La anulación del individuo por medio del gregarismo, esa versión
perversa de lo “colectivo”, consiste en que a la persona se la conmina a
reducirse a ente de rebaño, a mera nada (ser nada) integrada en estructuras verticales
manejadas por el mandón, o mandona, de turno. Por eso, en ciertos ambientes se
exalta unilateralmente lo “colectivo” a la vez que se ignora y denigra lo individual,
al sujeto en tanto que tal.
Al individuo se le
presenta como incapaz de ninguna tarea de significación, según la fórmula “solo no puedes, con amigos sí”, falsa a
todas luces, pues la experiencia histórica y actual prueba lo decisivo del
hacer personal, sobre todo en situaciones muy difíciles. A menudo ha sido el
individuo el que ha sabido encontrar solución a asuntos decisivos mientras el
grupo, la organización, lo “colectivo”, han fallado lastimosamente.
Solo sí puedes, y
muchísimo. Con amigos, colectivamente, puedes hacer más. Pero suele acontecer
que el grupo resulta ser una limitación e incluso anulación de las capacidades
naturales de cada uno de quienes lo integran, de ahí el aforismo “más vale estar sólo que mal acompañado”.
Al sujeto se le conmina
a que renuncie a ser de modo activo y creativo para diluirse en los entes
colectivos jerarquizados, desde el partido o el equipo de trabajo hasta la
asamblea, que hoy por lo general de tal sólo tiene el nombre. Dejando de lado
las formas más perversas de asociacionismo, como el partido político,
encontramos que incluso las positivas no pueden ser tenidas por válidas si
hacen que el individuo renuncia a pensar, obrar y ser por sí mismo, desde sí
mismo, adoptando una posición de autonegación, sumisión y parálisis
anímico-transformadora.
La cultura occidental
clásica tiene como singularidad, inexistente en otras culturas, el otorgar una
importancia categórica a la acción individual, al despliegue de las capacidades
autoconstruidas de la persona. De ahí la concepción del héroe, o sujeto
magnífico que afirma en situaciones extremas, por libre iniciativa, sus
atributos reflexivos, volitivos, relacionales, creativos, planeadores, épicos y
transformadores, sin esperar a la acción colectiva y sin diluirse en el grupo,
en lo colectivo, ni tampoco delegar en él sus responsabilidades, deberes y
obligaciones.
El héroe cree en sí
mismo y, en tanto que ser humano, se percibe poderoso, dinámico y
transformador. Es una personalidad enérgica y afanosa, si bien no busca
realizar el interés propio en ninguna de sus formas dado que vive para un ideal
superior, transcendente. Tal es el héroe de la filosofía cínica, para el cual
la fortaleza del ánimo, la sobriedad vivencial y el compromiso individual son
lo primordial. Es el caso del héroe cristiano, o mártir, capaz por libre
iniciativa privativa de enfrentarse al Estado romano y a sus maldades,
escogiendo la muerte antes que la sumisión. Plutarco es el autor clásico más entregado
a promover la personalidad independiente que se atreve a todo.
No olvidemos la figura
de Don Quijote, el sujeto heroico por antonomasia, combatiente por el bien y la
libertad en todas las circunstancias, lo que ya aparece en obras anteriores,
por ejemplo, en el “Libro del caballero
Zifar”, anónimo del siglo XIV. El ideal de la caballería, con todas las
cautelas necesarias, ha de ser recuperado y actualizado. Reflexionemos acerca
de lo que enseña León Felipe, con imponente aliento épico, sobre que “el hombre, el hombre heroico es lo que
importa”. Lo primero y principal es la persona, el individuo (mujer o
varón), y después lo colectivo.
El gregarismo es una
caricatura del asociacionismo, de la acción colectiva, pues niega su base, el
individuo que cree en sí mismo, que se auto-capacita, que es libre y
responsable. No puede haber comunidad humana creativa y transformadora si no
está formada por sujetos que lo son en tanto que tales, previamente a asociarse,
y si no promueve de todas las formas posibles la iniciativa de cada persona. Lo
colectivo se construye sobre la afirmación de lo personal y no sobre su
negación. El gregarismo, o amontonamiento borreguil de seres nada bajo la
tutela despótica de un Jefe o Jefa, es cabalmente inútil, además de
contraproducente, para la transformación revolucionaria de la sociedad.
Lo colectivo rectamente
entendido, como una multiplicación de los atributos y poderes individuales, es
magnífico, al permitir logros que superan en mucho lo que un ser humano aislado
puede alcanzar. Pero si es un modo de nulificar y negar a la persona no puede
ser admitido.
Por tanto, conviene promover
un individualismo poderoso aunque sin arrogancia, sin búsqueda del interés
particular, que incorpore los ideales de servicio, cortesía, modestia, autocrítica,
afecto al otro en actos y renuncia a toda forma de poder, dinero, fama o goce,
especialmente al poder para sí, el mayor mal y la más grande maldad. Hay que
mirar hacia el interior de uno mismo para encontrar allí los elementos que nos
hagan sujetos de valía, personas de calidad, factores de libertad. Sin creer en
uno mismo, sin saberse y hacerse capaz, nuestro mundo, podrido hasta la medula,
no podrá ser revolucionado positivamente, y las masas de los subhumanos
contemporáneos no lograrán revertirse en seres simplemente humanos.
Por algo uno de los que deberían (a mi juicio) ser nuestros principales ídolos en la actualidad: Theodore Kaczynski, fue durante casi dos décadas el enemigo público numero uno en USA.
ResponderEliminarSaludos.
Totalmente de acuerdo con el post. Las minorías y no la mayoría, son las que cambian el mundo, y la minoría de uno, la que más, porque es la que sienta las bases. ¿Qué Alta Edad Media hubiese habido sin Cristo crucificado, qué concepción del Amor y la hermandad? Solo uno, cambió la historia por milenios. ¿Qué noción de Verdad/Racionalidad tendríamos sin Sócrates, ejecutado por su propio pueblo, como Cristo?
ResponderEliminarLos dos pilares, antiguamente, de la sociedad Occidental, la Razón y el Amor al prójimo, construidos solo por DOS seres humanos.
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Creo que el blog debería poder editarse en versión pdf, con el recopilatorio de todos los posts. Si algún día me animo, lo haré si al autor le parece bien, y se lo pasaré. Lo digo porque hay auténticas joyas aquí escritas, que en formato libro, serían mejor preservadas para la posteridad.