miércoles, 30 de julio de 2014

“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO” (y III)




“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO” (y III)
Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Panné,
Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin
Original en francés de 1997, en castellano editado en 2010
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El libro glosado dedica una de sus secciones a Latinoamérica. Es relativamente breve y está insuficientemente trabajada, pero aporta alguna información de interés, en especial sobre Cuba. Lo que en Camboya significó el arroz y en Rusia el acero en Cuba lo desempeña el azúcar, como posteriormente sucederá con el petróleo en Venezuela. Siempre hay un producto mercantilizable que la burguesía comunista suele tomar como elemento decisivo de la acumulación de capital para “construir el socialismo”.

Cuba es la gran hacienda de una familia, los Castro, lo mismo que la Unión Soviética fue el feudo de Stalin y su aristocrático  grupo de colegas del comité ejecutivo del partido comunista. De todo ello resulta en Cuba un Estado policial que utiliza de forma rutinaria la tortura, que se permite aventuras imperialistas y expansionistas (ayer en Angola y hoy en Venezuela), que no tiene otra meta que el crecimiento económico aunque no logre realizarlo, que mantiene a las clases trabajadoras en la pobreza mientras que la nueva burguesía comunista derrocha sin tasa, que ha convertido en prostitutas a una fracción significativa de las mujeres de la isla para fomentar el negocio turístico. El régimen castrista, otrora prestigioso, hoy no suscita la simpatía de nadie, si se exceptúa a una minoría senil y trasnochada. Su liquidación es sólo cuestión de tiempo, máxime cuando está promoviendo el modelo chino y vietnamita, de mercantilización y monetización extremas de la vida social.

Un apartado bastante endeble del libro es el destinado a la Internacional Comunista (disuelta en 1943) y a los partidos que la integraron, entre los que destacó el PC español. Su antipopular, reaccionaria y cruenta ejecutoria en la guerra civil, 1936-1939, y después en la guerrilla antifascistas, es considerada sólo de pasada.

En esto “El libro negro del comunismo” se atiene también, al parecer, al pacto suscrito entre el PCE y el gran capital español en la Transición, por el cual aquél contribuye decisivamente al apaciguamiento, desarticulación e integración de las clases trabajadoras en el nuevo régimen de dictadura constitucional, parlamentaria y partitocrática, con la Constitución de 1978 como texto político-jurídico decisivo[1]. En contraprestación, el sistema estatal y empresarial español entrega mucho poder y considerables recursos monetarios a los comunistas. A la vez, impide que sus atrocidades del pasado inmediato sean conocidas, e incluso que sean investigadas, salvo quizá las más notorias, imposibles de ocultar por lo demás.

Incluso hoy carecemos de un estudio mínimamente completo del terrorífico obrar del PCE entre 1936 y 1956. Los libros de Joan  Estruch, Paul Preston o José Javier Esparza, aunque aportan alguna información útil, siguen dominados por el temor a dañar al principal instrumento del capitalismo español en los últimos 50 años. La censura institucional no lo permite.

La obra comentada dedica un subcapítulo a ofrecer algunas pinceladas sobre la actuación del PC español en la guerra civil, concentradas en la persecución del POUM y en el secuestro, tortura, asesinato y entierro en lugar secreto de su dirigente, Andreu Nin, por un comando constituido con agentes de los servicios secretos rusos y por comunistas españoles. Tan odioso crimen, del que es co-responsable la dirección del PC español, continúa sin ser reconocido por éste, que recientemente ha manifestado su hipócrita “pesar” a través de un portavoz oficioso, cuando está obligado a formular una declaración pública de asunción de responsabilidades y autocrítica[2], lo mismo que respecto al resto del asunto, la persecución del POUM como partido, suceso que tan directamente afectó a Orwell.

Si no lo hace es porque está dispuesto a repetir actos de esa naturaleza en el futuro, e incluso en el presente.

La anti-revolucionaria y brutal actuación del PC español en esos años contiene muchos más asuntos de los que están analizados en “El libro negro del comunismo”. Haremos una relación somera. En febrero/julio de 1936 dicho partido respalda las matanzas de obreros y campesinos que estaba realizando el reaccionario gobierno del Frente Popular, para frenar el poderoso auge de las luchas populares. El caso más conocido es la carnicería de Yeste (Albacete), en mayo de 1936, que el PC justifica y apoya sin escrúpulos. Hubo muchas más como ella.

En la guerra civil se hace la fuerza política más hostil a las iniciativas revolucionarias espontáneas de las clases trabajadoras, urbanas y rurales, convirtiéndose en el guardián armado de la burguesa y estatizadora Constitución republicana de 1931. Por ello está en la primera línea del proceso de restauración del capitalismo y del poder del Estado español tras los avances alcanzados en los primeros meses de la guerra en la zona antifranquista.

Fiel a los métodos del estalinismo, o fascismo de izquierdas, el PC español crea centros clandestinos de detención, tortura a sus oponentes, viola a mujeres encarceladas, realiza matanzas a gran escala, tilda de “fascistas” a todos sus oponentes (por ejemplo, al marxista POUM), disuelve colectividades, obliga a las milicianas a retornar a “sus labores”, se hace la guardia pretoriana de Azaña y el republicanismo burgués, mantiene la dominación española sobre Marruecos[3], etc. En suma restaura el capitalismo y rehace el aparato estatal. Con ello efectúa, además, una contribución determinante al triunfo final del franquismo, en 1939, pues las clases trabajadoras y populares no estaban interesadas en librar una guerra para defender la república burguesa del 14 de abril de 1931.

Gracias en buena medida a la línea y al actuar del PCE Franco gana la guerra.

Para cumplir sus fines, como se ha dicho, detiene y ejecuta a un número imposible de conocer de personas anónimas implicadas en proyectos revolucionarios y anticapitalistas, apremia sin piedad a los católicos, lanza una cruzada contra los poumistas, agrede con furor a los anarquistas, se pone violento, ya al final de la guerra, con los nacionalistas catalanes… Además, contribuye a la destrucción de una parte por desgracia notable del patrimonio cultural e histórico, monumental y documental, sobre todo a través de la persecución religiosa, actividad vil en que se manifiesta su falta de respeto por la libertad más básica de todas, la libertad de conciencia, descarrío que está en el meollo mismo de la teorética comunista.

Que el partido comunista español, 75 años después del final de la guerra civil, no haya considerado autocríticamente su proceder en estos asuntos, y no haya pedido disculpas públicamente, expresa que, en lo más profundo de sí, continua siendo una formación estalinista, es decir, fascista de izquierdas.

El fascismo de izquierdas no es mejor ni más respetable que el fascismo de derechas. Ambos son lo mismo, despotismo del Estado y apoteosis del capitalismo.

Conviene no olvidar que la parte más importante de la obra de George Orwell está destinada a la denuncia del fascismo de izquierdas, del comunismo, al que conocía bien porque lo había padecido. Recordemos “1984”, “Homenaje a Cataluña” o “Rebelión en la granja”, libros en los que denuncia la atroz tiranía política, desprecio por la libertad, mofa de la verdad, desdén por el ser humano, brutalidad ilimitada, inmoralidad teorizada, fanatismo homicida y ansia ciega de poder de los partidos comunistas.

Lo que Orwell denuesta, en esencia, es un movimiento que está decidido a destruir los fundamentos mismos de la civilización para imponer formas semi-esclavas de trabajo asalariado al servicio de un capitalismo mega-depredador y un ente estatal que no concede a los oprimidos ningún derecho, ni siquiera formal.

Pero el gran mal del comunismo, a fin de cuentas, es su actividad anti-revolucionaria. Por partida doble. Con su actuar desacredita la idea misma de revolución, al hacerla equivalente a una sangrienta rebatiña en donde una elite de intelectuales desclasados organizados como partido que se dice comunista construyen su propio poder despótico. Al mismo tiempo, todo su obrar se dirige a reprimir y exterminar a las fuerzas realmente revolucionarias, anticapitalistas, poniéndose en cada coyuntura concreta a las órdenes del capitalismo, como observamos en el presente.

Por todo ello la verdadera respuesta al comunismo, hoy una fuerza ya del pasado que sólo coyunturalmente es mantenida, revivida y relanzada por el capital financiero español, es afirmar, desarrollar y aplicar el proyecto de revolución completa, integral, que permita logar una victoria sustantiva sobre todas las formas de capitalismo, creado una sociedad autogobernada y autogestionada, sin ente estatal ni clase empresarial.
FIN


[1] Conviene recordar que dicha Constitución, elaborada, promulgada y hecha aprobar por la izquierda, PSOE y PCE-PSUC,  junto con las fuerzas políticas provenientes del franquismo, en sus artículos 55, 116 y 117.5 regula el estado de excepción, en el que el poder queda en manos de los cuerpos policiales, y el Estado de sitio, una forma de dictadura militar parlamentariamente justificada. Por tanto, la izquierda, con esa Constitución, otorga continuidad a lo más terrible del franquismo, el régimen de dictadura policial y militar, que hoy pende sobre las clases populares como una espada de Damocles. Este asunto manifiesta la naturaleza policiaca, militarista y fascistizante de la izquierda española.
[2] El único texto histórico oficial del PCE (que en Cataluña formó una sucursal, el PSUC) para esos años es “Guerra y revolución en España, 1936-1939”, IV tomos, Moscú 1966, redactado por un equipo dirigido por Dolores Ibárruri.  Este trabajo, desprovisto de cualquier voluntad de verdad y de todo impulso hacia la objetividad, afirma y justifica la sanguinaria y reaccionaria actuación de tal partido en la guerra civil. Por lo demás, dicho texto hoy no es tomado en serio, y en general ni siquiera citado, por ningún historiador que se respete a sí mismo.
[3] El documentado libro de Miguel Martín, “El colonialismo español en Marruecos”, es una bien fundamentada acusación contra la izquierda toda, el gobierno de Frente Popular y el PCE en el asunto marroquí. El “colonialcomunismo” de éste adoptó una forma repulsiva, la racista. Martín prueba que el partido comunista practicó y promovió el racismo más primario contra los trabajadores marroquíes, asunto a enfatizar cuando hoy aquel partido, con su habitual falta de escrúpulos, pretende erigirse en campeón del “antirracismo”.

lunes, 28 de julio de 2014

“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO” (II)




“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO” (II)
Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Panné,
Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin
Original en francés de 1997, en castellano editado en 2010


El marxismo lejos de ser anticapitalista es una formulación doctrinal a favor de un capitalismo nuevo y renacido, liberado de las trabas del pasado, un capitalismo perfecto y completo, supuestamente hiper-productivo y capaz de erradicar de una vez por todas la escasez de bienes materiales, pretendida causa de todos los males de la humanidad. Por eso su monomanía desarrollista se hace necesariamente terror estatal y Estado hiper-policial. Con el marxismo como guía teórica el estalinismo, sea en sus formas más extremas o en otras más “suaves”, es inevitable.
        
En consecuencia, la historia de los países comunistas y sus enormidades es una parte de la historia del desenvolvimiento del capitalismo y del avance del proceso industrializador a escala planetaria. En los países atrasados es la forma que adopta en ellos la acumulación originaria primitiva de capital en su forma más brutal.
        
El desenvolvimiento de las sociedades moldeadas por los partidos comunistas tiende a confundirse con la del terror ejercido por aquéllos contra las clases populares. Sin duda, la violencia tiene su función en la historia, lo que hace del pacifismo una mera ideología. Hay expresiones concretas de aquélla que son justas (por ejemplo, la resistencia al golpe militar franquista en 1936), lo que demanda que dicha utilización de la fuerza debe ejecutarse con procedimientos éticos, ha de ser limitada, tiene que tener por meta remover los obstáculos que impiden el ejercicio de las libertades reales de las clases populares, tiene que ser tarea de éstas y no de aparatos especializados y no puede elevarse a mecanismo central de la vida económica y social. Pero la violencia practicada por los partidos comunistas es de tipo reaccionario, antipopular, en nada importante distinguible del terror fascista, ni en sus fines ni en sus métodos.
        
La parte que el libro dedica a China es la más deficiente. No hay una buena selección de los testimonios ni de los datos y, sobre todo, el análisis falla. La sección destinada a la revolución cultural (1966-1976) no aporta un análisis creíble de su naturaleza, causas y metas. Sea como fuere, el marxismo convierte a China en una gran potencia capitalista e imperialista, lo que es hoy. En este caso se rompe la fatal conexión entre poder comunista e ineficacia económica pero sólo hasta cierto punto.

El partido comunista chino logra en su país un crecimiento económico rápido, constante y sostenido estatuyendo un sistema de violencia estatal de facto ilimitada, sobreexplotando a la clase trabajadora, estableciendo formas de trabajo asalariado difíciles de diferenciar de la esclavitud, negando las libertades básicas y las garantías jurídicas, convirtiendo a la cosmovisión capitalista a toda la población (hoy la meta del sujeto medio de ese país es siempre una y la misma, hacerse rico), devastando medioambientalmente el territorio y explotando a los países pobres, a los que saquea y esquilma sus recursos, en particular a los más menesterosos, los africanos.
        
El punto débil del modelo chino está en su dudosa capacidad para mantenerse, en su probable falta de futuro. La sociedad china, sometida a tensiones muy fuertes, carente de una estructura institucional creíble y consensuada, asentada en una dictadura de partido único que, además, hoy carece de credibilidad, puede conocer en el futuro formas más o menos graves de inestabilidad e incluso implosiones gigantescas y crisis revolucionarias espontáneas. Puede ser que la depredación y contaminación medioambiental lleguen a ser tan graves en China que, a partir de un momento, hagan disfuncional al sistema. Desde luego, 1.400 millones de personas cuya pervertida cosmovisión se reduce al vocablo “¡enriqueceos!”, no pueden formar una sociedad viable a largo plazo. No hace falta explicar que en esto se manifiesta con claridad la naturaleza rotundamente empresarial, capitalista, del comunismo.

Esa aberración la han constituido los comunistas, y su raíz teorética está en la doctrina de Marx, como se ha dicho una forma extrema, y por eso mismo disfuncional a fin de cuentas, de cosmovisión burguesa.
        
El interés mayor en lo reflexivo del caso chino es que muestra la estrecha conexión existente entre Estado y capitalismo. El primero, incluso si en un momento inicial es ajeno a toda forma de capitalismo, fomenta y crea éste de un modo u otro. Esto se da en la totalidad de las experiencias conocidas, también en Occidente, donde el capitalismo no hubiera podido desenvolverse y llegar a ser lo que es hoy sin la decisiva y permanente actuación del artefacto estatal. Ello desautoriza la idea, específicamente socialdemócrata, de que el Estado “protege” a las clases trabajadoras del capital. Y avala la formulación de que sólo una estrategia revolucionaria antiestatal es realmente anticapitalista.
        
Los partidos comunistas triunfantes se presentan a sí mismos y a su régimen como el poder de la clase obrera realizado, pero el análisis que “El libro negro del comunismo” ofrece de los países del Este europeo en 1944-1989 refuta tal aserción. En Alemania del Este, en Rumania, en Polonia, en Hungría, fue la clase obrera una fuerza militante en contra del régimen comunista, que ejerció una represión violentísima de la protesta proletaria. La situación durante esos años en aquéllos fue casi idéntica a la de la España franquista, sobre todo en lo referente a la resistencia obrera clandestina a un poder terrorista y explotador que niega incluso las libertades formales, que reprime, encarcela, tortura y mata. La nueva burguesía comunista de esos países resultó ser asombrosamente represora, sádica e inhumana, además de soberbia, despilfarradora e ineficiente[1]. En 1989, falto de todo apoyo popular y detestado por la inmensa mayoría el comunismo se desmoronó sin más en esos países.
        
Al estudiar el caso de Corea del Norte, el libro usa la expresión “partido-Estado”, que es apropiada. Corea del Norte es el modelo secreto para lo que todavía queda de los partidos comunistas en los diversos países, el tipo de sistema político que éstos veneran y desean pero no se atreven a respaldar en público, aunque de vez en cuando lo dejan entrever en algún lapsus. Los crímenes de esta dictadura neo-burguesa patética y miserable son colosales, como expresión de lo que sucede cuando el productivismo es la única meta, la violencia el único medio y la libertad una “idea burguesa”.
        
Lo sucedido en Etiopia con el Derg, o junta militar que se orienta hacia la Unión Soviética en los años 70 y 80 de la pasada centuria, transformándose luego en una variante de partido comunista, es parecido a lo de Camboya. Si hay que fomentar el crecimiento económico y acelerar exponencialmente la acumulación de capital por los métodos que sean el primer paso es desarticular la sociedad tradicional, pre-capitalista. Como ésta se resiste, o simplemente no desea ser modernizada, hay que acudir al terror, tanto mayor cuanto más tiránico, caprichoso y arbitrario es el obrar del poder comunista. En Etiopía se trataba de realizar el paso, lo más apresurado posible, del “feudalismo” al “socialismo”, extraviado juego de palabras que manifiesta el inmenso odio al pasado propio de esa forma de ideología exaltadora de la modernidad que es el comunismo.

Tiene lugar, en consecuencia, un proceso de militarización en dicho país africano, junto con la constitución de un denso Estado policial, ambos bastante costoso de mantener, lo que arruina al país, mucho más considerando que las economías estimuladas por el recurso permanente y casi exclusivo a la fuerza no suelen ser eficaces. El Derg se embarca en guerras de agresión contra los pueblos de Eritrea y otros, a los que desea mantener por la fuerza dentro de Etiopía, negándoles como realidades diferenciadas.

Finalmente, el poder comunista se viene abajo, dejando un país traumatizado y convulso. El régimen comunista etíope fue de un sadismo y una brutalidad que sobrecogen, asunto del que hoy nadie desea hacerse responsable. Su jefe, el tristemente célebre Mengistu Hailé Mariam, comandante de la junta militar genocida, escapó con vida de la aventura y vive confortablemente exiliado en algún país africano.
        
Estudia el libro, asimismo, el caso de Afganistán. En 1979 la Unión Soviética invade militarmente este país para proteger a un gobierno comunista instalado previamente en él, con lo que aquélla inicia una operación que será decisiva para su autodestrucción en 1991. En este caso se pone en evidencia qué era el ejército rojo y qué era el comunismo: matanzas sin fin, uso de la tortura a gran escala, degradación de los combatientes soviéticos, atrapados por el alcoholismo y las drogas, negación de la libertad de conciencia, con agresiones a los musulmanes por el hecho de serlo, genocidio planificado, destrucción metódica de las masas forestales, etc. En total 1,5 millones de personas pierden la vida. Los soviéticos, nada más llegar, asesinaron al presidente de la llamada República Democrática de Afganistán, el comunista H. Amin, que había ordenado dar muerte poco antes a N.M. Taraki, también comunista… Finalmente, las tropas soviéticas, unos 100.000 soldados, agotadas por una guerra que no podían ganar, han de abandonar Afganistán en 1989. Sólo dos años después la Unión Soviética se desmorona.
        
El fracaso total del comunismo en Rusia es asombroso. Sólo se mantuvo de 1917 a 1991, esto es, 74 años, cuando supuestamente iba a crear una nueva forma de sociedad, que sería el modelo para el resto de los pueblos del mundo, y que perduraría eternamente…La causa está en el desacertado, burgués y extraviado ideario marxista, que no tiene en cuenta los elementos esenciales de lo humano, que no es más que furor industrialista y desarrollista específicamente capitalista, que vive para lo económico sin comprender que lo sustancial del ser humano son sus necesidades espirituales, que ignora el significado práctico de la libertad, que cree que puede construirse una sociedad sin ética ni valores universalistas, que tiene una idea asombrosamente disparatada de la historia (el llamado “materialismo histórico”), que considera que la persona ha de ser sacrificada a la sinrazón del productivismo y el totalitarismo del Estado.

El argumento de que la riqueza material es lo fundamental, tomado de la burguesía, impide construir sociedades viables tanto como seres humanos dignos de tal nombre. Y así ha sucedido. Esa pasmosa indigencia y negatividad en la intelección de lo que el ser humano tiene de humano es la que está detrás del fiasco, tan completo, del marxismo en la práctica.

El colosal chasco del comunismo en la Unión Soviética es, en sí mismo, la refutación del ideario de la izquierda, máxime considerando que la socialdemocracia tiene una trayectoria tan funesta, con su sostén del capitalismo e imperialismo occidental, como el comunismo. Éste habría desaparecido ya si no fuera porque sus residuos actuales son necesarios al capitalismo para controlar a las clases populares, particularmente en nuestro país. Por eso les subsidian y fomentan, la patronal y el artefacto estatal a la vez. Hoy la situación política, igual que en la Transición del franquismo al parlamentarismo, 1974-1978, está definida por la alianza política entre la izquierda y el gran capital español. Éste estipendia y aquélla realiza lo que le ordenan los amos del dinero.
(Continuará)


[1] Como lectura complementaria en esta cuestión está, “El telón de acero. La destrucción de Europa del Este, 1944-1956”, Anne Applebaum.
 

sábado, 26 de julio de 2014

“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO” (I)



“EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO”  (I)
Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Panné,
Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin
Original en francés de 1997, en castellano editado en 2010


El conocimiento lo más objetivo y extenso de la historia del movimiento comunista es imprescindible. El libro incluye a ensayistas prestigiosos, como S. Courtois, autor entre otros textos de “Le PCF dans la guerre”, una documentada historia del comunismo francés en 1939-1945, que prueba la traición de aquél a la revolución al ponerse a las órdenes del general de Gaulle, y  N. Werth, especialista en el Este europeo. En conjunto, el texto comentado aporta una gran masa de información, la mayoría de ella fiable, aunque no toda, lo que exige hacer de él una lectura crítica.

        
No es aceptable considerar al marxismo como una teoría al margen de sus numerosas y variadas aplicaciones prácticas. Todas éstas, digámoslo ya, han sido negativas, o más exactamente, muy negativas, al haber constituido sociedades ultra-capitalistas y mega-estatizadas peores que las anteriormente existentes. El terror policíaco, la institucionalización de la tortura, la tiranía política, la demolición del ser humano, la destrucción medioambiental y el fracaso económico (esto último con la excepción, a matizar, de China) son los rasgos definitorios de las sociedades establecidas y dirigidas por partidos comunistas.
        
El libro probablemente tenga su mejor apartado en el dedicado al análisis de la experiencia comunista en Camboya en los años 70 del siglo pasado, en la que fueron asesinados unos 2 millones de personas en menos de cuatro años, el 25% de la población. Tan terribles acontecimientos se suelen explicar por una explosión de demencia y malignidad de los comunistas camboyanos, pero la obra citada proporciona una interpretación alternativa. Fueron dos viejos conocidos, el productivismo y desarrollismo (que están en la esencia misma del marxismo), los elementos causales de aquella carnicería. 

Camboya ha sido una refutación práctica de la pretendida validez y verdad  de la teoría marxista. Ésta, en una sociedad “atrasada” como la camboyana, que vivía de las formas tradicionales de cultivo del arroz, exigía una gran mutación económica, con inmensas obras de regadío, incremento exponencial de los rendimientos, etc. Todo ello caotizó dicha formación social, que ni siquiera logró entender las metas que demandaba el Estado-partido comunista, produciendo resistencias de todo tipo, más pasivas que activas. Esto impulsó al PC de Kampuchea a usar a gran escala e ilimitadamente la violencia como primer mecanismo económico. La consecuencia fue una de las peores matanzas de la historia de la humanidad.
        
En lo esencial la experiencia camboyana es igual a la de la Unión Soviética. En 1917, en una coyuntura histórica de excepcional crisis y desintegración de la sociedad rusa por causa de la I Guerra Mundial, una formación de intelectuales burgueses ajenos al proletariado pero que decía representarle y hablaba en su nombre, el partido bolchevique, se hace con el poder a través de un afortunado golpe de fuerza en las dos ciudades principales, Petrogrado y Moscú. Crea un poderoso aparato militar y policial capaz de ir aplastando uno tras otro a todos sus adversarios. Tritura al proletariado y, sobre todo, al campesinado, lo que el capítulo correspondiente del libro comentado describe con eficacia y rigor[1].
        
Finalmente, las feroces luchas de poder en el seno de aquel partido, el de la nueva burguesía comunista convertida en aparato de Estado, desencadenan sucesivas matanzas intestinas. La facción perdedora es detenida, torturada y ejecutada, y la ganadora se hace con todavía más poder. Y eso sucede una y otra vez.

Cuando la coerción se eleva a principal elemento movilizador en la sociedad ya todo se trata y efectúa recurriendo a la fuerza. Estremecen los datos y testimonios sobre uso de la violencia a vastísima escala en la Unión Soviética, contra los obreros que demandaban mejoras laborales, contra el campesinado que deseaba protegerse de la depredación del Estado socialista y de la aculturación, contra los seguidores de otras ideologías, contra las minorías nacionales que se oponían al patriotismo ruso de los comunistas….La tortura se hace habitual lo mismo que la violación de las mujeres. Los acusados de crímenes reales y, sobre todo, imaginarios, no pueden defenderse al carecer de cualesquiera garantías jurídicas. Todo tipo de personas son asesinadas.
        
El libro comentado calcula que varios millones de personas fueron víctimas del terror, al ser exterminadas por esa forma de fascismo de izquierdas que es el estalinismo.
        
Cuando el XX congreso del PC de la Unión Soviética, 1956, “denuncia” el estalinismo “olvida” señalar cuál era su base económica, una acumulación colosal de la propiedad en poquísimas manos, un hiper-capitalismo nunca anteriormente conocido. Esa sociedad aberrante, monstruosa, donde prácticamente todos los medios de producción pertenecen a la dirección del partido, esto es, a unas docenas de personas, es la que origina el fenómeno Stalin[2]. Muerto este personaje en 1953 la nueva burguesía comunista le utiliza como chivo expiatorio para seguir detentando el poder, al mismo tiempo que se somete a un lavado de cara con el fin de mejor perpetuarse.
        
¿Por qué todo ello? Los bolcheviques instauran una forma extrema de capitalismo, en concreto de capitalismo de Estado. El meteórico crecimiento económico y la acelerada acumulación de capital eran su única meta, y para alcanzarla la violencia se hace instrumento fundamental. Con ello la nueva burguesía comunista logra por un tiempo unas tasas de ganancias fantásticamente altas, convirtiéndose en una elite dotada de un poder colosal, mucho mayor que el poseído antes por la clase terrateniente y la gran burguesía zaristas. Los intelectuales burgueses que constituyeron el partido bolchevique en la clandestinidad bajo el zarismo habían logrado sus fines reales, apoderarse de todo el poder y de todos los recursos económicos para sí.
        
La obtención de acero, y de máquinas construidas con acero, se convierte en la meta de la sociedad soviética. La sinrazón productivista, llevada a sus últimas consecuencias, demanda un uso formidable del terror, para erradicar hasta la última manifestación no sólo de oposición activa sino incluso de escepticismo respecto a la constitución de una sociedad mega-capitalista en beneficio de una elite todopoderosa, tiránica y genocida, organizada en el partido comunista y el Estado socialista.
        
Lo peculiar del caso ruso es que, mientras el capitalismo occidental se ha tomado siglos para ir transformando la sociedad conforme a sus metas estratégicas, los bolcheviques se proponen hacerlo en unos pocos años, lo que sólo era hacedero por el terrorismo de Estado más despiadado. La cosa fue tan tremenda que la Constitución soviética de 1936 declaraba que ya estaba construida la sociedad perfecta, 19 años después de su acceso al poder…
(Continuará)


[1] Lo hecho contra el campesinado por los comunistas rusos en los años 20 y 30 del siglo pasado es tan tremendo y espantoso como difícil de comprender. Lo indudable es que debe ser calificado de genocidio. Es todavía más asombroso por cuanto Marx presentó favorablemente a la sociedad campesina de Rusia, al considerar que estaba dotada de instituciones políticas y económicas que serían de mucha utilidad para la construcción del socialismo, en “Proyecto de respuesta a la carta de V.I. Zasulich”, 1881. En ese texto, escrito dos años antes de fallecer, Marx cuestiona y de hecho rechaza su obra anterior, al negar que la edificación de una sociedad “sin clases sociales” necesite de un desarrollo descomunal de las fuerzas productivas presentando al, en lo económico, “atrasado” campesinado ruso como más potencialmente apto para la transformación social que el proletariado industrial. Pero, ¿qué credibilidad puede tener como pensador quién dice y luego se desdice de un modo tan radical? Y ¿cómo enjuiciar a sus discípulos, que admiten acríticamente las idas y venidas verbales de un ideólogo caracterizado por un muy insuficiente conocimiento de los muchísimos asuntos sobre los que con tanto desparpajo peroró? El fracaso práctico del marxismo es consecuencia de su déficit radical de verdad en tanto que construcción teorética. Una visión de conjunto, en exceso amable, de la brutal política rural del comunismo ruso en “La agricultura soviética en perspectiva”, Erich Strauss.
[2] El libro aquí comentado puede ser complementado por “Le cercle du Kremlin”, Oleg Khlevniouk, que estudia el nódulo donde estaba concentrado todo el poder en la Unión Soviética, el comité ejecutivo del PC, presidido por Stalin. Para el análisis de la violencia como decisivo mecanismo político y económico en la Rusia comunista, “La lógica del terror”, J. Arch y O.V. Naumov; también “Origins of te Great Purges”, J. Arch Getty. El funcionamiento del capitalismo de Estado en ese país es examinado en “The economic transformation of the Soviet Union, 1913-1945”, R.W. Davies, M. Harrison, S.G. Wheatcroft.