sábado, 23 de abril de 2016

HACIA LA ESTRUCTURACIÓN ESTRATÉGICA DEL II ENCUENTRO POR LA REVOLUCIÓN INTEGRAL


         Para establecer un plan y proyecto general de actuación a largo plazo, del que extraer sus aplicaciones para cada asunto y momento particular, hay que comenzar fijando el rasgo decisivo del tiempo presente. No es difícil. Reside en la formación, por evolución rápida, de estructuras de poder colosales, que están acabando con la persona, la civilización y lo humano, con la libertad en todas sus manifestaciones, la verdad, la convivencia, la ética, los valores y la estética. Igualmente, devastan la naturaleza, en un grado y extensión bastante preocupantes. Esas estructuras de poder están formadas por el binomio Estado/Estados y gran empresa, que en los últimos decenios han acumulado poder sobre sí con una intensidad, celeridad y eficacia aterradoras.
          Además, el actual sistema de dominación, considerado a escala planetaria, se organiza en cuatro potencias mayores (EEUU, UE, China y el capitalismo colonialista islámico) y cuatro menores (Rusia, Japón, Brasil e India), que forcejean entre sí a la vez que urden alianzas. Por tanto, además de padecer un sistema de dictadura política y social globalizado, estamos sometidos a un orden imperialista de competición y enfrentamiento, lo que anuncia una probable nueva guerra mundial, la cuarta.
          Ello cuando la capacidad de acción de los pueblos y del individuo está bastante menguada. El fracaso, en tanto que experiencias emancipadoras, de las revoluciones supuestamente proletarias y de las revoluciones sedicentemente antiimperialistas del último siglo han dejado un poso de escepticismo, amargura, escapismo, institucionalismo y egocentrismo. El decaimiento de las fuerzas espirituales, morales, intelectuales, convivenciales y culturales es perceptible en todo el mundo, lo que hace de la persona hoy un ser nada apto para su multi-dominación. Los problemas son tan graves y numerosos que el obrar reformador es prácticamente inútil: ya sólo la revolución es solución.
          En Europa vivimos el final de una edad. La UE es una potencia imperialista en decadencia, que se dirige hacia su final, por tanto, a ser dominada por otras potencias, las ahora ascendentes, con pérdida de su prosperidad material. En lo que resta del siglo Europa conocerá cambios enormes, que pueden ser concebidos como una catástrofe, sí, pero también como una oportunidad para la revolución. El actual periodo de paz, estabilidad y consumo, iniciado hacia 1950, tiene los días contados.
         En oposición dialéctica a todo ello, están, por un lado, las contradicciones inherentes al sistema, que se hacen más numerosas y agudas a medida que se expande, y la voluntad reflexiva y argumentada de cada vez más personas y colectivos, de disentir e incluso enfrentarse al poder constituido en defensa de la libertad, esto es, de la revolución como realización de las libertades reales populares e individuales. El sistema de dominación crea también lo contrario de lo que pretende conseguir, estableciendo cada vez más nocividades y costes ocultos, nuevos problemas y nuevas fuerzas que le son hostiles. En un sentido, tiende a autodestruirse, lo que es ley universal de todos los imperios. Al estudiar el orden vigente debemos de valernos de la dialéctica, no olvidando que está “bipartido”, pues “uno se divide en dos”. Por eso su poder, inmenso, es al mismo tiempo debilidad inerradicable.
          Ha de ser la voluntad consciente de los pueblos quien convierta esa tendencia a autodestruirse en liquidación, realizada por medio de la revolución. Si no existe tal voluntad, plasmada en una acción transformadora planeada, el sistema sobrevivirá e incluso se regenerará. La revolución resulta de la confluencia de los factores objetivos y de los subjetivos, de lo que es por sí y de lo que se hace que sea.
        
         ¿Cuál ha de ser nuestra línea de actuación?
 
         Todo se fundamenta en responder, no sólo reflexiva sino holísticamente, a las grandes cuestiones e interrogantes de nuestro tiempo. Tal respuesta ha de ser: 1) objetiva, esto es, verdadera, 2) formulada desde el pueblo/pueblos, 3) dotada de sentido revolucionario, 4) más propositiva que crítica, 5) en construcción permanente, 6) efectuada ateóricamente, desde el sentido común, la experiencia y la condición natural del ser humano, 7) omnicomprensiva e integral, 8) universalista e integradora, 9) pensada y realizada para el siglo XXI, 10) formulada para vencer, esto es, para construir efectivamente un nuevo ser humano y un nuevo orden social, 11) teniendo al individuo real, a la persona, como punto de partida y como meta, 12) cordial y afectuosa, 13) que incorpore lo positivo del presente.
         Tiene que ser la verdad, y no los intereses (grupales o personales), la potencia agente del cambio. Y no sólo la verdad, también la equidad natural, la imparcialidad magnánima, la voluntad de bien, el amor en actos. Quien busque su interés particular, como individuo, clase, sexo, etc., desacierta pues el obrar revolucionario, para serlo, ha de ser desinteresado y magnánimo, entregado a la realización de la verdad, la justicia y la libertad. El interés particular es el lema de la burguesía y la revolución integral es antiburguesa. En lo personal, quien obra en pos del propio interés resulta degradado pues el sujeto de calidad se construye desde el desinterés, la altura de miras, la pureza de intenciones y la grandeza de metas. Sin duda, existen intereses particulares legítimos y positivos pero han de ser parte secundaria
 
         ¿Es posible, es hacedero, ese procedimiento? Lo sea o no es el único revolucionario, la vía exclusiva para dejar atrás el actual orden social. En sí mismo, ponerlo en práctica, es la revolución. Ésta no es algo que sucede en el exterior de la persona, sólo en el ámbito de la sociedad, sino un acontecimiento también dentro, en lo profundo del sujeto, una revolución interior. Sin conversión íntima, persona tras persona, a un modo de vida nuevo no puede haber revolución del sistema socio-político, y si la hay, en un instante histórico excepcional, no puede mantenerse.
         Desde la verdad y el desinterés hay que crear las fuerzas revolucionaria, que hoy no existen. El populacho, envilecido por el Estado de bienestar y el consumismo, las incesantes operaciones de ingeniería social y el adoctrinamiento mediático-educativo, el trabajo asalariado y el Estado policial, ha de regenerarse, tiene que revertirse en pueblo. El ser nada, el individuo anulado y degradado de la modernidad, ha de devenir ser humano. Sin estos dos cambios la transformación social es irrealizable, y los dos son parte decisiva de la mutación general de la sociedad. Bajo el actual régimen es imposible, por supuesto, que todo el pueblo/pueblos y todos los individuos vivan tal regeneración pero sí puede y debe hacerlo una minoría cualificada. Hoy los asuntos decisivos dependen de minorías, verdad tan indudable como desagradable de admitir, y se trata de constituir minorías inorganizadas y no-vanguardistas que compartan la vida de las clases populares sin conciliar con ellas ni disolverse en ellas.
          La revolución sólo puede ser una emergencia de lo positivo y mejor del ser humano, una explosión de adhesión a la verdad, emoción por la virtud y altruismo militante que todavía, a pesar de la actividad destructiva del tándem Estado-gran empresa multinacional, sobrevive. Las revoluciones “proletarias” y “antiimperialistas” del pasado fueron un fiasco porque se sustentaban en lo peor del ser humano, el interés particular, el ansía de consumo, la avidez de mandar, el olvido de la persona, la mofa de la libertad, el aborrecimiento por la moralidad, el reducir el sujeto a objeto, el mecanicismo economicista, el frenesí por las doctrinas, las teorías y los dogmas.
         Las ideas, ideales y programa revolucionario tienen que ser llevados a la gente común directamente, por difusión, como lo han hecho todos los movimientos transformadores de la historia. Las propuestas y aportaciones han de ocuparse de lo primordial, de las más fundamentales cuestiones de nuestro tiempo.
         Lo primero es tener un cuerpo argumental bien fundado, amplio y rico a la vez que sintético y popular, crítico sin duda pero más aún constructivo y propositivo. Lo segundo es que sea lo suficientemente verdadero como para que la marcha de los acontecimientos, la experiencia social, lo valide en lo esencial en los decenios próximos. Lo tercero es que esté siempre en construcción para que resulte ampliado, enmendado y actualizado. Lo cuarto, que integre todo lo mejor que se vaya aportando y construyendo, provenga de donde provenga. Lo quinto es que sea útil en tanto que guía para la acción en las grandes crisis que periódicamente conocen todas las formaciones sociales, que pueden elevarse a situación revolucionaria y luego a revolución efectuada o desplomarse en las formas peores de totalitarismo.
          La actividad transformadora de las sociedades es, en su meollo, una lucha de ideas en la que a fin de cuentas gana quien tiene mejores ideas, esto es, más verdaderas.
          Cumplida esa condición, hay que darlas a conocer, hay que difundirlas. No es fácil, pues la censura, la exclusión y la calumnia son las respuestas actuales del sistema de dominación y sus agentes, a lo que se sumará pronto la represión. Pero no basta con un difundir intermitente, débil y escaso. Tampoco con tratar algunos asuntos dejando otros, pues la revolución es totalidad. Hay que lograr una masa crítica de análisis objetivos, desguace argumental de lo existente, refutación de la propaganda del sistema, enmienda de errores, explicación del programa y proyecto, para que tenga lugar un cambio en la conciencia.
         Lo substancial es admitir que al desarrollar el factor consciente, al tratar sobre los grandes problemas de nuestra tiempo lo hacemos para poner en pie un movimiento popular plural, dinámico y autoconstruido que se enfrente con al actual sistema y lo venza. No nos quedamos en un simple obrar culturizador sino que pretendemos dar a conocer ideas e ideales que en una coyuntura favorable contribuyan a cambiar cualitativamente la historia. El primer paso es una revolución en las ideas, del que saldrá una revolución en las conductas. De una y otra surgirá una nueva sociedad y un nuevo ser humano.
          Con ese convencimiento hay que constituir una masa crítica de proposiciones y formulaciones. Masa crítica significa que haya lo suficiente de tales como para lograr penetrar en el cuerpo social e impactar en la opinión pública, en sus sectores más conscientes, o avanzados. Ello depende de dos factores, la calidad de lo formulado (verdad, intensidad, pertinencia, rigor, sencillez, sublimidad, autenticidad, belleza, integralidad) y la cantidad y multiplicidad de los actos de difusión. La cantidad cuenta, y es cardinal, siempre que se sustente en la calidad. La cantidad incluye el uso de todos los procedimientos de difusión a nuestro alcance.
           Alcanzar tal meta demanda crear ideas e ideales[1]. Para establecer qué asuntos de la realidad deben ser tratados se tiene que analizar nuestra sociedad y el estado concreto del individuo. Fijados cuáles son las cuestiones decisivas hay que establecer los contenidos en cada una de ellas, esto es, el discurso, lo programático, la parte propositiva y la narrativa. Esto es quehacer individual y también colectivo. A continuación viene la tarea de la difusión, del todo sustantiva. Para fijar los contenidos hay que interesarse por la epistemología, fomentar la libertad de conciencia y tomar a la experiencia como principal fuente del saber cierto, operando desde el sentido común, la sabiduría popular y el conocimiento experiencial, sin por ello ignorar la cultura clásica y las aportaciones contemporáneas de los saberes eruditos.
         El individuo es lo básico y primero. Quienes sentimos la necesidad de un cambio revolucionario no debemos crear un sistema organizado porque, en el pasado, de los partidos ha surgido siempre una nueva burguesía que ha monopolizado el esfuerzo revolucionario popular, creando un sistema de dominación renovado, por lo general peor que el precedente. Además, los partidos y organizaciones similares dañan la creatividad individual, obstaculizan el despliegue de la iniciativa individual y grupal y, en definitiva, son ineficientes como fuerzas transformadoras. Así que lo más adecuado es mantener un sistema inorganizado con ayuda mutua cuyo fundamento es la responsabilidad individual (o del grupo, en su caso), para lo que ni siquiera debe ser considerado un movimiento sino un ente de afinidad sustentado en un estado de ánimo compartido. Tienen que haber unos límites, aceptar la idea revolucionaria, tomar la realidad como referencia y no ninguna teoría o sistema doctrinal, estar políticamente fuera de las instituciones, aceptar la pluralidad natural, no aspirar a tener poder personal o colectivo y esforzarse en ser sujeto convivencial.
De ahí se desprende que el sistema inorganizado de revolución integral no puede tener comunicados ni documentos fundacionales, u oficiales, al no poseer ningún sistema de ideas propio, más allá de unas escasas cuestiones elementales. Cualquier texto, por tanto, expresa el punto de vista de quienes lo suscriban, y puede haber tanto textos sobre una misma materia como se deseen elaborar. No hace falta debatir ningún asunto hasta llegar a acuerdos, o a desacuerdos, aunque sí hacerlo de modo que todos puedan exponer sus puntos de vista y todos aprendan en tal proceso cognoscitivo, quedando al libre albedrio y responsabilidad de cada cual lo que se admita y más tarde se haga público. Dado que la comunidad popular es, al menos hasta el momento, plural, cuanto mayor sea la variedad de las personas y colectivos mejor. Asimismo, conviene no abusar de la expresión “revolución integral”, para evitar sea considerado como una realidad diferente a la gente común.
 
El sistema de actuación en común debe ser confiar en la pureza de intenciones, responsabilidad individual, virtud convivencial y espíritu creativo de todos los adheridos al proyecto revolucionario. Quien defraude esa confianza se excluirá él mismo. Al no haber un sistema organizado y al negar toda vinculación con las instituciones es improbable que emerjan mandones o déspotas, aunque la garantía mayor es que la calidad o virtud de las personas comprometidas sea máxima.
De la valía del sujeto depende lo más importante. La categoría de revolución integral, por sí misma, contribuye en mucho a formar a la persona, pues las estimula a hacerse cargo por sí, sin delegar en otros, de los grandes problemas de nuestro tiempo, le pone ante una tarea ingente y le espolea a ir sacando lo mejor de sí. Si la calidad de la persona dimana de la grandeza de sus metas resulta obvio que el proyecto y programa de revolución integral es excelente para lograr la mayor y más rápida mejora del sujeto.
El sistema de dominación busca anonadar y privar de autoconfianza al individuo, para hacerlo pasivo y dependiente. Lo mismo se da en las organizaciones jerarquizadas, donde los jefes y jefas se las apañan para mantener a las bases sometidas por medio de conservar y reforzar sus limitaciones, lacras y carencias. En oposición a todo ello la persona ha de reconciliarse consigo misma, admitir  que sus capacidades son enormes aunque, por lo general, bastantes de ellas quedan inaplicadas y que ha llegado el momento de ponerlas todas en uso.
El proceso de acumulación de fuerzas para la gran transformación no es meramente un quehacer reflexivo o argumentativo, no se reduce a formular verdades y propagarlas. Eso es sólo una parte. En él ha de participar e implicarse la totalidad de lo humano y no sólo el entendimiento; la emoción y la pasión, la experiencia espiritual y la fuerza de la voluntad no menos que el intelecto. Irrenunciable es el componente convivencial, también porque estamos en la sociedad de la liquidación programada de las estructuras naturales de relación, por ende, de la soledad, el conflicto interpersonal y la depresión. Hay que rehacer a la persona como sujeto convivencial, reconstruir la sociedad a través de los lazos horizontales de la experiencia colectiva, el  afecto, la  amistad y el amor entre los iguales, refutar en actos el individualismo burgués, resocializar la sociedad y situar en un primer lugar la noción experiencial de amor al amor.
No menos determinante es el esfuerzo en pos de los valores. Esto no sólo requiere entrar en la refutación del aterrador sistema de disvalores que organiza la sociedad hoy sino que contiene dos elementos más. Uno es proponer los valores que se adecuan a nuestros fines y nuestro tiempo. El otro, ofrecer testimonio de ello con el propio obrar. La amoralidad e inmoralidad es consustancial al sistema de dominación, que de manera estructural crea sujetos desalmados, despóticos, brutales, codiciosos, egoístas, corruptos, insociables, deshumanizados, serviles, medrosos, irresponsables, débiles, hipócritas e inespirituales, de modo que es incurrir en moralismo, siempre inoperante, el pretender cambiar este estado de cosas sin transformar estructuralmente el sistema. Muy funesta es la inmoralidad que se manifiesta como “ayuda” y buenismo paternalista, un procedimiento de soborno y compra a gran escala con fines de integración, aculturación, corrupción y control.
La axiología y la ética son disciplinas prácticas, que se realizan en su aplicación y se avienen mal con disquisiciones doctrinarias. Se viven o no se viven, pero ahora es necesario en esto un hacer reflexivo y propositivo que rescate la ética del profundísimo pozo del desprecio, la burla y la descalificación, donde ha sido sepultada pérfidamente por los agentes del sistema, que la haga operativa para el siglo XXI y que la convierta en elemento de diferenciación entre los reaccionarios, o amorales, y los revolucionarios, morales necesariamente. La reconstrucción del sujeto tiene que ser prepolítica, fundamentada en lo que es el ser humano esencial, natural. Por tanto ha de ser axiológica en gran medida.
Aunque no es el momento de ahondar en el asunto, sí conviene decir que la estrategia revolucionaria ha de reservar un espacio para las luchas reivindicativas y las acciones espontáneas populares, por su importancia en sí y para no dejar en esto el campo libre a los demagogos y los populistas.
La revolución la hace el pueblo (definido como los sin poder, los dominados, los sin libertad), y no los partidarios de la revolución integral, salvo como parte del pueblo/pueblos. Tales somos un sector de la sociedad que realiza aportaciones, necesarias sin duda, pero que son únicamente eso, aportaciones. Al mismo tiempo, hay que definir más extensamente nuestra función en el cambio social, que se sitúa en el fortalecimiento del factor consciente y de la vida espiritual toda.
En conclusión, la estrategia adecuada podría consistir en comprender nuestra época en sus problemas más decisivos, tratar éstos y el conjunto con verdad y sentido revolucionario estableciendo contenidos, ocuparse de la totalidad de la vida anímica del ser humano y no sólo de la reflexiva, y hacer un enorme, continuado y variadísimo trabajo de difusión, a partir de la iniciativa personal y los sistemas colectivos de ayuda mutua manteniendo el sistema de inorganización.
       
         Ahora, en tiempos de calma social, hay que sentar los fundamentos de lo que será decisivo en los tiempos por venir, de tormenta y convulsiones.



[1] Hoy eso es, paradójicamente, más fácil y hacedero que en el pasado. Al haberse expandido tantísimo el aparato de adoctrinamiento y propaganda del sistema se ha hecho tan colosal que resulta sólo parcialmente gobernable y controlable desde arriba. Por eso, entre la masa descomunal de medias verdades, mentiras más o menos hábiles, reflexiones tendenciosas e informaciones seleccionadas se hallan, de vez en cuando, materiales informativos bastante útiles, si se usan con sentido crítico, para continuar construyendo los contenidos que necesitamos. Es este un ejemplo del modo que operan las contradicciones internas del sistema, que se debilita al fortalecerse.

martes, 19 de abril de 2016

HA SIDO PUBLICADO "INVESTIGACIÓN SOBRE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA, 1931-1936"

   
Tras una gestación larga y enrevesada ya está disponible mi libro sobre la II república.

 Lo ha editado Potlatch Ediciones. Tiene 556 páginas, formato grande y un precio de 25 euros (que cubre los gastos de envío por correo).
 
El contenido está organizado en una Presentación, dieciséis Capítulos y un Epílogo.

Es lo que dice su título, un trabajo de investigación, con una extensa y variada base empírica. Aunque carece de relación bibliográfica, para no hacer la obra más voluminosa, aporta una extensa bibliografía en las citas a pie de página, varios cientos de fuentes primarias, libros y otros textos. Mucha información decisiva, escamoteada al público por el republicanismo burgués y la historiografía progresista, está recogida indicando las fuentes.

Partes sustantivas de la obra son el análisis del "problema de España" siguiendo críticamente a Ortega, imprescindible para comprender el advenimiento de la II república y entender las causas -en la intrahistoria- de la guerra civil. La cuestión agraria ocupa bastantes páginas, en particular la lúgubre farsa de la "reforma agraria" republicana y frentepopulista. En el apartado del análisis político profundiza en el estudio institucional de la república del 14 de abril y de su Constitución. La durísima represión padecida por las clases populares debido a la acción de los gobiernos republicanos es analizada con detalle y resulta, a pesar de lo complejo de la operación, cuantificada: los datos son terribles.

Prueba la obra, con un gran volumen de información, que no fueron las clases populares las que trajeron la II república en 1931, sino que lo hicieron el ejército, la guardia civil, la gran patronal y la Iglesia (ésta luego chocó con el nuevo régimen pero inicialmente estuvo a su favor). Todo fue una astuta operación de modernización de la superestructura política para lograr un mejor dominio sobre las masas trabajadoras de la ciudad y, sobre todo, del campo.

Decisivo es el capítulo "El Frente Popular contra la revolución popular", no sólo porque muestra la naturaleza ultra-represiva y anti-revolucionaria del Frente Popular, sino sobre todo porque prueba que en la primavera de 1936 se crea una situación revolucionaria en desarrollo que no logra contener dicho Frente Popular, en el gobierno, a pesar de la mucha sangre proletaria y de la gente común que vierte, y que luego Franco reprime con mayor eficacia, ya en la guerra.

Capítulos esenciales también son el dedicado a las mujeres bajo la II república, que evidencia su naturaleza férreamente patriarcal. En otro se investiga la continuidad del colonialismo español en Marruecos con el régimen republicano, posteriormente mantenido intacto también por el Frente Popular, recalcando su naturaleza racista. En ese capítulo va incluido el análisis de la alianza entre la Falange y el clero islámico en Marruecos, que culminará con su aportación a Franco de 100.000 soldados musulmanes mercenarios, la fuerza decisiva de infantería del fascismo español en la guerra de 1936-1939. Hay un capítulo destinado al examen de la economía republicana, rigurosamente burguesa, empresarial y capitalista. Otro se ocupa de la acción de la república contra Euskal Herria, donde se expresó el rudo nacionalismo español del régimen republicano. Además, se adentra en el análisis de diversos aspectos señeros de la historia del pueblo vasco.

En suma, frente a la mitificación politiquera, embustera e irracional de la II república, mi libro se propone aportar la verdad, la verdad desnuda, sobre todo fáctica, pero en alguna cuestiones primordiales también analítica.

En aquellos años hubo tres, no dos, fuerzas en lucha: la derecha (con el añadido del fascismo), la izquierda y las clases populares, elevándose éstas últimas a potencia agente revolucionaria a partir de 1934. Yo tomo partido, estoy con las clases populares y con la revolución, contra quienes las persiguieron sañudamente, la derecha y la izquierda, ambas iguales y lo mismo en 1931-1936. Pero antes que eso, y sobre todo, estoy con la verdad histórica.

Lo dicho: hemos de poner fin a la manipulación de nuestra historia, al ocultamiento y a la mentira sobre ella.









viernes, 15 de abril de 2016

INDIVIDUALIDAD CREADORA

         La anulación del individuo por medio del gregarismo, esa versión perversa de lo “colectivo”, consiste en que a la persona se la conmina a reducirse a ente de rebaño, a mera nada (ser nada) integrada en estructuras verticales manejadas por el mandón, o mandona, de turno. Por eso, en ciertos ambientes se exalta unilateralmente lo “colectivo” a la vez que se ignora y denigra lo individual, al sujeto en tanto que tal.

         Al individuo se le presenta como incapaz de ninguna tarea de significación, según la fórmula “solo no puedes, con amigos sí”, falsa a todas luces, pues la experiencia histórica y actual prueba lo decisivo del hacer personal, sobre todo en situaciones muy difíciles. A menudo ha sido el individuo el que ha sabido encontrar solución a asuntos decisivos mientras el grupo, la organización, lo “colectivo”, han fallado lastimosamente.

         Solo sí puedes, y muchísimo. Con amigos, colectivamente, puedes hacer más. Pero suele acontecer que el grupo resulta ser una limitación e incluso anulación de las capacidades naturales de cada uno de quienes lo integran, de ahí el aforismo “más vale estar sólo que mal acompañado”.

         Al sujeto se le conmina a que renuncie a ser de modo activo y creativo para diluirse en los entes colectivos jerarquizados, desde el partido o el equipo de trabajo hasta la asamblea, que hoy por lo general de tal sólo tiene el nombre. Dejando de lado las formas más perversas de asociacionismo, como el partido político, encontramos que incluso las positivas no pueden ser tenidas por válidas si hacen que el individuo renuncia a pensar, obrar y ser por sí mismo, desde sí mismo, adoptando una posición de autonegación, sumisión y parálisis anímico-transformadora.

         La cultura occidental clásica tiene como singularidad, inexistente en otras culturas, el otorgar una importancia categórica a la acción individual, al despliegue de las capacidades autoconstruidas de la persona. De ahí la concepción del héroe, o sujeto magnífico que afirma en situaciones extremas, por libre iniciativa, sus atributos reflexivos, volitivos, relacionales, creativos, planeadores, épicos y transformadores, sin esperar a la acción colectiva y sin diluirse en el grupo, en lo colectivo, ni tampoco delegar en él sus responsabilidades, deberes y obligaciones.

         El héroe cree en sí mismo y, en tanto que ser humano, se percibe poderoso, dinámico y transformador. Es una personalidad enérgica y afanosa, si bien no busca realizar el interés propio en ninguna de sus formas dado que vive para un ideal superior, transcendente. Tal es el héroe de la filosofía cínica, para el cual la fortaleza del ánimo, la sobriedad vivencial y el compromiso individual son lo primordial. Es el caso del héroe cristiano, o mártir, capaz por libre iniciativa privativa de enfrentarse al Estado romano y a sus maldades, escogiendo la muerte antes que la sumisión. Plutarco es el autor clásico más entregado a promover la personalidad independiente que se atreve a todo.

         No olvidemos la figura de Don Quijote, el sujeto heroico por antonomasia, combatiente por el bien y la libertad en todas las circunstancias, lo que ya aparece en obras anteriores, por ejemplo, en el “Libro del caballero Zifar”, anónimo del siglo XIV. El ideal de la caballería, con todas las cautelas necesarias, ha de ser recuperado y actualizado. Reflexionemos acerca de lo que enseña León Felipe, con imponente aliento épico, sobre que “el hombre, el hombre heroico es lo que importa”. Lo primero y principal es la persona, el individuo (mujer o varón), y después lo colectivo.

         El gregarismo es una caricatura del asociacionismo, de la acción colectiva, pues niega su base, el individuo que cree en sí mismo, que se auto-capacita, que es libre y responsable. No puede haber comunidad humana creativa y transformadora si no está formada por sujetos que lo son en tanto que tales, previamente a asociarse, y si no promueve de todas las formas posibles la iniciativa de cada persona. Lo colectivo se construye sobre la afirmación de lo personal y no sobre su negación. El gregarismo, o amontonamiento borreguil de seres nada bajo la tutela despótica de un Jefe o Jefa, es cabalmente inútil, además de contraproducente, para la transformación revolucionaria de la sociedad.

         Lo colectivo rectamente entendido, como una multiplicación de los atributos y poderes individuales, es magnífico, al permitir logros que superan en mucho lo que un ser humano aislado puede alcanzar. Pero si es un modo de nulificar y negar a la persona no puede ser admitido.

         Por tanto, conviene promover un individualismo poderoso aunque sin arrogancia, sin búsqueda del interés particular, que incorpore los ideales de servicio, cortesía, modestia, autocrítica, afecto al otro en actos y renuncia a toda forma de poder, dinero, fama o goce, especialmente al poder para sí, el mayor mal y la más grande maldad. Hay que mirar hacia el interior de uno mismo para encontrar allí los elementos que nos hagan sujetos de valía, personas de calidad, factores de libertad. Sin creer en uno mismo, sin saberse y hacerse capaz, nuestro mundo, podrido hasta la medula, no podrá ser revolucionado positivamente, y las masas de los subhumanos contemporáneos no lograrán revertirse en seres simplemente humanos.

martes, 12 de abril de 2016

14 de abril de 2016. LA II REPÚBLICA Y EL FALSEAMIENTO DE LA HISTORIA

         Año tras año, al llegar estas fechas, hay que librar una batalla más por la objetividad en la historia. En oposición a quienes sacrifican la verdad a sus bajos intereses políticos se hace necesario realizar una apelación a la ecuanimidad, a presentar el pasado tal cual aparece en las fuentes documentales, sin ocultaciones ni añadidos.

         Las mismas formaciones políticas que organizaron la represión sangrienta del movimiento obrero, campesino y popular en el periodo del Frente Popular (febrero/julio de 1936) son las que, de un modo explícito o solapado, utilizan cada 14 de abril para persistir en una interpretación amañada de la II república. Someten la historia del periodo 1931-1936 a una tergiversación sistémica, y también a un ocultamiento de acontecimientos imprescindibles para comprender rectamente lo que fue el régimen republicano, una virulenta dictadura burguesa, terrateniente y estatal, que castigó y golpeó violentísimamente a las clases populares.

         El pueblo, los pueblos, tienen derecho a conocer la verdad sobre la II república, verdad al mismo tiempo empírica y analítica, verdad desnuda y sin añadidos manipulativos. Quienes cada 14 de abril, bandera republicana en alto, reafirman la adulteración politiquera de aquellos acontecimientos, negando a las clases populares una prerrogativa decisiva, conocer su propia historia con objetividad, son una parte esencial del oscurantismo, el fanatismo y la reacción.

         La verdad es más necesaria y más valiosa que la política por lo que la política que se fundamenta en la mentira no merece ser respetada. La historia se hace desde la noción de verdad y la política desde la de revolución. Los que niegan la verdad es porque, al mismo tiempo, rechazan la revolución. Mentira y anti-revolución van unidas. En oposición a ello, verdad y revolución forman una par inseparable, también porque lograr una interpretación simplemente verdadera de la historia es uno de los puntos del programa revolucionario.

         Se pueden señalar cuatro períodos de máximo en la represión policial y militar que ejecuta la II república española, el verano de 1931, todo el año 1933, octubre de 1934 y la primavera y verano de 1936. El primero, segundo y cuarto es efectuado por las fuerzas de izquierda en el gobierno. El tercero tiene como sujeto agente gubernamental a la derecha, entonces republicana. En todos ellos, indistintamente, numerosos integrantes de las clases trabajadoras, hombres y mujeres, son detenidas, atormentadas, asesinadas. Lo que se oculta con más ahínco y contumacia es la represión efectuada por el Frente Popular en el gobierno, en la que cientos de personas de las clases trabajadoras fueron matadas por las fuerzas policiales y muchos miles encarceladas y torturadas.

         En la II república hubo tres fuerzas en pugna. La derecha (una parte de la cual se hace luego fascista), la izquierda (una porción es igualmente fascista, en la forma estalinista) y la revolución, representada por los sectores más conscientes de las clases trabajadoras. Reducirlo todo a una pugna derecha/izquierda es una de las manera más a repudiar de falsificación de la historia, también porque niega existencia, mismidad y sustancia al pueblo, a las clases modestas. La izquierda y la derecha fueron la reacción, cada una a su manera, en tanto que fuerzas anti-populares.

         A día de hoy, las formaciones políticas y sindicales que constituyeron el Frente Popular o le dieron respaldo desde fuera siguen negándose a esclarecer lo que entonces aconteció. No quieren que la verdad, ni siquiera la de tipo fáctico, sea conocida, también porque los acontecimientos de entonces les pone en evidencia. Todo ello indica, asimismo, que los defensores de la III república se disponen a hacer desde ella y con ella lo mismo que hizo la II, una carnicería.

         Mi libro “Investigación sobre la II república española, 1931-1936” desentraña bastante de lo que fue la república del 14 de abril pero todavía queda muchísimo que poner en claro y reflexionar. Es sólo un paso hacia el triunfo de la verdad en esta cuestión. Se necesita que vengan muchos más análisis, hasta desmontar el mito burgués sobre aquélla. En particular, hay que seguir indagando en el periodo del Frente Popular, para poner en claro todos, o al menos la gran mayoría, de los acontecimientos de violencia represiva ordenada por los gobiernos frentepopulistas contra el pueblo trabajador. Yo no lo he conseguido del todo, de manera que la relación que ofrezco es incompleta. Tras el proceso investigador me queda la convicción de que hubo mucho más de esa violencia. Es cierto que ya se ha publicado algún estudio bastante meritorio, al que cito con calor en el libro, pero un trabajo inmenso está todavía por hacer.

         Para terminar, es necesario enfatizar otro integrante de la determinante importancia que posee conocer con objetividad y totalidad el periodo del Frente Popular inmediatamente anterior al inicio de la guerra civil. En él se desata una represión colosal contra las clases populares, especialmente contra las rurales, de manera que cuando tras la sublevación facciosa del ejército, dirigido por Franco, se llama a las clases populares a la “Defensa de la República”, aquéllas no encuentran motivos para salvaguardar y respaldar a quien hasta hace unos días había sido su feroz verdugo, torturador y ejecutor. Por tanto, la política de Frente Popular promovida por la izquierda fue primordial para el triunfo del franquismo en la guerra civil. Además, resultó ser la forma concreta que adoptó la anti-revolución parlamentarista, burguesa y republicana en la zona en que el alzamiento fascista fracasó en el verano de 1936.

         Los hechos son probatorios: la izquierda frentepopulista, a causa de su línea anti-revolucionaria y anti-popular, fue objetivamente causa agente cardinal para que Franco ganase la guerra civil en 1939.

miércoles, 6 de abril de 2016

¿POR QUÉ LA REVOLUCIÓN? No basta con ser rebeldes

     Revolución significa cambio total, o más cabalmente, total suficiente, conservando lo positivo y también lo indiferente, ni bueno ni malo. Es cambio integral de lo más esencial. Una revolución no sólo política sino en el conjunto de los quehaceres y experiencias. Substancial es la revolución del sujeto, para ir del actual individuo nadificado a la persona soberana, autónoma y multi-constituida. No hay revolución en la parte, dado que el ser humano es totalidad. O es del todo o no es.

         Los motivos que hacen a la revolución necesaria son los que siguen.

        Los problemas, disfunciones, taras e incluso calamidades que padecemos son descomunales y nunca antes acaecidos en la historia de la humanidad. Estamos al borde de perder lo más decisivo, nuestra condición de seres humanos, para quedar reducidos a mano de obra sumisa y desustanciada, posthumana en lo que más importa, simples animales de granja con apariencia de personas. La voladura múltiple y planeada de lo humano por las dominaciones constituidas, políticas, económicas, mediáticas, religiosas, académicas y otras es el rasgo esencial de nuestro tiempo. Para incrementar colosalmente su poder nos están demoliendo. Aquéllas han de ser, en consecuencia, el blanco principal de la revolución, cuyo objetivo primero es reconstruir y refundar la esencia concreta humana, en la sociedad y en el individuo.

         El actual orden es sin libertad en lo que realmente cuenta, una forma de dictadura total en la que es imposible lograr ninguna reforma o cambio a mejor en las cuestiones principales, tampoco en las de segundo orden aunque quizá sí en alguna de tercera categoría, irrelevantes en sí y en el conjunto. El sistema se ha hecho rígido, fosilizado, irreformable, mera tiranía global que se auto-expande día tras día a costa de la gente común. Así pues, todo proyecto de transformación a mejor desde el mismo sistema y desde su interior o es una ingenuidad pueril o es un error descomunal o es un engaño ignominioso o es una burla sádica.

         En las condiciones presentes los esfuerzos y luchas por metas parciales son del todo insuficientes. Primero, porque dejan el núcleo del sistema intacto, al operar sobre disfunciones de ínfima significación, irrelevantes y banales en definitiva. Segundo, porque apartan de lo primordial a las personas más bienintencionadas. Tercero, porque quienes se centran en lo inesencial y lo parcial terminan siendo absorbidos por el sistema, que les incorpora a su aparato y les convierte en sus agentes. Por eso es necesario ser revolucionarios: no basta con ser rebeldes. Hay que pensar en el todo y no sólo en la parte. Hay que ir a lo fundamental y no contentarse con lo accesorio. Hay que mirar a lo lejos y no quedarse en lo inmediato. Hay que formular propuestas y no sólo hacer críticas, pero no propuestas (irrealizables) para aquí-y-ahora sino como parte del proyecto y programa revolucionario, cuya ejecución ha de ocupar una larga etapa de la historia de la humanidad. En el “ahora”, en lo inmediato, hay imposibilidad de solución, salvo entregarse al poder constituido.

         No se trata de alcanzar tales modificaciones o mejoras de estos o los otros aspectos irrelevantes en un mundo que nos destruye en lo esencial de lo que somos sino de constituir una nueva sociedad, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de valores, en suma, de instituir una nueva civilización, una nueva edad. La historia de la humanidad tiene que ser refundada, único modo de salvar y rehacer nuestra esencia concreta en este momento dramático en incluso desesperado.

         Hay que estar fuera del sistema. Fuera y enfrente. De todo él. La contradicción fundamental es la se da entre los sin poder (el pueblo) y los con poder (las elites estatales y plutocráticas). El pueblo, como unión ideal de los carentes de poder, es nada más que una posibilidad de bien pues hoy lo que realmente existe es el populacho, o masa manipulada por el aparato estatal, pastoreada por los partidos políticos y envilecida por el trabajo asalariado. Únicamente el pueblo puede hacer la revolución pero la etapa primera de ésta es la transformación del populacho en pueblo. Si esto se logra, aunque sólo sea parcialmente, el poder constituido no podrá mantenerse.

         Reconstruir al pueblo es la precondición y al mismo tiempo la primera fase, o más decisiva, del cambio revolucionario.

         Donde domina la voluntad de poder, en su expresión más despiadada, y la codicia, en su forma más exasperada, no puede darse el bien. Ni la virtud. No puede haber un orden de valores. Es imposible que florezcan la libertad, la verdad y la convivencia (amor en actos). No hay modo de restaurar la naturaleza y fusionarse con ella. En suma, lo humano no puede prosperar mientras no hagamos la revolución integral-total, que la situación de agresión permanente a lo que somos presenta como imprescindible.

         Quienes simplemente desean más recursos monetarios, más bienes y servicios consumibles bajo el actual orden, otorgados por el Estado de bienestar, se encuentran pillados en una antinomia irreductible: eso es burgués al ciento por ciento y además es cada día más imposible. Su demagogia les está desintegrando, ya y muchísimo más en el futuro inmediato. Se oponen a la idea e ideal revolucionario desde el consumismo pero éste se hace crecientemente irrealizable. La solución es que alteren su estrategia, que se sumen al proyecto de cambio total suficiente. Muchos lo harán pero los jefes, que están entregados al sistema de dominación, no cambiarán.

         A medida que las contradicciones se van tensando el sistema segrega narcóticos espirituales. Uno de ellos es el libro “Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro”, de Paul Mason. Tomando lo más desacertado de la tradición economicista, mecanicista y determinista del marxismo, vaticina un acontecimiento supuestamente magnífico, la muerte del capitalismo por sí mismo. Sin revolución. Mantiene que nos levantaremos una mañana y ¡cáspita!, el capitalismo ha desaparecido, quedando libres para disfrutar sin limitaciones: hiper-consumo, juego permanente, goces sin fin… un paraíso sobre la tierra, copiado del que ofrecen las religiones para envilecer a la plebe. Si dejamos de lado narraciones infantiles, concluimos dos cuestiones: 1) lo que único que puede acabar con el capitalismo es la revolución, 2) la revolución es un acontecimiento tremendo, como tremenda será la sociedad que de ella emerja, postcapitalista. Quienes deseen seguir jugueteando con puerilidades son libres de hacerlo, pero a los que nos cansan tales santurronerías progresistas seguimos en lo nuestro, a la preparación y organización de la revolución. Integral, por supuesto.

viernes, 1 de abril de 2016

EL HIELO ÁRTICO Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

        Esperábamos con inquietud los datos sobre la extensión del hielo en el Ártico tras el invierno, para conocer la evolución del calentamiento planetario. Han sido 14,52 millones de kilómetros cuadrados, la menor nunca registrada, bastante inferior a la media de 1981-2000, 15,46.

         Incluso más inquietante es que el 30 de diciembre de 2015, iniciándose el invierno, en las proximidades del polo norte la temperatura fuera de 0,7 ºC, ¡un poco por encima del punto de congelación! La superficie del hielo marino en el Ártico a finales del verano ha sido de mínimos en el último decenio, en especial en 2007, 2011, 2012 (este fue el peor, con sólo 3,39 millones de kilómetros cuadrados) y 2015. Únicamente 2006 fue “normal”. La temperatura del aire ártico en el pasado invierno era 2-6 ºC superior a la media, con algún lugar en que se situó 10 ºC por encima. Ello ha permitido que se utilice la expresión, cada vez menos irónica, de “ola de calor polar”.

         Retornado a la península Ibérica tenemos que, tras un verano con las temperaturas máximas y mínimas más elevadas registradas, vino un otoño que fue una continuación declinante del estío. Y un invierno asombroso por primaveral, sin heladas o casi. En efecto, en las zonas donde los días de helada eran, pongamos por caso, 90 anuales de media, este año no han llegado ni a 10, y todas ellas especialmente débiles. A ese invierno caliginoso, con temperaturas entre 6 y 8 grados superiores a las de antaño, ha seguido una primavera fría, e incluso nivosa en las serranías. El calentamiento global no es sólo más torridez sino también anomalías que desconciertan a los organismos vivos. El dato positivo es que las lluvias no están siendo particularmente escasas…

         Si el próximo verano repite el patrón de temperaturas muy por encima de los registros conocidos, con muchos meses abrasadores y sin apenas precipitaciones, seguido de un otoño similar al de 2015, tendremos motivos para preocuparnos de verdad. Todo ello sin referirnos a la otra cuestión, la de la capa de ozono. Este asunto ha desaparecido de los medios de comunicación cuando es de una notable gravedad. Sabemos que la destrucción de la capa de ozono sigue avanzando año tras año, con datos que se suelen ocultar al gran público, una vez constatado que las medidas institucionales tomadas para remediar el desaguisado han fracasado. A finales de la primavera se mide la destrucción acaecida este año en el hemisferio norte. A ver…

         Así pues, queda poco espacio para frivolidades. Las masas envilecidas por el paternalismo del Estado, en tanto que forma de sobre-opresión, habituadas a la bazofia mental placerista cotidiana, nada desean saber de todo esto. Anhelan que la autoridad competente les comunique en televisión que todo marcha bien, que no hay motivos para preocuparse ni estresarse, que el Estado de bienestar vele por ellos, que la sociedad de consumo continuará, que con “blindar los derechos sociales” y votar al Caudillo IV de España, todo está resuelto… Además, ¿no es delicioso poderse bañar en el Mediterráneo en enero e ir en camiseta ocho meses al año? El grado de irresponsabilidad, dejación de la capacidad de pensar, afán de juguetizarlo todo y hedonismo patológico que alberga nuestra sociedad es prácticamente infinito, de manera que será necesaria una tanda tras otra de cuitas y adversidades para devolver la sensatez al sujeto medio. 

         No voy a repetir lo expuesto en el artículo (también en este blog) “¿Estamos en la Edad de Oro de los bosques ibéricos?”, que se ocupa del cambio climático desde la perspectiva de su principal factor causal, la destrucción de la cubierta forestal y la desertificación, no sólo en el Amazonas sino también en los países templados (?). A él me remito. Ahora añadiré algunas reflexiones complementarias.

         La constitución de la ciudad-mundo, esto es, de un planeta todo él megalópolis, que es la consecuencia de la pavorosa concentración del poder político (Estado/Estados) y económico (gran empresa multinacional) acaecida en los últimos decenios, está llevando al planeta al límite de sus capacidades para albergar la vida. Si la ciudad antigua, a partir de un momento dado, se manifestó incompatible con un entorno capaz de proporcionarle alimentos, agua, pastos, leña y madera, lo que la hizo decaer y en muchos casos a desaparecer, la ciudad contemporánea, muchísimo más letal y ecocida, está llevando a una situación extrema al medio o marco en que se da, el mundo.

         No hay remedio al problema climático sin operar sobre sus raíces últimas. ¿Cuáles son? Enumerémoslas: la agricultura, en especial la agricultura industrial de altos rendimientos; la consiguiente ruina de los bosques y montes; la concentración de la población en las ciudades, con conversión de todo el planeta en una única ciudad difusa, quedando las áreas rurales como espacios desertificados y tóxicos en los intersticios de la ciudad-mundo.

         La ciudad romana se desintegró a partir del siglo II. La ciudad maya decayó desde el siglo IX hasta desaparecer del todo en el XIII. La ciudad andalusí entró en descomposición en la segunda mitad del siglo X. La megalópolis actual, expresión del crecimiento desmesurado del poder/poderes de variada naturaleza, que han constituido una dictadura cuasi-perfecta, tampoco podrá mantenerse. Pero está vez arrastrará, en su caída, a todo el planeta. Si en el pasado las calamidades ambientales ocasionadas por la ciudad y todo lo que ella lleva aparejada eran de naturaleza regional, ahora lo está siendo de significación global, planetaria: eso mide la fusión del hielo ártico, un dato entre muchos sobre lo que está sucediendo.

         Así que tenemos que dejar de lado la frivolidad, abandonar los jugueteos y tener valor para mirar con fría objetividad lo que se aproxima. En el II Encuentro por la Revolución Integral deberíamos tratar esta cuestión, para establecer un diagnóstico y fijar un plan de actuación. Únicamente una revolución total y global puede introducir los enormes y múltiples cambios necesarios para que la naturaleza no siga decayendo aceleradamente. Pero si la revolución no es posible antes de que se alcance un punto límite, entonces debemos establecer un proyecto de supervivencia. No hay que seguir el camino de un populacho encanallado, que continúa pidiendo más pan y más circo mientras en torno a él todo se desmorona. Que cada palo aguante su vela. Siempre me he preguntado qué fue de la bestial plebe romana cuando la Urbe se vino abajo, y ahora quizá se pueda ver qué va a suceder en una situación similar pero mucho peor. Quienes, perdida toda calidad ética y axiológica, únicamente piensan en términos de “mi felicidad” ahora tendrán la ocasión de “ser felices” en el horripilante cambio climático planetario.