A los partidos, como a
las personas, se les conceptúa por lo que hacen mucho más que por lo que dicen.
En el caso de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) esa norma se ha de aplicar
también porque, mientras se afirma “anticapitalista” y “asamblearia”, se
subordina a las dos fuerzas políticas primordiales del capitalismo en Cataluña,
CDC y ERC. La CUP está siendo fuerza auxiliar del “independentismo” partitocrático
de Cataluña, que busca un nuevo pacto con Madrid para ampliar sus exorbitantes
privilegios a costa de los derechos básicos del pueblo catalán.
Ese proceder es el
habitual de la izquierda. En la guerra civil el PCE-PSUC fue instrumento
político y carne de cañón de los Azaña y Companys. En Francia el PC Francés se
convirtió en patética criatura a las órdenes de la derecha dirigida por el
general de Gaulle y sus sucesores. En la transición del franquismo al
parlamentarismo (1974-1978) el PCE-PSUC fue la herramienta de que se sirvió
Adolfo Suarez para su decisivo proyecto estratégico continuista.
Mas y Junqueras se han
valido de la CUP para aportar un plus de credibilidad a su falsaria y venal intervención
política supuestamente en pro de “la independencia de Cataluña”. Sin la CUP la
operación se habría manifestado con mayor claridad como una añagaza más de las fuerzas
políticas burguesas nominalmente catalanas en pro de sus sempiternos chalaneos
con Madrid. Y si la CUP se hubiese opuesto con argumentos sólidos a la
operación, aquellos politicastros al servicio de España y el capital lo habrían
tenido mucho más difícil.
Ahora, las dudas y el
desasosiego crecen entre muchas personas de buena fe, afiliadas o votantes de
la CUP, a causa de la línea seguida por sus jefes y jefas.
El primer error es estar
en las instituciones políticas. Quien se sitúa en ellas se hace parte del
aparato de dominación estatal español, sea quien sea y proclame lo que
proclame. Los seres humanos somos lo que hacemos y quienes viven del Estado
español son parte de él y están a su servicio. Para que el pueblo sea pueblo
hay que estar fuera, al margen y en contra de las instituciones, de todas
ellas, a fin de que aquél se afirme y el Estado se debilite.
Hoy las jefas y los jefes
de la CUP son fracción integrante de la casta partitocrática, políticamente
española, operante en Cataluña. Cientos de ellos viven ya de los haberes y
sobresueldos que les entrega el ente estatal español, y otros cientos más de empresas
institucionales y concesiones dinerarias de diversa naturaleza. En suma, son neo-funcionarios,
burguesía de Estado explotadora y ambiciosa, atada por sólidos y variados lazos
económicos al aparato español de poder en Cataluña, la Generalitat y los ayuntamientos.
En todo su obrar político siguen la legislación española establecida,
sirviéndose de los instrumentos jurídicos, funcionariales, mediáticos, policiales,
fiscales, etc., vigentes.
Al estar dentro del aparato
del Estado español la CUP está con el capitalismo. No es necesario advertir que
el orden institucional en vigor es el del capital, el de la clase empresarial,
de manera que quien se integra en él forma parte del entramado que constituye
el capitalismo. Esto es todavía más obvio por el enardecido estatismo de aquélla,
que considera al artefacto estatal (en lo verbal a un futuro Estado catalán y
en lo real al presente Estado español) como el elemento más fundamental de la
vida social, de manera que ni se imaginan al pueblo, a las clases trabajadoras,
autoorganizadas sin ente estatal, para gobernarse en lo político, regir la vida
económica y crear un nuevo orden moral, convivencial, cultural y
civilizacional.
Su posición ante la
cuestión catalana, esencialmente equivocada, resulta de su inflamada
estatofilia pro-capitalista. Considera la CUP que la liberación nacional puede
lograrse sin necesidad de realizar una ruptura revolucionaria con el orden
vigente, dentro del sistema capitalista y sin liquidar la presencia del Estado
español en Cataluña (sin poner fin a la presencia del ejército, la policía, el
aparato funcionarial, el sistema mediático, el orden educativo y el régimen
fiscal español). La irracional diferenciación que efectúa en su programa entre
revolución social y liberación nacional convierte necesariamente a la CUP en un
apéndice político de CDC-ERC.
Su fórmula de lograr una
“República catalana” manteniendo incluso la presencia del ejército español y de
la guardia civil en Cataluña es un galimatías indescifrable, y una prueba de la
hipocresía de sus jefas y jefes, que se hace en esto fehaciente españolismo… Lo
mismo puede decirse de su negativa a vincular la libertad de Cataluña con la
liquidación del sistema capitalista, asunto clarísimo hoy, dado que la gran patronal
en Cataluña se ha manifestado en los últimos años partidaria inequívoca de la
dominación española.
Su vetusta y doctrinaria
interpretación de la cuestión nacional es inhábil para comprender las nuevas
realidades, en primer lugar el tan decisivo como temible fenómeno de la
mundialización (globalización) del bloque gran empresa-grandes Estados, lo que
acentúa su tendencia a otorgar a los problemas del siglo XXI respuestas del
pasado. Nadie que desconsidere esa fundamental cuestión puede hacer ninguna
aportación creíble, operativa y con futuro en este terreno.
El estudio del programa
e ideario de la CUP lleva a una conclusión, que uno y otro son de la época de
la guerra fría entre EEUU y la URSS, una suma de formulaciones irreales por anticuadas,
desfasadas y fuera de época, que sus dirigentes pretenden hacer pasar por
“radicales” e “hiper-modernas” a base de poses, gestos y frases, por lo general
penosos. La CUP es una forma tardía y ya residual de estalinismo, una
continuación del PSUC, verdugo de la revolución en 1936-1937 y agente salvador
del poder español y capitalista en 1974-1978. La línea actual de la CUP es,
pues, la tercera vez que el estalinismo (socialdemócrata en lo político y
totalitario en lo ideológico y organizativo) se pone al servicio del
capitalismo-Estado español. La tercera y muy probablemente la última, dada la falta
de futuro de aquél.
Se podrían añadir algunas
acotaciones más a la línea de las CUP. Por ejemplo, su culto por las religiones
políticas, un enfoque dogmático e incluso delirante que ni siquiera tiene en
cuenta los cambios sociales básicos acaecidos en los últimos 30 años y que le
sitúa al lado de la derecha española, del PP. O su concepción del compromiso
político y la militancia, sustentados en un politicismo exacerbado y en la
negación de las capacidades, creatividad y autonomía de la persona, rebajada a
mera nulidad, a simple ser nada que obedece y se somete a la dirección partidaria.
El basamento de todo es
la negativa y rechazo de la idea de revolución. Cuando se llega a esto todo lo
demás, claudicación tras claudicación y estolidez tras estolidez, viene por sí mismo. A eso se une su pasmoso
dogmatismo, que hace a los jefes de la CUP inhábiles para comprender la
realidad actual, unos doctrinarios cegatos que los muy astutos políticos de la
casta partitocrática de Cataluña manejan como marionetas.
Ahora la jefatura de la
CUP está en una situación difícil. Su servilismo político hacia el par CDC-ERC
va a convertirse en un factor explosivo una vez que estos partidos alcancen un
nuevo acuerdo con Madrid, en el cual la CUP o se integra como socio menor, lo
que será bastante ridículo, o se descuelga de mala manera para entregarse a la
marginalidad política. Dicho de otro modo, a la CUP ahora le toca repetir el
viaje a ninguna parte que realizó hace unos decenios el PSUC.
La vía superadora es
comprender creativamente las realidades del siglo XXI en Cataluña, rechazando
doctrinarismos vetustos, para formular un proyecto y programa unificado e
integral de revolución y liberación nacional lo suficientemente completo,
complejo y realista.