Retornemos al punto de partida, ¿cómo
leer a los clásicos?
Tomar las obras de Diógenes
Laercio, Cornelio Nepote, Persio, Cicerón, Juvenal, Sexto Empírico, Horacio, Epicteto,
Heráclito, Plutarco, Virgilio, Luciano de Samosata, Quintiliano, Longino, el
Nuevo Testamento, Salviano de Marsella, Beato de Liébana, Sem Tob, Ibn Hayyan, Tocqueville,
Cervantes, Mariana, San Juan de la Cruz, Fenelon, Jefferson, Kant, Quintana, Martínez
Marina, Stuart Mill, Kropotkin, Orwell, Zubiri, Edgar Morin, Simone Weil… pone
sobre la mesa problemas bastante complejos.
Sin duda, cada cual
puede, y debe, hacer su lista de autores decisivos. Pero ha de ser común y
compartida la convicción acerca de la centralidad de los clásicos y del
pensamiento clásico como aproximación a una sabiduría que mueve al sujeto, al
lector o lectora, a perfeccionarse en el discernimiento y en las obras. Porque los
clásicos enseñan y los pedantócratas aleccionan, por eso los primeros inducen a
ser innovadores y los segundos a simplemente repetir.
Leemos para llegar a crear,
dado que los clásicos, antes que cualquier otra cosa son creadores, y ahí
reside lo más importante a tomar de ellos. Aprender esto, precisamente esto, es
primordial. No somos sus discípulos sino individuos iguales a ellos en la intención
y la meta última, concebir y generar conocimientos que guíen nuestras mentes y conductas.
A esto se une la constatación de que los clásicos son imperfectos, y que en
modo alguno hay que admitir todo lo que exponen, siendo los hechos, la realidad
y la experiencia el criterio último de validez y veracidad, no sus escritos.
El saber o es
experiencial, de y desde la vida vivida, o se reduce a errores y patrañas.
Mientras el pedantócrata
contemporáneo establece, reproduce y eterniza la relación maestro/discípulos,
el autor clásico trabaja para una sociedad sin maestros ni discípulos, aunque
no de manera populista o demagógica, pues atrae a los maestros a admitir y
tratar su lado negativo y a los discípulos a esforzarse más y más para dejar de
serlo.
Ser por un tiempo
discípulo es bueno, más aún, es inevitable y necesario. Pero se es discípulo
para dejar de serlo, temporalmente, mientras que hoy el individuo es rebajado a
alumno perpetuo, a menor de edad permanente. De esa manera se deprecia, deshonra,
desmoraliza y ningunea a la persona, cuando lo necesario es afirmarla,
emanciparla, otorgarla autoconfianza, hacerla conocer las enormes
potencialidades ocultas que tiene dentro de sí, que puede y debe activar. Usar
a los clásicos para inducir al sujeto a que permanezca de rodillas ante ellos
es una infamia. Es, además, negarles en lo que tienen de mas valioso.
La lectura de los
clásicos ha de hacerse a partir del conocimiento experiencial de las realidades
decisivas de nuestro tiempo, de su comprensión lo más veraz, extensa y objetiva
posible por medio de una práctica comprometida con la libertad, el bien, la
verdad y la revolución. Lo óptimo es combinar el estudio de la realidad con el
estudio de los autores fundamentales y con la transformación revolucionaria de
lo existente, considerado al yo como parte de lo a transformar y no como ser
“perfecto” o, peor todavía, como “víctima”, la forma de narcisismo
autodestructivo hoy más usada por el sistema de dominación-aniquilación.
Leer a los clásicos
tiene que ser tarea popular, de la gente común, algo a realizar en lo principal
fuera de las instituciones escolares y académicas, un acontecer integrado en la
existencia y en los compromisos de cada cual, individuos y colectivos[1].
Con todo ello, y trabajando
por recuperar -vivificar, recrear y aplicar- al mismo tiempo la sabiduría
popular de la cultura oral, propia de las clases modestas, podremos contribuir
a que las sociedades europeas superen su preocupante estado de aculturación, anomia,
desmoralización, caos vivencial, desintegración psíquica y disfuncionalidad
cotidiana, para que Europa vuelva a ser una fuerza cultural, política y moral
que realice contribuciones de importancia a la emancipación integral de toda la
humanidad.
La cultura occidental,
una vez renacida, puede unificar a los pueblos europeos, en una hora crítica de
su historia, en un tiempo infausto en que éstos y sus saberes están siendo negados
desde arriba, por las clases mandantes y pudientes europeas, con un furor y un
maquiavelismo que estremecen. Los próximos decenios resultarán decisivos en
este asunto, en ellos la re-culturización de Europa será una cuestión de primera
importancia.
Fin
[1] Una de las cuestiones a examinar en el Encuentro
2015 de Reflexión por la Revolución Integral, a realizar previsiblemente en
mayo de ese año, ha de ser la aculturación popular y los procedimientos que
están en nuestras manos para promover el estudio y la aplicación de los clásicos
a la comprensión y resolución de los grandes interrogantes del siglo XXI.
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