lunes, 18 de agosto de 2014

PLUTARCO CONTRA EPICURO Y EL EPICUREISMO


En una sociedad como la actual, donde el epicureísmo, actualizado y puesto al dia, es una agobiante estructura de creencias, deberes y prácticas impuestas a la persona desde las instituciones, en particular desde el Estado de bienestar, conviene fijar la atención en una obra olvidada de Plutarco, cuyo título, en traducción libre, podría ser No es posible vivir con plenitud siguiendo la doctrina de Epicuro”.
        
Va al grano. Repudia la interpretación epicúrea sobre que la delectación sensual es “el supremo bien” recomendando “la virtud y la honradez”. Añade que es errado considerar al cuerpo como receptáculo de placeres pues también lo es de dolores, con las enfermedades, de manera que “la voluptuosidad de los cuerpos y de la carne es débil y pequeña”.
        
No sólo se sufre, arguye, con la enfermedad sino también con los padecimientos del espíritu, en particular con el temor. Para Plutarco “el provenir es siempre incierto” ya que la existencia humana resulta, por naturaleza, “cambiante, inestable, inconstante e insegura”, lo cual ocasiona tensión anímica e imposibilita llevar una vida de deleites y dicha, pues “la duda sobre el porvenir”, connatural, no permite gozar por mucho tiempo ni con mucha intensidad ni muchas veces.
        
Apunta que “no hay en modo alguno seguridad de que el ser humano puede pasar su existencia sin dolor”. Así es, pues todo sucede como si cada vida humana tuviera incorporada, de manera ineludible, una cuota de sufrimiento, físico y psíquico, que cada persona ha de padecer haga lo que haga. No hay modo de escapar al dolor. Éste sólo puede ser afrontado.
        
Plutarco, en oposición a las delectaciones del vientre preconizados por hedonistas y epicúreos, atrae a las satisfacciones del espíritu, en primer lugar la adquisición de conocimientos, a través de la reflexión y la lectura, así como la realización del bien a los otros, lo que depara satisfacción moral.
        
Vitupera a los moradores en “el jardín del placer” (referencia al célebre “jardín de Epicuro”) por olvidar las grandes acciones y hechos gloriosos, citando a los héroes de la Antigüedad griega, Pelopidas, Miltiades o Epaminondas, pues “según mi entender hay en la vida activa de los que hacen tantos hermosos actos heroicos mayor alegría y satisfacción que gloria y honor”. Para Plutarco es en las situaciones límites y más arriesgadas donde se realiza mejor el sujeto. Esto ocasiona un contento incomparablemente superior al que puedan ofrecer los goces sensuales.
        
Tiene a los placeres del estómago como propios de esclavos, y recusa a los epicúreos por centrarse en ellos. Alega que eso lleva a “limitar y reducir” las alegrías y agrados a los sensuales, ignorando los que resultan de servir al bien público, consagrarse a causas superiores, obrar según imperativos del deber autoimpuesto y “ejecutar algún acto memorable”. Culmina el razonamiento señalando que “la voluptuosidad que procede de los actos honorables y virtuosos oscurece y arrincona, con sus formidables emociones y grandezas, la que proviene de lo corporal”.
        
En consecuencia, es la realización de “loables y virtuosas acciones” lo que otorga la satisfacción máximo y el contento mayor. La vida humana buena y superior tiene que estar dirigida a, sobre todo, su práctica.
        
Hasta aquí la diatriba plutarquiana contra el epicureísmo. En realidad, en el trabajo citado Plutarco se dirige más contra la parte hedonista de aquél que contra sus elaboraciones más sutiles y por eso más deletéreas.
        
Lo esencialmente desafortunado de Epicuro no es las exhortaciones al placer, que existen pero que no son lo principal en él, sino el pánico al sufrimiento, su irrealista formulación sobre que la vida humana debe destinarse a soslayar el displacer, el padecimiento físico y, sobre todo, la tensión psíquica junto con los demás modos de sufrimiento espiritual.
        
Al presentar al dolor como absolutamente nocivo, al rehusar considerarlo como, en efecto, un mal pero al mismo tiempo fuente de sabiduría, fuerza, madurez, solidaridad, afectos profundos y realización personal, por tanto, también como causa de bien, desintegra al sujeto. Al rebajar a la persona a criatura saturada de pánico al sufrimiento le hace un lunático, un desequilibrado, puesto que el miedo es siempre padecimiento, con lo que Epicuro enseña a sus sectarios a sufrir para no sufrir, algo tan ridículo como mentecato.

lunes, 11 de agosto de 2014

NEGATIVIDAD DEL POLITICISMO

Por politicismo se entiende la creencia en que todos los problemas de la sociedad y del ser humano tienen solución y se resuelven con la política. Bajo el actual régimen partitocrático el monodiscurso politicista se hace aún más reduccionista, al manifestarse como irracional fe subjetiva en que votando a tal o cual partido, formación o coalición se realiza el bien del cuerpo social.

El politicismo hoy es una forma de estatolatría pues no hay más política, para sus adeptos, que la que se hace desde las instituciones, desde el parlamento y el gobierno. La meta es lograr la mayoría parlamentaria para formar gobierno, promulgar leyes y emitir disposiciones de esta o la otra naturaleza con lo que, pretendidamente, todos los problemas quedan resueltos.

Como derivación del politicismo existe el legicentrismo, o creencia en que las normas jurídicas, las leyes, son el todo. En la realidad, aquél sirve para construir una sociedad cada día más sometida al Estado, que con la hinchazón legislativa se hace Estado policial.

La obsesión y monomanía politicista da origen a un sujeto, el politicista, que no tiene otro tema de conversación que la política partitocrática, chaladura alimentada desde los poderes mediáticos, que han convertido la politiquería, junto con el fútbol, en los dos asuntos centrales de la pasmosamente empobrecida verborrea de los seres nada.

El politicismo es invasivo, excluyente, totalizante y degradante. En su sinrazón se expande sin control, niega la necesidad de actividades no-políticas para la transformación de la sociedad, se encumbra a única práctica supuestamente transformadora y con su formidable poder de empequeñecimiento y descarte mutila a la persona. El politicista es una de las expresiones más aflictivas de ser nada.
El estudio de la historia y del presente muestra que la política, incluso la mejor y más respetable, es parte y sólo parte. La política es insuficiente incluso para resolver los problemas políticos.

Cuando los seres humanos eran todavía humanos se entendía que sólo podía haber política transformadora sobre la base de la virtud cívica y la virtud personal, de donde dimanaba un sujeto dedicado por convicción interior a servir al bien público y a intervenir en la vida social de acuerdo a normas de rectitud individual, ética natural y entrega desinteresada. Todo eso fue arrasado para crear la actual iniquidad politicista.

Se consideraba que debía haber una construcción pre-política del sujeto. Éste era pensado como un ser humano que se implicaba en tanto que tal, como complejidad auto-realizada. Hoy la persona ha sido rebajada a votante, paseante en manifestaciones y exhibidor de pancartas. La enloquecedora politiquería de los partidos se ha hecho el todo de la vida colectiva, aberración que nos está triturando.

La política institucional no sirve para nada porque las decisiones fundamentales las toman las estructuras de poder, y las leyes las hacen también dichas estructuras. El parlamento y el gobierno, lo único formalmente elegible de ese aparato de dominio que es el Estado, no tienen poder sustantivo, no son centros de poder en sí mismos. Sirven al artefacto estatal y a los poderes económicos, de quienes dependen en todo.

Los partidos y formaciones políticas, similarmente, son instrumentos de la actual dictadura, cantera de empleos y corporaciones de negocios. Y eso es así con indiferencia de que sean de derechas o de izquierda, pues la ideología es la envoltura palabrera y mendaz con que esas temibles formaciones maquillan su insaciable voluntad de mandar y sojuzgar, de expoliar y acumular capital.

Las instituciones no son cambiables. No hay ni un solo caso en que un partido político haya logrado realizar alguna transformación positiva de la vida social, el orden económico o el sistema estatal. Nadie triunfa hoy en política si no cuenta con el apoyo múltiple de los poderes de facto, políticos y económicos, si no es esbirro de éstos.

Las personas bienintencionadas que forman parte de los entes políticos ganadores son corrompidas por el poder. En cuanto se incorporan a las instituciones dejan de ser lo que eran para hacerse neo-funcionarios del Estado, servidores suyos muy bien pagados. En los últimos 150 años cientos o miles de partidos en Europa han proclamado que llegaban para “cambiar las instituciones” pero los hechos han probado que en todos los casos, en todos, fueron las instituciones las que les cambiaron.

La acción política buena y revolucionaria se hace con la gente, no en los aparatos de dominio y mando, promoviendo iniciativas de todo tipo desde la base del cuerpo social. Quienes proponen ir a las instituciones son enemigos de la libertad, por ser políticos profesionales, o lo que es lo mismo, déspotas hiper-locuaces, amorales e histriónicos, esto es, politicastros.