejemplo, rechaza que el rey que presidió la liberación de Sevilla en 1248, Fernando III, estableciese un regimiento o concejo cerrado de 36 regidores designados por él para el gobierno de la ciudad. Resiste tal aserto porque no aparece en los fondos documentales, afirmando con rotundidad que la forma de gobierno estatuida entonces fue el concejo abierto, la asamblea -en la forma de red de asambleas soberanas- de los vecinos.

         Dentro de la truhana maniobra en curso para manipular nuestra historia medieval la ocultación de las formas asamblearias de autogobierno es una de las tretas más utilizadas. Tenorio no incurre en esa actuación maliciosa, políticamente motivada, por lo que se sirve un buen número de veces del vocablo “asamblea”. Así, utiliza la fórmula “Asamblea popular o Concejo”, para definir el régimen de autogobierno revolucionario constituido en Sevilla en 1248 tras la derrota y derrocamiento de la dictadura de las elites islámicas.

Expone y enfatiza del modo que sigue la cuestión, “Concejo, es decir, la asamblea popular” en la que la asistencia posee “voz y voto”. Añade que “todos los vecinos se reúnen y legislan” en ella, “nombran sus jueces” y “confieren poder a los representantes (sic) que han de llevar el voto de la ciudad en las cortes”, expresión esta última desacertada pues quienes iban a las cortes no eran representantes sino portavoces obligados por la fórmula jurídica del mandato imperativo, propia de todo sistema democrático y cuya inexistencia, por no hablar de su prohibición, manifiesta la naturaleza despótica y dictatorial del régimen político que así opere[2]. También alega que es la asamblea de vecinos la que designa los oficios municipales, alcaldes, alguaciles, etc., con mandato anual.

El gobierno por asambleas tiene para él su origen “a mediados del siglo IX”, lo que fecha el momento de una inmensa revolución política, económica, social, convivencial, moral y civilizacional, precisamente la que va a derrotar al imperialismo musulmán en la península Ibérica. Ciertamente, es imposible señalar con mayor precisión, por la debilidad y escasez de las fuentes, el momento en que llega a dominar el régimen asambleario municipal entre los pueblos libres del norte, pero Tenorio no va descaminado al datarlo en torno al año 850 -en la forma que adopta en el mundo medieval- aunque quizá habría que rebajar en algo esa fecha…

         Se hace la pregunta sobre quiénes acuden a las asambleas de autogobierno, asunto que no queda explicitado, según parece, en la documentación de los archivos sevillanos. Examina dos posibilidades, una la que describe como la asistencia a las juntas concejiles de “todos los habitantes de la villa o ciudad, hombres, mujeres y niños”, mientras que otra, tomada de cierto autor de escasa solvencia, afirma que sólo los varones mayores de 14 años. Esto último manifiesta ser una suposición a posteriori también porque en los siglos medievales las personas no solían saber a ciencia cierta qué años tenían, al no existir registros de nacimiento. La fórmula de “hombres, mujeres y niños” es la utilizada en documentos antiguos, del siglo X, y la que expresa la condición del vecindario que se organiza políticamente en la asamblea concejil[3].

         El mundo medieval revolucionario no marginaba a los niños, que compartían la vida de sus familias y vecinos, estando presentes en todos los grandes acontecimientos (cada asamblea concejil lo era) y aprendiendo en ellos a ser adultos de virtud y valía. Menos aún marginaba a las mujeres, parte primordial por derecho propio del orden asambleario medieval, con voz y voto en igualdad con los varones, lo que se explicita en bastantes diplomas de la época, aunque al parecer no se describe en ninguno del archivo sevillano. Precisamente la función de la mujer en la sociedad era uno de los puntos fundamentales en litigio entre el sistema político asambleario de los pueblos del norte y el hiper-patriarcado del orden político andalusí.

         Al concejo, con soberanía individual y sentido de la responsabilidad, con libertad de palabra, deliberación, objeción, designación, revocación y voto, siendo electores y elegibles, asistían todos los adultos de cada municipio, sin diferenciación por sexo. Éstos no eran exactamente los mayores de 14 años, afirmación ridícula, sino quienes participaban plenamente, en más o en menos según sus capacidades, en las actividades productivas, lo que les hacía merecedores de ser tenidos por sujetos con plenos derechos políticos, activos y pasivos, para los oficios concejiles añales.

         Adjunta un comentario cardinal para comprender cómo era realmente el orden concejil en un aspecto básico, la relación entre la institución de la corona (que era su lado negativo) y la asamblea/asambleas de vecinos (su componente central positivo), por sí misma potestativa, gubernativa, legislativa y ejecutiva, de dirección de la vida económica y también militar, coercitiva y judicial. Informa que el rey tenía sus oficiales en la ciudad recién liberada, y se refiere a que la mesnada real que en ella quedó estaba formada por unos 200 hombres, o caballeros, añadiendo que todo eso “no merma en nada las libertades de la ciudad”.

         Tenorio se centra sobre todo en la elección y designación de los cargos del concejo, esto es, de las autoridades concejiles con funciones anuales, a lo que destina muchas páginas pero descuida aspectos básicos. Apenas cita el fundamento último de la soberanía popular municipal, el pueblo en armas, las milicias populares, concejiles o municipales, sin las cuales ni Sevilla hubiera sido liberada de la dictadura islámica ni el autogobierno popular por asambleas podría haberse mantenido posteriormente[4]. El fundamento de la libertad política es la fuerza coercitiva popular, verdad tan ardua de exponer como imposible de negar. Es majadero pensar que los 200 caballeros del rey que quedaron en Sevilla podían ser el cimiento de la soberanía del pueblo trabajador, primero por su exiguo número en una urbe populosa (se cree que tenía unos 24.000 habitantes, la ciudad más grande de Occidente) y segundo porque eran “los hombres del rey” y no del concejo, deseosos en su fuero interno de reducir e incluso extinguir el poder de éste, lo que lograrían en el siglo XIV.

         ¿Cómo era el orden político sevillano antes de 1248?  Desde su gran derrota en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212 el imperio almohade estaba en descomposición, mucho más tras la liberación de Córdoba en 1236 y de Jaén en 1246. La autoridad política la ejercía el patriciado musulmán de Sevilla, una aristocracia militar-clerical terrateniente, brutal y violentísima en su proceder, que era quien tomaba todas las decisiones y se las imponía represivamente a la población, a la que explotaba sin piedad. A la sazón, estaba enfrentado con casi todos los poderes islámicos de la península y África, habiendo depuesto y asesinado a su anterior caudillo en 1246, Umar Ibn Djadd, un hombre más realista y moderado, quedando el poder de la ciudad en manos de una junta de matones e indeseables, repudiados por todos. Durante el asedio dicho poder faccioso no recibió ninguna ayuda exterior de importancia, lo que contrasta con la notoria asistencia militar que el reino musulmán de Granada otorgó a las mesnadas reales castellanas, un dato más que refuta la extendida y muy errada idea de que la lucha en curso era principalmente un choque religioso.

         Tampoco dedica Tenorio la atención deseada al comunal, a la gran masa de bienes concejiles no sólo agropecuarios y silvícolas sino también artesanales y mecanizados (máquinas de agua sobre todo), que el concejo rige y en los que queda fundamentada la economía de la ciudad tras 1248. Sabemos que en Sevilla se había producido, bajo la dictadura islámica, una acumulación pasmosa de la propiedad de la tierra en una todopoderosa clase terrateniente, así como en el opulento clero musulmán. Tales inmensos latifundios, con los medios de producción en ellos contenidos, son divididos en dos grandes porciones, una muy mayoritaria que queda bajo administración plena de las asambleas vecinales, que fueron la urdimbre compleja del Concejo de Sevilla, y otra que pasa al patrimonio de la corona, siendo distribuida entre la familia real, el alto clero católico y los caballeros del monarca, principalmente en la forma de propiedades medias y pequeñas[5].

         A su vez, lo que el vecindario sevillano, el concejo, se apropia se divide en dos partes, una que adopta la forma de pequeña propiedad familiar (no individual) y la otra que se mantiene, en Sevilla y su Tierra, como patrimonio comunal[6]. Se constituye de ese modo una masa de bienes colectivos de colosales proporciones, en lo que es una efectiva e indiscutible revolución económica que va a convertir en propiedad popular autogestionada asambleariamente la mayor parte de lo poseído por la clase explotadora terrateniente musulmana. Con eso se establece una economía esencialmente comunal y colectivista dirigida desde la asamblea de vecinos, en la que la propiedad privada familiar tiene un lugar limitado, controlado y secundario.

         Por tanto, la liberación de Sevilla en 1248 fue, también, una formidable revolución económica y social, así como una revolución agraria. Pero su esencia era la libertad, libertad política y libertad civil sobre todo, concretada en el sistema asambleario de autogobierno. La libertad fue lo que triunfó en ese año. Luego, el colectivismo autogestionado.

         ¿Qué sucedió con la población no cristiana?

         Lo primero a destacar es la ausencia en las fuentes documentales de referencias a mozárabes, a cristianos sometidos al poder islámico, en Sevilla para la fecha citada, lo que manifiesta que éstos habían sido extinguidos, por exterminio físico (hay testimonios dramáticos e incontestables de ello, que permiten clasificar como genocida al Estado andalusí) y por la conversión forzada al islam. La población judía recibió al orden concejil y comunal con alborozo, lo que enfatiza Tenorio, pues estaba siendo fieramente perseguida por el poder musulmán. Los judíos, tras 1248 se hacen minoría “protegida” por la corona, que paga tributos al rey de Castilla, no participan en la vida concejil y se gobiernan por sus leyes y autoridades con sometimiento a las normas legales generales promulgadas por el par antagónico corona-concejo.

         Los musulmanes, según los acuerdos de capitulación, tienen un mes tras la rendición de la ciudad para exiliarse, lo que incluye el derecho a vender sus propiedades y partir luego con el producto íntegro de tal transacción. Los que quisieran permanecer en la ciudad podían hacerlo. Bastantes se marcharon pero muchos permanecieron en Sevilla (los crecidos tributos aportados a la corona por la comunidad musulmana tras 1248 así lo certifica, según Tenorio, igual que la conservación de los topónimos, lo que indica que la aportación de gentes de fuera fue reducida), y una buena parte de los inicialmente exiliados al parecer retornaron.

Sabemos que se mantuvo una mezquita abierta en la ciudad, decisión positiva que muestra la tolerancia y respeto por la libertad de conciencia del orden concejil, comunal y consuetudinario, aunque muy probablemente fueran muchas más las mezquitas abiertas, en la ciudad y en su Tierra. Considerando que en la memoria colectiva de una buena parte de aquéllos permanecía el recuerdo de su conversión forzada al islam, muchos de estos musulmanes a viva fuerza debieron retornar con facilidad a la fe de sus mayores (aunque el cristianismo del siglo XIII era cualitativamente diferente al del siglo VIII).

         Se puede mantener sin temor a errar, como lo advierten diversos indicios de las fuentes, que se exilian el total de las clases altas musulmanas y permanecen en Sevilla las una gran parte de las clases populares, los trabajadores, campesinos y artesanos, que contemplan la instauración del nuevo orden político y económico como una liberación de las muy violentas y expoliadoras élites islámicas. Las diferencias clasistas casi siempre prevalecen sobre los factores religiosos. En Sevilla se repite algo bien conocido en la época estudiada pero ocultado por los historiadores entregados a la “Islampolitik”, que buena parte de los musulmanes de las clases populares (no así de las minorías pudientes) se sentían más libres bajo el régimen concejil, comunal y consuetudinario que bajo el tiránico Estado islámico andalusí.

Pero la comunidad islámica, igual que la judía, se acogió al patrocinio real en vez de incorporarse al concejo. Dicho de otro modo, escogieron ser súbditos en vez de vecinos, craso error del que son corresponsables. En esto ha de verse, muy probablemente, una maniobra del rey para dividir por credos y debilitar a la comunidad popular, que es una convivencia fraternal de vecinos y trabajadores, independiente de la religión de cada cual, en las que existían seres humanos iguales y soberanos, electores y elegibles en las juntas y asambleas. En vez de seguir el modelo de Daroca (Aragón), o de Toledo[7] y Guadalajara (Castilla), en donde los vecinos se funden en un único orden concejil sin discriminación negativa o positiva por sus creencias religiosas, en Sevilla se establece el sistema “multicultural”, de comunidades cerradas en lo político, con el rey como primera autoridad.

Cuando la corona se volvió contra los judíos, en el siglo XIV, promoviendo su persecución, quizá aquéllos comprendieran su error. Los musulmanes no fueron hostigados hasta el siglo XVI. Por el contrario, el concejo de Sevilla sufrió la inquina de los reyes y señores ya en el siglo XIV, cuando Sevilla, como las demás ciudades y villas de la corona de Castilla, pierde su sistema de autogobierno popular.

Reflexionemos sobre esto. Tras la toma de casi todo el valle del Guadalquivir y de Sevilla, el Estado islámico andalusí estaba vencido. Quien había sido durante siglos el enemigo principal de la revolución hispana de la Alta Edad Media ya era una fuerza en desintegración. Esto hace que la contradicción principal interna de la formación social  concejil, consuetudinaria y comunal con monarquía se desencadene y estalle. Dicho más sencillamente, la conquista de Sevilla, en tanto que derrota estratégica del orden oligárquico, terrateniente y anti-revolucionario islámico, sienta las bases para que el conflicto entre los concejos y la corona se hiciera muy agudo. Pero la iniciativa estratégica la lleva esta última.

Ya Fernando III se propone ser rey que gobierna y no meramente rey que reina, intentando dictar normas legales a algunos municipios, lo que era prerrogativa exclusivas de sus asambleas de vecinos. Su sucesor, Alfonso X, llega mucho más lejos, atribuyéndose la potestad legislativa y atreviéndose a introducir el derecho romano, o del Estado, en unos territorios que hasta la fecha sólo conocían el derecho de creación popular, o consuetudinario, aunque no logra del todo sus objetivos. Además, las milicias concejiles son de facto disueltas a fines del siglo XIII. Tales maniobras, parcialmente fracasadas por el momento, logran un enorme éxito con el rey Alfonso XI (1312-1350), en particular con el Ordenamiento promulgado en las cortes de Alcalá de Henares de 1348, documento que inicia una nueva era, de triunfo de la corona y derrota popular, en los territorios sometidos a la corona de Castilla. Dicho de otra manera, la liberación de Sevilla desencadena una intensa y compleja lucha de clases en el bando vencedor.

Las clases populares, organizadas sobre bases municipales, no tuvieron la perspicacia estratégica de sus enemigos de clase, pues parece que no entendieron la nueva situación creada tras 1248. Si la revolución popular altomedieval en ese año había alcanzando una victoria decisiva sobre su enemigo secular, el islam políticamente organizado en ente estatal, era el momento de pasar a hacer frente al otro enemigo, este interior, de la revolución, el constituido por la corona y los señores, eclesiásticos y laicos. De no obrar así dejarían la iniciativa en manos de éstos, como efectivamente sucedió, y serían derrotados en las villas y ciudades, lo que se manifestaría como eliminación del régimen asambleario de concejo abierto en ellas, para ser sustituidas por el concejo cerrado, o regimiento, de designación real.

Lo expuesto muestra que la lucha entonces era esencialmente política y social, y sólo de manera muy secundaria y subordinada religiosa, según se ha señalado antes. Derrotado en lo principal el Estado islámico el enemigo de las clases populares pasaba a ser el (naciente) Estado castellano, el monarca y los señores. En esa lucha estaban unidas las clases populares sin diferenciación de religión.

Lo que hoy es Andalucía, que en aquel tiempo era una entidad territorial muy vaga y confusamente definida, es el espacio peninsular que más padeció bajo el poder del Estado islámico, hasta el punto que se puede sostener que algunos de los problemas que incluso hoy tiene se formaron en ese tiempo. Una prueba de lo terrible del yugo andalusí es la colosal rebelión que Umar Ibn Afsun dirigió en el siglo X contra el califato de Córdoba, haciendo de Bobastro (Málaga) su centro de operaciones. Resultó vencida, tras muchos años de heroico batallar y a pesar de haber estado cerca de alzarse con la victoria, pero fue la mayor rebelión campesina altomedieval de Occidente. La derrota del siglo X se transformó en victoria en el siglo XIII. Se deben recordar también las rebeliones populares en la ciudad de Córdoba contra el poder dictatorial islámico, asimismo ahogadas en sangre. Por tanto, la raíz de la Andalucía popular está en la epopeya de Bobastro y en el magnífico orden asambleario y comunal que triunfa posteriormente, pues Sevilla fue liberada en lo principal no por las gentes del norte de Despeñaperros sino por el campesinado rebelde de la tierra que con su colaboración y militancia hizo posible la victoria[8].


[1] Este erudito (1863-1930) es también autor del célebre estudio antropológico “La aldea gallega”, 1914, considerado en mi libro “Naturaleza ruralidad y civilización”. Un análisis biográfico en “El Concejo de Sevilla de Nicolás Tenorio Cerero”, F.M. Pérez Carrera y C. de Bordóns Alba, Sevilla 1995. Éste presenta a aquél como un convencido de “las libertades municipales medievales”, que en la ciudad del Betis no se mantuvieron mucho tiempo pues, añade, “el paso del antiguo Concejo al nuevo sistema de Regimiento vendría a poner final -así creemos pensaría Tenorio- a una época dorada de libertades”, transición que tuvo lugar en el siglo XIV. Con todo, estos dos autores velan cuanto les es posible la naturaleza asamblearia del concejo sevillano instaurado en 1248, en lo que coinciden con casi todos los historiadores contemporáneos. Es más, lo niegan con argumentos pueriles, el principal de ellos “el tamaño de la población”, ignorando que la ciudad tenía 24 collaciones (distritos electorales), por lo que las asambleas soberanas eran de barrio y operaban con funcionalidad, habiendo luego una permanente del concejo, u órgano ejecutivo entre asambleas, al que se vino en llamar “Estado de las justicias”, o Cabildo. Resulta escasamente ético, e incluso dudosamente estático, hacer la biografía de un autor al que por una mezcla de ignorancia y rencor político se enmienda la plana… Tenorio es de los pocos historiadores que, aunque sea de manera parcial, deja un espacio a lo popular en la historia, mientras que la gran mayoría se interesa únicamente por el actuar de reyes, poderosos, oligarcas y señores.
[2] El mandato imperativo, uno de los componentes inexcusables de todo orden democrático al impedir que los designados como portavoces se conviertan en representantes y sustituyan a la comunidad política haciéndose nuevo tiranos, es prohibido por la actual Constitución española en el artículo 67.2, lo que prueba su inquietante naturaleza. Por el contrario, en la sociedad concejil, democrática, de nuestro medioevo era un elemento decisivo del orden político. Esto explica las feroces descalificaciones que la historiografía oficial hace de aquel régimen, arbitrariamente tildado de “feudal”, todo para ocultar la catadura despótica y anti-democrática del orden vigente.

[3] Muy probablemente, esa expresión se inspira en la de un diploma fechado en el año 955 en Berbea, Barrio y San Zadornil, un municipio pluribarrial situado entre las actuales provincias de Burgos y Álava, que se refiere  a la asistencia al concejo del modo que sigue, “hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, grandes y pequeños”.
[4] Se sabe que tiene un estudio particular sobre este asunto, “Las milicias de Sevilla”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1907, que no he logrado consultar. Probablemente, en los seis años transcurridos desde la edición de su obra se centró en el análisis documental de esta cuestión, tan fundamental, pues no puede haber democracia sin el pueblo en armas.
[5] Un libro que arroja una notable luz sobre este asunto es “En torno a los orígenes de Andalucía: la repoblación del siglo XIII”, Manuel González Jiménez. Demuestra que los repartos de tierra en la forma de propiedad particular que tiene lugar tras la derrota de la oligarquía de al Andalus que crean sobre todo mediana y pequeña propiedad, no latifundios. Da el dato de que el 98% de sus beneficiarios se apropiaron del 88% de las tierras repartidas, lo que prueba que el derrocamiento de la aristocracia latifundista islámica fue una verdadera revolución agraria popular. Pero González no entra en lo más importante, la constitución del fondo comunal de tierras y otros medios de producción, que pasan a operar de forma autogestionada bajo la autoridad del concejo, convertido en propietario colectivo. Aquél se desencadena, con razón, contra “Los latifundios en España”, Pascual Carrión, 1932, por sostener que el latifundio andaluz se crea con la “reconquista”, enormidad esgrimida incluso hoy por el progresismo español. Lo que está en debate es si la liberación del valle del Guadalquivir fue, con todas las cautelas que se desee, un acto revolucionario, quizá el último de la revolución de la Alta Edad Media hispana, o no.

[6] El libro “Usurpación de tierras y derechos comunales en Sevilla y su Tierra durante el siglo XV”, de M.A, Carmona Ruiz permite aquilatar la potencia y extensión enormes de los bienes comunales en Sevilla, que comienzan a ser privatizados una vez que en el siglo XIV el regimiento sustituye al concejo abierto. Antes de 1248 en ella sólo existían tres tipos de propiedad, las única admitidas por el islam, los bienes de las mezquitas, los del Estado y el fundo privado, cuando era extenso trabajados por esclavos o, más a menudo, por campesinos dependientes similares a los siervos carolingios, privados de derechos y sometidos a formas terribles de explotación, siendo sus periódicas rebeliones ahogadas en sangre.
[7] Informa Tenorio que la Sevilla liberada escoge el fuero de Toledo como norma jurídica y política de autogobierno. Eso es decir muy poco pues ese asunto, el del fuero de Toledo considerado en concreto, es un embrollo monumental, uno de los mayores de nuestra historia medieval. Lo que sí se sabe que significa es que las grandes ciudades creadas por el hiper-estatizado régimen andalusí, al ser liberadas y liberarse, tenían en su seno una comunidad popular plural, que debía convivir sin menoscabo de la unidad y sin afectar a la libertad de conciencia (que entonces adoptaba la forma de libertad religiosa) de cada cual, pues la libertad de conciencia es el fundamento último de todas las libertades, políticas y sociales, personales y colectivas. Fuera de esto, el asunto está necesitado de estudios mucho mayores.
[8] Se lee en “Crónica de veinte reyes”, texto histórico anónimo redactado en la segunda mitad del siglo XIII, que Sevilla estuvo cercada “dies e seis meses” por las tropas revolucionarias, principalmente formadas por el campesinado local y las milicias concejiles llegadas del norte, con una aportación de las mesnadas reales. Añade dicho texto que los sitiadores crearon, al lado de los muros de Sevilla, una ciudad nueva y excelentemente organizada, hecha de un gran número de tiendas de campaña y otras edificaciones de circunstancias, con sus calles y plazas, en las que se ejercían todos los oficios manuales y artesanales, bien autoabastecida y dispuesta a mantener el cerco el tiempo que hiciera falta. Esto muestra que quienes estuvieron allí arma en mano contra el Estado andalusí eran principalmente trabajadores, gente del pueblo, y no caballeros ociosos dedicados a tornear. Y prueba también el apoyo enorme que encontraron en la población de la Tierra sevillana, que les abastecía por trueque y donación. Igualmente, muestra que el mito de la superioridad andalusí en el trabajo productivo es sin fundamento, pues la artesanía de al-Andalus era principalmente de lujo, para abastecer a la parasitaria clase alta islámica, mientras que la del norte se dirigía a satisfacer las necesidades básicas del pueblo, estando mucho más adelantada técnicamente y siendo bastante más eficiente, lo mismo que la agricultura, también porque las mujeres participaban en paridad con los hombres en el trabajo productivo. Dado que en la sociedad andalusí la mayoría de la mano de obra era esclava o servil no podía ser económicamente viable en el enfrentamiento a largo plazo con los trabajadores libres de la sociedad concejil y comunal, como así sucedió. Únicamente la llegada constante y a gran escala de hombres y recursos del norte de África, y también de otros territorios africanos más al sur (recordemos los regimientos de negros esclavos que solían usar el Estado islámico andalusí, ya desde el siglo X al menos, como quedó gráficamente mostrado en la batalla de Las Navas), permitió sobrevivir por siglos a un orden político, el islámico hispano, que en la segunda mitad del siglo X ya estaba en decadencia. Ello a costa de empobrecer y desarticular las sociedades norteafricanas, cuyo atraso, polarización social extrema y pobreza actuales probablemente se empiezan a constituir entonces.

domingo, 13 de diciembre de 2015

ELECCIONES 20-D. LA LUCHA ESTÁ EN LA CALLE, NO EN EL PARLAMENTO


Cuatro rasgos definen la actual campaña electoral, la tensa pasividad popular, su concentración en los espacios de la telebasura, las ofertas de más dinero para la plebe como principal argumento de todos los partidos y la institucionalización de la nueva casta, Ciudadanos y Podemos, al lado de la vieja casta, PP y PSOE.

En ella todo es politiqueo y politiquería, espectáculo y farsa, ausencia de ideas y sobreabundancia de promesas patrañeras. Los nuevos politicastros se codean con los veteranos formando un bloque en que unos y otros son indistinguibles, pues la izquierda es igual que la derecha y los “independentistas” indiferenciables de los españolistas. Únicamente interesa el dinero y el consumo, en lo que es una universalización del espíritu burgués. Ni ideales ni ideas y ni siquiera propuestas puntuales inteligentes. Lo trivial y lo mostrenco, lo chabacano y lo ramplón, lo mendaz y embustero, determinan el hacer y obrar de todos los políticos, seres clónicos e intercambiables.

La actual campaña electoral muestra el nivel de envilecimiento y degradación de nuestra sociedad, ayuna de ideales y valores pero sobrada de codicia y pulsiones adquisitivas. El “más para mí”, el “dame a mí” y el “¿qué hay de lo mío?” dominan, con el Estado como gran agente supuestamente benefactor, en un universo de pedigüeños y pancistas, de criaturas infantilizadas y pasivas, que renuncian a hacer las cosas por sí mismas (lo que equivale a un vivir inauténtico) para transferir todas las responsabilidades a “sus representantes”, los políticos profesionales, y a los cuerpos de funcionarios.

El PP es la derecha clásica pero en cuatro años no ha derogado ni dejado de aplicar ninguna de las leyes que hizo la izquierda, el PSOE, en 2004-2011. Es una derecha que hace la política de la izquierda. Anteriormente, la izquierda, en todo lo importante y dejando de lado algún gesto demagógico, llevó a efecto lo legislado por el gobierno de Aznar, que a su vez fue continuista con el de González.

De igual modo, gane quien gane el 20-D hará desde el gobierno lo que le ordene hacer el Estado y la gran banca. Ni los partidos ni el parlamento ni el gobierno son instituciones sustantivas, pues el poder real no reside en ellas. Son meros instrumentos. De ahí que sea lo mismo quien triunfe y quien pierda el 20-D.

Lo peligroso para el poder constituido es la oposición consciente a votar, pues incluye un rechazo del actual orden de dominación, un negarse a participar en las actividades legitimadoras del régimen de dictadura política, diciendo no al sistema y trabajando por la maduración de la revolución. No votar de forma consciente es abofetear a los poderes del Estado, situarse en contra del capitalismo, ocupar un puesto de combate por la regeneración integral de la sociedad y el individuo.

Todos los partidos y formaciones políticas son lo mismo. Todos unidos forman el partido único de partidos del régimen vigente. Todos cobran del Estado y todos son financiados por la banca para realizar las costosas campañas electorales, que les entregan créditos que luego no son devueltos… Eso es igual en la derecha capitalista que en la izquierda “anticapitalista”. Todos están al servicio de los dueños del dinero, de los amos de los medios de producción, de los poderes totalitarios de este mundo. Quienes se dejan tentar por la demagogia populista que recuerden la Venezuela de los bolivarianos, la Grecia de Syriza, el Brasil del Partido de los Trabajadores… sin olvidar a Corea del Norte ni al régimen fascista-clerical-capitalista de los ayatolas iraníes…

El sistema de dominación tiene su propia lógica, poseyendo un poder múltiple y descomunal. Nadie puede ni podrá usarlo con fines buenos (por pequeños que éstos sean) y él, por el contrario, se sirve de todos los que se integran en su seno, de todos los que votan en las elecciones, de todos los que acuden al parlamento y al resto de las instituciones. Utiliza a quienes lo hacen de mala fe y también a quienes actúan de buena fe.

El espacio para la recuperación de lo popular, para convertir al populacho en pueblo, para crear una fuerza agente de la transformación social capaz de realizar la revolución, es la calle. De ahí la idea vertebradora: abstenerse de votar para estar y actuar en la calle, no en el parlamento, desafiando al orden constituido.

Relanzar la conciencia y las movilizaciones populares, en particular aquéllas que tienen metas trascendentes y civilizatorias, es el objetivo. Hay que hacer como en 2011, tomar las calles asambleariamente aunque esta vez con una estrategia y un programa revolucionarios. Hay que desarrollar la autoconciencia popular. Hay que efectuar una construcción innovadora de la persona. Revolución significa estar fuera y estar en contra con un proyecto constructivo para el futuro. No votar. Impulsar las luchas, derribar el sistema de dominación, poner fin a la dictadura partitocrática, desmantelar el Estado, liquidar el trabajo asalariado y el capitalismo, construir una sociedad fundada en valores, en criterios éticos, en la recuperación de lo humano, en bienes espirituales, en la convivencia, la verdad, la libertad, el autogobierno por asambleas y la autogestión.

Amiga, amigo, haz un enorme corte de mangas al actual sistema de dominación el 20-D. No votes. Manifiesta tu voluntad de hacer el bien y hacer la revolución absteniéndote. Súmate al esfuerzo global por la revolución integral planetaria.



martes, 8 de diciembre de 2015

DERROTA DEL CHAVISMO EN VENEZUELA

El fracaso electoral del chavismo en diciembre de 2015 estaba previsto, dado el enorme descrédito del PSU de Venezuela. Fundamental ha sido la toma de posición del ejército, hasta ahora identificado con “la revolución bolivariana” (una forma de intervención militar), que ha resuelto, al constatar el desprestigio e ineptitud del chavismo, otorgar apoyo a la derecha.

                  Para comprender los hechos hay que inteligir cual ha sido el proyecto estratégico del chavismo, oficialmente “el socialismo del siglo XXI”. Su meta económica fue el desarrollo del gran capitalismo y de las multinacionales venezolanas, estatales (como la poderosa PDVSA, Petróleos de Venezuela SA, uno de los mayores conglomerados empresariales del mundo) y privadas, favoreciendo una rápida acumulación y concentración del capital con la exportación de crudo como factor básico. Éste tendría que haber permitido el ascenso de Venezuela a potencia imperialista de segundo nivel, propósito que explica los rifirrafes (meramente retóricos y simbólicos, por lo demás) con EEUU, España y otros, pues el gran capital venezolano intentó hacerse un sitio al sol a codazos, bramidos y bufidos.

         El chavismo no sólo mantuvo intacto el modo capitalista de producción sino que lo impulsó decisivamente, proletarizando, salarizando y monetizando aún más a las clases populares, desatendiendo y socavando la agricultura, artesanía e industria pequeña de medios de vida para concentrar el capital en la gran industria de exportación, principalmente el petróleo pero también la bauxita, el hierro y otros minerales. Ha buscado, en suma, realizar un modo peculiar de segunda acumulación de capital que otorgase a Venezuela el estatuto de “país desarrollado”, de potencia imperialista periférica[1].

         El proyecto hiper-desarrollista, anti-rural, urbano, modernizador a ultranza e industrialista de la izquierda bolivariana estuvo minado desde el primer momento por varias contradicciones internas. Al dar de lado y marginar las formas básicas de producción de bienes esenciales ha ido generando una notable escasez de recursos básicos, ascendiendo en flecha la pobreza. El chavismo supuso que podría vender petróleo caro y comprar alimentos y medios de subsistencia baratos en el mercado mundial pero esto se tornó irrealizable cuando el precio del barril comenzó a declinar. Además, al poner la obtención de beneficios por delante de la satisfacción de las necesidades básicas de las clases populares los bolivarianos se pusieron en evidencia. A fin de cuentas, resulta insensato desear construir el socialismo sobre la base del mercado mundial aunque en realidad lo que anhelaba era expandir una forma particularmente agresiva y aberrante de capitalismo.

         La demolición de las formas de vida y producción precedentes para concentrar la mano de obra en los sectores punteros no pudo llevarse a cabo, formándose una gran masa de población despojada y cesante, que fue mantenida -malamente- durante un tiempo por los sistemas asistenciales de esa forma elemental de Estado de bienestar estatuida por Chávez. Cuando escasearon los ingresos y fueron menguando los subsidios, subvenciones y limosnas estatales, se originó una situación agobiante de delincuencia común, con docenas de miles de asesinatos cada año. Así las cosas, los servicios de inteligencia del chavismo atizaron dicha violencia hasta convertirla en un lúgubre procedimiento de control social.

         Además, los elevados gastos militares (Venezuela es un activo comprador de armas, también a España); el permanente expolio de las arcas del Estado por los jerarcas del chavismo, civiles y militares; los crecidos gastos del aparato funcionarial bolivariano; las notables sumas otorgadas a grupos y personalidades de la izquierda mundial pro-capitalista para que publicitasen el régimen; los vencimientos de la deuda, no sólo con EEUU o España sino cada vez más con Rusia y sobre todo con China; etc. hicieron que los gastos improductivos de toda naturaleza llegasen a dificultar el proyecto inicial, realizar una rápida acumulación de capital.

         Mientras el régimen chavista se servía de un descomunal uso de la demagogia “social”, con el respaldo de la izquierda burguesa europea, lo cierto es que las masas trabajadoras del país estaban siendo maltratadas, despojadas y humilladas por aquél. Esto ocasionó continuas huelgas, protestas y manifestaciones, a veces reprimidas de manera sangrienta por la policía o los paramilitares chavistas. En 2014 una ola, en lo esencial espontánea, de movilizaciones populares con docenas de muertes, dejó al régimen sin respaldo popular sustantivo, condenado a perder las próximas elecciones, como ha sucedido.

         La altísima inflación que padece Venezuela, por el exceso de acuñación de papel-moneda y la escasez de productos, empobrece a las clases medias y clases trabajadoras, que sufren el expolio de sus pequeños ahorros. Así se está formando un proletariado despojado, que es el que necesita el proyecto militar y empresarial que sostuvo al chavismo (y que en el futuro seguirá impulsando la derecha en el gobierno) para constituir el mega-capitalismo. Derecha e izquierda son instrumentos del poder constituido y enemigos de la revolución en Venezuela.

         El chavismo no ha sido más que el promotor de una etapa en el desenvolvimiento del gran capital en el país. Antes que él otros gobiernos hicieron en lo principal la misma política, aunque sin alcanzar sus cotas de verborrea “social” y soborno asistencial de las clases populares, que no ha podido mantener. La gran multinacional estatocapitalista PDVSA, se creó en 1976 con la nacionalización (estatización) de la industria de los hidrocarburos. Tal fue la base económica del chavismo. Ahora la derecha continuará lo hecho por Chávez, con el ejército como suprema fuerza y decisivo guardián del capital. Venezuela necesita una revolución, a realizar contra la izquierda chavista y la derecha neoliberal y, sobre todo, contra el ejército, el amo del país en última instancia.

         Lo que el chavismo y sus amigos denominan “socialismo” es mega-capitalismo, una nueva fase en el desarrollo de la gran propiedad privada empresarial. Chávez se alzó contra el capitalismo existente sólo para crear otro muchísimo más poderoso a la sombra del Estado, al que tildó desvergonzadamente de “socialismo”. Esto es lo propio de la izquierda en todos los países, como fuerza anti-revolucionaria dedicada a promover la expansión y desarrollo máximos del capital. Su “anticapitalismo” consiste en cuestionar el capitalismo aún relativamente débil e inmaduro para ir construyendo otro, hiper-poderoso.

         No menos fraudulento es el “antiimperialismo” de los bolivarianos y sus amigos. Consiste, como se ha dicho, en disputar algunas ínfimas porciones de poder a los países imperialistas aunque manteniéndose siempre a su servicio. La demagogia antiyanki de Chávez en nada ha afectado a la venta de petróleo a EEUU ni a la presencia de más de 500 grandes empresas estadounidenses operando en Venezuela. Por lo demás, creyó que cambiando parcialmente de bando podría mejorar, con lo que ahora tiene una crecida deuda con China, que ha de pagar a pesar de que el país carece de suficientes divisas, por lo que Maduro está vendiendo, al parecer, las reservas de oro del banco central. Los hechos muestran que únicamente un programa revolucionario puede ser antiimperialista de verdad.

         El fracaso del chavismo es el último, por ahora, episodio de puesta en evidencia de la izquierda a escala mundial. Tiene lugar unas semanas después que las clases trabajadoras de Grecia se alcen en su segunda huelga general contra el gobierno de Syriza, realizador de una feroz política de recortes en pensiones, sanidad, educación, derechos sociales, etc. Coincide con la descomposición del Partido de los Trabajadores de Brasil, en el gobierno de ese país desde hace 11 años, a causa de la corrupción, la represión y el empobrecimiento de amplios sectores populares. Se da cuando triunfa electoralmente la extrema derecha en Francia, a costa del socialismo y del resto de la izquierda, por la demente política de ésta respecto a la inmigración, de su racismo antiblanco e islamofilia fascistizante. Es paralela a la puesta en evidencia de Podemos en España como fuerza emergente destinada a realizar aquí una política similar, o incluso más cruel, a la de Syriza en Grecia.

         En todos los países la izquierda está en retirada, pues su ejecutoria la pone en evidencia, vegetando además sin proyecto, sin fundamentos teoréticos, sin jefes preparados y sin moral, reducida a una propuesta viejuna, cien veces fracasada y fuera de época. Al ser el enemigo fundamental en lo ideológico y político de la revolución es dado concluir que las condiciones para el desarrollo del proyecto y programa de la revolución total, o integral, están mejorando.


[1] La entrevista biográfica al urdidor y jefe del “socialismo del siglo XXI”, obra de Ignacio Ramonet, “Hugo Chávez. Mi primera vida”, 2013, lo expone. Ramonet, fiel y veterano servidor del imperialismo francés desde la izquierda, persiste en un enfoque de los problemas económicos no sólo burgués sino además irracional, anticuado y desastroso, ya fracasado en varios países (en la URSS con la industria pesada, en Argelia con el gas, en Camboya con el arroz, en Cuba con el azúcar de caña, etc.). Fiándose de “asesores” como él se comprende que el chavismo haya sido un patético fiasco. El camino de una economía del pueblo trabajador y a su servicio es la diversificación productiva sobre una base autogestionada, no la concentración en un único sector, con el estatocapitalismo. Estos sabihondos han maltratado a la agricultura venezolana hasta reducirla al 4% del PIB, lo que explica la escasez e incluso el hambre que padecen un amplio sector de la población, probablemente un tercio, por falta de productos básicos. Antaño el país fue casi autosuficiente en alimentos mientras hoy ha de importar el 50% y… todavía tienen la cara dura, los chavistas y sus propagandistas de este lado del Atlántico, de hablar de “soberanía alimentaria”.