¿Qué es lo que no agrada y no desea de la
clase trabajadora actualmente existente a los poderes políticos y económicos en
ejercicio en EEUU? Dos cuestiones, su rebeldía frente a los poderes estatales y
su resistencia a admitir las nuevas formas de salariado, cada vez más
degradadas en tanto que trabajo. Con la revolución de las comunicaciones y la
revolución de los transportes las minorías mandantes disponen de la posibilidad
de realizar uno de sus más decisivos sueños seculares, dotarse de unas clases
subalternas completamente serviles de forma estructural en lo político, lo
religioso, lo ideológico, lo laboral y lo económico. Para ello buscan la
extinción de las existentes hasta ahora, su liquidación física como forma de
eliminación de una determinada cosmovisión, la que emerge en Europa Occidental
de la revolución altomedieval, según el dicho de que “muerto el perro se acabó la rabia”.
La
meta es sustituir a esa clase, el viejo proletariado estadounidense, por
inmigrantes, tan aculturados, atomizados, aterrorizados, desestructurados y
desorganizados (como grupo y como personas) que se adapten dócilmente a las
nuevas formas mega-degradadas de salariado, que acepten sueldos miserables y,
sobre todo, condiciones de existencia y trabajo abyectas, peores que las de los
esclavos de la Antigüedad. Pero eso no es todo. Desean que esa nueva clase
laboral sea al mismo tiempo ilimitadamente sumisa en lo político, que se doblegue
y supedite al ente estatal como deidad todopoderosa, que se reduzca a dejarse
gobernar, manejar, de un modo y con un ánimo dócil y sumiso al completo, no
como las clases populares autóctonas, que han sido durante siglos (hoy mucho
menos) causa permanente de revueltas, motines e incluso revoluciones.
En
EEUU el proceso de extermino de la veterana clase obrera se ha ido ya
realizando en los últimos decenios sometiéndola al acoso de las jaurías
exterminacionistas del progresismo y la izquierda, financiadas todas ellas por
el Estado. Como dijo Hillary Clinton los “racistas,
xenófobos, machistas, homófobos e islamófobos”, esto es, los hombres y
mujeres de las clases populares, tienen
que ser perseguidos y linchados, lo que muestra quiénes componen las bandas
exterminacionistas (formadas, entrenadas y financiadas sobre todo en las
universidades), en primer lugar el feminismo, luego el racismo negro, después
los homosexuales y lesbianas y finalmente (para EEUU, no para la UE) los
musulmanes.
Estos grupos, todos ellos
fomentados y organizados desde el poder, llevan muchos años atacando a los
trabajadores para destruir su autoestima, excitar el autoodio y forzarles a numerosas
formas de suicidio, directo e indirecto, y muerte prematura aceptada. El paso
siguiente debe ser marginarlos al completo como modo de liquidarlos en tanto
que grupo humano, sustituyéndoles por emigrantes, a poder ser musulmanes, que
llegan habituados a someterse y obedecer, lo que es magnífico para los poderes
constituidos, pues no se olvide que islam significa “obediencia”. Por eso el gran capital alemán, tormento y verdugo de
Europa toda, ha metido en su país sólo en 2016, más de un millón de inmigrantes
musulmanes. Como en tiempos de los nazis la fascistización de Europa hace
necesaria su islamización.
Una masa laboral infinitamente
obediente, sumisa, entregada al poder constituido, es una necesidad apremiante
para el nuevo capitalismo multinacional. Con ella espera resolver el “enigma de la productividad del trabajo”,
es decir, el estancamiento de los rendimientos laborales en las empresas desde
finales de los años 60 del siglo XX, a pesar de la incorporación de sucesivas
tandas de tecnología[1], lo que
se explica por la hostilidad persistente y multiforme de los trabajadores al
salariado neo-esclavista hiper-tecnologizado, comportamiento que surge de los
fundamentos mismos de la cosmovisión peculiar y propia de la cultura occidental[2]. Ésta ha
entrado hace mucho en colisión con el capitalismo de última generación, multinacional,
además de con el Estado hipertrofiado actual. La solución que acarician éstos
es destruir la base étnica de tal resistencia, sustituyendo a la población
autóctona por la emigrante, en particular por la musulmana, habituada a
obedecer y a someterse de un modo excepcionalmente efectivo y rotundo, dado que
en sus sociedades ni siquiera existe la noción de libertad individual ni de
libertad colectiva ni de libertad política ni de libertad civil, y mucho menos
la de libertad de conciencia.
Pero
este proyecto genocida, apoyado con furor por la izquierda y las jaurías, tiene
graves inconvenientes para el poder constituido. El primero es que quienes van
a ser exterminados se resisten. De hecho, la resistencia al feminismo, el
principal vector exterminacionista en EEUU, es ya tan fuerte (en mujeres quizá
más que en hombres) y está tan extendida que ha estado a punto de producirse un
alzamiento popular contra él, de manera que Trump ha intervenido para evitarlo,
encauzando el descontento popular por vías institucionales y parlamentaristas.
Lo mismo, aunque menos, con el racismo negro, particularmente militarista y
codicioso.
El segundo es que si se
otorga un trato tan despiadado a esas gentes es imposible que proporcionen
soldados de una mínima calidad, en un momento en que el enfrentamiento militar
con China se sitúa a la vuelta de la esquina. Porque, aunque hoy el ejército de
EEUU, que es el meollo del poder imperial USA, está formado en una proporción
excesiva, en relación con su porcentaje poblacional, de negros, feministas y
homosexuales, los novísimos lansquenetes del capitalismo multinacional yanki,
numéricamente son insuficientes en términos absolutos. Así pues, Trump tiene
que intervenir para que los intereses políticos y militares sean tenidos en
cuenta, de manera que no sea sacrificado todo a la codiciosa voluntad empresarial
de disfrutar de una nueva clase trabajadora mega-esclava.
Lo que hay en este asunto
es, en realidad, un dilema para el poder imperial yanki, que no puede atender a
dos metas discordantes a la vez. La situación ha empeorado para aquél debido a
que China, su verdadero rival, no está desfondándose en lo económico y social
sino que mantiene su vigor económico y financiero casi intacto, mientras que
EEUU decae día a dia. Por tanto, en la perspectiva de un choque militar, o de
un sistema de nueva guerra fría, a imitación de la que libró contra la Unión
Soviética, el Pentágono, que es el principal poder de facto en EEUU, exige
moderar e incluso suspender por un tiempo la estrategia de exterminio de la
vieja clase obrera. Eso requiere no sólo poner el bozal a las jaurías y dejar
de lado diversos proyectos de ingeniería social sino tomar, tal vez, un
conjunto de medidas económicas (reforzar la base industrial del país reduciendo
las deslocalizaciones, etc.), demográficas, culturales, poblacionales y otras.
China es el enemigo. La orientación
de mantener a este país centrado en llevar al mercado mundial productos baratos
mientras EEUU, Europa y Japón se especializan en bienes de alto valor añadido
ha resultado un fiasco, pues China ha logrado burlar tal proyecto y está a
punto de ser la primera potencia tecnológica, por tanto, la muy posible primera
potencia militar del planeta en sólo un decenio. Esto ha originado pánico en
las elites yankis, y la consecuencia es Trump.
La línea estratégica para
derrotar a China ahora se concreta en buscar la alianza con Rusia, que no es
rival en lo económico, sólo en lo militar y precariamente por su endeblez productiva
y financiera. Con Rusia al lado, y con Japón de aliado, China puede ser
volteada. Pero eso significa entregar a Europa a la avidez imperial de Rusia,
que es el pago que ésta exige para alinearse con EEUU. Esta es la razón, una de
ellas, por la cual Trump está siendo recibido en la UE con una tempestad de
insultos y calumnias. En particular, Alemania siente temor ante la retirada de
EEUU de Europa, lo que la dejaría en una frágil situación ante Rusia.
Trump exige que la UE
eleve su gasto militar hasta el 2%, más del doble del actual, si quiere
defenderse, pero esto será una carga más para la debilitada economía europea,
por no hablar de su exhausta demografía, su mayor punto débil. Trump se va a
replegar estratégicamente en Europa, dejándola abandonada a su suerte, para
centrase en el Pacifico y Asía, que es donde hoy se disputa el futuro de la
hegemonía imperial mundial. Así las cosas, la UE se convertirá en una potencia cada
vez menos relevante, lo que tendrá una derivación económica decisiva. Europa hoy
es, en todos los aspectos, el pasado, salvo que se reinvente con la revolución
popular, como hizo en la Alta Edad Media.
En todo ello hay un
cambio de estrategia. Hasta ahora el plan general era una alianza entre EEUU,
UE y el islam para cercar y vencer a China, entregando Europa a éste, como
compensación y para realizar la sustitución étnica, la limpieza racial.
Recordemos el discurso de Obama en El Cairo en junio de 2009 ante la plana
mayor del clero islámico suní, que vino a revalidar la alianza estratégica
entre las élites occidentales y la clerecía islámica mundial suscrita en 1945,
que a su vez actualizaba el pacto secreto firmado en el siglo XIX, gracias al
cual, entre otros muchos servicios de dicho clero al imperialismo de Occidente,
Franco pudo reclutar 100.000 musulmanes y prevalecer en la guerra civil. Pero
los acontecimientos de Siria han manifestado que el clero musulmán suní es
mucho más débil de lo que EEUU suponía, además de ser un aliado poco fiable.
Esto ya se puso de manifiesto en los sucesos de 2001, cuando Los Saud de Arabia
(o al menos una fracción de ellos) atacaron a EEUU con los atentados de
septiembre, convencidos de que podrían derrotarlo, acto que fue mero
voluntarismo irracionalista, un enorme error estratégico alentado y dirigido
por Bin Laden, aquel multimillonario violento que tenía el cerebro colapsado
por un exceso de religiosidad.
Los cambios estratégicos
en este terreno se iniciaron hace años, aunque dubitativamente, buscando la
alianza con el islam chií, con Irán y algunos de sus satélites, lo que es ya
una sólida realidad. Pero sobre todo, con la llamada “revolución energética” de USA que, por sus consecuencias últimas, es
una ruptura implícita con el clero islámico planetario, al reducir notoriamente
los ingresos de las petromonarquías de extrema derecha. De todo ello puede
salir una crisis sin precedentes de esa religión, ya sometida a una exposición,
tensión y riesgo enormes, que puede entrar en estado de desarreglo no tardando.
Si no lo ha hecho ya es por el descomunal apoyo del imperialismo occidental,
que la mantiene y alienta de un número enorme de formas y maneras. Pero el
futuro de los Saud es probable que se
asemeje mucho al de la familia Gadafi, sobre todo si Trump da vía libre a la
billonaria demanda que les han puesto los familiares de las víctimas del 11-S.
Pero, ¿lo hará? Obama empezó la ofensiva apoyando bajo cuerda a los rebeldes
del Yemen, lo que ha llevado a una guerra en que Arabia se está desangrando.
Siria
ha manifestado no sólo la torpeza y debilidad de EEUU sino la endeblez del
aparato clerical suní, incapaz de mover a escala mundial más que a unos miles
de combatientes. Parece cierto que la gran mayoría de las personas que viven en
los países de religión musulmana no siguen al clero en aventuras militares,
sólo lo hace una reducida minoría. EEUU ha sido derrotada en Siria, quedando
Rusia como vencedor. Además, las fuerzas islamofascistas suníes financiadas por
EEUU han demostrado ser altamente disfuncionales, permanentemente enzarzadas en
sangrientas disputas intestinas por poder y dinero e incapaces de unirse, con
escasa capacidad combativa y sólo buenas para hacer matanzas que ponen en
evidencia a sus padrinos, en Occidente EEUU, Inglaterra y Francia, en el islam
los Saud, Qatar y el clero islámico europeo ligado a los servicios secretos,
una buena parte de él. Así pues, Trump expresa su limitado interés por un
aliado que además de ser incompetente y débil crea problemas de todo tipo. De
ahí su “islamofobia”. En consecuencia desea estrechar lazos con el Estado
sionista, lo que será un varapalo para los amplios sectores del pueblo
palestino que se han vendido al islamofascismo, perdiendo con ello toda
autoridad y legitimidad frente al sionismo.
El
asunto del Estado Islámico ha sido un descrédito enorme para el progresismo y
el feminismo mundial. Constituido por el par B. Obama-Hillary Clinton, o sea,
por el poder negro progresista y el poder feminista de EEUU, ha resultado ser
tan monstruoso como torpe, desleal y disfuncional. Mientras EEUU deseaba que
derrotase a Assad, por tanto, a los rusos y a los iraníes al mismo tiempo, lo
que hizo fue asentarse en determinados territorios para crear un despotismo musulmán
propio, siguiendo las orientaciones de los Saud. Sus maldades y carnicerías han
puesto en evidencia, al mismo tiempo, al islam, haciendo que millones de
personas, no musulmanes y musulmanes, empiecen a comprender la verdadera
naturaleza de esa religión, lo que entorpece en mucho el proyecto de
islamización/fascistización de Europa (el de Hitler y los nazis, adoptado hoy con
escasas alteraciones) que Alemania y sus cipayos locales (Mariano Rajoy en
nuestro caso, en esto respaldado por Pablo Iglesias) desean efectuar.
Que el par progresismo
negro-feminismo militante haya sido capaz de crear, financiar y equipar un
grupo fascista clerical de unos 40.000 efectivos armados manifiesta la verdadera
naturaleza del progresismo contemporáneo, una forma de totalitarismo, una nueva
expresión de fascismo, en la forma de fascismo de izquierdas[3]. Hay que
retroceder hasta las andanzas de los jémeres rojos en 1975-1979, los comunistas
que mataron a 1,5 millones de personas en Camboya, para encontrar algo similar.
Es coherente que Hillary, feminista de toda la vida, haya puesto en pie a un
régimen de terror tan extremo que es capaz de quemar vivas a 19 mujeres
iraquíes en junio de 2016 por negarse a tener sexo con gerifaltes del Estado
Islámico, esto es, con los amigos, protegidos y aliados de Hillary. Sin duda,
quemar vivas a 19 mujeres es muchísimo más que los “micromachismos” que preocupan a los y las discípulas locales de la
jerarca yanki.
Llegados a este punto de
perfidia y disfuncionalidad el progresismo y sus jaurías entran en regresión. Y
llega Trump con una nueva estrategia. Una vez que los mayores poderhabientes
yankis están alcanzando la conclusión de que el poder islámico mundial sólo
puede ser, dado su elevado grado de decadencia, fragmentación, alejamiento de
la realidad, limitado apoyo popular e incompetencia persistente, un peón
secundario que a menudo ocasiona más problemas que aportaciones a la contienda
por la hegemonía mundial en las nuevas condiciones, hay que variar de doctrina
estratégica[4].
(Continuará)
[1]
Una buena síntesis de este asunto, que debe ser cabalmente comprendido hoy, se
encuentra en “La ofensiva de los
tecnopesimistas”, N. Nosengo y P. Bolinches. Este trabajo, así como otros
varios que no es posible citar ahora por falta de espacio, refutan las sin
fundamento alguno ilusiones que muchos ponen en la tecnología aplicada a la
producción. No, no hay una solución tecnológica a los problemas económicos del
siglo XXI. La solución está en la revolución.
[2]
El libro de Harry Braverman, “Trabajo y
capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX”, es de
lectura imprescindible para comprender acertadamente la situación hoy, en el
siglo XXI. Lo que expone es conciso: el trabajo asalariado se degrada más y más
por la voluntad de los capitalistas de ampliar su grado e intensidad de poder
en el interior de la unidad productiva, de la empresa. Y al degradarse inexorablemente
degrada al trabajador, como tal y como ser humano. Llegado a un punto, se dan
cuatro acontecimientos interrelacionados: 1) el trabajador ya no puede soportar
la presión y se va quebrando como persona, 2) ese sujeto en desintegración no
puede, y no quiere, impulsar la productividad del trabajo, de modo que ésta se
estanca, 3) los costes ocultos de todo ello suben en flecha, como enfermedades,
medicalización, drogadicción, desintegración familiar, ocaso de la natalidad,
etc., 4) la tecnología deja de ser efectiva productivamente. Sólo una
revolución del trabajo, que convierte en un acto libre y creativo el trabajar,
puede resolver este problema. La solución ideada en las alturas del poder es
otra, realizar la sustitución étnica de la mano de obra.
[3]
Refuerza la tesis de que el progresismo y sus jaurías, o religiones políticas,
son la nueva forma de totalitarismo su bien conocida obsesión con la censura,
su desprecio por la libertad de expresión, su repudio de la libertad de
conciencia, su falta de respeto por el otro. Pretenden imponer al conjunto de
la población lo que debe y no debe pensar y decir valiéndose de la fuerza. En
vez de debatir púbicamente para ganar en buena lid con argumentos cada vez
mejores, su fórmula, universalmente repetida, es la censura, la exclusión y la
marginación. Claro que no pueden hacer otra cosa, dado que su argumentario es
una combinación de mentiras, errores, ignorancia, disparates y locuras, así que
en un debate abierto pierden. Por eso su baza ha de ser el miedo que suscitan
en el público, que es el arma de todos los fascismos. Son una versión de la “Hisba”, o policía religiosa del Estado
Islámico, con la que se fusionarán organizativamente cuando culmine la
islamización/fascistización de Europa, si es que ello no es frustrado por la
revolución. Todo fascismo se caracteriza por negar la libertad de conciencia,
por ahogar la libertad de expresión. En eso progresismo, feminismo, racismo
negro e islamofascismo son maestros. Su impopularidad viene en gran medida de
ahí. Una denuncia excelente de las jaurías progresistas es el video “Modern Educayshun”, Noel Kolhatkar,
que enfatiza su naturaleza represiva y exterminacionista, además de simplemente
demente.
[4]
Henry Kissinger, en “Orden mundial”,
2014, otorga al islam (es decir, al clero islámico suní mundial) un estatuto de
gran potencia. El tiempo transcurrido y un mejor conocimiento de la realidad
última lleva a Trump a corregirle en esto. Los países islámicos son, para
empezar, un fiasco económico. Por ejemplo, la capacidad exportadora de todos
ellos, dejando a un lado el gas y el petróleo, es similar a la de Finlandia, lo
que resulta de la disfuncionalidad básica del orden social basado en el islam.
Éste sólo tiene como activo la violencia y su gran capacidad para crear seres
humanos ultra sometidos y dóciles, con formaciones sociales en las que el
abismo entre los pobres y los ricos es mayor que en cualesquiera otras. Pero
todo eso se está manifestando, para el siglo XXI, como factores de debilidad
que EEUU comienza a evaluar con objetividad. El actual auge del islamofascismo
dentro del islam está siendo un fracaso para sus promotores y esa religión tendrá
que enfrentarse a crisis graves a medio plazo, similares, por ejemplo, a las
que sufrió el comunismo y el izquierdismo con la derrota de la Unión Soviética
en 1989-1991. La “revolución energética” fomentada por EEUU, que ya ha logrado
ser casi autosuficiente en petróleo y gas, es una decisiva medida
anti-islámica, como se ha dicho, debido a que es el dinero, mucho más que la fe
y la conversión interior, lo que ha impulsado y estructurado el actual ascenso
del islam.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: Los comentarios podrán ser eliminados según nuestros criterios de moderación, que resumidamente son: aquellos que contengan insultos, calumnias, datos personales, amenazas, publicidad, apología del fascismo, racismo, machismo o crueldad.