La aculturación es hoy
general, omnipresente y casi universal. La pérdida de la propia cultura lleva a
la desintegración del yo, la devastación psíquica y la caotización conductual,
haciendo de la persona un ente pasivo, sumiso, dependiente, disfuncional y
además sufriente sin sentido. La cultura no es locuacidad erudita sino
sabiduría vivencial. Proporciona: 1) cosmovisión, 2) comportamientos primordiales,
3) ideales y metas, 4) concepción de la persona, 5) guía relacional, 6) un modo
de inteligir lo real, 7) emocionalidad, 8) orden reflexivo, 9) sentido a la
existencia.
Existir sin cultura
es hacerlo fuera de lo que es civilizado y humano.
Nuestra base
cultural, la de los pueblos y las gentes europeas, es la cultura occidental, de
naturaleza milenaria, ahora en desintegración, pues las elites europeas contemporáneas,
políticas y económicas, llevan decenios, o quizá siglos, trabajando para que sea
olvidada y sustituida por subproductos culturales y, probablemente, credos foráneos
liberticidas. La colosal voluntad de poder de aquéllas, y su lúgubre concreción
institucional, la razón de Estado, así lo exigen.
Eso explica que Europa
esté hoy habitada por sujetos aculturados, por seres superlativamente disminuidos
y degradados.
La cultura occidental
proviene de Grecia y Roma. En la fase de decadencia de estas formaciones
sociales las minorías poderhabientes de ambas reniegan de aquélla. Es el
cristianismo quien salva la cultura clásica y la transmite a la posteridad, en
particular el ala civilizadora del monacato cristiano, en tanto que movimiento
popular revolucionario que, al estimar la obra de los grandes pensadores de
antaño, la copia en los monasterios, la recrea y transmite entre los siglos V y
XII.
El cristianismo realiza,
al mismo tiempo, aportaciones originales de importancia que van a culminar en
la revolución de la Alta Edad Media, acaecida en algunos espacios del suroeste
de Europa y posteriormente difundida -de manera desigual- al resto.
Eso en lo referente a
la cultura escrita, o erudita. La cultura popular europea, oral, no escrita, parece
provenir sobre todo de los pueblos pre-romanos, conformadores de nuestro
sustrato cultural, en la península ibérica los cántabros, vascones, galaicos,
astures, laietanos, turdetanos, bastetanos, celtíberos, entre otros, así como
de los guanches en Canarias. Aquélla ha convivido dos milenios con la cultura
erudita. Muy recientemente, esa vasta, múltiple y muy fiable sabiduría popular
ha sido extinguida, lo que está teniendo efectos calamitosos para la sociedad y
las personas, al ser suplantada por una alarmante mixtura de pseudo-saberes
académicos, manuales de autoayuda, supersticiones de importación e
intervenciones de expertos mercantilizados. Con todo ello el sujeto está siendo
infantilizado y nulificado, vaciado de conocimientos, capacidades, donosuras,
autoconfianza, saber estar y habilidades.
El sistema de
dominación actual ha destruido primero la cultura popular y ahora está
triturando la cultura escrita, o erudita, de raíz griega, romana y cristiana.
Está sido sustituida por una subcultura elaborada por el Estado/Estados, a
través del sistema académico, y por la empresa privada, con la industria del
entretenimiento, haciendo los megapoderes mediáticos de fundamentales transmisores.
En particular, el actual
régimen de dictadura, que aspira a ser total (consecuencia de que el
capitalismo se ha ultradesarrollado y el Estado/Estados está hipertrofiado), no
puede admitir al cristianismo. Por eso su designio es destruirlo definitivamente,
hacer olvidar de manera absoluta el contenido múltiplemente emancipador del
verdadero cristianismo, para poder construir una infra-humanidad vilificada de
manera total, incapaz de ofrecer resistencia a los poderhabientes, por pequeña
que sea. Para ello promueve la aculturación, operación de la que forma parte el
fomento de religiones exógenas de sustitución cuyo meollo es la nulificación
del sujeto y la fobia a la libertad.
La resultante son las
multitudes asombrosamente aculturadas, incapaces de pensar, sentir y ser por sí
mismas, que no logran regir sus propias vidas, que malviven en la confusión y
la impotencia, siempre a la espera de gurús, “líderes”, profetas, políticos y
celebridades, de fes supuestamente redentoras, teorías y dogmatismos.
En tales condiciones
la lectura de los clásicos de la cultura occidental es al mismo tiempo una
necesidad, un acto de autoafirmación y una acción revolucionaria. Los clásicos
no lo son principalmente por lo que enseñan sino porque ayudan a organizar
nuestras mentes para permitirnos desenvolvernos con autonomía. Lo medular en ellos
no es las verdades que transmiten sino los modos de encarar la realidad
exterior e interior para lograr claridad de ideas y conductas magníficas.
(Continuará)
Como siempre,contundente y verad en tus reflexiones Felix.
ResponderEliminarUn saludo.
Curioso día el de Santo Tomás de Aquino para publicar esta entrada quien leyó y comentó todos los filósofos de la antigüedad conocids. No hay duda de que en estos momentos occidente hace honor a su nombre y se encuentra en su ocaso, no siendo esta la primera vez. Ojalá que la vuelta a los clásicos nos oriente.
ResponderEliminarGracias por esta exhortación. Realmente lo necesitamos.
ResponderEliminar¿A qué te refieres con las revoluciones de la Alta Edad Media y el fin del cristianismo por otra religión? ¿El Islam? lo dudo mucho si es así, por lo demás, buen texto.
ResponderEliminarYo creo que se refiere a los orientalismos, sintoísmo, hinduísmo y filosofías de vida similares.
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