viernes, 30 de diciembre de 2016

ABDERRAMÁN III EL DÉSPOTA QUE QUEMABA LA CARA Y MATABA A NIÑAS

        Disponer de traducciones fiables de textos básicos de la historiografía hispano-musulmana permite conocer verazmente al-Andalus. Es el caso de la obra más notoria del historiador Ibn Hayyan de Córdoba (987-1075), “Crónica del califa Abderramán III An-Nasir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V)”, pasada del árabe por Mª Jesús Viguera y Federico Corriente.

         Es una realista y exacta exposición del régimen del Estado Islámico andalusí en su momento de más poder, el siglo X, bajo la dictadura político-militar-religiosa del califa Abderramán III (891-961).

Muestra el carácter esclavista de dicha formación social, así como su naturaleza muy monetizada y mercantil, lo que es coherente con una economía en que el modo esclavista de producción tiene un gran peso. Asimismo describe su condición intolerante y policiaca, al perseguir por un lado a los musulmanes heterodoxos, los seguidores de M. Masarra y, por otro, a los cristianos que se resistían al sistema de humillación, persecución cuotidiana y violación psíquica a que les sometía el Estado andalusí. Además, resalta el altísimo nivel de violencia clasista, política, religiosa e interpersonal que padecía aquella formación social, con continuos asesinatos, rebeliones y matanzas, lo que está en consonancia con la magnificación del uso de la fuerza que caracteriza al islam. Abderramán III aparece como un dictador de una crueldad extrema, capaz de ordenar pasar a cuchillo a 500 prisioneros navarros tomados en el año 920 en la expugnación de la fortaleza de Muez, o de ejecutar en público a un buen número de sus oficiales, tras ser derrotado por las milicias concejiles de los pueblos libres del norte (leoneses, castellanos y vascos en este caso) en la decisiva batalla de Simancas, año 939. El tirano convierte a aquéllos en el chivo expiatorio de su propia cobardía e incompetencia, efectuando un acto de barbarie que Ibn Hayyan reprueba, “fue aquél un dia terrible, que espantó a la gente durante algún tiempo” afirma. Dado que no tenía más elemento de gobierno que el terror estatal (y la religión) estaba obligado a usarlo al por mayor.

También, relata los tormentos a que Abderramán III sometía a niños negros en su palacio, “haciéndolos perecer”, en lo que era un acto racista sádico. El racismo fue parte cardinal de la ideología y la práctica social del Estado andalusí teocrático. Al ser éste una potencia colonialista global principió la captura y trata de esclavos negros africanos, probablemente ya desde el siglo IX, lo que luego sería imitado por los portugueses y demás occidentales a partir del siglo XIV.  Recuérdese, además, que en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, el califa almohade actuó de manera racista con los negros de su escolta.

La naturaleza atrabiliaria y sádica de Abderramán III no se puede explicar principalmente por factores psicológicos. Su raíz es estructural, y está en la naturaleza misma de la sociedad andalusí, una férrea dictadura militar-policial con cobertura clerical en la cual la gente común carecía de todo derecho y garantía mientras que las minorías mandantes poseían un poder omnímodo. En ella el individuo era nada mientras que el Estado y el clero lo eran todo. Por eso se producían continuas rebeliones para conquistar la libertad, como la de Omar Ibn Afsún, el héroe popular del campesinado andaluz en lucha contra el régimen terrateniente musulmán, a la que el califato de Córdoba reprimió con furor durante muchos años, hasta aplastarla. Ibn Hayyan relata numerosos episodios de tal epopeya.

         Su obra ofrece más datos de interés. En varias ocasiones presenta a las tierras de los pueblos libres del norte, en concreto a Euskal Herria y Castilla, como abundantes en alimentos, bien cultivadas y ricas en ganado (en una ocasión las describe como “llenas de bienes y vituallas”), lo que desmonta una de las calumnias habituales lanzadas contra aquéllos. Por el contrario, se refiere a las sequías temibles que padecía al-Andalus, causantes de miseria y sobre-mortalidad entre las depauperadas clases populares, en concreto durante los años 916, cuando “el hambre se extendió a todo al-Andalus”, 936 y 942. Ello fue consecuencia de la destrucción de los bosques, las roturaciones masivas y la desertificación que llevaba adelante la oligarquía terrateniente musulmana, con el fin de expandir las tierras de labor valiéndose del trabajo forzado, para abastecer a las megalópolis parasitarias como Córdoba y otras. Fundamentales son las alusiones sobre que el pueblo llano apoyaba a las milicias concejiles del norte, que incursionaban en al-Andalus sin que se informase a las autoridades musulmanas (“nadie las vio ni oyó”, menciona), y acerca de que las levas de reclutas andalusíes iban al combate a desgana, de “mal grado”, lo que encaja con todo lo sabido, que las enormes fuerzas militares del califato se basaban en hombres traídos de fuera, norteafricanos, negros subsaharianos y eslavos, asunto que mide el descomunal antagonismo entre dominadores y dominados, explotadores y explotados, que existía en al-Andalus.

         Pero lo más estremecedor del texto es la cuestión de la mujer. Los harenes de la oligarquía hispano-musulmana estaban sobre todo formados por lo que Ibn Hayyan denomina “esclavas-madres”, inquietante locución que transmite el atroz estatuto legal y social que tenían entonces las mujeres, sometidas a un patriarcado de una virulencia máxima.

         Ibn Hayyan ofrece dos testimonios escalofriantes. Cuenta que estando Abderramán III en un jardín con una de las esclavas de su harén se lanzó “sobre su rostro a besarla y morderla (sic)”, ante lo cual la esclava “torció el gesto” provocando la cólera del dictador que “mandó a los eunucos que la sujetaran y acercaran la vela al rostro, quemando y destruyendo sus encantos”, espeluznante tarea que culminaron “acabando con ella”. Imaginemos el terror que padecieron las otras 6.300 féminas integrantes del harén al enterarse de lo acaecido. Ibn Hayyan añade que en otra ocasión el califa ordenó a su verdugo personal que cortase el cuello a una niña del harén, en su presencia y sin salir de él, también por no haberse conducido sexualmente con él según deseaba, lo que el sayón hizo tras titubear, al parecerle un acto extremadamente cruel.

         ¿Quiénes eran las víctimas? Podemos hacer su retrato robot con bastante exactitud. Los emires y califas andalusíes tenían una fijación en las mujeres vascas rubias y de ojos azules, de tal manera que apresaban el mayor número posible de éstas para venderlas en los más que florecientes mercados de esclavas de las ciudades andalusíes, donde eran compradas con destino a los serrallos de los altos funcionarios, jefes militares, clérigos coránicos y terratenientes.

         Así pues, es muy probable que las dos niñas víctimas del califa cordobés provinieran de Euskal Herria, con una edad comprendida entre los 9 y los 11 años (el islam, como es conocido, promueve legalmente la pedofilia), vírgenes por tanto, que habían sido capturadas en las numerosísimas incursiones de agresión, captura de esclavos y saqueo que el califato efectuó contra los vascones. Eran atrapadas violentamente, traumatizadas al ver a sus familiares muertos a espada, llevadas a pie al sur en marchas agotadoras, vendidas públicamente en el marcado como si fueran ganado, violadas luego una y otra vez en los harenes, castigadas físicamente por los eunucos guardianes y, en ciertas ocasiones, torturadas y asesinadas por sus propietarios.

         Las que cita Ibn Hayyan pudieron ser esclavizadas en la devastadora entrada que las tropas califales hicieron en Álava y Navarra en los años 924 y 925, cuando según aquél “redujeron el país a cenizas”. Pero también es posible que fueran capturadas cualquier otro año, pues el califato guerreó sobre todo contra los vascos, que fueron quienes con más determinación se les opusieron. Lo cierto es que no podemos fijar una fecha exacta, ya que casi cada año organizaban aceifas, incursiones de captura de seres humanos en el norte, y en cada una de ellas se apoderaban de miles, e incluso de decenas de miles, de niñas. Los ingresos por la venta de esclavos y, sobre todo, esclavas, eran una parte sustancial de las finanzas del aberrante Estado islámico andalusí.

         La desesperada resistencia que los pueblos libres del norte opusieron a los ejércitos musulmanes en la batalla de Simancas tenía como motivo principal poner fin a las operaciones casi anuales de captura de niñas. Allí les derrotaron por completo ocasionándoles una 80.000 bajas (entre ellas el abuelo de Ibn Hayyan), estando a un tris de coger al mismo califa, que huyó de manera poco honorable. Abderramán III enfermó de pavor con lo que le aconteció en dicha batalla y ya nunca participó en expediciones ni combates. Quien cobardemente quemaba el rostro y asesinaba a niñas no fue capaz de pelear con valentía ese día. Simancas significó el fin de la hegemonía del imperialismo musulmán en la península Ibérica. Fue un duelo entre David y Goliat (el Estado andalusí era la mayor potencia colonial europea en ese tiempo, que explotaba muy eficazmente la mitad norte del continente africano) en el que quedó vencedor el bando inicialmente más débil.

Todo esto conviene recordarlo ante el 2 de enero, fecha en que con la capitulación de Granada en 1492, se pone fin a la existencia del Estado islámico andalusí. En tal día ciertos grupos de islamofascistas y de fascistas de izquierda[1] organizan algaradas en esa ciudad, reclamando la vuelta al dominio teofascista del islam, esto es, el retorno al régimen liberticida, terrateniente, teocrático, esclavista, ecocida e hiperpatriarcal de al-Andalus. En esa fecha el dinero de los Saud de Arabia, que también financian a la familia Borbón, corre en abundancia por ciertos ambientes granadinos. De todo ello hay una víctima histórica y actual, las mujeres. Pero Simancas fue y será.

Tenemos que agradecer a ese magnífico historiador que fue Ibn Hayyan que nos permita conocer la verdad sobre al-Andalus, sin filias ni fobias. Y también una parte de la verdad sobre los pueblos libres del norte, con su régimen concejil, comunal, consuetudinario, foral, de incorporación plena de las mujeres a las tareas de la vida social y de armamento general del pueblo en las milicias populares de los concejos, que tan efectivas manifestaron ser en Simancas, batalla modélica según las normas más exigentes del arte de la guerra. Estar orgullosos de lo positivo de nuestra historia, de lo que hicimos bien y con grandeza de miras, es un elemento fundamental para construir nuestro futuro, para llevar adelante las tareas de la revolución popular.


[1] Es de importancia conocer que los fascistas de izquierda y los de derechas, los neo-nazis, comparten la misma interpretación, exaltadora y entusiasta, sobre al-Andalus. Unos y otros siguen al jonsista española Ignacio Olagüe, autor de textos pseudo-históricos como “La revolución islámica en Occidente” y “Les arabes n’ont jamais envahi l’Espagne”. Es significativo que los izquierdistas islamófilos citen arrobados a Olagüe, que perteneció a las JONS, al partido nazi español, a la vez que dicen luchar contra el montaje neonazi “Hogar Social Ramiro Ledesma”, cuando Ledesma y Olagüe fueron íntimos. Olagüe es uno de los muchísimos nazis que admiran al islam, comenzando por Hitler. Igual Ledesma.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

SALIR A LAS SEIS: La destrucción de la esencia concreta humana por el trabajo asalariado

        

         La ministra de Empleo, Fátima Báñez, “desea” que la jornada laboral acabe a las seis de la tarde, en vez de entre las 8 y las 9, “para conciliar la vida laboral y la personal”.  Es el reconocimiento de que el tiempo de trabajo está en las 12-13 horas diarias, con el añadido de una hora de transporte, más los cursos, aprendizaje de idiomas, etc. que absorben una parte creciente de los fines de semana y vacaciones, y sin olvidar los estados de preocupación, ansiedad, temor, obsesión, fobias y angustia que ocasiona el trabajo neo-esclavo, el actual.


         El trabajador se está desmoronando. No puede resistir tan descomunal esfuerzo laboral neo-servil, realizado en condiciones cada vez más autoritarias, degradantes, penosas, destructivas, hostiles y deshumanizadoras. Por eso la cuestión favorita de conversación en las y los mayores de cuarenta años es la jubilación. El trabajo asalariado ha llegado a ser la causa principal de sufrimiento psíquico y desesperación, de enfermedad somática y anímica para millones de personas, y probablemente la primera causa de suicidio.


         No queda tiempo para vivir. Sólo trabajar, y descansar para volver a trabajar. Todo ello salpimentado con una retórica impúdica a cargo de los medios de adoctrinamiento de masas y la pedantocracia según la cual el régimen de neo-servidumbre asalariada es, en realidad, un sistema maravilloso, el mejor de la historia. Pero una cosa es la verborrea de los lacayos y otra la realidad. El asalariado medio se está desplomando en el alcohol, los psicofármacos[1], las drogas, la desesperación, la depresión, el auto-agredirse y quitarse la vida…


         Estar en paro es una pesadilla. Tener trabajo otra.


         Sabemos que, además, lo que afirma la señora Báñez es mentira, que la jornada laboral, lejos de disminuir, va a seguir aumentado, como lleva haciendo desde los años 90 del siglo pasado. En Francia los sindicatos pro-capitalistas, en un alarde de demagogia, “impusieron” las 35 horas semanales, pero ello ha sido otro privilegio más de la aristocracia obrera y los funcionarios de rango medio y alto del Estado. Para el trabajador de base, también allí, está realmente en más del doble, superando las 70 horas semanales.


         ¿Qué queda del ser humano cuando es tiranizado, exprimido, humillado, anulado, acosado, violentado y violado en su lugar de trabajo día tras día? No queda nada de él, una piltrafa con apariencia de persona, un monigote sin energías ni tiempo para pensar, obrar con moralidad y autoconstruirse como sujeto de virtud, para tener una familia y procrear hijos, para atender a los amigos y ocuparse de los asuntos de la vida social, en suma, para ser persona. Resulta hipócrita la retórica pro-familia de la Iglesia católica, los que se autodenominan “liberales” y los carcas de la derecha, pues el salariado, que todos ellos defienden con furor, resulta incompatible con la vida familiar, con la maternidad y paternidad.


         El sujeto enclaustrado, confinado, secuestrado, encarcelado, en el lugar de trabajo, que no puede usar sus capacidades humanas más decisivas en el quehacer laboral, es poco productivo. En primer lugar porque la finalidad de tal tipo de trabajo no es tanto la productividad como la sumisión, el reforzamiento ilimitado del principio de autoridad a favor del capitalista (sea estatal o privado) y sus agentes, de ahí que los coste de dominación en la empresa estén subiendo en flecha, lo que reduce e incluso anula las ganancias en productividad. Los trastornados por las ilusiones tecnológicas, sostenedores de que la llamada cuarta revolución industrial incrementará en mucho los rendimientos, multiplicando la riqueza y sentando la base para la solución de todos los problemas de la sociedad, ignoran que eso se hará, si es que se hace, degradando todavía más el trabajar, por tanto, al trabajador, como han hecho las anteriores revoluciones industriales.


        De ella resultará más desesperación, más aversión al trabajo, más soledad, más consumo de drogas de toda naturaleza, más alcoholismo, más caída de la natalidad, más opresión de la mujer (forma parte de la peor misoginia el mantener que el salariado “libera” a la mujer), más agresividad interpersonal, más sujetos anímicamente perturbados, más suicidios… Por eso, la reducción del personal laboral productivo que aquélla ocasione (si es que eso llega a darse) será ampliamente compensada por la incremento del empleo improductivo que acarrea, psiquiatras, policías, traficantes de drogas, fabricantes de bebidas alcohólicas, médicos, adoctrinadores, clérigos de las religiones más perversas, sepultureros, etc.


Una forma particular de nulificar a la adolescencia y juventud es la ampliación aberrante de la carga de estudio que ha tenido lugar en los últimos 20 años. Ahora el estudiante medio está obligado a consagrar, entre asistir a clases y estudiar en casa, un tiempo similar al del asalariado medio, 12-13 horas diarias siete días a la semana. Esto está creando una juventud embrutecida, arruinada y agotada, además de ignorante, enferma y baldía. La ampliación de la jornada estudiantil no deja tiempo a la juventud para vivir. Tenemos que movilizarnos para impedir esa atrocidad, cuya finalidad es exclusivamente política, hacer de los estudiantes un sector dócil al poder y anulado culturalmente, a través de un sobre-esfuerzo continuado. El límite ha de ser las 30 horas semanales totales.


La extinción del trabajo asalariado es una de las metas de la revolución integral. El trabajo, si es libre, si es pensado y organizado por todas y todos, si busca el bien común y no el beneficio empresarial (o estatal), es magnífico y se eleva a necesidad primaria para el ser humano, que aplica en él su creatividad e innato anhelo de ser útil a sí mismo y a los demás.  Para  establecer un trabajo libre hay que instaurar una economía comunal de cooperación, ayuda mutua y autogestión, arrebatando al gran capital estatal y privado su actual dominio autocrático sobre el proceso productivo, para democratizar y humanizar éste. La meta estratégica es efectuar una magna revolución social que liquide el capitalismo en todas sus formas. Esto ha de incluir la reducción radical de la jornada laboral, no para dedicarse al ocio embrutecedor sino para que la persona se haga sujeto activo, responsable, virtuoso y libre en todos los aspectos de la vida social e individual.


El proyecto de la revolución integral es trabajar mucho menos pero mucho mejor y más motivadamente, viviendo con menos bienes materiales. Frente a la economía capitalista propone la economía comunal. Sin esa gran revolución del trabajo la humanidad avanza hacia una situación lúgubre e incluso espantosa. O eliminamos el trabajo asalariado, por  tanto, el régimen capitalista sustentado en el Estado, o aquél liquida a la humanidad. Y debemos hacerlo no para incrementar el consumo, según proponen las hórridas utopías sociales neo-capitalistas de antaño, sino para vivir como lo que somos, seres humanos. La solución a la maldición del trabajo asalariado no son salarios más altos y más prestaciones sociales bajo el capitalismo sino la revolución, la conquista de la libertad para trabajar libremente, con una jornada laboral radicalmente reducida.

   


[1] Un dato preocupante en el del consumo de, por ejemplo, una sustancia que alivia la ansiedad y el insomnio, muy a menudo causados por el trabajo no-libre, la benzodiacepina, adictiva y con diversas contraindicaciones, entre ellas las de favorecer el alzhéimer, que se comercializa con los nombres de Trankimazin, Orfidal, Noctamid y otros. Su consumo, en dosis diarias por mil habitantes, es de de 52 en Italia, 76 en Francia y 89 en España, país puntero en esto.

  

domingo, 11 de diciembre de 2016

LA MOVIDA MADRILEÑA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA


      
        La lectura del libro “La Movida modernosa. Crónica de una imbecilidad política”, de José Luis Moreno-Ruiz, deja una sensación agridulce, al ser una combinación de verdades -bizarramente dichas- y superficialidad, que se manifiesta ya en el título. La Movida, promovida por la izquierda política, mediática, académica y cultural, fue una imbecilidad, en efecto, pero fue muchísimo más, una temible operación de ingeniera social, político-cultural, efectuada desde las instituciones del Estado que culminó en un escenario pródigo en cadáveres, simbólicos y reales.

         El autor, que vivió en primera línea, experiencialmente, esos años, los diez primeros (1978-1988) del actual régimen de dictadura constitucional, partitocrática y parlamentarista bajo hegemonía de la izquierda, se atreve a exponer verdades tremendas aunque siempre parciales, pues no alcanza a interpretar el conjunto.

         ¿Qué fue la Movida madrileña, expuesta a la juventud actual? Formalmente, un movimiento pretendidamente provocador e irreverente dirigido a hacer de Madrid un gran centro de creatividad, modernidad y dinamismo, cultural y estético además de político. Siguiendo la línea de las vanguardias artísticas de los primeros decenios del siglo XX deseaba que la capital del Estado español se hiciera una ciudad depurada de la mugre franquista, cosmopolita e innovadora, esto es, febrilmente progresista.

         La Movida fue en lo principal obra del Ayuntamiento de Madrid, gobernado por la izquierda, el PSOE y el PCE (luego IU), y de la hegemonía que dicha izquierda tenia, abrumadora en esos años, en los medios de comunicación, la universidad, la industria cultural, el negocio de la diversión, los aparatos del gobierno y los ayuntamientos. El promotor de la Movida fue sobre todo E. Tierno Galván, jefe del socialismo y campeón del antifranquismo burgués, que en los años determinantes de aquélla fue alcalde de la villa. También contribuyó cómo no, el Ministerio de Cultura, grupos empresariales patrocinadores y otras fuerzas, todas interesadas en que la ciudad siguiera siendo la urbe mandante y prestigiada, tras decenios de hegemonía de Barcelona.

         La Movida se concretó en un supuestamente nuevo cine (con Almodóvar al frente), diversas revistas, salas de conciertos (la tan citada Rock-Ola[1]) y exposiciones, mucha vida nocturna y pseudo-bohemia, informalidad pretendidamente provocadora en la calle, ruido vanguardista en radio, prensa y televisión, alcohol y drogas al por mayor, esnobismo fácil, imitación paleta de modas foráneas y poco más. Parecía que iba a emerger algo importante de todo ello, pero en unos años se constató que no, que era sólo verborrea y frivolidad, tosca mercadotecnia y falta de creatividad y, para usar la enunciación del autor, imbecilidad en enormes dosis. Todo fabulosamente bien subsidiado y pagado desde los aparatos del Estado. De un Estado que en nada había cambiado desde los tiempos del franquismo. De un Estado que se había lanzado contra el pueblo en 1936 y desencadenado la guerra civil. De un Estado ayer fascista y hoy parlamentarista.

         Pedro Almodóvar recibe algunas pedradas del autor, pocas para lo que corresponde. Su cine, marcado por la elementalidad y la torpeza, se reduce a llenar de contenidos izquierdistas el lastimoso estilo de los directores del franquismo, Mariano Ozores, etc. Claro que el público que aplaudía sus películas llevaba decenios siendo desestructurado y embrutecido[2], maleado y deshumanizado, por su militancia en los partidos de la izquierda, de manera que era todo lo que podía admitir, tal pedestre combinación de franquismo y progresismo con fines adoctrinadores. El autor se contenta con calificar de “malas” a las obras de Almodóvar y a éste de “haber perfumado de modernidad… el putrefacto cine español comediante que se hizo en los años sesenta”. Exacto, pero si el Partido Comunista había actualizado (y con ello salvado de una probable ofensiva revolucionaria popular) al régimen franquista, haciéndole “democrático”, Almodóvar, afiliado a aquel partido, debía hacer lo mismo en su actividad particular. A Moreno-Ruiz le falla el análisis global.

         La droga fue, en verdad, el centro de la Movida, junto con el alcohol. El libro se pasma ante los incontables sujetos que circulaban entonces por la ciudad “estupidizados por la cocaína” pero oculta (a mi entender, por exceso de temor) lo bien conocido, que fue el mismo alcalde, el hombre de izquierdas Tierno Galván, quien incitaba una y otra vez a su consumo, con todo el descaro y sostenido por los aplausos de la perversa prensa de la época, con muy escasas excepciones. En mi libro “Borracheras No” imputo a Tierno, o sea, a la izquierda, el haber implementado entonces una línea, fríamente planeada y buscada, para alcoholizar a la población con fines políticos. Lo mismo es pertinente sostener de las drogas.

Se podría sintetizar el asunto sosteniendo que ése fue uno de los contenidos principales de la Movida, una operación promovida por tres actores, los aparatos del Estado, la izquierda en esos años hegemónica y el artisteo e intelectualidad, para eliminar (exterminar), a cientos de miles de personas potencialmente peligrosas para el nuevo régimen, pues provenían de la lucha popular antifranquista y no se contentaban con el cambio en la forma de dominación que había efectuado la Constitución del 78, obra sobre todo de la izquierda.

Si en la guerra civil y la postguerra el franquismo asesinó al por mayor, y así asentó su régimen, en la Transición el arte de matar en beneficio de la razón de Estado alcanzó una profunda renovación, con lo que la operación se hizo de manera mucho más inteligente, cómoda y barata para el ente matarife. Se basó en tres operaciones sucesivas e interrelacionadas: 1) imponer que la droga y el alcohol eran “liberadores”, “antifranquistas”, “antiburgueses” y también “revolucionarios”, 2) anular la capacidad de supervivencia, el instinto mismo de conservación, del sujeto común, a través de la imposición de la ideología hedonista y epicúrea, para que se auto-matase, para que se exterminase a sí mismo, 3) situar, en la calle, las drogas al alcance de todos, democratizarlas diríamos, lo que fue tarea de los servicios especiales del Estado, con la ayuda inestimable de los curtidos servicios institucionales, militares y policiales, para tareas sucias y muy sucias de EEUU.

Así, de una manera elegante, barata, discreta y cómoda, fueron exterminadas unas 500.000 personas sólo por las drogas (por el alcohol es posible que otras tantas), sin haber tenido que organizar el costoso y ruidoso follón de una nueva guerra. Llama la atención que los seres nada de la modernidad en cuanto se les dio la orden de auto-asesinarse, lo hicieron de un modo puntual y completísimo, como chicos obedientes que son. Una vez que la gente potencialmente más inquieta estaba auto-matándose en masa con las drogas y el alcohol[3] la izquierda pudo cómodamente realizar dos de sus operaciones estrella, meter a España en la UE (1985) y en la OTAN (1986). Previamente, el Partido Comunista había ido destruyendo la mayor parte de las formas organizativas, estructuras de autoayuda y modos de afirmación de las clases populares, para entregarlas desorganizadas e impotentes al capitalismo, especialmente con los Pactos de la Moncloa (1977), que fueron la concreción “social” de la Constitución de 1978, suscritos por el PCE y su apéndice sindical, Comisiones Obreras.

Antes de la Movida, que desde Madrid se expandió a todas partes, no se consumían drogas y la gente común no se solía emborrachar. Después sí, y en masa. Para eso se organizó aquélla. Y para quitar la vida a 500.000 personas, una parte de las cuales “sobraban” políticamente.

El libro explica cómo se organizaba el sistema de llenar los bolsillos de los artistas y artistillas, de los intelectuales e intelectualillos progresistas y de izquierda con dinero del Estado, que subvencionaba conciertos, películas, conferencias, giras, publicaciones, libros, presencia en los medios, etc., desde el Ministerio de Cultura. En Madrid estaba, además, el Ayuntamiento. De esas dos fuentes de numerario, inagotables, salió la Movida Madrileña. Los datos están muy bien, pero Moreno-Ruiz se desliza a menudo por la vía de la hablilla, la anécdota e incluso el chascarrillo, lo que rebaja la calidad del texto.

Uno de los grandes momentos del libro es cuando expone un dato obvio, conocido por todos pero tenazmente negado por un progresismo inane, racista y tontorrón, que los Black Panthers estaban controlados por el FBI. Promover el racismo antiblanco ha sido y sigue siendo una operación muy rentable en EEUU, casi tanta como la de hacer de la droga un producto de consumo de masas, otra de las tareas de los cuerpos policiales. El libro ofrece bibliografía sobre las conexiones ente la CIA, la intelectualidad hippie y las drogas[4]. A ella remito al lector o lectora. Moreno-Ruiz tiene frases bastante duras contra los hippies, que deberían meditarse para poner fin a ese retorno a la contracultura que padecemos todos los veranos: hay muchos, muchísimos, cadáveres por medio para que se nos sigan vendiendo como si nada lo que este autor denomina “basuras que dejaban los seudomovimientos tales como el de los hippies”.

Ironiza sobre “los poetillas y poetastros” que “trincaban pasta del Ministerio de Cultura”, advirtiendo que ésta institución “era muy generosa con los propagandistas líricos de la Movida”. Si, el Estado es siempre dadivoso en extremo con los rastreros intelectuales y artistas que se ponen a su servicio, en particular sin son de izquierdas y progresistas, hasta el punto de que los artistas e intelectuales “movideros” comían “de los pesebres del poder”, como antes lo hicieran sus colegas falangistas, clericales, opusdeistas y franquistas. Una mujer participante en la farsa de la Movida matritense lo describe con sinceridad, al puntualizar que su meollo era pasarse el dia “saliendo y entrando de los bares”. Para las mentes sustantivamente dañadas por una militancia de años en las formaciones de la izquierda esa tarea, tan sencilla, elemental y práctica, era hacedera. Otra más difícil hay que poner en duda que fueran capaces de realizarla…

La percepción fundamental del autor se condensa en la frase “los siniestros y estúpidos años ochenta”, o sea los años de triunfo de “la democracia”, hegemonía política y cultural de la izquierda, PSOE y PCE-PSUC, de sus sindicatos neo-verticales, UGT y CCOO, de sus organizaciones pacifistas, feministas y ecologistas, de todo un mundo que se asentó en 500.000 cadáveres, uno a uno. Por supuesto, son un poco menos horribles que Franco, que lo hizo sobre 600.000…

Una sección de gran interés del libro es la que dedica a una práctica habitual en el mundo de la cultura progre, feminista y de izquierdas, “las contrataciones bajo derecho de pernada”[5]. Se refiere al “acoso sexual que padecían las chicas” que intentaban ganarse el pan trabajando en ese sector, muy bien conocido por el autor, que formó parte de él. Puntualiza, con valentía y sin arredrarse, que dicho acoso era “por parte tanto de los tíos como de las tías”. Esto es de primera importancia, pues sucedía, además, en un ambiente dominado por la fe feminista, propia de la izquierda. Añade que eran “muy progres y rojos todos” pero acosaban, acechaban, perseguían y violaban a las chicas (y también a los chicos) empleadas, lo que efectuaban machotes sin hombría, lesbianas inmorales, bolleras políticas y homosexuales con mando.

Moreno-Ruiz se refiere a los “verracos” y “verracas” que atormentaban a tales muchachas (y muchachos) asalariadas en las empresas y compañías culturales, artísticas y similares de la progresía roja, arrastrapancartas y panfletista. Señala con el dedo acusador a los que, luego, darían respaldo al izquierdista radical Rodríguez Zapatero[6] y a la revolución cubana, los cuales, ellos y ellas, “se follan a pobres muertos/as de hambre sin defensa posible ni capacidad de respuesta”. Véase que se refiera también a varones, lo que era efectuado por gays con poder tanto como por mujeres heterosexuales con autoridad. Esto es decisivo porque según se nos dice e impone desde arriba, la violencia contra las mujeres tiene lugar en un solo espacio, el hogar, y nunca en el de la empresa capitalista, menos si ésta es empresa izquierdista y progresista, por tanto, feminista[7]. Además, jamás hay violencia de las mujeres hacia los hombres, ni abuso ni humillación ni agresión de aquéllas hacia éstos, lo que es el dogma central del credo feminista. El autor glosado, saludablemente deslenguado, tira de la manta y descubre la verdad.

Menciona, además, que preparó para una conocida revista un reportaje sobre el acoso sexual en las empresas a cargo de hombres amorales y lesbianas depredadoras, que si bien fue entregado por él a la dirección de la publicación no se publicó. Eso muestra la centralidad de la censura en el mantenimiento de los dogmas-embustes del feminismo y el izquierdismo.

Todo ello, además, desmonta los argumentos feministas que otorgan base argumental a la actual Ley de Violencia de Género, que se apoya en una gran falsedad por casi todos compartida y por casi nadie públicamente negada (quien lo hace es perseguido y triturado, en particular si es mujer), que es el hogar y no la empresa en lugar donde las mujeres son humilladas, agredidas y violadas. Posiblemente, la mitad de las mujeres (unas 500) que se suicidan cada año, toman tal decisión por el acoso sexual que padecen en la empresa, a cargo de varones bestiales, lesbianas desalmadas y bolleras políticas. Esa cifra es unas 8-10 veces superior a las mujeres asesinadas por sus parejas. Si a ese número se unen las que se refugian en los psicofármacos para calmar la angustia insuperable que le producen las violaciones continuadas en los lugares de trabajo asentados en el régimen salarial, esto es, en la empresa jerárquica capitalista que impone y protege la actual Constitución, y considerando que esas drogas legales son tóxicos que enferman y matan a largo plazo, podemos concluir que la violencia sexual en la empresa capitalista, privada o estatal, es una de las principales causas de muerte de las mujeres, incomparablemente por delante de la violencia doméstica.

¿Dónde está la esencia de la Movida? Para el autor en “el culto a la trivialidad”, lo que es acertado si no se es muy exigente en el análisis. Fue eso y muchísimo más, una operación política, una acción ideológica y al mismo tiempo una intervención de ingeniería social que alteró esencialmente el cuerpo social, para peor, mucho peor, cuyos efectos tardarán siglos es ser restañados. Y todo ello ejecutado por la izquierda, por los socialistas y comunistas, con alguna ayuda ocasional de los anarquistas[8], o sea, las mismas fuerzas que en la guerra civil frustraron en el bando republicano la revolución popular en auge, rehaciendo el ente estatal y constituyendo un nuevo capitalismo sobre las ruinas del demolido en el verano de 1936.

Liberador, al ir a contracorriente de una de las más pendencieras religiones políticas impuestas hoy desde el poder, es el capítulo titulado “Mariquitas Pretorianos”. En él informa que en los tiempos de la Movida hubo bandas de homosexuales que ejercían la violencia impune contra quienes les contradecían o criticaban por cuestiones como, por ejemplo, la calidad de un determinado libro de poesía, propinando palizas, “e incluso violaciones en grupo”, a otros individuos, a veces también homosexuales, para mantener su hegemonía, práctica a la que tilda de “mafiosería” o “mafia mariconil de la Movida” que operaba unida a “la mafia posmodernamente estalinista de los progres”. Moreno-Ruiz lo relaciona con las teorías y el actuar del homosexual japonés Yukio Misima, un virulento fascista. También se puede relacionar, aunque no lo dice, con la jefatura de las SA nazis, formada sobre todo por gays, o con una parte de la policía femenina de los campos hitlerianos de concentración para mujeres, integrada por lesbianas, algunas particularmente sádicas, responsables de crímenes terribles contra las detenidas.

En resumen, las variadas y sustanciosas aunque dispersas y poco analizadas pinceladas que ofrece el libro comentado son al mismo tiempo de enorme interés y radicalmente insuficientes. La Movida establece una sociedad en desintegración, en decadencia, inviable a largo plazo, acosada por las drogas y el alcohol, esto es, asombrosamente exterminacionista y genocida, justamente la necesaria para que el sistema capitalista actual pueda funcionar. Y todo ello resulta de la acción de la izquierda comunista y socialista, así como de sus sucursales institucionales culturalistas, sexistas, mediáticas, policiales, sindicales y otras.

Lecturas Complementarias

Tres textos de mi autoría que complementan y amplían lo expuesto son:


“Nuevos movimientos sociales: evolución y perspectivas. En pos de una vía hacia la revolución integral”


“A los 40 años de la muerte de Franco. La Transición del franquismo al parlamentarismo, 1974-1978”


                   “La guerra civil explicada a los jóvenes ochenta años después”


[1] Dando un giro inesperado a la información conocida, Moreno-Ruiz vincula esta sala de conciertos, que fue el templo de la Movida, con los mercenarios del GAL, el grupo criminal organizado por los gobiernos de izquierda para asesinar a luchadores vascos. Fue la izquierda, no la derecha, la que creó esta banda de extrema derecha que asesinó a varis docenas de personas.

[2] Los santones de la Movida Madrileña eran penosos pero su público lo era también. Una gran parte de él había padecido la militancia en el PCE, sobre todo a partir de 1974, siendo intelectualmente laminado por la lectura individual y en grupo, efectuada de rodillas, de panfletos tan deleznables como “Después de Franco, ¿qué?”, 1965, de Santiago Carrillo, el entonces mandamás del Partido Comunista. Quienes aceptaron tal subproducto es porque habían aniquilado dentro de sí sus facultades pensantes y reflexivas, haciéndose sujetos sin cerebro. Tales criaturas mutiladas y nulificadas eran las que glorificaban a un pícaro como Almodóvar. Carrillo, años después, obsequió a su crédula y servil parroquia con otra basurilla, “Eurocomunismo y Estado”, 1977.
[3] Es muy fácil, y muy cómodo, adoptar la pose de víctimas, practicar el victimismo y culpar de todo a otros, a fuerzas exteriores, escamoteando la propia responsabilidad. Pero lo cierto es que ésta existe siempre, y que los individuos y los grupos son responsables de sus actos en un grado mayor o menor, en este caso de haberse matado a sí mismos. El Estado de bienestar, impuesto por Franco en 1963, junto con la estructura super-protectora de la familia española, obra sobre todo de la Iglesia y la Sección Femenina, que llenaron la cabeza de millones de mujeres madres de un paternalismo asfixiante y aniquilador hacia sus hijos, construyeron a los individuos de la nueva generación como sujetos que no sabían cuidar de sí mismos, que carecían de fuerza interior y de voluntad de vivir, los cuales en cuanto el Estado y la patronal, sirviéndose de la izquierda, desataron la galerna de la drogadicción y la alcoholización obligatorias cayeron en el garlito masivamente, muriendo por cientos de miles.
[4] Siempre que se compara a la izquierda y la contracultura con los nazis y los falangistas hay gente que se ofende, a pesar de que unos y otros son lo mismo en esencia, instrumentos del poder constituido. El libro “El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich”, de Norman Ohler, describe lo ya desde hace mucho sabido, que los jefes nazis eran unos drogadictos compulsivos que se metían una notable cantidad de sustancias. Esto hace de los gurús hippies y de los jefes nazis el mismo tipo de sujetos políticos… En efecto, cambian las ideologías de que se vale el poder pero no cambia el poder, salvo para hacerse cada vez más poderoso. Así pues, y para nuestro caso, falangistas, progres, hippies, contraculturales, feministas, nazis, republicanos, izquierdistas y asimilados forman un único bloque, el de los agentes políticos e ideológicos del Estado cuya finalidad es servir a las élites mandantes e impedir la revolución popular integral.

[5] Una de las obsesiones de la progresía española era la denostación de la Edad Media, donde supuestamente existieron unos “señores feudales” extremadamente perversos que practicaban el derecho de pernada. Sobre esto no hay manera de aportar algún documentación creíble pero sobre el derecho de pernada impuesto por la burguesía de Estado progre-feminista-izquierdista de la “democracia” ahí está como testimonio lo que describe Moreno-Ruíz. Claro que no se puede esperar nada, ni en lo intelectual ni en lo moral, de una generación que se degradó y anuló con los libros de pseudo-historia de Manuel Tuñón de Lara, el “historiador” del Partido Comunista.

[6] Con éste como presidente del gobierno (2004-2011) e incluso un poco antes, los cineastas de la izquierda, o sea, casi todos, se convirtieron en una fuerza pretendidamente crítica y subversiva, algo así como la conciencia del pueblo español. Moreno-Ruiz los describe de manera sumaria pero exacta, al calificarlos de “los trincones del cine”, expresión que resulta de las enormes sumas de numerario estatal que recibían en compensación por su militancia, con la cual al mismo tiempo que defendían la “justicia social” se hacían millonarios. Pedro Almodóvar era, es, el jefe de los trincones.

[7] El feminismo de la Transición y la Movida estaba casi todo él inspirado en el libro “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir. Sobre su vida y obra un análisis que se lee con gusto es “Simone de Beauvoir: nazi, pedófila y misógina”, de Lucian Valsan. Éste coincide con lo expuesto sobre ella en el “Feminicidio, o autoconstrucción de la mujer”, del que soy coautor. Lo peor de aquélla no es que fuera una colaboracionista consciente y activa con los nazis en 1940-1944 ni tampoco su repulsiva pedofilia, no, lo más terrible es su misoginia, su machismo, el odio a la mujer y a lo femenino que impregna toda su obra y que se manifiesta muy particularmente en el libro suyo citado, la Biblia del feminismo. Por eso es exacto sostener, como muestra Valsan, que el feminismo es una de las formas más agresivas de machismo.
[8] Moreno-Ruiz dedica algunos párrafos a enjuiciar desde su experiencia el quehacer del anarquismo y la CNT en la Transición política y durante los años de la Movida. Su conclusión también esta vez es concisa y certera, al calificar el anarquismo de entonces de “impostura de niños de familia”. La organización anarcosindicalista se hizo centro receptor de varias de las más destructivas expresiones de la ideología burguesa de entonces, en particular del nihilismo burgués y el malditismo esteticista, además de realizar una política global que era la forma más “radical” de socialdemocracia. Con ello el movimiento libertario español otorgó continuidad a su colaboración con el ejército durante 1929-1931, para imponer la II república, a su adhesión vergonzante a la muy represiva política del Frente Popular en 1936 y a su incorporación a un sinnúmero de organismos de poder estatal o neo-estatal en la zona republicana, sin olvidar su participación en la reconstrucción del capitalismo allí donde la clase trabajadora lo había destruido al aplastar el alzamiento militar franquista. Mi libro “Investigación sobre la II república española, 1931-1936” trata extensamente esta cuestión.

lunes, 5 de diciembre de 2016

6 de Diciembre de 2016 CONSTITUCIÓN, DICTADURA Y REVOLUCIÓN (Parte Segunda)

         La categoría decisiva es la de soberanía popular.

Significa que tiene que ser el pueblo quien gobierne, quien tome todas las decisiones. El pueblo es soberano sólo cuando se autogobierna. La Constitución de 1978, con el tortuoso e hipócrita lenguaje que la caracteriza, establece en su artículo 1 que son “los poderes del Estado” quienes detentan realmente el poder, los cuales pretendidamente “emanan” del pueblo.

Tal trabalenguas viene a significar que los poderes del Estado bajo el franquismo, que eran exactamente los mismos que los hoy existentes, también “emanan” del pueblo. Eso que entonces no era en absoluto cierto, pues el franquismo fue el Estado insurreccionado criminalmente contra el pueblo/pueblos, no lo es tampoco hoy, cuando se mantiene la división ente estatal/pueblo, siendo el Estado el mismo de entonces y el pueblo la gran masa gobernada, igual que entonces, igual en todo menos en las formas y las fórmulas.

La soberanía hoy no reside en el pueblo sino en el Estado: esa es la gran verdad. El Estado es un formidable poder organizado que, valiéndose de la fuerza armada (estructurada en el ejército y las muchas policías), impone su soberanía, esto es, su poder de mandar, de obligar y prohibir al pueblo, masa no-libre, muchedumbre neo-esclava.

Por tanto, lo que existe es la soberanía estatal, no la soberanía popular.

Manda el Estado, no el pueblo, y esa verdad irrebatible se enmascara con la patochada de la “emanación”, formulación mística e irracionalista, pues nadie sabe explicar cómo y por qué la soberanía estatal “emana” desde sí la soberanía popular…

Más allá de la jerga embustera del texto constitucional lo cierto es que el actual orden se divide en una muy ínfima minoría mandante y una colosal masa mandada que vive sin libertad, entregada a todos los abusos y atropellos. Sin libertad política, forzada a soportar el engaño, la corrupción y el despotismo del parlamento y los partidos políticos de izquierda y derecha. Sin libertad civil y, sobre todo, sin libertad de conciencia, pues el adoctrinamiento permanente desde la cuna a la tumba es el otro pilar decisivo, junto con el poder coercitivo militar-policial del vigente sistema.

Estamos  ante una dictadura, sólo diferente en la forma a la franquista. Ésta fue fascista y la actual parlamentarista. En aquélla había un partido único de tendencias y hoy existe un partido único de partidos…

La lucha por la libertad es la gran tarea de nuestra época. Se realiza en la pugna del pueblo/pueblos contra el Estado, contra las instituciones con poder, desde los ministerios al sistema educativo pasando por el ejército, las policías, el sistema fiscal, los partidos políticos, el régimen autonómico, el poder mediático, el parlamento, el gobierno y la burocracia municipal. Todo ello forma una rugiente tropa de parásitos, déspotas, arrogantes y depravados. Todo lo que es poder del Estado es opresión y dictadura, maldad y tiranía, expolio y robo fiscal, tanto que el ente estatal se apropia ya de más del 50% de la riqueza del país: vivimos para alimentar al monstruo, cada dia más voraz, robusto y amenazante a nuestra costa.

La Constitución de 1978 es tan desvergonzada que en su art. 8 establece que es función del ejército “garantizar la soberanía” del pueblo, lo que convierte al actual sistema en una forma apenas velada de dictadura militar. Así es, pues todo régimen parlamentarista, éste y cualquier otro, en esencia es una autocracia castrense. Así ha sido desde la Constitución de 1812, obra en lo esencial del ejército, hasta la actual, sin olvidar la Constitución de la II república, 1931, que formaba parte de un régimen militar-policial sanguinario, responsable de un número enorme de detenciones, torturas y matanzas, efectuadas bajo la bandera tricolor.

Mientras el poder efectivo sea ejercido por el aparto militar, en particular por su manifestación básica, el ejército, no puede haber libertad para el pueblo, no puede haber democracia. La democracia exige una sociedad sin ente estatal, aparato militar ni cuerpos represivos, sin sistema fiscal ni partidos políticos estatizados ni poder mediático aleccionador. Una sociedad libre se fundamenta, además, en la participación directa y no delegada de todas y todos los adultos en la toma de decisiones, por medio de un régimen de asambleas populares en red, único modo de disolver la actual división entre mandantes y mandados, opresores y oprimidos, explotadores y explotados.

¿Quizá “otra Constitución” sería aceptable?, ¿es plausible la propuesta de “reformar la Constitución” e incluso de abrir un “proceso constituyente” que redacte y promulgue otra nueva? Quienes esto preconizan es porque observan con inquietud el desenmascaramiento de la actual, y buscan la manera de embaucar a las masas con un nuevo texto normativo proveniente del actual régimen de dictadura política. Pero todo lo que resulte de éste será tiranía y perversidad, dado que lo previo y primero es derrocar el actual sistema de dominación, hacer la revolución.

Quienes están en las instituciones del Estado son parte del aparato de dominación y agentes liberticidas. Una nueva Constitución, tal como está la situación, sólo puede ser peor, e incluso bastante peor, que la actual. Lo de “blindar” en ella los “derechos sociales” significa, en realidad, establecer un orden general de pobreza y desamparo, objetivo real que se enmascara con la demagogia “social” de una izquierda entregada al Estado y a la patronal.

La Constitución de 1978 es obra en lo principal de la izquierda, del Partido Comunista y el Partido Socialista, que se sometieron al Estado franquista para permitirle recomponerse en “democrático”, superando con ello la grave crisis en que estaba el régimen de Franco en su etapa final. La izquierda toda salvó al aparato estatal franquista de una situación bastante difícil, que ciertamente no era revolucionaria pero que podía evolucionar en esa dirección, apaciguando las luchas populares y demoliendo los grandes logros de la resistencia popular al fascismo precisamente con el texto de la Constitución de 1978. Ésta diseñó el nuevo orden emergente, salvador del Estado y el capitalismo, cuando el viejo orden, el franquista, era ya inviable.

Esto lo hicieron sobre todo los jefes y jefas de la izquierda de entonces, sobre todo los prebostes comunistas Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri. El Partido Comunista fue la pieza decisiva en tal operación anti-revolucionaria. Y lo hicieron sobre todo por dinero, para disfrutar de las prebendas y beneficios monetarios que su legalización e institucionalización les otorgó. Los jefes de la izquierda obraron como prostitutas políticas.

Ahora sus continuadores y herederos, en particular Podemos y las CUP, son las nuevas prostitutas políticas, entregadas a parchear la Constitución vigente y, si es necesario, a elaborar otra nueva para mantener la falta de libertad para el pueblo que caracteriza a nuestra sociedad. Para encubrir su alineamiento con los opresores reducen todo los problemas a “los derechos sociales” cuando la cuestión decisiva es la de la libertad, hoy igual que en 1978. Los herederos de los gerifaltes comunistas que se abrazaron con el franquismo ese año hoy proponen convertirnos en esclavos que se contenten con algunas limosnas y migajas estatales, mientras dejan en el olvido la gran cuestión, la de la libertad: libertad política, libertad civil y sobre todo libertad de conciencia. Ciertamente, de quienes comparten con el franquismo el odio hacia la libertad de conciencia, que es la ideología propia de la izquierda, no puede esperarse entusiasmo por la libertad más decisiva…

La revolución que madura realizará la libertad, al destruir los actuales aparatos de dominación, estatales y empresariales, para establecer un régimen de soberanía popular, de autogobierno de la gente común, sin oligarquías políticas ni económicas, sin ejército permanente ni policía profesional ni clase patronal, con libertad de expresión para todos, sin adoctrinamiento ni manipulación permanentes. Una sociedad libre formada por personas libres.

Por tanto, el día 6 de Diciembre es de denuncia y resistencia. El bloque de la reacción se reúne en el parlamento para justificar los muy crecidos emolumentos que se embolsa mes tras mes, los de la izquierda tanto o más que los de la derecha. El pueblo se debe agrupar en la calle, denostando a los opresores y tiranos, denunciando al parlamento, construyendo los instrumentos de su emancipación. Si este año el régimen constitución está ya un tanto desportillado (lo que ha hecho que los jerarcas de Podemos no se atrevan a defenderlo con tanto apasionamiento como el año pasado) tenemos que seguir trabajando para que el año próximo lo esté más aún.

Los reaccionarios de todo tipo están con las instituciones, la revolución está con el pueblo.

jueves, 1 de diciembre de 2016

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO Y EL DOLOR

         La sociedad actual, lo mismo que todas las formaciones totalitarias que niegan la libertad -la colectiva tanto como la individual-, se fundamenta en la noción de felicidad y en la exacerbación del pánico al dolor y al sufrimiento. Las utopías, que pergeñan sociedades infaustas, brindan un orden sin dolor, un milagrero paraíso en el que no existirá displacer ni pesadumbre ni padecimiento, en donde todo será regocijo, disfrute y satisfacción.

         Una primera verdad experiencial aduce que el sufrimiento es parte constitutiva de la práctica humana y porción inerradicable del hecho de existir. Toda vida lleva en sí una porción de dolor, de la misma manera que contiene una fracción de deleite. Vivir integralmente es aceptar su totalidad, sin excluir ni amputar nada sustantivo, haciendo que el todo finito de lo humano se realice en el yo.

         Quienes proponen una existencia sin dolor prometen lo irrealizable, además de lo indeseable. Ya los filósofos cínicos establecieron que “Quien teme al dolor teme lo que ha de suceder”. Aspirar a un sufrimiento cero es anhelar un modo de estar en el mundo que no es humano, por artificial, inauténtico y degradado, además de irreal. Cada cierto tiempo el dolor intenso e incluso avasallador visita a todo individuo, le zarandea y posee, y a diario los pequeños dolores, frustraciones, contratiempos y padecimientos son la inevitable compañía.

Aprender a vivir con el dolor es parte primordial del aprender a vivir. Por eso la pedagogía en curso, asfixiantemente hedonista, al negar a la infancia y juventud la experiencia del sufrimiento está haciendo sujetos escasamente aptos para la vida auténtica. El conocimiento práctico del padecer, en todas sus formas: displacer, angustia, frustración, decepción, fracaso, soledad, ansiedad, incertidumbre, temor, agobio, cansancio y dolor físico es parte de la educación integral de la persona. El niño deformado por la pedagogía contemporánea, sustentada en el espanto ante el dolor, será un ser insustancial e inmaduro, endeble y pasivo, asustadizo y sin libertad personal, destinado a padecer todas las formas de opresión y explotación, un ser nada sin épica ni acometividad ni fuerza interior ni virtud.

         Quienes “venden” felicidad olvidan que la condición humana conoce momentos más o menos intensos y auténticos de felicidad pero nunca la felicidad como estado permanente. Esto es irrealizable, y el felicismo simplemente es estafar al público[1], aunque se comprende que lo haga con gran éxito en una sociedad como la actual que lleva el acto de sufrir en muchas de sus expresiones concretas a un nivel, extensión y grado pocas veces conocido. Dicho de otro modo, una sociedad multi-sufriente y un individuo variada y dolorosamente disminuido, mutilado, necesitan de la lúgubre fantasía de la felicidad total y perpetua como narcótico espiritual.

         Quienes niegan el carácter natural del sufrimiento lo maximizan. Los apóstoles de la felicidad hacen al desventurado sujeto actual aún más desdichado, por más débil y quebrantado, puesto que le dejan confuso, paralizado, desarticulado, sin respuesta e inerme ante el hecho ineluctable del padecer. Por el contrario, la admisión del dolor como parte de la condición y el destino humano nos reconcilia con él, otorgándole sentido y haciéndole de ese modo tratable y superable, o cuando menos más llevadero.

         Las causas del dolor son varias. Las pueriles utopías sociales prometen constituir una sociedad perfecta, ilimitadamente justa, libre, próspera y dichosa. Pero ignoran que aunque resulta posible, y además muy conveniente, constituir un orden social cualitativamente superior al actual por medio de la revolución, es imposible que dicho orden esté desprovisto de contradicciones internas, por tanto, de tensiones y desajustes, de manera que será siempre imperfecto, conflictivo, inestable y por ende causante de ansiedad y apremios. En segundo lugar, la libertad tiene un modo de existencia peculiar, como permanentemente en peligro y sempiternamente necesitada de pelear por ella y arriesgarse para realizarla, lo que significa persecución, es decir, padecer agresiones, soportar la represión y, en consecuencia, sufrir. En tercer lugar, el dolor posee causas vivenciales, que son ajenas y están más allá de todo orden político y social, de manera que aunque éste fuera “perfecto” el sufrimiento, inherente a la condición humana misma, permanecería.

La estructura última de lo real, contradictoria, antinómica y conflictiva, no permite estados duraderos de equilibrio, lo que convierte en quimeras y sinsentidos las categorías epicúreas de armonía, paz, serenidad, placidez y calma, que son modos de huir de la realidad, un medroso escapar de lo que es y existe para refugiarse en algún paraíso artificial, donde no hay sufrimiento porque no hay vida. Lo real es dinámico y autocreado debido a que es contradictorio interno, al estar traspasado por un haz de antinomias, tensiones y discordancias. Todo ello, al reflejarse en la mente humana, induce muchas formas de perturbación, agobio y dolor psíquico, a la vez que estimula la creatividad, el esfuerzo y el ascenso de la vitalidad.

         La prédica felicista, epicúrea y eudemonista contra el sufrimiento con sentido tiene además un significado directamente político. Cuanto más dominados vivan los individuos por el pánico al dolor más dóciles serán políticamente, pues lo propio de todas las tiranías es su descomunal capacidad de infringir daño y hacer sufrir a quienes se levantan contra la opresión, a favor de la libertad, la justicia y el bien. El espanto ante el sufrimiento hace sumiso, apocado, medroso y sin energía al individuo, que llega a renunciar a vivir por temor a sufrir, entregándose a una existencia de esclavo, meramente vegetativa. Por eso los totalitarismos presentan como meta la felicidad y no la libertad, el goce y no el combate, el deleitarse y no el arriesgarse, el disfrute y no el heroísmo, el humillarse y no la dignidad personal, el sometimiento y no la revolución.

         Pero sin el gusto por el riesgo, por lo difícil, lo inseguro, lo peligroso y lo vedado la humanidad no puede avanzar, de ahí que los sistemas totalitarios, en particular los más eficaces, los parlamentaristas y partitocráticos, lleven a la sociedad a un estado de estancamiento, al convertir el ideario felicista en fe obligatoria.

         El sufrimiento, a fin de cuentas, no puede ser evitado, y en bastantes de sus manifestaciones esto tiene mucho de positivo. Debe ser afrontado. Tenemos que reconciliarnos con nuestra condición de seres sufrientes, sabiendo que no somos absolutamente sufrientes pues también forma parte de la experiencia humana la alegría, el goce, la satisfacción y la plenitud en tanto que realidades finitas, es decir, transitorias y limitadas. Lo mismo que el dolor. Pero sólo es plenamente positivo el dolor con sentido, aquel que forma parte de la existencia humana concebida en su manifestación natural.

         El padecer y penar nos robustece, nos otorga el gran bien de la fortaleza y solidez del cuerpo y del ánimo. El sufrimiento, en particular si es reflexionado, a menudo nos perfecciona, al purgarnos de frivolidad, irresponsabilidad, superficialidad y otras enfermedades del espíritu. Nos depura y afina. Nos hace mejores. Las sociedades hedonistas y eudemonistas, como lo es la actual, además de ser las tumbas de la libertad, consiguen rebajar aún más la calidad del sujeto inyectándole a través del adoctrinamiento y el amaestramiento dosis colosales de pánico al sufrimiento, al displacer y a la frustración. Así fabrican seres sin grandeza ni dignidad ni autorrespeto, dominados por múltiples miedos y temores, ansiosos de gozar sin fin y por eso mismo sufridores sempiternos y excesivos.

         Existe el dolor, en tanto que realidad ahí, y es humano temer al dolor. Pero también lo es dominar y superar dicho temor, elevándose a la práctica del heroísmo cotidiano, de la épica de todos los días. Sin ello la vida humana pierde una cualidad sustantiva, la grandeza, hundiéndose en la indignidad y el deshonor.

         El tiempo del dolor hay que vivirlo con serenidad, lucidez y buen ánimo. Hay que afrontarlo desde las propias capacidades, sin acudir a remedios externos, salvo en situaciones extremas. No son necesarios los analgésicos para superar malestares corporales habituales ni hay que echar mano del alcohol o las drogas para sobrellevar los sinsabores y aflicciones propias de la existencia humana. Tampoco conviene acudir a “profesionales” de la psiquiatría y la psicología, pues uno mismo debe saber autocurarse los padecimientos del alma. Todo estado de sufrimiento es una prueba, un reto, de la que el sujeto emerge robustecido, curtido, mejorado, verdad primordial que es decisiva en los peores momentos, cuando el sufrimiento más aprieta y parece que nos puede quebrar y vencer. Si se acude habitualmente a factores externos, sean los que sean, el proceso de aprendizaje y maduración personal no puede tener lugar, aunque es cierto que en determinadas ocasiones debe hacerse, precisamente cuando por uno mismo no puede vencer al sufrimiento.

         El hedonismo, el epicureísmo y el felicismo son armas terribles que el sistema de dominación política utiliza para efectuar periódicas tragedias. Por ejemplo, con las drogas. La conversión de las drogas “ilegales” en un producto de consumo de masas se hizo por fases. En la primera, a través del movimiento hippie, la contracultura, los intelectuales de la izquierda y otros agentes del actual orden se impone la ideología hedonista del goce a todas horas y de la evitación absoluta del dolor, en particular del sufrimiento psíquico, relacional y emocional. En la segunda, los servicios secretos, aparatos parapoliciales, cuerpos de planificación de los ejércitos y agencias estatales de seguridad difunden por todo el cuerpo social la heroína. En el tercero se produce el encuentro entre las masas de adoctrinados en el horror al dolor y las drogas. En la cuarta tiene lugar una carnicería: unos 500.000 muertos en el Estado español, casi tantos ya como en la guerra civil de 1936-1939, y la cifra sigue creciendo. Pero el monto de los óbitos no mide el sufrimiento pavoroso padecido por los adictos, sobrevivan o mueran, de modo que una vez más observamos que un modo de hacer superlativo al dolor es huir de él.

         Otro caso es el del suicidio. Una sociedad dañada por la ideología placerista produce una enorme cantidad de suicidas al estar constituida por sujetos débiles para quienes el dolor es una anomalía, un mal absoluto y una vivencia intolerable, individuos que carecen de la experiencia de afrontarlo y, en consecuencia, de sobrevivir a él, de vencerlo. Se da la cifra de unos 4.000 al año en el país, de ellos las tres cuartas partes hombres (lo que evidencia el intolerable deterioro de las condiciones de vida de los varones hoy) pero eso es engañoso. El individuo actual, que está siendo privado de la voluntad de vivir, de la fuerza interior para afrontar todo tipo de dificultades y emerger de ellas fortalecido, sonriente y renovado, se entrega estúpidamente a la muerte de muchas maneras: accidentes de tráfico, enfermedades somáticas evitables, tabaquismo, obesidad, drogas, etc. El suicidio oculto puede ser incluso cinco veces superior al estadístico. Y de ello una parte de la responsabilidad es de los mercaderes de la felicidad a toda costa, de los traficantes de placerismo al por mayor.

         Así pues, cuando lleguen los tormentosos, y en un sentido muy reales terribles tiempos del dolor, preparémonos para afrontarlos con serenidad, o cuando menos con resignación activa y transformadora, aceptando el reto, sabiendo que ello forma parte de la condición humana, al ser un acontecimiento natural. Y teniendo muy en cuenta su positividad, que existe siempre al lado de su contrario, lo negativo e incluso lo terrible.

         Sin una actitud realista, serena y equilibrada ante el dolor no puede haber libertad individual, pues el pánico al sufrimiento paraliza, dañando la libertad de acción tanto como la libertad interior, necesaria para la planificación de metas y propósitos. El pusilánime es siervo de su temor y víctima de su inhabilidad para admitir el sufrimiento, el psíquico tanto como el físico, todo lo cual encuentra su más lograda expresión en la ideología epicúrea, un modo miserable de pensar, propio de esclavos, o más exactamente, de esclavos aleccionados por los esclavistas, sus amos.

         El dolor mirado de frente y comprendido es menos dolor. La afelicidad, o indiferencia ante la felicidad y la infelicidad, se hace piedra angular de la libertad personal, libertad de pensamiento y de acción. De todo ello surge el atreverse, que es la voluntad de obrar y comprometerse sin que el riesgo de padecer males y sufrir padecimientos nos detenga. La revolución es un atreverse, la social y la individual. Si no nos dejamos comprar y no nos dejamos intimidar no podrán vencernos.


[1] Uno de los muchísimos libros y productos audiovisuales que “venden” irresponsablemente felicidad es “La inutilidad del sufrimiento. Claves para aprender a vivir de manera positiva”, María Jesús Álava Reyes. Antaño a esa ideología se la calificaba de ñoñería, de actitud  cursi y blandengue, y hoy de buenismo, una actitud a la vez empalagosa y angustiosa, teatralizada y farsante, supuestamente encaminada a hacer el bien al otro sin contar con él y sin tomar en consideración los componentes constitutivos de lo humano. Tan pías intenciones tienen en la práctica efectos indeseados, también porque declarar “inútil” el sufrimiento es maximizarlo, es transformarlo en una experiencia que el sujeto común difícilmente puede sobrellevar por sí mismo y desde sí mismo.