miércoles, 28 de enero de 2015

PARA LEER A LOS CLÁSICOS (I)





La aculturación es hoy general, omnipresente y casi universal. La pérdida de la propia cultura lleva a la desintegración del yo, la devastación psíquica y la caotización conductual, haciendo de la persona un ente pasivo, sumiso, dependiente, disfuncional y además sufriente sin sentido. La cultura no es locuacidad erudita sino sabiduría vivencial. Proporciona: 1) cosmovisión, 2) comportamientos primordiales, 3) ideales y metas, 4) concepción de la persona, 5) guía relacional, 6) un modo de inteligir lo real, 7) emocionalidad, 8) orden reflexivo, 9) sentido a la existencia.
        
Existir sin cultura es hacerlo fuera de lo que es civilizado y humano.
        
Nuestra base cultural, la de los pueblos y las gentes europeas, es la cultura occidental, de naturaleza milenaria, ahora en desintegración, pues las elites europeas contemporáneas, políticas y económicas, llevan decenios, o quizá siglos, trabajando para que sea olvidada y sustituida por subproductos culturales y, probablemente, credos foráneos liberticidas. La colosal voluntad de poder de aquéllas, y su lúgubre concreción institucional, la razón de Estado, así lo exigen.
        
Eso explica que Europa esté hoy habitada por sujetos aculturados, por seres superlativamente disminuidos y degradados.
        
La cultura occidental proviene de Grecia y Roma. En la fase de decadencia de estas formaciones sociales las minorías poderhabientes de ambas reniegan de aquélla. Es el cristianismo quien salva la cultura clásica y la transmite a la posteridad, en particular el ala civilizadora del monacato cristiano, en tanto que movimiento popular revolucionario que, al estimar la obra de los grandes pensadores de antaño, la copia en los monasterios, la recrea y transmite entre los siglos V y XII.

El cristianismo realiza, al mismo tiempo, aportaciones originales de importancia que van a culminar en la revolución de la Alta Edad Media, acaecida en algunos espacios del suroeste de Europa y posteriormente difundida -de manera desigual- al resto.

Eso en lo referente a la cultura escrita, o erudita. La cultura popular europea, oral, no escrita, parece provenir sobre todo de los pueblos pre-romanos, conformadores de nuestro sustrato cultural, en la península ibérica los cántabros, vascones, galaicos, astures, laietanos, turdetanos, bastetanos, celtíberos, entre otros, así como de los guanches en Canarias. Aquélla ha convivido dos milenios con la cultura erudita. Muy recientemente, esa vasta, múltiple y muy fiable sabiduría popular ha sido extinguida, lo que está teniendo efectos calamitosos para la sociedad y las personas, al ser suplantada por una alarmante mixtura de pseudo-saberes académicos, manuales de autoayuda, supersticiones de importación e intervenciones de expertos mercantilizados. Con todo ello el sujeto está siendo infantilizado y nulificado, vaciado de conocimientos, capacidades, donosuras, autoconfianza, saber estar y habilidades.
        
El sistema de dominación actual ha destruido primero la cultura popular y ahora está triturando la cultura escrita, o erudita, de raíz griega, romana y cristiana. Está sido sustituida por una subcultura elaborada por el Estado/Estados, a través del sistema académico, y por la empresa privada, con la industria del entretenimiento, haciendo los megapoderes mediáticos de fundamentales transmisores.
        
En particular, el actual régimen de dictadura, que aspira a ser total (consecuencia de que el capitalismo se ha ultradesarrollado y el Estado/Estados está hipertrofiado), no puede admitir al cristianismo. Por eso su designio es destruirlo definitivamente, hacer olvidar de manera absoluta el contenido múltiplemente emancipador del verdadero cristianismo, para poder construir una infra-humanidad vilificada de manera total, incapaz de ofrecer resistencia a los poderhabientes, por pequeña que sea. Para ello promueve la aculturación, operación de la que forma parte el fomento de religiones exógenas de sustitución cuyo meollo es la nulificación del sujeto y la fobia a la libertad.
          
La resultante son las multitudes asombrosamente aculturadas, incapaces de pensar, sentir y ser por sí mismas, que no logran regir sus propias vidas, que malviven en la confusión y la impotencia, siempre a la espera de gurús, “líderes”, profetas, políticos y celebridades, de fes supuestamente redentoras, teorías y dogmatismos.
        
En tales condiciones la lectura de los clásicos de la cultura occidental es al mismo tiempo una necesidad, un acto de autoafirmación y una acción revolucionaria. Los clásicos no lo son principalmente por lo que enseñan sino porque ayudan a organizar nuestras mentes para permitirnos desenvolvernos con autonomía. Lo medular en ellos no es las verdades que transmiten sino los modos de encarar la realidad exterior e interior para lograr claridad de ideas y conductas magníficas.
(Continuará)

5 comentarios:

  1. Como siempre,contundente y verad en tus reflexiones Felix.
    Un saludo.

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  2. Curioso día el de Santo Tomás de Aquino para publicar esta entrada quien leyó y comentó todos los filósofos de la antigüedad conocids. No hay duda de que en estos momentos occidente hace honor a su nombre y se encuentra en su ocaso, no siendo esta la primera vez. Ojalá que la vuelta a los clásicos nos oriente.

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  3. Gracias por esta exhortación. Realmente lo necesitamos.

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  4. ¿A qué te refieres con las revoluciones de la Alta Edad Media y el fin del cristianismo por otra religión? ¿El Islam? lo dudo mucho si es así, por lo demás, buen texto.

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    Respuestas
    1. Yo creo que se refiere a los orientalismos, sintoísmo, hinduísmo y filosofías de vida similares.

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