No es habitual encontrar a un autor contemporáneo
que sea capaz de ocuparse de la filosofía y sobre todo de su rama hoy tal vez
más decisiva, la filosofía moral, con talante creativo y un magnífico bagaje de
conocimientos sobre lo mejor del pensamiento de Occidente. Estamos tan
habituados a leer a meros glosadores, que fabrican libros sólo para hacer
currículo académico y que en general no tienen ni noción de nada ni nada que
decir, que los textos de Saña tienden a crear una impresión sobremanera
agradable.
Se puede citar “Tratado
del hombre”, “Antropomanía. En
defensa de los humano” y en especial “Breve
tratado de ética. Una introducción a la teoría de la moral”, probablemente
el más logrado de los tres.
En éste hay verdadera filosofía, reflexiones
existenciales y morales, a veces también de naturaleza epistemológica, de mucha
profundidad, calidad, creatividad y verdad.
También sus obras tienen algo de bastante importancia
aquí y ahora, una refutación de los ideólogos de la anti-fraternidad, Stirner y
Nietzsche sobre todo, imprescindibles para el sistema de dominación, pues al
enfrentarnos a los unos con los otros y al convertirnos en seres asociales e
insociables no hacen dominados perfectos y para siempre.
En Stirner repudia lo que denomina “hedonismo pequeño-burgués y solipsista”,
expresión ingeniosa, aunque incompleta, para calificar a quien es gran emisor
de enormidades y simplezas, mera gramática parda, tomadas por muchos como la
expresión más perfecta de lo “radical” y “antisistema”, cuando es el
pensamiento burgués, y también fascista, más acabado. A tal grado de confusión
hemos llegado.
Pero no queda ahí la cosa. Excelente es su
refutación del hedonismo contemporáneo, en especial cuando se centra en
Marcuse, uno de los ideólogos de la contracultura, que es presentado en su peor
aspecto, como destructor de lo humano al reducir a la persona a sujeto inmaduro,
infantil, sólo atento al juego y a la diversión.
Su reflexión sobre el dolor es magnífica, y también
sobre el miedo. Al ahondar en la cavilación existencial, saltando por encima
del politicismo y economicismo que nos degradan y destruyen, Saña sienta las
bases en el terreno de las ideas para la recuperación de lo humano después de
decenios y decenios de asistir impotentes a su destrucción planeada desde
arriba, tarea en la que ha desempeñado una función de primera importancia casi
toda la “radicalidad” política y sindical, hoy devenida en la manifestación más
pura y concentrada de lo burgués.
Con todo ello, además, fundamenta la regeneración de
lo que se llamó en tiempos mejores “el espíritu público”, esto es, esa
cosmovisión que hace al sujeto capaz de ser combatiente por la libertad, contra
los poderes ilegítimos del dinero, el gobierno y el Estado, con olvido de sí y
disposición para arrostrar peligros y persecuciones.
Así es, sin humanismo cívico no puede darse la
virtud cívica, que hace de la persona sujeto político, y no mero objeto
manejado por las oligarquías partitocráticas, los mercaderes de palabras y los
medios de comunicación.
Más aún, sin virtud cívica no puede haber
revolución, porque ésta la hacen los seres humanos reales, las mujeres igual
que los varones. No es algo que “sucede” o “acontece” sino una volición, un
esfuerzo y un riesgo, además de un acto continuado de inteligencia y
sociabilidad, pues sin verdad y colectivismo no hay cambio social posible.
Dicho de otro modo, la revolución
interior, personal, ha de avanzar en paralelo y al mismo ritmo que la revolución exterior, social. La suma de
la una y la otra dan la revolución
integral.
Quienes siguen ocupados en cominerías
reivindicativas, aquellos que sólo desean medrar bajo el actual sistema y no
les importa ni preocupa ponerle fin para crear una nueva sociedad, un nuevo ser
humano y un nuevo sistema de valores y convicciones, nada de interés
encontrarán en la obra de Saña.
Si la vida tiene como propósito metas ínfimas, lo
que es grande y magnífico no se necesita. Eso origina una tragedia dentro del
sujeto, que se embrutece y auto-destruye a medida que se implica más y más en
compromisos reformistas y similares, siempre del tres al cuarto.
La obra de Saña muestra también la grandeza y
vitalidad del pensamiento clásico de Occidente, que hoy el gran capital
occidental, que ha renegado de su cultura y está deseando ser colonizado por
infra-culturas y religiones foráneas, desea ahogar y destruir. Por eso exhorto
a quienes pasan tristemente sus días pendientes de orientalismos de pacotilla,
a los que giran hacia credos de corte totalitario, que ignoran no sólo la
noción de libertad personal sino lo que es más grave, también la de persona,
que lean a este autor.
Basta de alimentarse intelectualmente con bobadas
sacadas de Internet, basta de acudir al bazar de los exotismos y las
extravagancias. Seamos serios, estudiemos con esfuerzo para hacerlo con
aprovechamiento, puesto que todo lo fácil nos degrada. Por eso los libros de
Saña, sin tener ninguna dificultad especial en lo formal, son difíciles: porque
son verdaderos, porque lo real es complejo, porque quienes sólo desean absorber
papilla intelectual con sabores intrusos se hacen co-autores de su propia
impotencia reflexiva y discursiva, además de práctica y transformadora.
Libro 100% recomendable. Lo he leído y subrayado. Y cuando tenga tiempo lo volveré a leer mas pausadamente.
ResponderEliminarLa única pega que tiene el libro, si intento explicarla, tu blog está tan lleno de trolls, que no es buena idea que la explique.