“SER ESCLAVO
EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE
LOS
SIGLOS XV Y XIX”
C. Coquery-Vidrovitch y E. Mesnard, 2015
Este libro enfatiza con vigor, aunque sin dejar de
manifestar entre líneas temor a los neo-racistas (racistas antiblancos), que uno
de los fundamentos de la trata intercontinental fue el esclavismo autóctono
africano. Las sociedades africanas eran esclavistas, al estar sólidamente estatizadas,
basarse en la propiedad privada de los medios de producción y disponer de un
régimen patriarcal muy desarrollado, lo que hacía que las clases pudientes
africanas fueran quienes suministrasen esclavos a los europeos, situados en enclaves
costeros desde el siglo XV. Por eso el libro usa la expresión “Estados negreros africanos” y “reinos negreros”.
Así
pues, el colosal esclavismo autóctono africano fue una de las bases del
comercio oceánico con seres humanos. Los esclavistas negros vendían o
intercambiaban su peculiar “mercancía” con los europeos. Ofrecían personas,
compatriotas previamente cazados en el interior del continente, a cambio de armas
de fuego, pólvora, licores, tejidos, etc. Hasta fechas muy tardías los europeos
no penetraron en África, de modo que dependían de los esclavistas nativos para
llenar las bodegas de sus barcos[1].
Existieron, en consecuencia, negreros blancos y negreros negros. Añade el libro
que las clases propietarias africanas de esclavos veían disminuir su tren de
vida y consumo cuando el precio de los esclavos de exportación caía, lo que
sucedió de forma continuada sobre todo a partir de la primera mitad del siglo
XIX, con la prohibición de la trata por los europeos.
Por
tanto, el asunto no fue blancos contra negros, no fue un conflicto racial sino
algo más complejo en el que negros y blancos con poder se lucraron privando de
libertad y trasladando a largas distancias a los africanos de las clases
populares (los primeros a pie, en larguísimas marchas desde el interior hasta
la costa, que mataban a muchos de ellos; los segundos en barcos, con efectos no
menos letales). Eso no hubiera sido posible sin la existencia de vigorosos
Estados esclavistas africanos, sin la sólida implantación de la propiedad
privada y sin el patriarcado, instituciones que existían mucho antes de la
llegada de los europeos. También se daban en África el racismo y la xenofobia,
pues las clases mandantes de unos Estados solían capturar como esclavos a los
súbditos de otros Estados, por lo general más débiles, lo que era justificado
con argumentos de tipo racial y xenófobo.
El pavoroso
fenómeno de la trata es, en consecuencia, una prueba más de que lo decisivo no
es la raza sino el poder, los instrumentos de poder, la dominación y la
explotación. Muy pocas veces en la historia ha habido conflictos raciales
autónomos (esto lo creen los nazis y pocos más, ahora también los racistas
antiblancos), pues debajo de los que en apariencia los son hay cooperación inter-racial
entre los dominadores. La coincidencia de las elites blancas y las negras en el
tráfico de esclavos africanos lo prueba. Esta situación se mantuvo hasta que en
1807-1815 las potencias europeas declararon ilegal la trata, si bien tal medida
no se hizo efectiva hasta años después.
El
libro muestra que fue el expansionismo e imperialismo musulmán el que primero
promovió el tráfico de esclavos negros a larga distancia. Entre los europeos
son los portugueses quienes inician el comercio de esclavos -actividad que
aprenden de los musulmanes norteafricanos- a partir de comienzos del siglo XV.
Un
punto débil del libro es ocuparse muy de pasada, y con bastantes errores, de la
naturaleza amplia y múltiplemente esclavista de al Andalus, sobre todo durante la
época del califato de Córdoba, en el siglo X. Entonces, el Estado islámico
andalusí se convirtió en el centro del tráfico de esclavos en el Mediterráneo
occidental, con cuatro tipos de ellos. Los que formaban la población esclava
autóctona, muy numerosa; los que eran apresados y esclavizados en las anuales operaciones
de agresión contra los pueblos libres del norte, en particular mujeres para
abastecer los harenes de buena parte del mundo musulmán; los comprados en el
este de Europa (eslavo proviene de la voz “esclavo”, y probablemente se refiere
a los terribles acontecimientos que estamos tratando) y las gentes negras que
los andalusíes capturaban o adquirían en África en grandes cantidades.
Los
textos hispano-musulmanes de la época describen el racismo antinegro de algún
califa cordobés, que se regodeaba en el maltrato y tortura de personas de esa
etnia. Es conocido que en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, el califa
almohade Muhammad An-Nasir tenía una guardia de protección formada por esclavos
negros armados y encadenados entre sí y a estacas clavadas en el suelo[2]. La
presencia de hombres negros esclavos actuando como soldados fue común en las
tropas andalusíes durante siglos. Incluso hoy subsiste la esclavitud en
diversos países de religión musulmana, Mauritania, Marruecos, etc., eso sin
olvidar su reinstauración por el Estado Islámico de Irak y Siria. Dado que el
Corán la admite y regula, nada hay de sorprendente en ello. Lo que parece
cierto es que la sociedad islámica andalusí fue la más esclavista de nuestra
historia, por delante de romanos y visigodos. Al ser el islam la forma más
agresiva de patriarcado de la historia de la humanidad su esclavismo se dirigió
sobre todo contra las mujeres.
Así
pues, el traslado de millones de hombres y mujeres africanos desde sus lugares
de origen a América ha de explicarse en primer lugar a partir del hecho
decisivo, que las sociedades del África subsahariana eran esclavista. No
lograron poner fin al estigma de la esclavitud, como sí lo hizo Europa
occidental en la Alta Edad Media[3]. Por eso,
luego América quedó infectada de esclavismo, que devino en racismo. El libro
comentado no plantea así la cuestión pero no hay otro modo de hacerlo, pues las
causas endógenas se suelen manifestar como lo causalmente decisivo.
Es imposible
entrar ahora en el estudio de por qué las formaciones sociales africanas fallan
en la erradicación del régimen esclavista, pero sí hay que señalarlo para
evitar actitudes paternalistas (el paternalismo es una de las formas de
racismo) y protectoras. Las sociedades africanas son responsables de su historia,
igual que lo son las europeas, y están obligadas a asumir sus responsabilidades
históricas al mismo nivel y en la misma medida que aquéllas, sin fáciles
victimismos, por lo general encaminados a solicitar “compensaciones”... una
inaceptable forma de mercantilizar el pasado Para ello el libro glosado, con
todos sus defectos e insuficiencias, pusilanimidades y parcialidades, es útil.
También lo es para refutar los
sentimientos de autoodio y vergüenza de sí que el poder constituido europeo, en
particular la gran patronal alemana y su Estado, promueven entre los pueblos de
Europa para mejor dominarlos, así como para constituir esa estructura
neo-imperial y mega-capitalista que es la Unión Europea bajo la dirección y
dominio de Alemania, que ayer defendió la superioridad de la raza aria y hoy la
de las razas no-arias, yendo de una forma de racismo a otra. Hacer de la trata
negrera de los siglos XV al XIX un conflicto de “blancos” contra “negros”, en
el que los primeros son los verdugos y los segundos las víctimas, los primeros
el mal y los segundos el bien, no es sólo falsificar la historia sino incurrir
en una muy grosera forma de racismo, justamente la que ahora es principalmente promovida
desde las instituciones europeas.
[1]
Un caso representativo se dio en la primera mitad del siglo XIX en los
territorios de las actuales Liberia y Ghana. Allí creó una factoría de
exportación de esclavos el español Pedro Blanco, que compraba esclavos negros
al rey negro Siaka a 20 dólares y los vendía en Cuba a 350. Tal factoría
operaba en la semi-clandestinidad y fue posteriormente demolida por los
ingleses.
[2]
La obra examinada ofrece el dato de que aquel califa en el año 1198 tenía
30.000 “negros armados con lanzas”
como guardia personal, cantidad que debía ser similar catorce años después. Esa
cifra señala la extraordinaria extensión del tráfico de personas negras que
promovió el islam hispano, con los inevitables fenómenos de odio racial,
antedichos.
[3]
Los formidables cambios revolucionarios que van a tener lugar en las sociedades
del norte de la península Ibérica en los siglos VII-X incluyeron la liquidación
de la esclavitud, lo que se hace en lucha contra el Estado islámico de al
Andalus, el enemigo fundamental de aquella gran revolución civilizadora y
liberadora. En ella la esclavitud desaparece de la actividad productiva, que
queda como tarea de los hombres y las mujeres libres, aunque subsiste algo -muy
poco pero algo- de esclavitud doméstica, mantenida por las élites reales y
nobiliarias preestatales. Cuando a partir de 1250 tales élites pasan a la
ofensiva contra las clases populares y promueven un proceso regresivo de
retorno al modelo romano, esto es, a una sociedad con Estado, también
reivindican la esclavitud, lo que hace por primera vez Alfonso X en Las Siete Partidas, el célebre código
de leyes hostil al derecho consuetudinario de elaboración popular, escrito en
la segunda mitad del siglo XIII, copiando el derecho promulgado por el
emperador romano oriental Justiniano. Ése es el fundamento jurídico más antiguo
del posterior tráfico de esclavos africanos con instauración de la esclavitud
en América por la corona de Castilla.