El extravagarte es el “arte” de la
contemporaneidad. Formalmente es arte y realmente una nada envenenada que se
vende muy bien en el mercado, siendo asombrosamente subvencionado por los
Estados, pues se utilizan para “construir” a los seres nada en tanto que meras nulidades.
La frivolización del
arte es uno de los fundamentos de tal construcción pseudo-estética. Se trata
de, en toda circunstancia, triturar un poco más lo humano negando satisfacción
a las necesidades de belleza y sublimidad que forman (o quizá formaban) parte
de nuestra naturaleza. De ese modo se nos obliga a consumir ocurrencias memas,
humoradas humillantes y supuestas genialidades todas igualmente previsibles y
tediosas.
El extravagarte confunde la salida fácil
con la creatividad, el ingenio con la patochada, lo profundo con lo mentecato y
la imaginación con el sometimiento al nuevo canon, el de lo extravagante. Puede
hacerlo impunemente porque tiene detrás a todo el poder constituido, que
necesita de sus subproductos para envilecernos y anularnos todavía más.
Una obra señera del extravagarte es el álbum de los Beatles “Sgt. Pepper’s”, de 1967, con el
cuarteto famoso vestido de ridículos, en lo que se supone es todo un alarde de
espíritu creador. Que esta mediocre y ramplona banda de música pop sea un
producto de la mercadotecnia como tantos otros, sin cualidades especiales ni
méritos reseñables, algo que se lanzó al estrellato por la industria de la
publicidad, como se hace con un detergente o una marca de papel higiénico, es
bien conocido. Pero la reflexión crítica sobre todo ello todavía flojea.
El extravagarte se sustenta en una realidad
estructural, las industrias de la conciencia. Funciona de manera simple: se
toma cualquier producto que sea lo suficientemente letal para la gente común y
excelente para el poder constituido y se publicita con muchos recursos
monetarias, hasta hacer de lo que es una simpleza, boba e insustancial, como en
este caso, una “obra de arte genial,
única” y blablablá, esto es, lo mejor de lo mejor para las almas
extremadamente simples y los muy indigentes mentales, que se creen todo lo que
el poder estatuido les ordena que crean.
Miremos un poco más
el bodrio. No, no van vestidos de mamarrachos sino de sargentos: ahí se
manifiesta el componente militarista
del invento, así se adoctrina a las masas en el culto por el componente
esencial del Estado, el aparato militar. Esto no era óbice para que sus
fanatizados discípulos y discípulas babearan ante el álbum mientras repetían
sin cesar el mantra hippy por excelencia, “paz
y amor”. Lo coreaban de la manera más entontecida y subhumanizada, según su
estilo, a la vez que adquirían en masa esta mercancía señera del militarismo,
el odio, el embrutecimiento, el mal gusto y el servilismo que es el álbum
citado.
La psicodelia y los
orientalismos de pacotilla también ocupan un lugar en la portada, obra del
artista pop Peter Blake. O sea, todas las boberías de aquellos sandios años,
los famosos 60 del siglo pasado, tienen su asiento en el engendro.
Pero lo peor no es lo
dicho sino lo que ahora viene. El extravagarte
en su esencia es muchísimo más que frivolidad y mercadotecnia. Su propósito es
humillarnos y destruirnos, ponernos en posición de genuflexos, convertirnos en
adoradores de mercachifles, gurús monetizados y marchantes de imágenes y
palabras. Desde estas vulgaridades nos gritan “¡de rodillas!”, “¡adorad a los
nuevos ídolos, los novísimos santos, los ultimísimo mercaderes!”, “¡venerad a quienes os burlan, humillan,
desprecian y someten de una manera nueva y más perfeccionada!”. Y la
generación de los necios y necias, la que en los años 60 era joven, se puso de
rodillas. Y ahí sigue.
Dijeron que iban a
hacer una “revolución total y definitiva”,
algo nunca visto en la historia de la humanidad, pero todo se ha quedado en
fumar porros, beber cerveza, exhibir extravagancias sin imaginación, pasear
mascotas y votar socialdemócrata. Qué triste.
Nota Final: Invito a
las jóvenes y a los jóvenes de hoy a que entren a saco contra esas majaderías,
que tiren por tierra y pisoteen a las imágenes de tal abyección, fabricadas en
los años 60 y 70 del siglo pasado, para que la libertad, el buen gusto y lo
humano natural, triunfen. Por tanto, ¡a la porra los Beatles, los hippys, los
progres, los gurús, los orientalismos, los sargentos, el extravagarte, los memos crédulos y los vinilos rancios! Si no lo
hace, la juventud de ahora nunca será creativa, jamás será ella misma.
Porque no hay
construcción sin destrucción.
Quienes participaron
en todo aquello están obligados a pedir perdón. Y, de paso, a devolver los
millones y millones que se embolsaron.