Durante los últimos días
de 2011 el diario “Público” (traducción a la neolengua ultracapitalista ahora
en curso del vocablo castellano “Estatal”), órgano de expresión del PSOE,
partido que en sus 8 años de gobierno ha destruido el país en todos los
sentidos, ha realizado una de sus campañas más demagógicas e insidiosas contra
las Navidades.
Como agente del capitalismo, en
particular de la gran banca (no se pueden olvidar los íntimos y estrechos lazos
que unen al PSOE, que financia “Público”, con el señor Botín, jerarca máximo
del Banco de Santander) que es, aquel diario condena todo lo que las Navidades
son, lo malo y lo bueno de ellas, sin salvar su parte positiva, lo que tienen
aún de evento convivencial y lo que conservan todavía de fiesta popular
auténtica y genuina.
Al ser “Público” el órgano de la
socialdemocracia particularmente corruptora, por deshumanizada, pancista,
maquiavélica y mentirosa, defiende la modernidad y el progresismo, esto es, la
ideología más querida por el capitalismo multinacional y globalizador, que
necesita destruir todas las formas de cultura popular y reducir a los humanos a
la condición de simples entes zoológicos, de meras bestias.
Ese diario se
desencadena cada día contra la tradición popular tanto como contra la
revolución, contra el pasado tanto como contra el futuro. Mi posición es muy
diferente, dado que pretendo una revolución integral, que ponga fin al Estado tanto como al capitalismo en todas
sus formas (también al capitalismo de Estado señores de “Público”). Por ello
contemplo el pasado inmediato con simpatía y amor, a fin de recoger de él sus
aspectos positivos, que se dan en lo que tiene de popular. De ahí que procure unificar tradición con revolución, lo
que es antagónico con la muy bien subvencionada apología que “Público” hace de
la modernidad y el progresismo, de cuya coyunda sale el laicismo.
El laicismo es una de las religiones políticas que imponen los
valedores del capital multinacional. Se equivocan quienes creen que es la
condena de la religión: no, esto es secundario en él. Su parte sustantiva es la
defensa mostrenca y fanática del Estado, esto es, del ejército y del Estado
policial, sin olvidar el capitalismo de Estado. Para el laicismo el Estado es
la nueva divinidad ante la que todas y todos hemos de arrodillarnos. Y se
comprende que sean tan laicistas los amigos socialdemócratas del señor Botín,
que sin el Estado no es nada y no puede ser nada. Por ejemplo, si no fuera por
el Estado (por los Estados), el capitalismo se habría desmoronado en Occidente
en el otoño de 2008, pero aquél/aquéllos lo salvaron. Por eso la banca es
laicista, esto es, estatolátrica. Como la socialdemocracia. Como “Público”.
Dice, entrando en harina, que las
Navidades son consumistas. Cierto, pero ¿más que las vacaciones tan del gusto
del progre medio?, ¿más que ese revuelto de borracheras, vandalismos y vómitos
que es Nochevieja, celebración laica muy del gusto de “Público”?, ¿más que los
nihilistas y muy contaminantes viajes en avión al exterior, tan progresistas y
modernos?
Por lo demás, las Navidades no sólo
son una conmemoración católica, son también la celebración del solsticio de
invierno, una fiesta popular milenaria. Ha de ser, pues, recuperada en tanto
que festejo popular y participativo, sin comilonas ni borracheras ni
consumismo, y sin comisarios políticos laicistas, siempre torvos, ignorantes y
represivos (además de pasmosamente aburridos), de la barbarie nihilista,
autista y embrutecedora impuesta desde 1939 por los medios de propaganda al
servicio del terceto franquismo-banqueros-PSOE.
La Navidad fue antaño una fiesta
vecinal, aldeana, barrial, que se centraba en cantar y cantar, horas y días
cantando y tocando, en comunicarse, en estar y regocijarse juntos, en disfrutar
en la calle de la hermandad que otorga el canto coral y, antes, de los
instrumentos musicales construidos en común, de los ensayos, de la ilusión
compartida por niños y mayores, por mujeres y hombres. Franco la convirtió en
fiesta exclusivamente familiar, según su política de imponer la familia nuclear
para demoler la totalidad de las otras formas de convivencia y sociabilidad, en
la perspectiva de destruirlas todas, también la familia nuclear al final, para
estatuir el sujeto solitario, insociable, egotista e incapaz de convivir con
sus semejantes que el capitalismo actual, el más agresivo de la historia,
necesita de manera imperativa.
Franco inició el proceso de voladura
de la Navidad, que ahora es continuada por el PP en el gobierno y por el PSOE y
el PCE-IU en la oposición. Y por los mandados del PSOE. Y por los nihilistas
especializados en autoagredirse y autodestruirse a través del hipercriticismo.
Y por los consumidores de dogmatismos progres y seres sin cerebro de siempre.
Por eso los agentes literarios del
capitalismo aborrecen a muerte la fiesta popular, fiesta no consumista, fiesta
no monetizada, fiesta por participación, fiesta que no se compra sino que se
hace entre todas y todos. Y la odian porque es convivencial, porque no necesita
del dinero, pero sobre todo porque sale del “nosotros”-“nosotras”, de lo
colectivo y comunitario, que es lo que algún día -esperemos- puede destruir al
capital y exigir responsabilidades a sus publicistas.
Las Navidades es un buen ejemplo de
celebración popular, tal como la estudio en el capítulo de mi libro NATURALEZA,
RURALIDAD Y CIVILIZACIÓN, titulado “Reflexiones sobre la fiesta popular de la
sociedad rural tradicional”. Por eso es respetable, y también adorable, si bien
los seres monstruosos y homicidas que han engendrado la modernidad y el
progresismo no respetan nada que sea auténtico, popular, cálido, sencillo y
humano, pues toda su inmensa capacidad de reverenciar y caer de rodillas se
gasta en pro del capital y el Estado. El laicismo odia convulsivamente al
pueblo y a lo popular, y ese es el verdadero problema.
De lo que se trata es de, suponiendo
que ello sea ya posible, recuperarla como celebración popular, vecinal y
callejera, como acto de convivencia, hermandad y relación, como evento alegre y
chispeante, autoconstruido y autogestionado. Por tanto, los hipercríticos se
equivocan una vez más. Ellos han contribuido a crear un sujeto tan degradado
que ni siquiera sabe divertirse, por lo que ha de acudir, para escenificar una
parodia vil de ello, al alcohol y las drogas.
Ya puestos diré cuales son mis
preferencias en villancicos. Para el ámbito castellano, que es el que conozco
mejor, los recopilados en el CD “Navidad tradicional española”. Dentro de éste,
es fascinante la Ronda Navideña del Alamín (Guadalajara), con la pieza
“Pastorcillos del monte venid”. Me agradan mucho algunos que ofrece La Bazanca
en “Escuchen los Villancicos”, y admiro la variedad y calidad de la música
navideña rural y popular compilada en el CD “Tiempo de Navidad” editado por “La
tradición musical en España”.
Lo terrible es que todo eso está
siendo destruido a una velocidad vertiginosa. En sólo un lustro no quedará
prácticamente nada. Por tanto, señoras y señores de “Público”, tranquilos, que
vais ganando, en esto como en todo por el momento, pues ya lo dice el refrán,
“Quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”.
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