miércoles, 5 de febrero de 2014

EROS Y REVOLUCIÓN



En 1954 Herbert Marcuse, el ideólogo de la contestación de los años 60, el movimiento estudiantil y el mayo francés, publica “Eros y civilización”, un libro bastante influyente hace décadas aunque hoy olvidado. Su contenido recoge el esencialismo abstracto, ahistórico, especulativo, asocial y reduccionista de las teorías freudianas, mezcladas con el espíritu socialdemócrata (marxista) de la escuela de Frankfurt.
        
Arguye que existe una contradicción antagónica entre erotismo y civilización, dado que ésta reprime el instinto libidinal. Poco hay de nuevo en ello pues Marcuse repite los contenidos de “El malestar en la cultura”, de S. Freud, 1930, salpimentándolo con jerga marxiana. Para ellos, toda civilización es represiva, todo trabajo negativo y todo orden social mutilador, lo que resulta disparatado.
        
Hay una “solución” pero no está en la realidad. Es la utopía. Marcuse diseña una sociedad ideal –celestial, o sea, neoclerical- cuyo centro es la diversión, el juego, la fiesta, el hedonismo. Tampoco aquí es original, pues copia a “Homo ludens”,  de J. Huizinga, 1938, y a Aristipo de Cirene, el gozador griego. Está tan cegado por sus dogmatismos que de facto refrenda la distopía de A. Huxley en “Un mundo feliz”, un orden totalitario y deshumanizado donde el placer es obligatorio. Marcuse es seguidor del “pensamiento crítico” de la escuela de Frankfurt pero ante el hedonismo burgués es crédulo y acrítico…
        
Esa sociedad del juego y la diversión que Marcuse diseña es tediosa, carca, pueril, frívola y entontecedora. Sólo los hippies la aguantan, y muy a duras penas. Sin esfuerzo y lucha no hay vida, y cuando todo se desvaloriza para “ser feliz” lo que se consigue es la peor de las infelicidades, la que resulta de la ausencia de ser.

A pesar de ello, Marcuse, igual que Freud, tienen algo positivo, el haber puesto sobre la mesa, como material de reflexión, el sexo y su represión institucional en la sociedad victoriana.
        
Muestra una gran verdad, hoy ocultada, que la represión del eros se realiza para dirigir la energía libidinal hacia fines “prácticos”, en primer lugar, el trabajo asalariado, productor de plusvalía para la burguesía. Y advierte que la represión del eros enferma a los seres humanos, en especial a las mujeres. Esto queda avalado por la situación actual en que la atroz compulsión que se ejerce sobre las féminas para que se entreguen en cuerpo y alma al trabajo asalariado es causa primera de feminicidio, todo para que el capitalismo incremente colosalmente sus beneficios.
        
Lo cierto es que no se observa contradicción antagónica entre eros y civilización en general pero sí entre eros y sociedad burguesa-estatal. Aquélla es hoy más aguda que nunca, por la violación psíquica de las masas (en especial de las femeninas) para que se extenúen en la producción, donde supuestamente ¡se “liberan”! Eso nos ha situado en una etapa de franca desintegración del erotismo y el sexo.
        
Pero el eros tiene más significados. Llama la atención que Marcuse en “Razón y revolución”, 1941, diserte sobre las potencialidades emancipadoras del saber cierto, en tanto que logro de la razón[1], pero ignora que el erotismo no solamente contrarresta y obstaculiza al capitalismo sino que es componente de una nueva sociedad emancipada. Y, también, componente de los elementos ideológicos, consuetudinarios y organizativos de las fuerzas sociales que han de realizar la liquidación del capitalismo, también antes de que ésta sea realizada.
        
Para la revolución se necesita muchísimo más que la razón, que el conocimiento cierto, que proyectos y programas político-económicos. Se requiere de una comunidad popular integrada, vertebrada, autoorganizada y estructurada por un gran número de vínculos convivenciales y relacionales. Esto necesita de la cosmovisión del afecto, el mutuo servicio y el amor en actos.
        
El afecto no es sólo ni principalmente afectividad, un mero estado psíquico. Tiene que ser actos, obras del amor. Y debe convertirse en hábito. Sin resistir, denunciar y negar la sociedad actual, o infierno convivencial, no hay transformación social. Porque sí la unión hace la fuerza el afecto contribuye decisivamente a realizar la unión, socializando al sujeto. Y sólo el sujeto socializado es revolucionario.
        
La actual sociedad de seres atomizados, que se ignoran los unos a los otros, que no se tratan o lo hacen superficialmente, que no están unidos por muy numerosos y sólidos lazos de mutuo servicio, tareas comunes, devoción efusiva, apego en actos y emocionalidad compartida, no puede realizar el cambio revolucionario, es más, ni siquiera puede efectuar apenas nada que exija del obrar colectivo, de la unión y la organización.
        
La guerra de todos contra todos y la exacerbación del conflicto interpersonal sólo benefician a los dominadores y son por ellos promovidas de mil maneras[2]. Por eso la existencia hermanada, la mutua comprensión y la vida colectiva son hoy valores revolucionarios. Primero porque construyen al sujeto como ser humano, y segundo porque van creando el sustrato social, emocional, espiritual, erótico, convivencial y organizativo del que saldrá la revolución total, integral, que se necesita.
        
En vez de una vida competitiva necesitamos una vida cooperativa. En lugar de una existencia destinada a realizar la voluntad de poder[3], política, económica, cultural, tecnológica o de cualquier tipo, necesitamos una cosmovisión del servicio de unos seres humanos a otros.
        
El capitalismo-Estado desaparecerá por la acción conjunta y compenetrada de la gente común dirigida a crear una sociedad de la asistencia y la ayuda mutua. En consecuencia, la persona y la sociedad han de reconstruirse desde el amor, repudiando el hábito del odio a los iguales, buscando lo colectivo, escapando de la cárcel del yo, abriéndose al otro y haciéndose apto para el servicio desinteresado[4]. Si el capitalismo es la sociedad del interés particular, un orden liberado de su tiranía ha de ser, necesariamente, la del desinterés. Por tanto, la construcción del sujeto desinteresado, o ser que ama, es parte preponderante en la autoconstrucción del sujeto.
        
El erotismo es una fuerza unitiva, que atrae a los seres humanos entre sí, que busca la compañía y se realiza en lo común. Por eso es también perseguido por el orden actual, en particular el erotismo heterosexual. El sistema de dominación quiere crear un monstruo, el sujeto solitario, ella o él, sin afectos ni relaciones, un ser-máquina como el proyectado por La Mettrie, en suma, mera unidad anónima de la fuerza laboral al servicio del capital.
        
Se ha dicho que no puede haber comunalismo sin “espíritu de comunalidad”, lo que es exacto. Dicho espíritu se crea paso a paso a partir del repudio de la sociedad infierno convivencial en todos sus componentes: el desprecio de lo humano y del ser humano, el rencor mutuo, la falta de capacidad para convivir y estar juntos, para llevarse bien y cooperar, para saber ceder, saber tolerar y saber comprender, sirviéndose los unos a los otros por y con afecto. Esto es una revolución en el estilo de vida y en los valores, una gran mutación axiológica, un cambio transcendental que creará una nueva humanidad y un nuevo ser humano, siempre que vaya unida al resto de las transformaciones que constituyen el programa de la revolución integral.

Dado que el erotismo es una experiencia colectiva, de la que resulta un “nosotros”, no tiene sitio en la sociedad actual donde el dominado y explotado ha de estar solo, enfrentado con todos y aislado, a fin de que su dominación y explotación sea máxima.
        
El sujeto deserotizado actual es útil al orden constituido porque concentra todas sus energías en la producción, porque es egotista, asocial e incapaz de amar y porque al hacerse con todo ello un enfermo del cuerpo y el espíritu se degrada a consumidor compulsivo. Por eso el colapso, promovido desde arriba, de las expresiones concretas del erotismo es parte decisiva del actual orden.
        
En la sociedad victoriana lo erótico era reprimido de un modo y ahora lo es de otro, mucho más eficaz. Freud puso al descubierto los efectos devastadores que eso tenía sobre el sujeto, en especial sobre la mujer, pero nadie se atreve a decir la verdad sobre esta materia en el presente, cuando el eros está mucho más proscrito y excluida de la vida de la gente común que antaño.
        
La “revolución sexual” de los años 60 del siglo pasado prometió crear una sociedad libre para lo libidinal, pero sus efectos reales han sido justamente los opuestos. Al reducir al erotismo a sexo, y al simplificar, frivolizar y banalizar éste, lo que ha ocasionado es un colapso de lo erótico, que es un trastorno bastante grave de la afectividad, la convivencia y lo relacional en general.
        
El sexo mecánico y deshumanizado, cuantitativo y sin afectos, ramplón y banal, sin deseo ni apasionamiento ni sublimidad, supuestamente higiénico y sanativo, sin espiritualidad ni responsabilidad ni calidad, ajeno siempre a la creación vida y en todo sometido a las exigencias de la biopolítica, enseñado (impuesto) en las escuelas y contenido en los manuales de sexología, que tiene su origen en libros como “La función del orgasmo”, 1927, de W. Reich, es muy insatisfactorio y perfectamente prescindible. Por eso ahora observamos una retirada multitudinaria de lo erótico, una y otra vez calificado de “aburrido” en los estudios sociológicos de campo.
        
Esa lúgubre situación está siendo aprovechada para la demonización institucional del erotismo heterosexual, como hace la Ley de Violencia de Género. Quienes justifican, defienden e imponen dicha Ley forman el peor de los grupos perseguidores en el presente de lo erótico, libidinal y sexual. Son los nuevos mojigatos y pudibundos, los novísimos represores, ellos y ellas. Al destruir la vida emocional y afectiva de, sobre todo, las mujeres son agentes primeros de feminicidio.
        
El ser nada de la modernidad es una criatura a la que se priva del erotismo. En esto su existencia también se nulifica y nadifica. A la vez, al existir en la forma de una criatura tan degradada, dislocada y mutilada, en realidad posthumana, ya no es capaz de experimentar lo erótico y ni siquiera de desearlo, imaginarlo o añorarlo, al ser inhábil para amar. Como mucho, desde el poder se le consiente el tener sexo, por lo general en sus expresiones más penosas y degradadas.
        
Hay que insistir en que los seres humanos poseen necesidades espirituales y no sólo materiales. Si aquéllas no se satisfacen se produce una frustración, carencia e insatisfacción profundísima que ocasiona enfermedades de la psique, desde la neurosis a la depresión, y graves dolencias del cuerpo. El erotismo, por su propia naturaleza, incorpora elementos espirituales y fisiológicos, al ser una experiencia en la que se implica la totalidad de lo humano, por lo que su represión daña a la persona y daña al cuerpo social. Una sociedad sana no es posible si el erotismo heterosexual es denostado, denigrado, infamado, vilipendiado y perseguido por minorías vociferantes que cobran del ministerio de Igualdad y de las organizaciones patronales. Tales minorías, que son una nueva extrema derecha en tanto que policía del erotismo, el amor y el sexo, deben ser denunciadas y resistidas.
        
Ha llegado el momento de realizar un triple esfuerzo. Para afirmar como meta de un gran cambio social, digno de ser calificado de revolución, la construcción de una sociedad convivencial, la única que puede ser sin jerarquías y sin clases explotadoras. Para construir un sujeto capaz de vivir en la generosidad, la sublimidad y la grandeza de miras, al haber renunciado al egotismo y el interés particular por conversión interior a la cosmovisión del afecto. Para conquistar la libertad erótica, a fin de que nadie enferme por la represión de sus necesidades libidinales.



[1] Dicho así es embellecer el libro pues sus contenidos son recusables. Marcuse admite la categoría de razón de Hegel, que es especulativa y no experiencial, por tanto incapaz de suministrar verdades dignas de tal nombre y por eso estéril en la acción. Llama la atención el fideísmo de Marcuse, que sigue a Hegel en sus dislates, incluida la fe en un estadio final de la historia, en una sociedad ideal, lo que es negar la dialéctica en su meollo, que Hegel afirma defender y desarrollar en “Ciencia de la lógica”. Porque, lograda una sociedad perfecta, por tanto, sin opuestos y sin contradicciones, ¿dónde queda la dialéctica? Alcanzada aquélla, ¿no cesaría todo avance por el automovimiento dimanante de la lucha de los opuestos? Hegel, y su poco creativo discípulo Marcuse, por no hablar de Marx, dicen defender la lógica dialéctica para de inmediato negarla, pasándose a la metafísica. En eso les siguen los vendedores de utopías sociales. Todos se manifiestan como adeptos de esa variante de filosofía burguesa, pero sobre todo errada, que es el racionalismo. La contradicción es universal, por lo que la lucha es y será eterna. No hay ni habrá nunca sociedades perfectas, paraísos terrenales, reinos de Jauja. Ni habrá nunca seres humanos perfectos, pues somos y siempre seremos bipartidos, esto es, contradictorios, por tanto imperfectos. Y sólo podemos perfeccionarnos en lucha sin fin contra nuestras imperfecciones, contra nuestro mal interior.

[2] Uno de los politólogos más incisivos y refinados, Alexis de Tocqueville, en “La democracia en América” establece una relación de causa a efecto entre tiranía política y desamor, señalando que todos los tiranos promueven el enfrentamiento entre los dominados, para sentirse seguros con el desencuentro y aborrecimiento de todos a todos. Quien no comprenda esto no puede operar con voluntad revolucionaria en la sociedad actual.

[3] El libro de Nietzsche “La voluntad de poder” es la negación del colectivismo porque es la afirmación de un individualismo agresor, matonil y asocial. No busca construir un sujeto de calidad, con fortaleza, inteligencia, coraje, sociabilidad y autoconfianza desde sí sino desde la protección del Estado, tarea además imposible. En Nietzsche el yo es yo-Estado, de diversos modos: como yo que se dirige a dominar a los otros, erigiéndose en ente estatal, y como yo que sólo puede realizarse desde el Estado. Por eso su individualismo es el propio del militante nazi, el matón de cervecería o taberna, el policía o el torturador. La individualidad construida desde la ideología nietzscheana es incompatible con todo colectivismo, al producir un sujeto agresor por hábito de sus iguales, y un asocial, que perturba y daña cualquier forma de vida colectiva popular, al concebir su libertad no con los otros sino contra los otros. Quienes dicen tener un ideal colectivista y se delectan con Nietzsche manifiestan padecer un estado de enorme confusión mental. Al mismo tiempo este ideólogo, al llevar a sus creyentes a una situación vivencial de interminables conflictos interpersonales y de insociabilidad militante, les hace ininteligentes y torpes (por habituarse a esperarlo todo del ejercicio de la coacción sobre el otro), por tanto, débiles, inermes e impotentes, dañándoles sustantivamente como personas. Además, si al yo-Estado le falta el Estado no le queda nada, lo que sucede cuando quien de ese modo se concibe es miembro de las clases populares, o sea, sujeto sin poder. El credo nietzscheano es visceralmente hostil al erotismo porque es la negación más acalorada del amor. Lo suyo es el sexo de burdel y otras horripilancias similares, y en el menos malo de los casos el autoerotismo, inseparable del desventurado sujeto, ella o él, insociable y solitario de la modernidad.

[4] Quienes sigue aferrados a la interpretación economicista, productivista y tecnológica de la historia y del cambio social, que se expresa también en la obra de Marcuse, sobre todo en “El final de la utopía”, deberían reflexionar sobre el notable número de casos que han dado un rotundo mentís a aquélla, desde la Unión Soviética a, hoy, China. El desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología no lleva a una sociedad sin clases sino a un mega-capitalismo en ascenso. Es el desarrollo de la calidad de los seres humanos, también su calidad afectiva y convivencial manifestada en actos, la que liquidará al capitalismo, no el auge de los objetos técnicos y la riqueza material.

8 comentarios:

  1. Paso lista a todos los ausentes
    de esta fila transparente,
    cobardía o mala suerte tal vez.

    Y ahora guardo mi pretérito imperfecto
    y le doy un expediente,
    mi presente efervescente también.

    Y veo partes de mi vida
    como piezas de un gran tetris
    que nunca encajan muy bien
    y sólo se entiende al revés.

    Compra pesimismo extremo,
    todos dicen que está en alza,
    busca la palabra clave
    en la gente que conspira,
    y ¡basta! ... todos te gritan.

    Reaccionar y actuar al fin,
    reaccionar y saber cumplir,
    y conspirar.

    Y ahora mismo engulle el dato
    porque ya lo han contrastado,
    ¿estás indigesto otra vez?
    La anestesia fue bien.

    Y esta orgía de portadas
    friegan suelos de ascensores
    tan sólo un día después
    de ser noticia en la 3.

    ¿No has asimilado nada?
    Justo lo que pretendían,
    quince anuncios, luego un drama,
    y en el pop no hay poesía,
    y ¡basta! ... la radio grita.

    Reaccionar y actuar al fin,
    reaccionar y saber decir
    "qué asco dan",
    "qué asco dan".

    Television y tú,
    los dos insomnes,
    mezclada en sueños tú,
    los dos insomnes.

    No, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a su revolución
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución,
    no, no, no a la revolución ...

    http://www.youtube.com/watch?v=NZ160iM3Tpk

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  2. "Para ellos, toda civilización es represiva, todo trabajo negativo y todo orden social mutilador, lo que resulta disparatado." Hombre, toda civilización represiva no. Cualquier civilización estatal sí. Hombre todo trabajo negativo no. Cualquier trabajo asalariado sí. Hombre, todo orden social mutilador no, cualquier sistema que no deje una libertad individual y colectiva esplendorosas sí.

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  3. "un cambio transcendental que creará una nueva humanidad y un nuevo ser humano" prefiero el viejo ser humano a otras versiones de él.

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  4. Entiendo que haya un "feminismo" por parte del Capital y el Estado bastante denigrante que busca una lucha de sexos en lugar de la liberación social y la verdadera igualdad, pero de ahí a llamarlo extrema derecha como los que dicen feminazis... más que nada porque ahora prácticamente a cualquier cosa negativa se la llama fascista

    http://www.youtube.com/watch?v=-HOycZjBUIw

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  5. "deberían reflexionar sobre el notable número de casos que han dado un rotundo mentís a aquélla, desde la Unión Soviética a, hoy, China" a qué te refieres? China tiene una explotación muy alta y mezcla lo peor de ambos, la URSS también tenía crecimiento económico. Y también pienso que para cambiar la sociedad y la economía [que sea desplazada como altar, falso dios, base] es más loable la evolución de valores/espiritual que la tecnológica [tipo proyecto venus o a saber].

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    1. Ronaldinho se nota que eres un intelectual, da gusto leerte. Que los espíritus propicios te guarden muchos años. Gracias xD

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  6. José Luis Millares Lorenzo
    Sin Estado no existiría el capitalismo, pues el adjetivo calificativo “capitalismo” define el tipo de Estado que es, como lo fue el Estado esclavista (sociedad romana) o el Estado feudal (siervos). En todos uno de los elementos transversales es la existencia de la moneda, sin la cual no existiría el Estado, que permite la apropiación por éste de parte del trabajo, de las personas que trabajan asalariadamente, en sus diversas formas, a traves de los impuestos directos (IRPF) e indirectos (IVA), además de la parte de trabajo, que como plusvalía del trabajador, se apropia la burguesía, esta que también se apropia indirectamente de los impuestos del Estado. Esto desnaturaliza el trabajo de la persona como bién común a los seres humanos, al perder la perspectiva, su finalidad, del mismo, la del desarrollo de las personas como colectividad, incluyendo el bién común y el individual, en permanente conflicto y equilibrio constante e inestable, necesitado de esfuerzo continuado para que prime lo común a los seres humanos sin detraer lo individual de cada uno.

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  7. No recuerdo quién dijo esto, pero me gusta: "Son los psicópatas los que son atraídos por el poder, seguramente ellos inventaron las instituciones, reinados y demás, para ejercer su locura contra el resto de la humanidad. A la gente no psicópata ni se les ocurre desear poder, porque ya tienen lo importante, que son relaciones con sus seres queridos y una vía de subsistencia. Prueba de ello es que en las tribus, donde son apenas 100-200 personas, en cuanto sale alguien asi se lo cargan o hacen lo que sea para librarse de ellos".

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