Desde que existen los seres humanos, e incluso desde
antes de producirse la hominización, se han servido de las plantas para aliviar
sus dolencias y curar sus enfermedades. A esa práctica se la denomina
fitoterapia.
Claudio Galeno, el médico por antonomasia, se valía
de preparados con hierbas, frutos, raíces, cortezas y hojas, tratados de
variadas maneras, para curar. Dicho sea de paso, dice mucho de la inteligencia
de Galeno que fuera un adversario acérrimo de las funestas doctrinas epicúreas.
También Hipócrates utilizaba sus formidables conocimientos de las plantas para
combatir las dolencias.
Con el desarrollo de la química y la puesta a punto
de la llamada “ciencia médica” todo ese saber fue empujado fuera del ámbito de
las prácticas curativas, tachándosele de “supersticioso” e “ineficaz”, cuando
no de curanderismo. En no pocas ocasiones se ejerció y ejerce la represión por
medio de leyes y normas legales contra quienes persistían en usar la sabiduría
popular y los productos de la naturaleza para curarse y curar a sus iguales.
La razón de todo ello fue y es doble. Por un lado,
el pueblo debía ser aculturado, para hacerle dependiente de la medicina
oficial, alopática, de tal modo que la enfermedad se hiciera causa de
acumulación de capital, bien con la medicina privada o bien con la medicina
“pública” oficial, no menos mercantilista que la primera, pues de ella se sirve
el Estado para llenar sus arcas con los pagos obligatorios que se han de hacer
a la Seguridad
Social. En un segundo momento, el ente estatal enriquece a
las empresas farmacéuticas, las grandes beneficiarias del régimen del Estado de
bienestar.
Por otro, todo el saber popular tenía que ser
destruido. Sólo los sabios, los expertos podían curar. El médico, o profesional
de la medicina, fue investido de poderes colosales, que son los que hoy tiene.
Con ellos maneja a sus pacientes como si fueran cosas, les obliga a delegar en
él/ella la tarea del cuidado de la propia salud, convirtiendo la relación
médico/paciente en un vínculo de subordinación anímica del segundo al primero.
Con todo eso se avanza mucho en la enajenación y cosificación del sujeto, lo
que le hace más dependiente, infantilizado, sometido, ininteligente,
irresponsable, acobardado y servil. No hace falta decir que esto NO es una
crítica a los médicos, muchos de ellos personas ejemplares y abnegadas en grado
superlativo, sino al sistema, a la estructura, al orden constituido en este
terreno.
Todo esto comenzó con el anuncio institucional de
que la fitoterapia era una superchería inútil, cuando no perniciosa, y que sólo
las medicinas químicas, producidas en la gran industria capitalista, resultaban
eficaces contra las enfermedades.
Dado que las plantas que curan están por todas partes,
al alcance de cualquiera, no podía mercantilizarse la medicina sin hacer
proceder los remedios curativos de una fuente que fuera propiedad privada, la
industria química, por ella misma y por su sección especializada, la industria
farmacéutica. En efecto, si los remedios se elaboran con corteza de aliso,
bayas y flores de saúco, cola de caballo, llantén, ajenjo, lirios, ruda,
hortensia, hojas de nogal, bayas de espino blanco, valeriana y tantos otros
productos vegetales, en ese caso no hay mercantilización posible.
Es verdad que ahora sí la hay pues la vida en las
ciudades hace difícil e incluso imposible lograr tales plantas, pero eso es un
componente negativo más de una sociedad basada en las megalópolis. Viviendo en
pequeñas poblaciones una buena parte o todas de las plantar curativas, así como
de las comestibles no cultivadas, están literalmente al alcance de la mano. Los
herbolarios son algo tan de las ciudades como el asfalto, el automóvil, la
soledad, la amoralidad y el hormigón.
El
libro comentado señala que la medicina química y tecnológica hoy en uso (sí,
esa que con tanto ardor defiende cierta izquierda, que la califica de “conquista popular” con gran contento de
la industria farmacéutica) causa hasta el 70% de las enfermedades, para las que
señala, por tanto, causas iatrogénicas. Advierte que si se usara la fitoterapia
muchas de tales dolencias no existirían. Cierto, aunque quizá aquel porcentaje
es demasiado elevado.
Ciertamente, la eficacia e inocuidad de un parte de
los tratamientos de la fitoterapia están, a mi entender, por probar. No se
puede tener una posición crédula y acrítica sobre nada, pero eso no niega que
muchos de los preparados de herboristería sean eficaces, más que los de la
medicina ortodoxa, estatal. Al mismo tiempo, no debe descartarse a priori todo
que la medicina alopática preconice, defienda y haga.
Por otro lado, no se puede olvidar que hay plantas
venenosas, e incluso mortales[1].
Una parte de las curativas lo pueden ser si la dosis es excesiva o se
administran inadecuadamente. En consecuencia, hay que buscar el equilibro entre
todos los aspectos, actuar de un modo experiencial, no dejarse llevar por
filias o fobias apriorísticas y buscar en todo lo razonable.
Sin duda, la recuperación de una medicina sustentada
en buena medida en las propiedades medicinales de la flora será un gran logro.
[1]
Una introducción a este
asunto es el libro “Frutos silvestres
comestibles y venenosos”, Manuel Durruti. Que todo lo natural es “bueno” es
una majadería. Por ejemplo, las bayas de una planta tan común y omnipresente
como el aligustre son bastante venenosas, lo mismo que los del arraclán. Los
frutos del aro macho, tan espectaculares, son muy tóxicos. Los de la belladona,
si no se usan con mucho cuidado, suelen ser mortales, quitando la vida por
asfixia a quienes los ingieren, una forma horripilante de morir. Los del
bonetero, que parece que nos están invitando a ser comidos, con su atractivo
color rojo vinoso, matan a una persona que se trague unos pocos de ellos. Para
terminar, es la observación y la experiencia, y no los dogmatismos o creencias
de un tipo u otro, los que deben guiar nuestro actos en todo.
Duele ver como algunos sectores importantes de la "izquierda" pretenden asestar una puñalada mortal a toda la "medicina alternativa" incluyendo las terapias tradicionales populares, que pertenecen al pueblo, en favor del control del Estado, regulador y censor, y las grandes industrias farmacéuticas. Con su reciente "Resolución de rechazo a la homeopatía y las terapias pseudocientíficas" dejan su postura más que clara:
ResponderEliminarhttp://tinyurl.com/cf3e4vk
http://tinyurl.com/d676gmt
Es muy triste.
Gracias por ayudarnos a abrir un poco los ojos en tantos temas, Félix.
Un gran abrazo.
Gran artículo, enhorabuena. saludos
ResponderEliminar