Cataluña es un país oprimido, un pueblo[1]
no-libre. Dominado por España, y también por Francia desde hace siglos. Padece
el ejército, la policía, el aparato administrativo, el régimen fiscal, el
sistema educativo, el gran capitalismo multinacional foráneo y la imposición
lingüística española. Su historia y cultura son marginadas y tergiversadas. A
esto se une que ahora, además, está sometido al tan descomunal como temible fenómeno
de la mundialización.
El pueblo catalán necesita
ejercer el derecho de Autodeterminación. Éste sólo es fidedigno si se
fundamenta en la soberanía popular, en la capacidad real autoconstruida de
aquél para decidir su futuro y las relaciones que desea mantener con los
pueblos vecinos. Pero tal derecho no es nada, salvo una formalidad y una farsa,
si se realiza en situación de opresión del pueblo catalán por un supuesto
Estado catalán.
El nacionalismo burgués catalán
y su continuador el “independentismo” partitocrático, en alianza con el Estado
español, han falseado la historia de Cataluña. Por ejemplo, presentan la
institución de la Generalitat como “popular” cuando es desde sus orígenes en
los siglos XIII y XIV un instrumento de las clases oligárquicas para arrebatar
al pueblo catalán su régimen de autogobierno, asambleario, y expoliar los
bienes comunales, desarrollando la propiedad privada concentrada, primero a las
órdenes de la corona de Aragón y luego de España.
Hoy la Generalitat, y la poderosa casta
partitocrática y funcionarial concebida en torno a ella, son la expresión civil
del Estado español en Cataluña. Son España en Cataluña. Si no se comprende esto
no se puede entender lo que está sucediendo. Madrid siempre ha dominado al
pueblo catalán valiéndose de las clases altas de Cataluña y de las
instituciones supuestamente catalanas dirigidas y usufructuadas por aquéllas.
Comencemos por el principio. A mediados del siglo XX
se dio un cambio sociológico notable, la práctica desaparición de la burguesía
catalana como tal, al fusionarse con la burguesía española a través de los conocidos
procesos de concentración, absorción y fusión de empresas, bancos, etc. Desde
entonces existe un único capitalismo, español, que se sirve del Estado español.
Esta situación dejó un vacío que tenía que ser llenado, pues había que
encontrar, o crear, una nueva fuerza social que fuera el instrumento del Estado
de España en Cataluña.
Su necesidad era mayor por cuanto en la segunda
mitad del siglo XX se dieron otras transformaciones sociales que fueron
poniendo más y más en peligro la existencia misma del pueblo catalán, lo que ha
ido originando una creciente inquietud y resistencia en éste. Aunque el franquismo
oprimió ferozmente a Cataluña no estaba en condiciones de destruirla, aunque lo
deseaba, mientras que hoy, infortunadamente, eso sí es hacedero a medio plazo.
El factor causal último reside no sólo en la fuerza hoy multiplicada del Estado
y el gran capitalismo español (en el que está integrado el catalán) y en la
existencia de la Unión Europea sino en el proceso de globalización
(mundialización del bloque formado por los principales Estados más las grandes
empresas capitalistas), como acontecimiento planetario.
Si en el pasado el
pueblo catalán luchó sobre todo por la libertad ahora lo hace en primer lugar,
de facto, por su existencia, por no despeñarse en la nada y el vacío de la
historia, tras 1.200 años de ser una poderosa y creativa comunidad humana
singular.
El uso diario de la
lengua de Cataluña lleva decenios retrocediendo en las grandes ciudades, sobre
todo en Barcelona. El manantial de la prístina y más auténtica cultura y lengua
catalanas ha sido desde la Alta Edad Media la ruralidad, pero ésta ha padecido
un dramático proceso de vaciamiento, desnaturalización y práctica liquidación
desde los años 60 y 70 del pasado siglo. La cultura autóctona, otrora tan
pujante, es en la actualidad un ejercicio tedioso de futilidades a cargo de
mediocres y pancistas, próvidamente subvencionados por la Generalitat, a los
que ésta exige servilismo político con la interdicción de crear nada que tenga
grandeza y calidad. Gaudí es magnífico, y ahí está su obra, pero en el presente
su espíritu vigorosamente innovador y creativo ya no existe en Cataluña.
La industria del ocio y el entretenimiento, con centro en los países de habla inglesa, inunda Cataluña con sus subproductos, lo que está erosionando gravemente el sentimiento de identidad y pertenencia. Los estilos uniformes de trabajo y consumo, de creencias y existencia, que fomentan las multinacionales del Estado-capital en todo el orbe dejan escaso sitio para lo singular, lo local y lo autóctono. La gran mayoría del aparato universitario y académico opera pensando en el exterior, con una mentalidad cosmopolita que, en realidad, es prosternación ante lo anglosajón. El idioma inglés es ya una amenaza mayor para el futuro de la lengua catalana que el castellano y el francés.
La emigración masiva y el turismo deterioran y
adulteran la esencia misma de lo que es ser catalán. La emigración suministra
mano de obra barata a la gran burguesía, y la industria turística proporciona
cuantiosos ingresos. Franco promovió y amplió la industrialización de Cataluña
desde y, en buena medida, por el Estado español para, entre otros objetivos, suscitar
un proceso de inmigración interior que sepultase lo genuinamente autóctono
catalán. Aunque muchos inmigrantes hoy se integran en lo que sobrevive de la cultura
catalana con entusiasmo, la resultante final, considerados todos los aspectos,
no es positiva. La UE está homogeneizando a Europa según los intereses
estratégicos de Alemania, de donde resulta la aculturación programada de los
pueblos europeos, en particular de los de menos población. La destrucción de la
esencia concreta humana se manifiesta en el caso del sujeto medio en Cataluña
como pérdida creciente de su identidad y conciencia en tanto que persona de una
determinada comunidad humana.
En resumidas cuentas, para
las preguntas ¿qué es ser catalán en el siglo XXI?, ¿cuál es el futuro de
Cataluña?, y, ¿qué va a ser del pueblo catalán?, no hay respuestas bien
meditadas y mínimamente completas, por ahora.
Las cuestiones citadas, y varias más, han ocasionado, como sana reacción superadora, un ascenso de la conciencia de catalanidad desde los años 60 del siglo pasado. Ésta ha sido, y es, más una emoción y una pasión que un cuerpo de ideas razonablemente bien meditado pero aún así ha ido creando notable inquietud en el poder estatal español. Dicho de otro modo, Cataluña está respondiendo con brío a la suma de factores que mantienen su dominación y pergeñan su aniquilación.
Caducado, por vencido y fracasado,
el modelo franquista de opresión, Madrid pone en marcha otro nuevo, sustentado
en la Constitución española de 1978, el estatuto de autonomía y la Generalitat
en tanto que concreción para Cataluña del Estado español. De la gestión de todo
ello se encarga a CDC, partido político creado por Jordi Pujol en 1974. A éste
se le otorgan poderes casi omnímodos para hacer y deshacer en Cataluña,
elevándole a presidente de la Generalitat desde 1980 hasta 2003. Pujol fue el
virrey de Madrid en Barcelona.
La línea de CDC, Pujol y sus aliados ha sido la estatización general de Cataluña. Todo debía estar sometido a la Generalitat, nada podía hacerse no ya en su contra sino ni siquiera al margen. Quienes se resistían eran laminados y aquellos que se subordinaban generosamente favorecidos y subvencionados. Esta ofensiva funcionarial y burocrática ha alterado por sí misma la naturaleza de la sociedad catalana, antaño sustentada en la iniciativa individual y colectiva a partir de una alta calidad de la persona y hoy en todo lo contrario, en el sometimiento pasivo, garbancero y servil al aparato de poder por mor de los generosos estipendios otorgados a troche y moche, por un lado, y de la condena al exilio interior de cualquiera que se oponga o meramente no se deje manejar, por otro.
Así se ha creado un
grupo social singular, los “independentistas” de nómina, decenas de miles de
personas cuya cómoda subsistencia y elevados ingresos dependen del par
Generalitat-partidos “independentistas”, CiU (luego sólo CDC), ERC y CUP sobre
todo. Esta codiciosa e inmoral casta partitocrática (una nueva oligarquía
similar a la que tras 1714, durante el siglo XVIII, sirvió a los Borbones) es
la que desde 1980 se ha ido comprometiendo con Madrid en la reprobable tarea de
controlar y desnaturalizar, encauzar y manipular, el sentimiento nacional
catalán. A cambio de ello recibe cuantiosas sumas como organizaciones, a la vez
que a sus jefes y cuadros medios se les otorga patente de corso para
enriquecerse con la corrupción (privatización del dinero estatal) y el cobro de
comisiones (el famoso 3%) a la clase empresarial.
De ello ha emergido un
catalanismo zafio y chabacano, ayuno de toda grandeza, pura chatarra intelectual
e ideológica, con el Barça y la butifarra como nociones medulares. La
Generalitat y los partidos “independentistas” se han servido con gran astucia
de lo que es el punto débil del sentimiento de catalanidad, su endeble
elaboración reflexiva, para concentrarse en la manipulación de las emociones y
los sentimientos, positivos en sí mismos pero condenados a ser pasto de
demagogos y falsarios si no van unidos a un cuerpo de reflexiones y
elaboraciones. El aparato mediático, pillado entre el temor a los jefes de la
partitocracia y el dinero derramado a manos llenas, se ha hecho totalitario por
adoctrinador y excluyente.
Pero, a pesar de todo,
el sentimiento de ser un pueblo que no acepta dejar de ser sino que desea realizarse
en libertad ha ido creciendo también desde 1980. Como intervención política
destinada a resolver de una vez por todas la insurgencia catalana, en 2010-2012
CiU vira, supuestamente, hacia el independentismo, al que antes denostaba y
perseguía. Con ello, Jordi Pujol, durante tantos años el hombre de España en
Cataluña, se hace el primer jefe del nuevo proyecto político que, según dicen,
busca la independencia de Cataluña: los “botiflers”
de antaño son ahora los campeones de “la nación”.
Con todo ello, el
“independentismo” funcionarial y partitocrático ha creado la República Bananera
de Cataluña, manchando e infamando la imagen de ésta de un modo tan despiadado que
costará mucho limpiar y restaurar.
Pero desde hace años las
quejas y reprobaciones menudean. El grado de adoctrinamiento “independentista”
en los medios de comunicación es tan tremendo que las personas más sensibles y
rectas se han ido distanciando del “proyecto soberanista”. Lo chocarrero del
catalanismo urdido por el par CiU-ERC lastima la sensibilidad y repugna a la inteligencia
de muchos. La patronal en Cataluña se resiste a compartir sus beneficios con
los partidos políticos instalados en la Generalitat, preguntándose por qué debe
entregar un 3% de sus ganancias (a veces más) a unos advenedizos. El Estado
español estima que el gasto ocasionado por su sección catalana, la Generalitat,
es desmesurado. Al mismo tiempo, los rumores sobre la corrupción de los jefes
de CiU (y también de ERC) se han ido haciendo más y más persistentes.
Así las cosas, los
gerifaltes de la Generalitat, en tanto que caudillos de la nueva casta
partitocrática y funcionarial creada desde 1980, deciden pasar a la ofensiva
contra sus oponentes. Buscan mostrar que son un muy poderoso grupo de presión,
un hercúleo poder fáctico. Esgrimiendo un programa vaga y confusamente
“independentista”, agitan desde 2012 a la sociedad catalana para que Madrid, la
UE y la patronal les admitan como son, cleptómanos, chanchulleros, arrogantes y
todopoderosos, con Cataluña convertida en su finca particular.
Además, y
principalmente, dicha operación se propone combatir el fuego con el fuego en el
terreno de la conciencia nacional. Busca excitar institucionalmente el
sentimiento de catalanidad y el legítimo deseo de lograr la soberanía del
pueblo catalán para, en un momento dado, una vez que aquel sentimiento haya
alcanzado el clímax, dejarlo caer de manera cínica, desalmada e inescrupulosa,
a fin de crear un estado de ánimo colectivo de estupor y confusión, de
decepción y amargura profundísimas, que induzca una desintegración general de
las filas de quienes luchan por Cataluña. Así se formará un general conformismo,
desmovilización y apoliticismo que permitirán el progreso en ésta del proceso
globalizador, o mundializador, necesario para el desarrollo del capitalismo. La
operación, en su sustancia estratégica, no es nueva, la está haciendo Syriza en
Grecia, y se está efectuando también en otros varios lugares, con bastante
éxito para sus agentes.
Todo ello ha sido
realizado en sintonía con el gobierno del PP de Madrid. Para el buen final de
la intervención éste no debe acudir a medidas represivas, más allá de alguna
cuestión menor, a fin de que la frustración estratégica de la gente catalana
provenga de la acción política en sí misma, y no de la coerción. Eso explica que
el gobierno central (España en Madrid) haya seguido financiando a la
Generalitat (España en Cataluña) sin más acompañamiento que alguna advertencia
de que la legislación vigente no contempla un referéndum soberanista en
Cataluña.
¿Cómo continuará la farsa?
Para su cabal éxito ha de haber una declaración de independencia, a la que
Madrid objetará señalando lo obvio, que no tiene validez jurídica ni política y
que, en consecuencia, no pasa de ser papel mojado. Es probable que algún sector
del “independentismo” llame a la desobediencia civil, lo que daría lugar a movilizaciones
en la calle, poca cosa. En algún momento el gobierno de Madrid y la
partitocracia catalana tienen que negociar un acuerdo a largo plazo, cuyo
meollo será el reconocimiento del colosal poder, prerrogativas y corruptelas de
ésta a cambio de continuar manipulando, desnaturalizando y demoliendo el
auténtico sentimiento global de catalanidad. Dicho de otro modo, el
enfrentamiento de España con España en Cataluña terminará, como no puede ser de
otro modo, en reconciliación, astutamente velada y ocultada al público. Ya
sucedió en 1980 y ahora se trata de reeditarla actualizada.
En ese momento será
cuando el fulero e histriónico “independentismo” de los jefes de CDC, ERC y la
CUP se hará más vulnerable. Entonces será más visible que su esencia es el
españolismo. O más exactamente, un tipo especial de españolismo, apto para ser “vendido”
a los catalanes. Porque, una vez que hayan declarado la “Independencia de Cataluña”, con nulos efectos prácticos, en una
situación en la que, además, la mitad de la población catalana les es
desafecta, ya no les quedará ninguna baza por jugar, comenzando su caída y
puesta en evidencia, que se inició en realidad con la mojiganga del
“referéndum” del otoño de 2014. Y si no se atreven a dar el paso, tras tantísima
verborrea “patriótica”, quedarán en ridículo ante sus bases y ante el mundo.
Los avatares de la politiquería han convertido a la
CUP en árbitro. Han sido patética fuerza auxiliar de CDC y de Artur Mas, con
quien su jefe, David Fernàndez, se abraza. Su monomanía es la loa del capitalismo
de Estado (de Estado catalán), con los jefes y jefas de la CUP como nueva burguesía
estatal. Por eso no diferencian entre estatización de la economía (que denominan
“defensa de lo público”) y
autogestión. Esto les coloca en el bando de los Pujol y los Mas, que estatizan
la sociedad catalana a la vez que privatizan algo. Piden la “independencia”
para hacerse nuevo aparato estatal junto con CDC y ERC. Sus mañas y modos son los
del estalinismo, sin respeto por la libertad de conciencia y la libertad de
expresión. Las CUP, en último análisis, es una antigualla residual, un fósil
político herencia del PSUC, ajeno a las nuevas realidades, ahora utilizado para
dar un toque “radical” al protervo proyecto partitocrático.
Es necesario pasar revista a la toma de posición de los principales actores políticos y económicos planetarios sobre la cuestión catalana. Las instituciones europeas han señalado que, conforme a los Tratados de la UE, no admitirán a Cataluña. Obama se ha declarado a favor de “la unidad de España”, toma de posición que implica a los organismos internacionales dependientes del imperialismo EUUU, o sea, todos. Alemania, por boca de Ángela Merkel, ha tomado partido por España, igual que Francia, Inglaterra, etc. Más impresionante, si cabe, ha sido el repudio de la soberanía y libertad del pueblo catalán que han realizado CaixaBank (hasta no hace tanto una institución bancaria genuinamente catalana), con Isidre Fainé al frente, y el Banco Sabadell, dirigido por Josep Oliu, a la cabeza de 90 entidades financieras igualmente contrarias al “proceso soberanista”. Asimismo, las principales asociaciones patronales, desde la CEOE a la poderosa Confemetal y sin olvidar a Farmaindustria, han dicho también no.
Eso significa que la casta partitocrática catalana de derecha e izquierda está sola en su audaz aventura corporativa. Quizá haya sobrevalorando sus capacidades…
Las conclusiones son
fáciles de extraer: 1) la liberación de Cataluña no puede realizarse en el
marco del actual sistema pues todo él, y todo en él, se opone y la niega. 2) Aquélla
sólo es factible en el marco, y como parte, de una estrategia revolucionaria,
de revolución integral, no en ningún tipo de régimen parlamentarista. 3) La tarea
ahora es ir produciendo un proyecto y programa de emancipación global de
Cataluña que refute al “independentismo” burgués y partitocrático, ya visiblemente
fracasado con la inefectividad del “proceso soberanista”, para establecer qué
ha de ser la lucha por la supervivencia, la existencia y la libertad de
Cataluña en el tiempo infausto de la globalización, de la mundialización
estatal-capitalista. Formular ese proyecto y programa, y hacer que sea conocido
por las gentes de Cataluña, es la actividad más necesaria ahora. A la pasión
por la tierra y sus gentes hay que añadir el cálculo estratégico y la
inteligencia analítica, porque los caminos fáciles, como se está comprobando,
no llevan lejos.
Considerando las
circunstancias, la acción política y social en Cataluña ha de efectuarse fuera
de las instituciones, fuera del aparato político español y también fuera del
“catalán”.
Cataluña fue creada por el pueblo catalán a partir de una revolución, la de la Alta Edad Media de las tierras ibéricas. Hoy, similarmente, sólo otra revolución, de naturaleza anticapitalista y antiestatal, popular, asamblearia, autogestionada y comunitarista, puede garantizar a aquélla otros 1.200 años de existencia, pujanza, libertad, vida hermanada y otros muchos magníficos logros civilizacionales.
[1]
Apenas se usará aquí el término “nación” simplemente porque en la nación
siempre está el Estado. Éste constituye, determina y crea, en lo político,
jurídico, cultural, lingüístico y económico, la nación. Se suele admitir que
hay naciones con Estado, como España, y naciones sin Estado, como Cataluña, lo
que es aproximadamente cierto, pero la solución no está en dotar de Estado a
estas últimas sino en eliminar el Estado de todas para establecer un régimen universal
de libertad política, libertad de conciencia y libertad civil.