Esteban Vidal
En
los últimos tiempos hemos asistido a la proliferación de las teorías de la
conspiración y al desarrollo del conspiracionismo como fenómeno sociopolítico.
Esto es especialmente notorio en los medios de la disidencia política donde han
florecido muchas de estas teorías, lo que constituye no sólo una novedad sino
también un problema en la medida en que no se ha llevado a cabo una reflexión
serena, racional y crítica de estos planteamientos. Por el contrario se ha
optado por aceptar irreflexivamente muchas de estas teorías, al mismo tiempo
que se ha evitado cualquier análisis crítico que significase un cuestionamiento
del verdadero papel que estas desempeñan tanto en los medios de la disidencia
como en el conjunto de la sociedad.
Ciertamente
a lo largo de la historia, y aún en el presente, han existido conspiraciones de
todo tipo, pero estas se han circunscrito a ámbitos y situaciones muy
concretas. Esto es especialmente claro, por ejemplo, en la práctica totalidad
de magnicidios y golpes de Estado, y de los que la historia da perfecta cuenta.
Sin embargo, el problema no está en constatar la existencia de conspiraciones,
sino en hacer de la conspiración una concepción del mundo a través de la que
explicar el conjunto de la realidad. Y es aquí donde hacen su aparición las
famosas teorías de la conspiración.
La
necesidad del ser humano de entender el mundo tan complejo en el que vive, y la
ineficacia que han demostrado las ideologías y las teorías políticas para llevar
a cabo con éxito esta tarea, ha empujado a ciertos sectores de la población a
buscar respuestas en otra parte, y sobre todo a mostrarse receptivos hacia
puntos de vista y explicaciones estrafalarias que, entre otras cosas, tratan de
resolver de modo simplista muchas preguntas que las personas se hacen sobre la
realidad en la que viven. Esto no hace sino demostrar que nos encontramos ante
un problema epistemológico, que ataña al modo en el que conocemos la realidad,
y que es el resultado del estrepitoso fracaso de las grandes ideologías con sus
metarrelatos y sistemas teóricos. Todo esto, junto al estado de ánimo de
desconfianza generalizada que se ha implantado en la sociedad, ha creado unas
condiciones favorables para que las teorías de la conspiración hayan encontrado
una audiencia receptiva.
Las
teorías de la conspiración se presentan como explicaciones, a veces más o menos
ingeniosas, que tratan de resolver el problema que el sujeto tiene a la hora de
entender la realidad. Y lo hacen mediante el desarrollo de una narrativa que
gira en torno a una trama oculta en la que una minoría omnipotente, pero
desconocida para el gran público, desarrolla envuelta en el secretismo sus
planes de dominación mundial. Esta minoría que actúa desde la sombra es la que controla
los resortes del poder con los que dirige el curso de los acontecimientos en el
mundo, y maneja a su antojo a todos los demás que son, en definitiva, meras
marionetas suyas.
A
tenor de lo antes expuesto las teorías de la conspiración manifiestan un
tremendo simplismo en sus explicaciones y en su lógica discursiva, lo que sólo
tiene éxito en la medida en que apela a la sospecha y desconfianza como
disposición de algunas personas y sectores sociales a asumir unos
planteamientos paranoides. De hecho, las teorías de la conspiración son por lo
general autorreferenciales, de forma que únicamente aceptan como evidencias
aquellos hechos que confirman sus propias explicaciones y que caminan en la
misma dirección de su lógica discursiva. El conspiracionismo viene a ser la
expresión política del pensamiento paranoide, y como tal se muestra rígido e
incorregible, lo que lo hace monolítico e inamovible, de modo que no tiene en
cuenta las razones contrarias al recoger, como se ha dicho, datos o signos que
confirman sus prejuicios para convertirlos en convicción.
Si
lo anterior muestra el modo en el que operan las teorías de la conspiración, lo
más importante es el fin al que en realidad sirven. Es habitual que se hable de
vez en cuando de conspiraciones de uno u otro tipo, pero lo problemático entre
quienes se adhieren a las tesis conspiracionistas es que no existe ningún
cuestionamiento de su finalidad, ni tan siquiera se tiene en cuenta la
posibilidad de que estas puedan ser un instrumento de dominación o manipulación.
En este sentido las teorías de la conspiración son paradójicas, porque
formalmente pretenden liberar a la persona mostrándole la manipulación a la que
está sometida para, acto seguido, someterla a otro tipo de manipulación. A fin
de cuentas las teorías de la conspiración son sólo teorías que se basan en
conjeturas, suposiciones y en algunos hechos circunstanciales que son
utilizados como base fáctica para legitimar sus postulados. Y a veces ni
siquiera tienen una base fáctica de ningún tipo.
Es
preciso hablar claro de una vez. Las teorías de la conspiración sirven
fundamentalmente para ocultar la realidad. Quienes se adhieren a ellas y las
convierten en su particular concepción del mundo demuestran una tremenda
incapacidad de análisis, lo que refleja igualmente una derrota intelectual.
Este tipo de teorías desvían la atención de los aspectos decisivos de la
realidad y pretenden hacernos creer que el mundo es fruto de un complot tramado
por jesuitas, masones, judíos, extraterrestres, George Soros, cátaros,
satanistas, illuminati, templarios, la familia Rothschild, los Rockefeller, el
club Bilderberg, la nobleza negra veneciana, etc. Según estas teorías estos
grupos sociales e individualidades que actúan en la sombra desempeñan la
función agente al ser los que toman las decisiones y ejercen el poder sobre la
sociedad. Pero esto es completamente erróneo. En primer lugar, porque estas
teorías hacen que la persona deje de tener los pies en la tierra y se deje
arrastrar por especulaciones y extravagancias sin una base real en la mayoría
de los casos, o a lo sumo meramente circunstancial en el mejor de los casos. En
segundo lugar, estas teorías son nuevos dogmas de fe que exigen la adhesión del
individuo para ser válidas, de manera que impiden la reflexión autónoma y
crítica, pues ya está la teoría que lo explica todo.
Por
último, hay que señalar que las teorías de la conspiración son en numerosas
ocasiones producidas por los propios servicios secretos de los Estados, o bien
difundidas por estos en el marco de sus campañas de desinformación,
manipulación, propaganda y desestabilización de sociedades, colectivos e
individualidades. Las teorías de la conspiración sirven a los intereses de los
Estados. Desviar la atención de los aspectos centrales y decisivos de la
realidad constituye la principal finalidad y razón de ser de estas teorías,
pues todas ellas llevan a callejones sin salida. Su efecto es desorientador ya
que sumergen al individuo en un cúmulo de mentiras y medias verdades que lo
alejan de la realidad para sumergirlo en la burbuja del conspiracionismo, lo
que en última instancia lo hace mucho más vulnerable y, en definitiva,
manipulable. En otras ocasiones este tipo de teorías resultan muy funcionales a
la hora de apuntalar estructuras ideológicas en declive y desacreditadas, de
tal modo que operan como recursos para justificar y legitimar ciertos
postulados políticos desfasados que por regla general se traducen en la defensa
del sistema de dominación vigente. Esto es muy frecuente en las sectas políticas
e ideológicas de todo tipo que están dispuestas a todo con tal de controlar y
ganar adeptos.
Tampoco
hay que olvidar la dimensión económica del fenómeno de la conspiración. Basta
con echar un vistazo a la cantidad gurús, comentaristas, portales de noticias,
conferenciantes, tertulianos y demás charlatanes de todo tipo y laya que se
mueven en el ambiente del conspiracionismo. Nos encontramos con una
considerable cantidad de libros, revistas, vídeos, artículos, programas,
documentales, etc., que pueblan redes sociales y multitud de canales de
comunicación difundiendo estas teorías, lo cual genera un volumen respetable,
todavía no cuantificado, de negocio. El conspiracionismo se ha convertido en
algo económica y profesionalmente muy rentable para quienes han sabido
introducirse en esta corriente y vender sus productos, además de darse a
conocer, incrementar su capital social y medrar en la jerarquía social.
Asimismo, el conspiracionismo ha originado nuevos grupos que giran en torno a
estas teorías, hasta el extremo de articular todo un espacio social en el que
una minoría, por medio de sus elucubraciones y explicaciones completamente
disparatadas, ejerce su poder ideológico.
El
Estado, el ejército, los jueces, la policía, las cárceles, la burocracia, las
leyes, los impuestos, los servicios de espionaje, etc., no son ninguna
conspiración. Están ahí y son plenamente visibles. Son estructuras de poder que
ejercen funciones de mando, que administran la sociedad según sus intereses
estratégicos, y que constituyen una minoría organizada. Conforman el poder
establecido al concentrar los recursos necesarios para tomar decisiones que son
impuestas a la sociedad. Desviar la atención hacia supuestos grupos sociales
que son presentados como más poderosos, sean los jesuitas, los masones,
satanistas o George Soros, es simple y llanamente desconectar completamente de
la realidad y sumergirse en la oscuridad de la mentira que convierte en tontos
útiles del sistema a quienes dan crédito a estas teorías. El poder en la
sociedad reside en el Estado y en las organizaciones que este sostiene para la
consecución de sus propios intereses, como ocurre con la propiedad privada en
los medios de producción y con el capitalismo en general. El Estado y el
capitalismo no son ninguna conspiración. En suma, el poder establecido no es
ninguna conspiración, en todo caso el modo en el que este es ejercido en la
medida en que ciertas decisiones e informaciones requieren ser mantenidas en
secreto. Por tanto, cualquier lucha por un mundo nuevo exige, entonces, conocer
el funcionamiento de la institución central en torno a la que se organiza la
sociedad, el Estado, así como de aquellas otras que desempeñan funciones
auxiliares a su servicio. Todo lo demás, como ocurre con el conspiracionismo,
es desviar la atención de esta realidad fundamental y decisiva, y por ello es
terminar colaborando con el sistema que nos oprime.
Extraordinario y esclarecedor artículo.
ResponderEliminarDisculpe Sr. Félix Rodrigo Mora, me deja usted atónito. Pretender que las élites dominantes, nacionales o no, visibles o no, lleguen a sus posiciones dominantes gracias a su sabiduría y nobleza y probidad, es cuanto menos inverosímil. Si no todos, la mayor parte de personajes encumbrados alcanzaron tales posiciones utilizando cualquier tipo de medio: el poder es una golosina y todos se la quieren comer. El asesinato, la intriga, la guerra, y hasta las revoluciones, han sido medios clásicos a través de la historia de auparse al poder de oligarquías, dinastías, soberanos, emperadores. La falta de escrúpulos caracteriza a aquellos (la mayor parte) que luchan por el poder, pues con muchos remilgos es realmente difícil de alcanzar. No hay que ser historiador, ni conspiracionista, ni paranoide, para darse cuenta de ello, es un rasgo constante que caracteriza al género humano y a nuestra historia. Desgraciadamente, el hombre o movimiento honesto, por el simple hecho de serlo, tiene todas las de perder y puede mantenerse en las alturas solo en el corto plazo.
ResponderEliminar¿Es esto conspiracionismo? ¿Ser consciente del pasilleo y las intrigas que rigen entre los que buscan el poder (y por supuesto de los que llegan a él)? ¿Ser consciente del sometimiento de la justicia al poder político (Pujol, la Infanta, los demás tres días y a calle)? ¿Ser consciente de la participación de policía y servicios de inteligencia en toda clase de ilegalidades y marramucias como el 23 F o los GAL? ¿Ser consciente de que quien aboca a adquirir deudas impagables a su país no tiene la voluntad de servirlo sino de acatar voluntades superiores? ¿De que quien privatiza el patrimonio nacional responde sólo a intereses particulares o foráneos? ¿De que leyes promulgadas en cascada, en lapsos cortos de tiempo, en diferentes naciones de diferente idiosincrasia, sólo pueden obedecer al sometimiento de gobiernos a premisas supranacionales? ¿Queda alguna duda de ello?
Sean iluminatis, satánicos, reptiles o banqueros, lo cierto es que existe ese poder y que actúa contra los gobiernos que no se someten: Siria, Libia, Venezuela... Eso no es conspiracionismo, es tener ojos y acometer la imprudencia de mirar cara a cara la fealdad del mundo del que participamos. Que haya quien tergiverse o manipule esta realidad, o quien se aproveche de ella, no significa que ésta no se dé.
Por otro lado negar la intriga y la "conpiración" y afirmar algo como que "las teorías de la conspiración son en numerosas ocasiones producidas por los propios servicios secretos de los Estados, o bien difundidas por estos en el marco de sus campañas de desinformación, manipulación, propaganda y desestabilización de sociedades, colectivos e individualidades" me parece realmente extravagante.
Si algo de lo que dije es mentira o no entendí su mensaje (que también puede ser), le ruego no dude en apuntármelo, Gracias.
Jordi Martí