La comprensión lo más exacta posible del cristianismo, en oposición al
anticlericalismo burgués en todas sus manifestaciones, es de gran importancia
en la hora presente. Este libro ayuda a ello, al compilar diversos escritos de
los autores de “El Capital” sobre esta materia.
No parece apropiado todo
lo que Marx y Engels exponen sobre el primer cristianismo, hasta el siglo IV,
ni menos aún acerca del significado de la religión en las sociedades humanas,
pero sí se debe coincidir con ellos en el meollo de la cuestión, expuesta en diversos
artículos que Engels fue publicando entre 1882 y 1895. Posteriormente, K.
Kautsky, destacado dirigente del movimiento obrero alemán, sacó el libro “Orígenes
y fundamentos del cristianismo”, en el que desarrolla las ideas de Marx y
Engels en este asunto a través del análisis histórico.
En radical oposición al
anticlericalismo burgués, Marx y Engels formulan una interpretación francamente
positiva del cristianismo primitivo, al que consideran un movimiento
revolucionario popular de su tiempo.
En “El libro de la Revelación”
Engels apoya calurosamente la siguiente frase de E. Renan, “cuando se quiere
tener una idea clara de lo que fueron las primeras comunidades cristianas, no
hay que compararlas con las congregaciones parroquiales de nuestra época; eran
más bien como secciones locales de la Asociación Obrera Internacional”. A
continuación se interna en un análisis comparativo de las coincidencias entre
el movimiento obrero europeo del último cuarto del siglo XIX y las
colectividades cristianas originarias.
Comienza dando
información sobre la importancia que tenían las mujeres en aquel cristianismo,
así como la existencia en éste de algo similar a lo que luego se llamaría “amor
libre”, entendido como libertad sexual. Sigue señalando su naturaleza
emancipadora en diversos aspectos, en relación con las condiciones de la época,
remarcando su combatividad en contra del imperialismo y el Estado romano
opresor.
Otro de los trabajos de
Engels, “Sobre la historia del cristianismo primitivo”, comienza con la frase
siguiente, “la historia del cristianismo primitivo tiene notables puntos de
semejanza con el movimiento moderno de la clase obrera. Como éste, el
cristianismo fue en sus orígenes un movimiento de personas oprimidas: al
principio apareció como la religión de los esclavos y los libertos; de los
pobres despojados de todos sus derechos, de los pueblos subyugados o
dispersados por Roma”. Desde luego, este análisis está en las antípodas del que
realiza el anticlericalismo burgués, en particular en sus expresiones
fascistas, la obra de Nietzsche sobre todo, hoy el principal reservorio de
fanatismo anti-cristiano, usado por el ala más brutal de los nazis.
Advierte que sólo con el
emperador Constantino (306-337) “se convirtió en religión de Estado”, de modo
que antes era lo contrario, un movimiento contra el Estado que, además, era una
forma muy peculiar de religión. Pero olvida decir que ese cambio tuvo lugar
después de que el ente estatal romano lanzara la aterradora “Gran Persecución” contra
aquél, en 303-311. Durante 8 años las fuerzas represivas de Roma realizaron una
carnicería, exterminando a los verdaderos cristianos, probablemente cientos de
miles, y dejando indemnes a los elementos turbios, cobardes y oportunistas. Con
éstos pacta luego el Estado, creándose así la Iglesia, en tanto que brazo
religioso del ente estatal, que antes no existía.
Tras tocar varios
asuntos de menor importancia introduce una frase de enorme significación, en la
que califica la cosmovisión cristiana de “uno de los elementos más
revolucionarios de la mente humana”. Exacto. Si no se comprende esto no se
puede entender la historia de Europa en los últimos dos mil años, ni tampoco
encarar con rigor la revolucionarización de nuestra sociedad y la construcción
de otra futura sin Estado ni capitalismo. Asimismo sin meditar a fondo esa
observación no hay modo de construir y autoconstruir un ser humano
cualitativamente superior.
Insiste en que los
primeros cristianos se reclutaron entre “trabajadores y agobiados, los miembros
de la capa más baja del pueblo, como cuadra a un movimiento revolucionario”.
Luego quizá desbarre un poco el texto para volver a acertar al analizar el
“Apocalipsis”, libro atribuido al apóstol Juan, lleno de pasión por combatir a
Roma hasta verla destruida.
Apunta Engels, con
acierto, el universalismo del movimiento cristiano, que salta por encima de lo
que separaba a los pueblos de entonces para poner el énfasis en los que les
unía, con el fin de agrupar fuerzas contra el enemigo común: Roma y su orden
político (centrado en el Estado y en el patriarcado) y económico (nucleado en
torno a la propiedad privada absoluta).
Hasta aquí lo principal
de las posiciones marxistas sobre el cristianismo.
Algunas reflexiones
añadidas se imponen.
Dicho estudio, si bien
rudimentario (ha pasado casi siglo y medio y hoy sabemos mucho más), es
acertado en su orientación básica. Todos los trabajos posteriores de
investigación, publicados desde entonces, que estén hechos con una mínima
voluntad de objetividad, han de admitir, con peor o mejor humor, el carácter
revolucionario del cristianismo. Hemos avanzado mucho en el análisis de detalle
de aquel fenómeno histórico, pero las cuestiones decisivas se mantienen. Otra
cosa son los textos eclesiásticos que, sin respeto por las fuentes ni por la verdad,
se limitan a justificar la existencia y privilegios del alto clero “cristiano”.
Ellos son la principal agencia de tergiversación del verdadero cristianismo.
Esto significa que el
marxismo, estrictamente considerado, se diferencia de forma inequívoca en su
interpretación de los orígenes y naturaleza del cristianismo de todas las
formas de anticlericalismo burgués. Engels mismo se mofa con elegancia de
Voltaire, al que con razón tilda de “superficial”. Al sanguinario anticlericalismo
republicano, surgido de la revolución francesa y muy activo hasta el día de hoy,
ni lo cita, con acierto, pues sus formulaciones son meras majaderías cargadas
de fanatismo. En alguna frase se desmarca también de ciertas ideas ingenuas que
sobre el cristianismo había en algunos sectores del movimiento obrero de ese
tiempo, bienintencionadas pero equivocadas, que se negaban a ver su carácter
terrible y combativo.
La Edad Dorada del
anticlericalismo más letal es principios del XIX y comienzos del XX. Se lanza
desde arriba como una gran operación ideológica con varios objetivos. Uno era,
quizá el más importante, mantener a un movimiento obrero ya poderoso en la
ignorancia de precisamente esa afirmación genial de Engels, antes citada, sobre
que está entre los sistemas de ideas más aptos para revolucionarizar la mente
humana.
Había que ocultar por
los medios que fuera que el cristianismo fue un intento muy bien pensado de
realizar una transformación integral del orden constituido, para originar una
sociedad liberada del artefacto estatal y de la propiedad privada, para lo cual
produjo nociones y formulaciones de una sorprendente originalidad y validez.
El anticlericalismo
segregado por la mercenaria intelectualidad burguesa fue como un gran puñado de
arena que se lanzó a los ojos de las clases populares, para volverlas ciegas a
una experiencia histórica magnífica, de la que se podían extraer lecciones que quizá
hubieran sido terminantes para impedir que el movimiento obrero fracasase
finalmente, como lo ha hecho, en su pretensión inicial, derribar el despotismo
del patrono y del capital.
No es casual que quien
sienta los fundamentos de la concepción fascista de la sociedad, de los sistemas
de ideas prevalecientes y del sujeto, Nietzsche, sea un anticristiano
frenético, lo que pretende validar presentándose a su público, por lo general
acrítico, pueril e inculto, como anticlerical. En su colosal ignorancia y mala
fe, aquél no sabe diferenciar entre cristianismo e Iglesia y no conoce nada de
los acontecimientos históricos que Engels examina con acierto, aunque de forma
elemental.
En realidad, la Iglesia
y el anticlericalismo burgués tienen el mismo propósito de facto, impedir que
los contenidos del cristianismo auténtico lleguen al pueblo.
Quienes rechazan, desde
su abismal ignorancia, las aportaciones válidas del cristianismo, los elementos
positivos de su cosmovisión básica, es porque no están por una revolución
integral. Quienes sólo desean vivir “mejor”, consumiendo más bajo el
capitalismo, librando meramente “luchas” por reformas y ventajas económicas y
sociales, para nada necesitan aquellos elementos universalmente válidos de la
cosmovisión cristiana. Les vale con la barbarie e idiocia cotidianas.
Queda, como complemento
a lo expuesto, el análisis de la interpretación que el movimiento libertario
hizo del verdadero cristianismo, que en poco difiere de la del marxismo, aunque
quizá sea más extenso y sutil. Pero eso en otro trabajo.