Revolución significa cambio total, o más cabalmente, total suficiente,
conservando lo positivo y también lo indiferente, ni bueno ni malo. Es cambio
integral de lo más esencial. Una revolución no sólo política sino en el
conjunto de los quehaceres y experiencias. Substancial es la revolución del
sujeto, para ir del actual individuo nadificado a la persona soberana, autónoma
y multi-constituida. No hay revolución en la parte, dado que el ser humano es
totalidad. O es del todo o no es.
Los motivos que hacen a
la revolución necesaria son los que siguen.
Los problemas,
disfunciones, taras e incluso calamidades que padecemos son descomunales y
nunca antes acaecidos en la historia de la humanidad. Estamos al borde de
perder lo más decisivo, nuestra condición de seres humanos, para quedar
reducidos a mano de obra sumisa y desustanciada, posthumana en lo que más
importa, simples animales de granja con apariencia de personas. La voladura
múltiple y planeada de lo humano por las dominaciones constituidas, políticas,
económicas, mediáticas, religiosas, académicas y otras es el rasgo esencial de
nuestro tiempo. Para incrementar colosalmente su poder nos están demoliendo.
Aquéllas han de ser, en consecuencia, el blanco principal de la revolución,
cuyo objetivo primero es reconstruir y refundar la esencia concreta humana, en
la sociedad y en el individuo.
El actual orden es sin
libertad en lo que realmente cuenta, una forma de dictadura total en la que es imposible
lograr ninguna reforma o cambio a mejor en las cuestiones principales, tampoco
en las de segundo orden aunque quizá sí en alguna de tercera categoría,
irrelevantes en sí y en el conjunto. El sistema se ha hecho rígido, fosilizado,
irreformable, mera tiranía global que se auto-expande día tras día a costa de
la gente común. Así pues, todo proyecto de transformación a mejor desde el
mismo sistema y desde su interior o es una ingenuidad pueril o es un error descomunal
o es un engaño ignominioso o es una burla sádica.
En las condiciones
presentes los esfuerzos y luchas por metas parciales son del todo
insuficientes. Primero, porque dejan el núcleo del sistema intacto, al operar
sobre disfunciones de ínfima significación, irrelevantes y banales en
definitiva. Segundo, porque apartan de lo primordial a las personas más
bienintencionadas. Tercero, porque quienes se centran en lo inesencial y lo parcial
terminan siendo absorbidos por el sistema, que les incorpora a su aparato y les
convierte en sus agentes. Por eso es necesario ser revolucionarios: no basta
con ser rebeldes. Hay que pensar en el todo y no sólo en la parte. Hay que ir a
lo fundamental y no contentarse con lo accesorio. Hay que mirar a lo lejos y no
quedarse en lo inmediato. Hay que formular propuestas y no sólo hacer críticas,
pero no propuestas (irrealizables) para aquí-y-ahora sino como parte del
proyecto y programa revolucionario, cuya ejecución ha de ocupar una larga etapa
de la historia de la humanidad. En el “ahora”, en lo inmediato, hay imposibilidad
de solución, salvo entregarse al poder constituido.
No se trata de alcanzar
tales modificaciones o mejoras de estos o los otros aspectos irrelevantes en un
mundo que nos destruye en lo esencial de lo que somos sino de constituir una
nueva sociedad, un nuevo ser humano y un nuevo sistema de valores, en suma, de instituir
una nueva civilización, una nueva edad. La historia de la humanidad tiene que
ser refundada, único modo de salvar y rehacer nuestra esencia concreta en este
momento dramático en incluso desesperado.
Hay que estar fuera del
sistema. Fuera y enfrente. De todo él. La contradicción fundamental es la se da
entre los sin poder (el pueblo) y los con poder (las elites estatales y
plutocráticas). El pueblo, como unión ideal de los carentes de poder, es nada
más que una posibilidad de bien pues hoy lo que realmente existe es el
populacho, o masa manipulada por el aparato estatal, pastoreada por los
partidos políticos y envilecida por el trabajo asalariado. Únicamente el pueblo
puede hacer la revolución pero la etapa primera de ésta es la transformación
del populacho en pueblo. Si esto se logra, aunque sólo sea parcialmente, el
poder constituido no podrá mantenerse.
Reconstruir al pueblo es
la precondición y al mismo tiempo la primera fase, o más decisiva, del cambio
revolucionario.
Donde domina la voluntad
de poder, en su expresión más despiadada, y la codicia, en su forma más
exasperada, no puede darse el bien. Ni la virtud. No puede haber un orden de
valores. Es imposible que florezcan la libertad, la verdad y la convivencia
(amor en actos). No hay modo de restaurar la naturaleza y fusionarse con ella.
En suma, lo humano no puede prosperar mientras no hagamos la revolución
integral-total, que la situación de agresión permanente a lo que somos presenta
como imprescindible.
Quienes simplemente
desean más recursos monetarios, más bienes y servicios consumibles bajo el
actual orden, otorgados por el Estado de bienestar, se encuentran pillados en
una antinomia irreductible: eso es burgués al ciento por ciento y además es
cada día más imposible. Su demagogia les está desintegrando, ya y muchísimo más
en el futuro inmediato. Se oponen a la idea e ideal revolucionario desde el
consumismo pero éste se hace crecientemente irrealizable. La solución es que
alteren su estrategia, que se sumen al proyecto de cambio total suficiente. Muchos
lo harán pero los jefes, que están entregados al sistema de dominación, no
cambiarán.
A medida que las
contradicciones se van tensando el sistema segrega narcóticos espirituales. Uno
de ellos es el libro “Postcapitalismo.
Hacia un nuevo futuro”, de Paul Mason. Tomando lo más desacertado de la
tradición economicista, mecanicista y determinista del marxismo, vaticina un
acontecimiento supuestamente magnífico, la muerte del capitalismo por sí mismo.
Sin revolución. Mantiene que nos levantaremos una mañana y ¡cáspita!, el
capitalismo ha desaparecido, quedando libres para disfrutar sin limitaciones:
hiper-consumo, juego permanente, goces sin fin… un paraíso sobre la tierra, copiado
del que ofrecen las religiones para envilecer a la plebe. Si dejamos de lado narraciones
infantiles, concluimos dos cuestiones: 1) lo que único que puede acabar con el
capitalismo es la revolución, 2) la revolución es un acontecimiento tremendo,
como tremenda será la sociedad que de ella emerja, postcapitalista. Quienes
deseen seguir jugueteando con puerilidades son libres de hacerlo, pero a los
que nos cansan tales santurronerías progresistas seguimos en lo nuestro, a la preparación
y organización de la revolución. Integral, por supuesto.
Así es, un rebelde no tiene porque ser también un revolucionario.
ResponderEliminarSalut!