En 1954 Herbert Marcuse, el ideólogo de la
contestación de los años 60, el movimiento estudiantil y el mayo francés,
publica “Eros y civilización”, un
libro bastante influyente hace décadas aunque hoy olvidado. Su contenido recoge
el esencialismo abstracto, ahistórico, especulativo, asocial y reduccionista de
las teorías freudianas, mezcladas con el espíritu socialdemócrata (marxista) de
la escuela de Frankfurt.
Arguye que existe una contradicción antagónica entre
erotismo y civilización, dado que ésta reprime el instinto libidinal. Poco hay
de nuevo en ello pues Marcuse repite los contenidos de “El malestar en la cultura”, de S. Freud, 1930, salpimentándolo con
jerga marxiana. Para ellos, toda civilización es represiva, todo trabajo negativo
y todo orden social mutilador, lo que resulta disparatado.
Hay una “solución” pero no está en la realidad. Es
la utopía. Marcuse diseña una sociedad ideal –celestial, o sea, neoclerical-
cuyo centro es la diversión, el juego, la fiesta, el hedonismo. Tampoco aquí es
original, pues copia a “Homo ludens”,
de J. Huizinga, 1938, y a Aristipo de
Cirene, el gozador griego. Está tan cegado por sus dogmatismos que de facto refrenda
la distopía de A. Huxley en “Un mundo feliz”, un orden totalitario
y deshumanizado donde el placer es obligatorio. Marcuse es seguidor del “pensamiento crítico” de la escuela de
Frankfurt pero ante el hedonismo burgués es crédulo y acrítico…
Esa sociedad del juego y la diversión que Marcuse
diseña es tediosa, carca, pueril, frívola y entontecedora. Sólo los hippies la aguantan,
y muy a duras penas. Sin esfuerzo y lucha no hay vida, y cuando todo se
desvaloriza para “ser feliz” lo que
se consigue es la peor de las infelicidades, la que resulta de la ausencia de
ser.
A pesar de ello, Marcuse, igual que Freud, tienen
algo positivo, el haber puesto sobre la mesa, como material de reflexión, el
sexo y su represión institucional en la sociedad victoriana.
Muestra una gran verdad, hoy ocultada, que la
represión del eros se realiza para dirigir la energía libidinal hacia fines
“prácticos”, en primer lugar, el trabajo asalariado, productor de plusvalía
para la burguesía. Y advierte que la represión del eros enferma a los seres humanos, en especial a las mujeres. Esto queda
avalado por la situación actual en que la atroz compulsión que se ejerce sobre
las féminas para que se entreguen en cuerpo y alma al trabajo asalariado es
causa primera de feminicidio, todo para que el capitalismo incremente colosalmente
sus beneficios.
Lo cierto es que no se observa contradicción
antagónica entre eros y civilización en general pero sí entre eros y sociedad
burguesa-estatal. Aquélla es hoy más aguda que nunca, por la violación psíquica de las masas (en
especial de las femeninas) para que se extenúen en la producción, donde
supuestamente ¡se “liberan”! Eso nos ha situado en una etapa de franca
desintegración del erotismo y el sexo.
Pero el eros tiene más significados. Llama la
atención que Marcuse en “Razón y
revolución”, 1941, diserte sobre las potencialidades emancipadoras del
saber cierto, en tanto que logro de la razón[1],
pero ignora que el erotismo no solamente contrarresta y obstaculiza al capitalismo
sino que es componente de una nueva sociedad emancipada. Y, también, componente
de los elementos ideológicos, consuetudinarios y organizativos de las fuerzas sociales
que han de realizar la liquidación del capitalismo, también antes de que ésta sea
realizada.
Para la revolución se necesita muchísimo más que la
razón, que el conocimiento cierto, que proyectos y programas
político-económicos. Se requiere de una comunidad popular integrada, vertebrada,
autoorganizada y estructurada por un gran número de vínculos convivenciales y
relacionales. Esto necesita de la cosmovisión del afecto, el mutuo servicio y el
amor en actos.
El afecto no es sólo ni principalmente afectividad,
un mero estado psíquico. Tiene que ser actos, obras del amor. Y debe
convertirse en hábito. Sin resistir, denunciar y negar la sociedad actual, o infierno convivencial, no hay
transformación social. Porque sí la unión hace la fuerza el afecto contribuye decisivamente
a realizar la unión, socializando al sujeto. Y sólo el sujeto socializado es
revolucionario.
La actual sociedad de seres atomizados, que se
ignoran los unos a los otros, que no se tratan o lo hacen superficialmente, que
no están unidos por muy numerosos y sólidos lazos de mutuo servicio, tareas
comunes, devoción efusiva, apego en actos y emocionalidad compartida, no puede
realizar el cambio revolucionario, es más, ni siquiera puede efectuar apenas nada
que exija del obrar colectivo, de la unión y la organización.
La guerra de todos contra todos y la exacerbación
del conflicto interpersonal sólo benefician a los dominadores y son por ellos
promovidas de mil maneras[2].
Por eso la existencia hermanada, la mutua comprensión y la vida colectiva son
hoy valores revolucionarios. Primero porque construyen al sujeto como ser
humano, y segundo porque van creando el sustrato social, emocional, espiritual,
erótico, convivencial y organizativo del que saldrá la revolución total,
integral, que se necesita.
En vez de una vida competitiva necesitamos una vida
cooperativa. En lugar de una existencia destinada a realizar la voluntad de
poder[3],
política, económica, cultural, tecnológica o de cualquier tipo, necesitamos una
cosmovisión del servicio de unos seres humanos a otros.
El capitalismo-Estado desaparecerá por la acción
conjunta y compenetrada de la gente común dirigida a crear una sociedad de la
asistencia y la ayuda mutua. En consecuencia, la persona y la sociedad han de
reconstruirse desde el amor, repudiando el hábito del odio a los iguales, buscando
lo colectivo, escapando de la cárcel del yo, abriéndose al otro y haciéndose
apto para el servicio desinteresado[4].
Si el capitalismo es la sociedad del interés particular, un orden liberado de
su tiranía ha de ser, necesariamente, la del desinterés. Por tanto, la
construcción del sujeto desinteresado, o ser que ama, es parte preponderante en
la autoconstrucción del sujeto.
El erotismo es una fuerza unitiva, que atrae a los
seres humanos entre sí, que busca la compañía y se realiza en lo común. Por eso
es también perseguido por el orden actual, en particular el erotismo
heterosexual. El sistema de dominación quiere crear un monstruo, el sujeto
solitario, ella o él, sin afectos ni relaciones, un ser-máquina como el
proyectado por La Mettrie, en suma, mera unidad anónima de la fuerza laboral al
servicio del capital.
Se ha dicho que no puede haber comunalismo sin “espíritu de comunalidad”, lo que es exacto.
Dicho espíritu se crea paso a paso a partir del repudio de la sociedad infierno
convivencial en todos sus componentes: el desprecio de lo humano y del ser humano,
el rencor mutuo, la falta de capacidad para convivir y estar juntos, para
llevarse bien y cooperar, para saber ceder, saber tolerar y saber comprender,
sirviéndose los unos a los otros por y con afecto. Esto es una revolución en el
estilo de vida y en los valores, una gran mutación axiológica, un cambio
transcendental que creará una nueva humanidad y un nuevo ser humano, siempre
que vaya unida al resto de las transformaciones que constituyen el programa de
la revolución integral.
Dado que el erotismo es una experiencia colectiva,
de la que resulta un “nosotros”, no tiene sitio en la sociedad actual donde el
dominado y explotado ha de estar solo, enfrentado con todos y aislado, a fin de
que su dominación y explotación sea máxima.
El sujeto deserotizado actual es útil al orden
constituido porque concentra todas sus energías en la producción, porque es
egotista, asocial e incapaz de amar y porque al hacerse con todo ello un
enfermo del cuerpo y el espíritu se degrada a consumidor compulsivo. Por eso el
colapso, promovido desde arriba, de las expresiones concretas del erotismo es
parte decisiva del actual orden.
En la sociedad victoriana lo erótico era reprimido
de un modo y ahora lo es de otro, mucho más eficaz. Freud puso al descubierto
los efectos devastadores que eso tenía sobre el sujeto, en especial sobre la
mujer, pero nadie se atreve a decir la verdad sobre esta materia en el
presente, cuando el eros está mucho más proscrito y excluida de la vida de la
gente común que antaño.
La “revolución
sexual” de los años 60 del siglo pasado prometió crear una sociedad libre
para lo libidinal, pero sus efectos reales han sido justamente los opuestos. Al
reducir al erotismo a sexo, y al simplificar, frivolizar y banalizar éste, lo
que ha ocasionado es un colapso de lo erótico, que es un trastorno bastante
grave de la afectividad, la convivencia y lo relacional en general.
El sexo mecánico y deshumanizado, cuantitativo y sin
afectos, ramplón y banal, sin deseo ni apasionamiento ni sublimidad, supuestamente
higiénico y sanativo, sin espiritualidad ni responsabilidad ni calidad, ajeno siempre
a la creación vida y en todo sometido a las exigencias de la biopolítica, enseñado
(impuesto) en las escuelas y contenido en los manuales de sexología, que tiene
su origen en libros como “La función del
orgasmo”, 1927, de W. Reich, es muy insatisfactorio y perfectamente
prescindible. Por eso ahora observamos una retirada multitudinaria de lo
erótico, una y otra vez calificado de “aburrido”
en los estudios sociológicos de campo.
Esa lúgubre situación está siendo aprovechada para
la demonización institucional del erotismo heterosexual, como hace la Ley de
Violencia de Género. Quienes justifican, defienden e imponen dicha Ley forman
el peor de los grupos perseguidores en el presente de lo erótico, libidinal y
sexual. Son los nuevos mojigatos y pudibundos, los novísimos represores, ellos
y ellas. Al destruir la vida emocional y afectiva de, sobre todo, las mujeres
son agentes primeros de feminicidio.
El ser nada
de la modernidad es una criatura a la que se priva del erotismo. En esto su
existencia también se nulifica y nadifica. A la vez, al existir en la forma de
una criatura tan degradada, dislocada y mutilada, en realidad posthumana, ya no
es capaz de experimentar lo erótico y ni siquiera de desearlo, imaginarlo o
añorarlo, al ser inhábil para amar. Como mucho, desde el poder se le consiente
el tener sexo, por lo general en sus expresiones más penosas y degradadas.
Hay que insistir en que los seres humanos poseen
necesidades espirituales y no sólo materiales. Si aquéllas no se satisfacen se
produce una frustración, carencia e insatisfacción profundísima que ocasiona
enfermedades de la psique, desde la neurosis a la depresión, y graves dolencias
del cuerpo. El erotismo, por su propia naturaleza, incorpora elementos
espirituales y fisiológicos, al ser una experiencia en la que se implica la
totalidad de lo humano, por lo que su represión daña a la persona y daña al
cuerpo social. Una sociedad sana no es posible si el erotismo heterosexual es
denostado, denigrado, infamado, vilipendiado y perseguido por minorías vociferantes
que cobran del ministerio de Igualdad y de las organizaciones patronales. Tales
minorías, que son una nueva extrema derecha en tanto que policía del erotismo, el amor y el sexo, deben ser denunciadas y
resistidas.
Ha llegado el momento de realizar un triple
esfuerzo. Para afirmar como meta de un gran cambio social, digno de ser
calificado de revolución, la construcción de una sociedad convivencial, la
única que puede ser sin jerarquías y sin clases explotadoras. Para construir un
sujeto capaz de vivir en la generosidad, la sublimidad y la grandeza de miras,
al haber renunciado al egotismo y el interés particular por conversión interior
a la cosmovisión del afecto. Para conquistar la libertad erótica, a fin de que
nadie enferme por la represión de sus necesidades libidinales.
[1] Dicho así es embellecer el libro pues sus
contenidos son recusables. Marcuse admite la categoría de razón de Hegel, que
es especulativa y no experiencial, por tanto incapaz de suministrar verdades dignas
de tal nombre y por eso estéril en la acción. Llama la atención el fideísmo de
Marcuse, que sigue a Hegel en sus dislates, incluida la fe en un estadio final
de la historia, en una sociedad ideal, lo que es negar la dialéctica en su
meollo, que Hegel afirma defender y desarrollar en “Ciencia de la lógica”. Porque, lograda una sociedad perfecta, por
tanto, sin opuestos y sin contradicciones, ¿dónde queda la dialéctica? Alcanzada
aquélla, ¿no cesaría todo avance por el automovimiento dimanante de la lucha de
los opuestos? Hegel, y su poco creativo discípulo Marcuse, por no hablar de
Marx, dicen defender la lógica dialéctica para de inmediato negarla, pasándose
a la metafísica. En eso les siguen los vendedores de utopías sociales. Todos se
manifiestan como adeptos de esa variante de filosofía burguesa, pero sobre todo
errada, que es el racionalismo. La contradicción es universal, por lo que la
lucha es y será eterna. No hay ni habrá nunca sociedades perfectas, paraísos
terrenales, reinos de Jauja. Ni habrá nunca seres humanos perfectos, pues somos
y siempre seremos bipartidos, esto
es, contradictorios, por tanto imperfectos. Y sólo podemos perfeccionarnos en
lucha sin fin contra nuestras imperfecciones, contra nuestro mal interior.
[2] Uno de los politólogos más
incisivos y refinados, Alexis de Tocqueville, en “La democracia en América” establece una relación de causa a efecto
entre tiranía política y desamor, señalando que todos los tiranos promueven el
enfrentamiento entre los dominados, para sentirse seguros con el desencuentro y
aborrecimiento de todos a todos. Quien no comprenda esto no puede operar con
voluntad revolucionaria en la sociedad actual.
[3] El libro de Nietzsche “La voluntad de poder” es la negación
del colectivismo porque es la afirmación de un individualismo agresor, matonil
y asocial. No busca construir un sujeto de calidad, con fortaleza,
inteligencia, coraje, sociabilidad y autoconfianza desde sí sino desde la
protección del Estado, tarea además imposible. En Nietzsche el yo es yo-Estado, de diversos modos: como yo
que se dirige a dominar a los otros, erigiéndose en ente estatal, y como yo que
sólo puede realizarse desde el Estado. Por eso su individualismo es el propio
del militante nazi, el matón de cervecería o taberna, el policía o el
torturador. La individualidad construida desde la ideología nietzscheana es
incompatible con todo colectivismo, al producir un sujeto agresor por hábito de
sus iguales, y un asocial, que perturba y daña cualquier forma de vida
colectiva popular, al concebir su libertad no con los otros sino contra los
otros. Quienes dicen tener un ideal colectivista y se delectan con Nietzsche
manifiestan padecer un estado de enorme confusión mental. Al mismo tiempo este
ideólogo, al llevar a sus creyentes a una situación vivencial de interminables
conflictos interpersonales y de insociabilidad militante, les hace
ininteligentes y torpes (por habituarse a esperarlo todo del ejercicio de la
coacción sobre el otro), por tanto, débiles, inermes e impotentes, dañándoles sustantivamente
como personas. Además, si al yo-Estado le falta el Estado no le queda nada, lo
que sucede cuando quien de ese modo se concibe es miembro de las clases
populares, o sea, sujeto sin poder. El credo nietzscheano es visceralmente
hostil al erotismo porque es la negación más acalorada del amor. Lo suyo es el
sexo de burdel y otras horripilancias similares, y en el menos malo de los
casos el autoerotismo, inseparable del desventurado sujeto, ella o él,
insociable y solitario de la modernidad.
[4] Quienes sigue aferrados a la interpretación economicista,
productivista y tecnológica de la historia y del cambio social, que se expresa
también en la obra de Marcuse, sobre todo en “El final de la utopía”, deberían reflexionar sobre el notable número
de casos que han dado un rotundo mentís a aquélla, desde la Unión Soviética a,
hoy, China. El desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología no
lleva a una sociedad sin clases sino a un mega-capitalismo en ascenso. Es el
desarrollo de la calidad de los seres humanos, también su calidad afectiva y
convivencial manifestada en actos, la que liquidará al capitalismo, no el auge
de los objetos técnicos y la riqueza material.
Paso lista a todos los ausentes
ResponderEliminarde esta fila transparente,
cobardía o mala suerte tal vez.
Y ahora guardo mi pretérito imperfecto
y le doy un expediente,
mi presente efervescente también.
Y veo partes de mi vida
como piezas de un gran tetris
que nunca encajan muy bien
y sólo se entiende al revés.
Compra pesimismo extremo,
todos dicen que está en alza,
busca la palabra clave
en la gente que conspira,
y ¡basta! ... todos te gritan.
Reaccionar y actuar al fin,
reaccionar y saber cumplir,
y conspirar.
Y ahora mismo engulle el dato
porque ya lo han contrastado,
¿estás indigesto otra vez?
La anestesia fue bien.
Y esta orgía de portadas
friegan suelos de ascensores
tan sólo un día después
de ser noticia en la 3.
¿No has asimilado nada?
Justo lo que pretendían,
quince anuncios, luego un drama,
y en el pop no hay poesía,
y ¡basta! ... la radio grita.
Reaccionar y actuar al fin,
reaccionar y saber decir
"qué asco dan",
"qué asco dan".
Television y tú,
los dos insomnes,
mezclada en sueños tú,
los dos insomnes.
No, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución,
no, no, no a su revolución
no, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución,
no, no, no a la revolución ...
http://www.youtube.com/watch?v=NZ160iM3Tpk
"Para ellos, toda civilización es represiva, todo trabajo negativo y todo orden social mutilador, lo que resulta disparatado." Hombre, toda civilización represiva no. Cualquier civilización estatal sí. Hombre todo trabajo negativo no. Cualquier trabajo asalariado sí. Hombre, todo orden social mutilador no, cualquier sistema que no deje una libertad individual y colectiva esplendorosas sí.
ResponderEliminar"un cambio transcendental que creará una nueva humanidad y un nuevo ser humano" prefiero el viejo ser humano a otras versiones de él.
ResponderEliminarEntiendo que haya un "feminismo" por parte del Capital y el Estado bastante denigrante que busca una lucha de sexos en lugar de la liberación social y la verdadera igualdad, pero de ahí a llamarlo extrema derecha como los que dicen feminazis... más que nada porque ahora prácticamente a cualquier cosa negativa se la llama fascista
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=-HOycZjBUIw
"deberían reflexionar sobre el notable número de casos que han dado un rotundo mentís a aquélla, desde la Unión Soviética a, hoy, China" a qué te refieres? China tiene una explotación muy alta y mezcla lo peor de ambos, la URSS también tenía crecimiento económico. Y también pienso que para cambiar la sociedad y la economía [que sea desplazada como altar, falso dios, base] es más loable la evolución de valores/espiritual que la tecnológica [tipo proyecto venus o a saber].
ResponderEliminarRonaldinho se nota que eres un intelectual, da gusto leerte. Que los espíritus propicios te guarden muchos años. Gracias xD
EliminarJosé Luis Millares Lorenzo
ResponderEliminarSin Estado no existiría el capitalismo, pues el adjetivo calificativo “capitalismo” define el tipo de Estado que es, como lo fue el Estado esclavista (sociedad romana) o el Estado feudal (siervos). En todos uno de los elementos transversales es la existencia de la moneda, sin la cual no existiría el Estado, que permite la apropiación por éste de parte del trabajo, de las personas que trabajan asalariadamente, en sus diversas formas, a traves de los impuestos directos (IRPF) e indirectos (IVA), además de la parte de trabajo, que como plusvalía del trabajador, se apropia la burguesía, esta que también se apropia indirectamente de los impuestos del Estado. Esto desnaturaliza el trabajo de la persona como bién común a los seres humanos, al perder la perspectiva, su finalidad, del mismo, la del desarrollo de las personas como colectividad, incluyendo el bién común y el individual, en permanente conflicto y equilibrio constante e inestable, necesitado de esfuerzo continuado para que prime lo común a los seres humanos sin detraer lo individual de cada uno.
No recuerdo quién dijo esto, pero me gusta: "Son los psicópatas los que son atraídos por el poder, seguramente ellos inventaron las instituciones, reinados y demás, para ejercer su locura contra el resto de la humanidad. A la gente no psicópata ni se les ocurre desear poder, porque ya tienen lo importante, que son relaciones con sus seres queridos y una vía de subsistencia. Prueba de ello es que en las tribus, donde son apenas 100-200 personas, en cuanto sale alguien asi se lo cargan o hacen lo que sea para librarse de ellos".
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