Venezuela vive en una guerra civil de facto, no
entre opresores y oprimidos sino en el seno del pueblo. Quince años después del
inicio de la “revolución bolivariana”, obra del “socialismo del siglo XXI”,
cada año unas 19.000 personas (otros analistas elevan ese número a 21.000) mueren
víctimas de la violencia interpersonal, de la delincuencia. Es una cifra
aterradora, escalofriante.
Las comparaciones son odiosas pero en el caso de
“España” el número de homicidios está en torno a los 400 anuales, con una
población de 44 millones, mientras el país latinoamericano tiene unos 29.
La gente se mata entre sí por cualquier cosa pero
sobre todo por dinero. El dinero es tan ansiado e idolatrado por un número muy
elevado de las gentes de Venezuela que no dudan en agredir con voluntad
homicida a sus iguales para conseguirlo.
¿Es esa una sociedad deseable, revolucionaria? Y,
yendo más a lo analítico y reflexivo, ¿cómo y por qué se ha creado ese orden terrible
en que los miembros de las clases populares se asesinan los unos a los otros,
cuando deberían ayudarse y apoyarse, quererse y servirse?
Sin duda lo que realmente hay en Venezuela es una
sociedad hobbesiana. Esto es, fundamentada en las formulaciones pavorosas de T.
Hobbes, el filósofo y politólogo inglés del siglo XVII, para el cual el estado
natural de los seres humanos es “la
guerra de todos contra todos”, dado que el individuo es “lobo” para el individuo.
Hobbes vincula la violencia “natural” con el Estado,
pues sostiene que éste es el único capaz de protegernos de los iguales, siempre
ansiosos de expoliarnos, agredirnos, violarnos y matarnos. El Estado nos salva,
es el bien, mientras que nuestros semejantes son el enemigo, el origen de todo terror,
el mal absoluto. Lo mismo creía Nietzsche, discípulo de Hobbes, así como
Stirner, el anarquista individualista,
y, con ellos, todo el fascismo, cuya ideología se resuelve en una formación: el
Estado es el todo y el pueblo ha de ser su vasallo.
La pregunta clave resulta ser: ¿es pensable un
socialismo fundamentado en el odio mutuo, en la codicia más desenfrenada, en la
agresión, en una grave ausencia de ética y valores, en una deshumanización casi
universal? No, parece que no.
Lo que Hobbes dice, en realidad, es que debemos odiarnos,
ofendernos y atacarnos los unos a los otros para que así el ente estatal tenga
una razón de ser, porque si reinara la fraternidad en actos, ¿qué excusa
tendría el Estado para existir? Es más, en tales condiciones todo ente estatal
tendría los días contados.
Hobbes, el muy bellaco, no expone lo que es sino lo
que debería ser conforme a su ideología de amante enardecido del Estado. Desea
más Estado, mucho más Estado, y necesita pretextos para que éste se expanda.
En Venezuela lo que existe es una dictadura militar
encubierta con el velo del parlamentarismo. Chavez es teniente coronel y, en
tanto que tal, caudillo de la “revolución bolivariana”. El ejército gobierna
paternalistamente al pueblo, y le da algunas ventajas materiales, a costa de la
renta petrolera: consigue dólares y euros en el mercado mundial y, una parte de
ellos, los derrama sobre el pueblo. Es, pues un “socialismo” sustentado en el
mercado. Curioso.
Un socialismo con dos pilares de lo más
sorprendentes, la gran empresa del capitalismo de Estado, la petrolera PDVSA
y el ejército.
En 1998, cuando Chavez llegó al gobierno, había
4.500 homicidios anuales. Cuatro años después la cifra se elevó a 11.300.
Después… ya no hay cifras oficiales, pues el gobierno de hecho militar presidido
por Chavez prohibió darlas.
Una sociedad semi-militarizada de facto, con un
aparato policial muy poderoso (y muy corrupto), sólo puede tener esos índices
de violencia social por una razón: porque el régimen mismo la alienta, cuando
no la organiza él mismo. No cabe duda de que si hubiera voluntad de poner fin a
la guerra civil de “todos contra todos” el Estado chavista podría hacerlo.
Pero en ese caso el pueblo tendería a unirse contra
el chavismo, contra su paternalismo dadivoso, mentalidad limosnera, despotismo
dieciochesco y caudillismo vociferante, contra su “todo para el pueblo pero sin
el pueblo”. Podría unirse para pelear por tener el poder de decidir
directamente por sí, sin aparato estatal ni clase empresarial (esa a la que
Chavez denuesta sólo para protegerla mejor y hacerla aún más rica, muchísimo
más rica), en un orden de asambleas populares y con autogestión integral de la
economía.
El régimen militar chavista, al adoctrinar a la
gente en la exclusividad de los bienes materiales, de la riqueza física y de
los goces del estómago ha creado las condiciones ideológicas para el
desencadenamiento de la guerra civil en curso. Si sólo importa el dinero, el
bienestar, el consumo y la riqueza, y eso es lo que el chavismo repite a las
masas un día sí y otro también, ¿por qué no tomarlos de donde sea y por los
medios que sean?, ¿por qué no quitárselo al de al lado tras descerrajarles unos
tiros?
El chavismo, pues, llama “socialismo” a lo que es la
esencia misma del capitalismo, el ansia de riquezas. En eso sí es marxista,
pero no lo es en su apología del aparato estatal, dado que Marx dijo que el
Estado, en condiciones de propiedad privada contemporánea, es “ESTADO
CAPITALISTA” (así lo denomina) con el ejército como columna vertebral, que debe
ser derribado por la revolución proletaria.
Ahora tenemos que el “ESTADO CAPITALISTA” de Marx se
han transmutado en “Estado socialista” con Chavez, ejército incluido. Es algo
milagroso y portentoso…
Todo esto es una ridiculez que va a acabar muy mal.
A quienes van de buena fe les animo a que rompan con el chavismo antes de que
se vean arrastrados al descrédito más espeluznante. A la izquierda
pro-capitalista le ruego que siga loando a Chavez pues así se desenmascarará,
quizá del todo y para siempre, sólo en un par de añitos...
En Venezuela se está manifestando un hecho mil veces
repetido en la historia: cuanto más poderoso es un Estado y más se inmiscuye en
la vida de las clases populares, más se degradan y embrutecen éstas en lo
intelectual, convivencial y moral. Quienes confunden socialismo con hiper-estatismo
son, por tanto, los enemigos principales del pueblo, los adversarios más
temibles de la revolución popular integral, hoy más necesaria que nunca en
Venezuela, contra el chavismo, el capitalismo y el imperialismo, y sobre todo
contra el Estado, matriz sempiterna de capitalismo.