Sobre
quién manda en nuestra formación social hay, sobre todo, seis interpretaciones.
La aserción oficial es que el poder lo ejerce el pueblo, “del que emanan (sic) los poderes del Estado” según la estrambótica
proposición del artículo 1.2 de la Constitución, aferrada a la irrazonable doctrina
de la “emanación”. Tal formulación, como es obvio, no refleja lo que sucede
realmente, al ser huera retórica destinada a ocultar que padecemos un régimen
de dictadura política en el que la soberanía popular es ficticia, inexistente.
La
segunda es que nadie toma e impone decisiones, y que los acontecimientos
simplemente “tienen lugar”, “suceden”. Tan primaria concepción se refuta sola.
Una tercera atribuye los acontecimientos axiales a organizaciones secretas o
semi-secretas que operan en la sombra, o a individuos poderosísimos que dominan
el mundo con dinero. Mandan el sionismo, el club Bilderberg, la masonería,
algunos célebres banqueros, George Soros, la CIA (entendida como sociedad
secreta y no como lo que es, una agencia estatal financiada con los fondos del
presupuesto de EEUU, un “Estado dentro
del Estado”, según frase acuñada), los jesuitas u otros entes similares, y
lo hacen a través de actos conspirativos continuados. Aunque es indudable que
aquéllos tienen poder y que nadie puede negar la existencia de conspiraciones, muy
reales y bastante habituales, tal concepción no logra percibir lo primordial
del sistema de mando y dominación institucionalizado actual, el aparato
estatal, que en el plano global se hace red de Estados y de organizaciones de
unificación de entes estatales, como la UE, la OTAN y varias más[1].
La
cuarta es que lo principal del dominio y soberanía reside en los supuestos amos
del dinero, los banqueros y grandes empresarios privados quienes ejercen la
potestad de ordenar y mandar, con el Estado y los Estados a sus órdenes, al ser
sus subordinados, sus sirvientes. Los puntos débiles de tal concepción son: 1) incluso
en lo económico los recursos de los aparatos estatales son superiores a los de
la empresa privada, al apropiarse de un 40-60% del PIB (para España ahora el
porcentaje es ligeramente superior al 50%, creciendo año tras año); 2) el poder
económico es sólo una parte, existiendo junto al político, militar, judicial,
mediático, religioso y otros; 3) el centro del poder en el día a día es el
Estado; 4) el Estado existe desde mucho antes que el capitalismo. Concebir el
poder como única o principalmente poder económico es un error surgido de una de
las fes burguesas más comunes, el economicismo, que expresa el culto por el
dinero y la riqueza material propios de la ideología capitalista.
La
interpretación número cinco es que el poder lo ejerce el presidente del
gobierno y el gobierno. Tal formulación ignora que existe en el aparato estatal
una compleja estructura de toma de decisiones, fijación de estrategias e
intervenciones resolutivas-constrictivas para los asuntos y problemas de
importancia, al que se subordina en todo lo esencial el gobierno y su
presidente, meros actores políticos simbólicos que en todo lo cardinal deben seguir
a las instituciones del Estado y a los poderes económicos de la gran empresa
privada. Por eso no es relevante quién resulte votado en unas elecciones, pues el
presidente del gobierno dispone de poder nominal y ceremonial. Es un elegido (en
comicios no-libres) que se subordina a los poderes efectivos, no elegidos, que
simplemente están ahí. El hecho de que estos últimos posean lo medular del
ejercicio real del poder es otro dato probatorio de que padecemos un régimen de
dictadura política, con el Estado como sujeto agente de dicha dictadura, tirano
o dictador corporativo.
La
sexta es que la soberanía y el mando lo ejercen las instituciones del Estado en
estrecha conexión con el gran capitalismo, de facto monopolista, el cual
depende del ente estatal también en lo económico, pues sin los repetidos
rescates de bancos y grandes empresas a cargo del Estado, aquél hace tiempo que
habría desaparecido, es más, ni siquiera habría llegado a existir
significativamente[2].
De manera que en la relación Estado-gran empresa el primero, el ente estatal,
es la parte más fuerte y por ello la dominante y dirigente, como se ha
evidenciado en la gran crisis económica última, la de 2008/2014, en la que el
Estado resistió pero el gran capital se desplomó. Esta es, por tanto, la
interpretación más acorde con la realidad, al ser experiencial y no arbitraria
ni doctrinaria ni teorética ni dogmática.
Las
potestades del Estado se manifiestan, en primer lugar, en el poder ejecutivo,
que sólo nominalmente reside en el gobierno de turno. Su esencia es de
naturaleza coercitiva y se materializa en el bloque formado por el ejército más
el aparato policial, hoy constituido por unas 400.000 personas en España, lo
que le convierte en el bloque organizado con más personal. Éstas, además de estar
equipadas, armadas y entrenadas para el ejercicio de la violencia (si hace
falta, contra el pueblo/pueblos, como en 1936), tienen un peso económico y
tecnológico formidable. La Constitución presenta al ejército como el cimiento
del “ordenamiento constitucional”
(artículo 8.1), manifestando así -sin pudor- que estamos ante una forma
específica de dictadura militar, como acontece con todos los sistemas
parlamentaristas y partitocráticos, sean monárquicos o republicanos[3].
La
facultad legislativa, hacer y promulgar las leyes, no es potestad del
parlamento, salvo de manera retórica y formal. Las normas legales las elaboran
entre bastidores las diversas instituciones del estado, y el parlamento se
limita a escenificar parodias de debate y promulgación, a cargo de
parlamentarios ignorantes, venales, incompetentes y haraganes, cuya única función
es mantener la ficción ante la plebe de que existe la soberanía popular, y que por
tanto el actual sistema no es lo que es, una dictadura de un bloque unificado de
hiper-poderosas minorías. Está asimismo el aparato judicial que aplica las
leyes e impone su cumplimiento castigando a
los infractores. En él reside lo esencial del poderío para punir y violentar
al pueblo.
Hay
más minorías mandantes, entre las que destaca el conglomerado funcionarial o
burocrático, ejercido por los altos cuerpos de funcionarios que reside en los
diversos Ministerios. Es una enorme pifia ignorar el formidable aparato
ministerial, imprescindible para la toma de decisiones y el ejercicio del poder
real del conjunto del sistema, al realizar periódicos traslados al resto del ente
estatal-gubernamental de sus análisis y conclusiones, que son el fundamento de
las decisiones políticas, económicas, legislativas y de otro tipo que adoptan
el bloque de los diversos poderes. Hoy en España hay 13 Ministerios (se llegó a
16), y en cada uno de ellos trabajan equipos bastante activos y preparados de
analistas, estrategas y planificadores, sin los cuales no puede entenderse el
funcionamiento del régimen de dominación vigente[4].
El
Estado posee, además, un peso económico decisivo, el mayor de todos. Proviene,
por un lado, del sistema fiscal y recaudatorio que arrebata coercitivamente a
la sociedad civil una masa enorme de riqueza; del derecho autootorgado para la
emisión de dinero fiduciario (ahora esta prerrogativa está delegada en el Banco
Central Europeo), y del sistema de capitalismo de Estado, que capitaliza en el
ente estatal el fruto de la explotación de los millones de asalariados que
trabajan en las empresas del capitalismo de Estado.
Hoy,
el Estado es la principal fuerza económica de la sociedad.
Está
activo, además, el poder tecnológico, que es esencialmente estatal-militar,
considerando que quizá el 70% de los científicos y técnicos trabajan directa o
indirectamente para las fuerzas armadas. No se puede olvidar el poder
mediático, el poder intelectual, el poder educacional o académico y el poder
religioso. Los partidos políticos son también un poder en sí mismo, al ser un
apéndice del aparato estatal, que cumplen una función de encuadramiento,
manipulación y adoctrinamiento al mismo tiempo. Sin ellos el actual sistema no
podría mantenerse. Constituyen un partido único de partidos, con su división
clásica en izquierda/derecha y el ordenado acceso por turno al gobierno, esto
es, a la posibilidad de expoliar las arcas del Estado, para que los políticos
profesionales de derecha e izquierda se llenen los bolsillos, asunto que es
estructural y por ello inerradicable. Existen, asimismo, los poderes
supraestatales, ya citados, UE, ONU, OTAN, etc., uniones y articulaciones de
Estados para cumplir fines específicos.
Además,
están los poderes económicos, que se instituyen formalmente en las
organizaciones empresariales, aunque en lo principal se erigen como fuerza de dominio
e intervención en congregaciones extraordinariamente selectas y elitistas, por
completo vedadas a la gente común y en general desconocidas e incluso secretas[5].
Todos
los poderes señalados forman grupos patricios y señoriales que dominan al
pueblo/pueblos y viven del trabajo de éste. Constituyen, al articularse, el
tirano o dictador colectivo que niega la libertad y la democracia en la
sociedad actual. El sistema legal establece los procedimientos y las normas por
los cuales tales conjuntos (reducidísimos numéricamente) se unifican en un
único bloque de mando, contra las clases populares del interior y contra entes
extranjeros.
Así
pues, el poder real es el descrito siendo su condición la de no-elección,
permanencia e inamovilidad, mientras que la del poder nominal y ficticio en lo
principal, gobierno y parlamento, es la de amovilidad, fugacidad y elección en
comicios sin libertad de expresión, al llevarse a cabo bajo la autocracia mediática
constituida, un ominoso aparato dictatorial entregado al adoctrinamiento de las
masas.
Lo
peculiar de nuestro tiempo es el crecimiento desmesurado del poder efectivo del
ente estatal y de la clase empresarial. El ascenso en flecha del primero se
pone de manifiesto en que si hace sólo un siglo la fracción del PIB que se
apropiaba el Estado no llegaba el 15% hoy supera el 50%. En aquellas fechas no
se había constituido todavía la gran compañía capitalista multinacional
contemporánea, existiendo multitud de ellas pero casi todas de limitado poder y
restringidos recursos. Hoy, tras haber tenido lugar un proceso de concentración,
sustentado sobre todo en continuas absorciones y fusiones, ha emergido una
empresa capitalista que cumple la función de tiranía económica extrema, tan
enorme y despótica como irracional e ineficiente. Esto se manifiesta en el
estancamiento de la productividad del trabajo en los países desarrollados desde
1970 más o menos. Podemos decir que el capital ha alcanzado una etapa de
senilidad y estancamiento que no logra remontar, eso cuando no se desploma en crisis
agónicas de las que únicamente el ente estatal parece capaz de sacarle.
Un
Estado cada día más tendencialmente omnipotente y una gran empresa
elefantiásica son la negación de la libertad en todas sus formas. Este es el
problema principal de nuestra época. Dicha concentración extrema del poder y la
propiedad ha tenido lugar sobre todo en los últimos tres o cuatro decenios. Poner
fin a ese intolerable estado de cosas es la tarea número uno de la revolución
popular integral, cuya estrategia y planificación está por desarrollar en lo
fundamental, tarea a realizar por los que desde distintas y plurales
perspectivas no quieren ni pueden vivir en un mundo sin libertad, que es la
condición primera para el desenvolvimiento de lo humano.
[1]
Un estudio sintético pero completo del aparato estatal española se efectúa en “Diagrama sobre el Estado Español”,
Equipo de Análisis del Estado. Su lectura, fácil y rápida al ser un texto
breve, es recomendable.
[3]
Si el Estado es el poder decisivo, dentro de él lo esencial es el ejército. Esto
se manifiesta en todo, también en la vida económica. Uno de los grandes libros
de economía escritos en los últimos años, “El
Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado”, de Mariana
Mazzucato, muestra que ha sido sobre todo el ejército de EEUU quien ha ido
promoviendo las innovaciones tecnológicas surgidas de Silicon Valley, en
particular el ordenador personal. Es más, ironiza con elegancia sobre las
balandronadas de Steve Jobs en un capítulo esclarecedor, “El Estado detrás del iPhone”. Por Estado hay que entender sobre
todo al poder militar. Advierte que tales innovaciones exigían unas inversiones
tan descomunales, aventuradas y escasamente rentables a corto y medio plazo que
sólo podían ser efectuadas por el ente estatal, no por la gran empresa privada.
Dicha autora concluye que todo resultó del “apoyo
financiero del gobierno y el ejército”, no de esa ficción denominada “libre
empresa”, o “libre mercado”, que nombra lo que nunca ha existido como elemento
determinante y lo que hoy existe menos que nunca. Tal análisis arriba
exactamente a las mismas conclusiones que mantengo, para los orígenes y etapa
inicial del capitalismo, en mi libro “La
democracia y el triunfo del Estado”. Ciertamente, Marx se equivocó en
numerosas cuestiones sustantivas, comenzando por su interpretación sobre la verdadera
naturaleza del capitalismo, y lo hizo porque siguió una epistemología
desacertada, admitir acríticamente la teoría económica en vez de estudiar la
economía realmente existente. Aunque alardeaba de materialismo su epistemología
fue idealista. Esto le llevó a no comprender la decisiva función que ha tenido y
tiene el aparato militar en la génesis y desarrollo del capitalismo, y a emitir
conclusiones equivocadas, de funestos efectos prácticos cuando han sido
aplicadas a la realidad. Sobre la centralidad del poder milita en EEUU hoy un
texto imprescindible es “La casa de la
guerra. El Pentágono es quien manda”, James Carroll
[4]
El quehacer de todos los centros de poder y dominación se basa en la labor de
analistas, planificadores y estrategas, de quienes depende para lo básico el
conjunto del aparato de dominación, político y económico. En general, los
estudios sociológicos ignoran este crucial asunto, pero algún autor mejor
informado y más honrado intelectualmente lo cita. Es el caso de Robert J.
McMahon en “La Guerra Fría. Una breve
introducción”, que en varias ocasiones se refiere a esta cuestión al
estudiar los acontecimientos que en el plano mundial tuvieron lugar en 1947-1991.
Entre los equipos de análisis y estrategia planificada los más importantes, a
mi entender, son los militares, al tener que aplicar en la práctica las
decisivas nociones de “seguridad
nacional” y “defensa nacional”.
Hay que volver a repetirlo: si no se entiende que la naturaleza última de todo
poder es de carácter coercitivo y que, por tanto, su médula es el aparato
militar-policial, no se comprende lo más importante de lo político.
[5]
En “Los grupos de interés en España. La
influencia de los lobbies en la política española”, J.M. Molins, L. Muñoz,
I. Medina, se analizan en detalle las organizaciones patronales visibles, pero
existen indicios de que no es en ellas donde
se realiza lo principal del enorme poder de intervención y mando de la
gran patronal. Las decisiones fundamentales se adoptan en otros ámbitos, mucho
más restringidos y ocultos.
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