lunes, 11 de febrero de 2013

EL SENTIDO DE LA VIDA



Potlatch Ediciones acaba de reeditar “El Sentido de la vida”, de Félix Martí Ibáñez, con un prólogo de Karlos Luckas y mío, de título “Una filosofía de Combate para un Época de Crisis y, por tanto, de Esperanza”.
El libro, en formato de bolsillo, tiene 109 páginas y el pvp es de 6 euros.

Félix Martí Ibáñez estuvo en el movimiento libertario en su edad dorada, teniéndose que exiliar al final de la guerra civil, y cultivó con gran éxito de contenidos la filosofía, en particular la filosofía moral y existencial, que es el contenido de la obra que ahora se ofrece en esta edición.

La actualidad y vitalidad del pensamiento de Martí Ibáñez es aún mayor en un momento como éste, en que las sociedades occidentales se desmoronan de manera lenta pero inexorable, lo que abre el camino a grandes posibilidades de acciones transformadoras revolucionarias.

Tal es el contenido de la presentación que hacemos Karlos y yo.

El libro se puede pedir a:
WEB: Potlatch Ediciones (http://www.potlatch-ediciones.com/), 
A mí en esta dirección: apartado de correos 34081 CP 28080 MADRID.

Un saludo.
Félix


EL HUMANISMO CÍVICO EN LA OBRA DE HELENO SAÑA


No es habitual encontrar a un autor contemporáneo que sea capaz de ocuparse de la filosofía y sobre todo de su rama hoy tal vez más decisiva, la filosofía moral, con talante creativo y un magnífico bagaje de conocimientos sobre lo mejor del pensamiento de Occidente. Estamos tan habituados a leer a meros glosadores, que fabrican libros sólo para hacer currículo académico y que en general no tienen ni noción de nada ni nada que decir, que los textos de Saña tienden a crear una impresión sobremanera agradable.
        
Se puede citar “Tratado del hombre”, “Antropomanía. En defensa de los humano” y en especial “Breve tratado de ética. Una introducción a la teoría de la moral”, probablemente el más logrado de los tres.
        
En éste hay verdadera filosofía, reflexiones existenciales y morales, a veces también de naturaleza epistemológica, de mucha profundidad, calidad, creatividad y verdad.
        
También sus obras tienen algo de bastante importancia aquí y ahora, una refutación de los ideólogos de la anti-fraternidad, Stirner y Nietzsche sobre todo, imprescindibles para el sistema de dominación, pues al enfrentarnos a los unos con los otros y al convertirnos en seres asociales e insociables no hacen dominados perfectos y para siempre.
        
En Stirner repudia lo que denomina “hedonismo pequeño-burgués y solipsista”, expresión ingeniosa, aunque incompleta, para calificar a quien es gran emisor de enormidades y simplezas, mera gramática parda, tomadas por muchos como la expresión más perfecta de lo “radical” y “antisistema”, cuando es el pensamiento burgués, y también fascista, más acabado. A tal grado de confusión hemos llegado.
        
Pero no queda ahí la cosa. Excelente es su refutación del hedonismo contemporáneo, en especial cuando se centra en Marcuse, uno de los ideólogos de la contracultura, que es presentado en su peor aspecto, como destructor de lo humano al reducir a la persona a sujeto inmaduro, infantil, sólo atento al juego y a la diversión.
        
Su reflexión sobre el dolor es magnífica, y también sobre el miedo. Al ahondar en la cavilación existencial, saltando por encima del politicismo y economicismo que nos degradan y destruyen, Saña sienta las bases en el terreno de las ideas para la recuperación de lo humano después de decenios y decenios de asistir impotentes a su destrucción planeada desde arriba, tarea en la que ha desempeñado una función de primera importancia casi toda la “radicalidad” política y sindical, hoy devenida en la manifestación más pura y concentrada de lo burgués.
        
Con todo ello, además, fundamenta la regeneración de lo que se llamó en tiempos mejores “el espíritu público”, esto es, esa cosmovisión que hace al sujeto capaz de ser combatiente por la libertad, contra los poderes ilegítimos del dinero, el gobierno y el Estado, con olvido de sí y disposición para arrostrar peligros y persecuciones.
        
Así es, sin humanismo cívico no puede darse la virtud cívica, que hace de la persona sujeto político, y no mero objeto manejado por las oligarquías partitocráticas, los mercaderes de palabras y los medios de comunicación.
        
Más aún, sin virtud cívica no puede haber revolución, porque ésta la hacen los seres humanos reales, las mujeres igual que los varones. No es algo que “sucede” o “acontece” sino una volición, un esfuerzo y un riesgo, además de un acto continuado de inteligencia y sociabilidad, pues sin verdad y colectivismo no hay cambio social posible. Dicho de otro modo, la revolución interior, personal, ha de avanzar en paralelo y al mismo ritmo que la revolución exterior, social. La suma de la una y la otra dan la revolución integral.
        
Quienes siguen ocupados en cominerías reivindicativas, aquellos que sólo desean medrar bajo el actual sistema y no les importa ni preocupa ponerle fin para crear una nueva sociedad, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de valores y convicciones, nada de interés encontrarán en la obra de Saña.
        
Si la vida tiene como propósito metas ínfimas, lo que es grande y magnífico no se necesita. Eso origina una tragedia dentro del sujeto, que se embrutece y auto-destruye a medida que se implica más y más en compromisos reformistas y similares, siempre del tres al cuarto.
        
La obra de Saña muestra también la grandeza y vitalidad del pensamiento clásico de Occidente, que hoy el gran capital occidental, que ha renegado de su cultura y está deseando ser colonizado por infra-culturas y religiones foráneas, desea ahogar y destruir. Por eso exhorto a quienes pasan tristemente sus días pendientes de orientalismos de pacotilla, a los que giran hacia credos de corte totalitario, que ignoran no sólo la noción de libertad personal sino lo que es más grave, también la de persona, que lean a este autor.
        
Basta de alimentarse intelectualmente con bobadas sacadas de Internet, basta de acudir al bazar de los exotismos y las extravagancias. Seamos serios, estudiemos con esfuerzo para hacerlo con aprovechamiento, puesto que todo lo fácil nos degrada. Por eso los libros de Saña, sin tener ninguna dificultad especial en lo formal, son difíciles: porque son verdaderos, porque lo real es complejo, porque quienes sólo desean absorber papilla intelectual con sabores intrusos se hacen co-autores de su propia impotencia reflexiva y discursiva, además de práctica y transformadora. 

VENEZUELA ¿BOLIVARIANA O HOBBESIANA?


Venezuela vive en una guerra civil de facto, no entre opresores y oprimidos sino en el seno del pueblo. Quince años después del inicio de la “revolución bolivariana”, obra del “socialismo del siglo XXI”, cada año unas 19.000 personas (otros analistas elevan ese número a 21.000) mueren víctimas de la violencia interpersonal, de la delincuencia. Es una cifra aterradora, escalofriante.
        
Las comparaciones son odiosas pero en el caso de “España” el número de homicidios está en torno a los 400 anuales, con una población de 44 millones, mientras el país latinoamericano tiene unos 29.
        
La gente se mata entre sí por cualquier cosa pero sobre todo por dinero. El dinero es tan ansiado e idolatrado por un número muy elevado de las gentes de Venezuela que no dudan en agredir con voluntad homicida a sus iguales para conseguirlo.
        
¿Es esa una sociedad deseable, revolucionaria? Y, yendo más a lo analítico y reflexivo, ¿cómo y por qué se ha creado ese orden terrible en que los miembros de las clases populares se asesinan los unos a los otros, cuando deberían ayudarse y apoyarse, quererse y servirse?
        
Sin duda lo que realmente hay en Venezuela es una sociedad hobbesiana. Esto es, fundamentada en las formulaciones pavorosas de T. Hobbes, el filósofo y politólogo inglés del siglo XVII, para el cual el estado natural de los seres humanos es “la guerra de todos contra todos”, dado que el individuo es “lobo” para el individuo.
        
Hobbes vincula la violencia “natural” con el Estado, pues sostiene que éste es el único capaz de protegernos de los iguales, siempre ansiosos de expoliarnos, agredirnos, violarnos y matarnos. El Estado nos salva, es el bien, mientras que nuestros semejantes son el enemigo, el origen de todo terror, el mal absoluto. Lo mismo creía Nietzsche, discípulo de Hobbes, así como Stirner, el anarquista individualista[1], y, con ellos, todo el fascismo, cuya ideología se resuelve en una formación: el Estado es el todo y el pueblo ha de ser su vasallo.
        
La pregunta clave resulta ser: ¿es pensable un socialismo fundamentado en el odio mutuo, en la codicia más desenfrenada, en la agresión, en una grave ausencia de ética y valores, en una deshumanización casi universal? No, parece que no.
        
Lo que Hobbes dice, en realidad, es que debemos odiarnos, ofendernos y atacarnos los unos a los otros para que así el ente estatal tenga una razón de ser, porque si reinara la fraternidad en actos, ¿qué excusa tendría el Estado para existir? Es más, en tales condiciones todo ente estatal tendría los días contados.
        
Hobbes, el muy bellaco, no expone lo que es sino lo que debería ser conforme a su ideología de amante enardecido del Estado. Desea más Estado, mucho más Estado, y necesita pretextos para que éste se expanda.
        
En Venezuela lo que existe es una dictadura militar encubierta con el velo del parlamentarismo. Chavez es teniente coronel y, en tanto que tal, caudillo de la “revolución bolivariana”. El ejército gobierna paternalistamente al pueblo, y le da algunas ventajas materiales, a costa de la renta petrolera: consigue dólares y euros en el mercado mundial y, una parte de ellos, los derrama sobre el pueblo. Es, pues un “socialismo” sustentado en el mercado. Curioso.
        
Un socialismo con dos pilares de lo más sorprendentes, la gran empresa del capitalismo de Estado, la petrolera PDVSA[2] y el ejército.
        
En 1998, cuando Chavez llegó al gobierno, había 4.500 homicidios anuales. Cuatro años después la cifra se elevó a 11.300. Después… ya no hay cifras oficiales, pues el gobierno de hecho militar presidido por Chavez prohibió darlas.
        
Una sociedad semi-militarizada de facto, con un aparato policial muy poderoso (y muy corrupto), sólo puede tener esos índices de violencia social por una razón: porque el régimen mismo la alienta, cuando no la organiza él mismo. No cabe duda de que si hubiera voluntad de poner fin a la guerra civil de “todos contra todos” el Estado chavista podría hacerlo.
        
Pero en ese caso el pueblo tendería a unirse contra el chavismo, contra su paternalismo dadivoso, mentalidad limosnera, despotismo dieciochesco y caudillismo vociferante, contra su “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Podría unirse para pelear por tener el poder de decidir directamente por sí, sin aparato estatal ni clase empresarial (esa a la que Chavez denuesta sólo para protegerla mejor y hacerla aún más rica, muchísimo más rica), en un orden de asambleas populares y con autogestión integral de la economía.
        
El régimen militar chavista, al adoctrinar a la gente en la exclusividad de los bienes materiales, de la riqueza física y de los goces del estómago ha creado las condiciones ideológicas para el desencadenamiento de la guerra civil en curso. Si sólo importa el dinero, el bienestar, el consumo y la riqueza, y eso es lo que el chavismo repite a las masas un día sí y otro también, ¿por qué no tomarlos de donde sea y por los medios que sean?, ¿por qué no quitárselo al de al lado tras descerrajarles unos tiros?
        
El chavismo, pues, llama “socialismo” a lo que es la esencia misma del capitalismo, el ansia de riquezas. En eso sí es marxista, pero no lo es en su apología del aparato estatal, dado que Marx dijo que el Estado, en condiciones de propiedad privada contemporánea, es “ESTADO CAPITALISTA” (así lo denomina) con el ejército como columna vertebral, que debe ser derribado por la revolución proletaria.
        
Ahora tenemos que el “ESTADO CAPITALISTA” de Marx se han transmutado en “Estado socialista” con Chavez, ejército incluido. Es algo milagroso y portentoso…
        
Todo esto es una ridiculez que va a acabar muy mal. A quienes van de buena fe les animo a que rompan con el chavismo antes de que se vean arrastrados al descrédito más espeluznante. A la izquierda pro-capitalista le ruego que siga loando a Chavez pues así se desenmascarará, quizá del todo y para siempre, sólo en un par de añitos...
        
En Venezuela se está manifestando un hecho mil veces repetido en la historia: cuanto más poderoso es un Estado y más se inmiscuye en la vida de las clases populares, más se degradan y embrutecen éstas en lo intelectual, convivencial y moral. Quienes confunden socialismo con hiper-estatismo son, por tanto, los enemigos principales del pueblo, los adversarios más temibles de la revolución popular integral, hoy más necesaria que nunca en Venezuela, contra el chavismo, el capitalismo y el imperialismo, y sobre todo contra el Estado, matriz sempiterna de capitalismo.


[1] Una de las poquísimas críticas fundamentadas y responsables al chavismo es el libro “Venezuela: la Revolución como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano”, de Rafael Uzcátegui, editorial LaMalatesta. Pero, como expone el mismo Rafael, casi todo el anarquismo latinoamericano respalda a Chaves. Eso manifiesta la delicada situación del movimiento libertario, en buena medida invadido por la ideología socialdemócrata y, por tanto, estatista y militarista. Claro que quienes leen a Stirner, ese proto-fascista, creyendo que es anarquista manifiestan lo que son, meros agentes de la reacción más extrema, o, en el mejor de los casos, majaderos sin remedio.
[2] Quienes identifican capitalismo de Estado con “socialismo” deben ser refutados mostrando lo obvio, que en las empresas de capitalismo de Estado, en Venezuela y en todo el mundo, los trabajadores hacen huelgas, igual que en las de capitalismo privado. Y las hacen porque están explotados. La izquierda preconiza el capitalismo de Estado porque quiere apoderarse para sí de todos los medios de producción, creando un nuevo capitalismo, hiper-poderoso, como se observa hoy en China.

HOLLYWOOD SIGUE PROMOVIENDO EL MILITARISMO NEGRO


Coincidiendo con la segunda investidura de B. Obama el aparato de propaganda y adoctrinamiento del imperio ha presentado dos películas cuyos contenidos y mensajes son el etnicismo pro-negro, el enfrentamiento entre las razas y, sobre todo, el militarismo. Se trata de “Lincoln”, de Steven Spielberg, y “Django desencadenado”, de Quentin Tarantino.
        
Parece evidente que las dos cumplen un mismo objetivo, azuzar el victimismo de la gente negra, expandir el racismo anti-blanco y, como resultante, hacer de la población negra de EEUU los nuevos centuriones del capitalismo norteamericano. La una y la otra se proponen, en definitiva, llevar más y más personas negras, varones y mujeres, a las filas del ejército y la policía del imperio.
        
Puesto que Obama, el primer presidente negro, ha logrado resultados magníficos para el capitalismo, el aparato estatal y el imperialismo, las elites de poder de EEUU desean continuar por el mismo camino. Es a destacar que los dos directores citados son blancos, lo que indica que en el seno del poder constituido no hay racismo, sólo intereses estratégicos, en la forma de voluntad de poder y codicia ilimitadas, que se satisfacen de acuerdo a las circunstancias, unas veces con personas blancas y otras (ahora) cada vez más con personas negras.
        
Para ello se da una imagen distorsionada de la historia, en el caso de Spielberg, o se promueve una mentalidad violenta, fascistoide, entre los negros, en la de Tarantino. Por cierto, éste en el pasado se sirvió de ciertas manifestaciones, repulsivas, de racismo anti-negro: los racistas son siempre racistas, cambiando sólo la raza que tienen por “superior”.

Las consecuencias del chovinismo negro (al que sus beneficiarios denominan “antirracismo”) son cada día más perceptibles: militarismo, estado policial en progresión, robustecimiento del capitalismo, racismo anti-blanco rampante, división del pueblo por motivos étnicos, ascenso de una burguesía negra hiper-poderosa, etc.
        
Dado que el “antirracismo” es una religión política, esto es, un fanatismo promovido desde arriba (en particular, a través de las ONGs, la industria del espectáculo, la intelectualidad subsidiada y la universidad), no hay mucho que hacer. Sus defensores, blancos por lo general, son una mezcla patética de hiper-subvencionados y bobos que se creen todo lo que les dice la propaganda del poder, por lo que siguen aferrados ciegamente a sus dogmas.
        
Todos ellos han de ser calificados de una misma manera, de militaristas y pro-imperialistas, de cooperadores en los preparativos de la IV Guerra Mundial, de agentes políticos del neo-colonialismo USA y racistas de nuevo tipo.
        
Así la cosas sólo nos queda hacer un llamamiento a la gente negra para que  rechace el racismo anti-blanco, no se enrole en el ejército ni en la policía, condene a Obama y se movilice contra sus demasías y crímenes, denuncie la ideología victimista, repudie la “discriminación positiva”, apoye todo lo bueno de la cultura occidental impugnando la aculturación de las masas en Occidente que ahora promueven los poderes de EEUU y la UE, combata a la gran burguesía negra, renuncie a sacar partido del color de su piel y se una a todas y todos los que execramos al racismo en la totalidad de sus manifestaciones, y no sólo en algunas.
        
También hay que clamar para que se exponga la verdad sobre la esclavitud de los negros en el pasado, asunto falseado por las películas citadas. Ha llegado el momento de señalar que las oligarquías negras de África fueron tan culpables de la trata como los europeos. Y de advertir que fue el Islam quien comenzó a comerciar a gran escala con esclavos negros, por ejemplo, el califato de Córdoba. Los primeros esclavistas europeos, los portugueses, aprendieron su infame tarea de los musulmanes norteafricanos. Cuando aquéllos empezaron éstos llevaban ya siglos haciéndolo.
        
Nadie es menos, pero tampoco más, por el color de su piel. Precisamente por eso son intolerables las declaraciones del atleta Michael Johnson en los juegos olímpicos de 2012 en Londres, declarando que su raza, la negra, es “superior” a las otras, por tanto, no sólo a la blanca sino a la de los indígenas americanos[1], a la oriental, a la gitana, etc. Una vez más constatamos que el imperialismo de EEUU y europeo ha otorgado patente de corso a la gran burguesía negra para proferir las mayores enormidades.
        
De no combatir enérgicamente al etnicismo pro-negro acabará generando un nuevo racismo de masas financiado por el gran capital para ajustar cuentas a los movimientos populares. Estamos próximos a la creación de un nazismo renovado, esta vez con la etnia negra como “raza superior”, que es lo que de facto preconiza Johnson, y lo que Tarantino azuza. Tras ella está también la gran burguesía negra de EEUU. Por ejemplo, la pareja del mundo del espectáculo de EEUU que mayores ingresos (muchos millones de dólares) tuvo en 2011, y probablemente en 2012, fue la formada por Beyoncé Knowles, íntima de Obama, y el rapero Jay Z[2], ambos negros. Esta gran burguesía “de color” se mofa de la pobreza y el hambre de los niños negros de EEUU, de África y de todo el planeta, así como de la miseria de la infancia de todas las razas.
        
El racismo pro-negro, o “antirracismo”, es la ideología con que el gran capital negro se legitima y justifica la despiadada explotación a que somete a los trabajadores de todas las razas, negros tanto como blancos. La revolución integral pondrá fin al poder de toda la burguesía sin distinción de razas, porque será realizada por el pueblo unido, sin distinción de razas.
        
Dicho sea de paso, si ahora en EEUU la población blanca se vuelca en acudir a los espectáculos hechos por gente negra (el actor más taquillero desde hace muchos años es Will Smith, negro), ¿dónde está el racismo de la inmensa mayoría de aquélla?


[1] Hay que protestar enérgicamente por la marginación en que siguen los pueblos indígenas en EEUU. Dado que manifiestan escaso entusiasmo por alistarse en el ejército y por hacerse multimillonarios, no están recibiendo el trato de favor que el Estado hoy otorga a la etnia negra. Ellos, junto con una parte de los hispanos, son los verdaderamente marginados en ese país, pero de tales casi nunca se acuerdan nuestros “antirracistas” profesionales… Hace años Hollywood ensayó la magnificación de los pueblos indios, pero pronto lo abandonó.
[2] Este sujeto pone de manifiesto qué es realmente el rap, la supuesta “música de protesta” y blablablá. Quienes ansían, ante todo, ser engañados, no deberían luego quejarse tanto de su suerte, pues ésta proviene de su propia credulidad, pereza mental y fe ciega en las religiones políticas.