Félix Rodrigo Mora
Hoy, el estado de ánimo apropiado en quienes deseamos una
transformación integral del individuo y la sociedad es el optimismo, prudente, y
la esperanza, fundamentada. Y ello a pesar de que habitamos en una sociedad
muerta[1],
formada por seres nada fabricados desde y por el poder, cada vez más degradados,
más pasivos, serviles y aborregados, lo que hace que en el presente sólo una minoría
muy reducida puede hacerse consciente.
Las causas del optimismo son tres. Una es que las contradicciones
del sistema se están haciendo más y más agudas, más y más graves, con
sorprendente rapidez. El régimen de dictadura actual no puede ser vencido, no
puede ser derrocado, al ser extraordinariamente fuerte, pero se autodestruye a
sí mismo a buen ritmo, pues toda decisión que adopta e impone al pueblo lleva
aparejada, irremediablemente, unas contraindicaciones, costes ocultos y daños
colaterales colosales. Así pues, el sistema actual es el principal autonegador,
aniquilador, de sí mismo, aunque el golpe definitivo debe dárselo el pueblo
consciente y organizado, es decir, la revolución. No avanzamos hacia un colapso
del orden en vigor, sino hacia un periodo de decaimiento y putrefacción (en
todos los aspectos de la vida de la sociedad y del individuo) relativamente duradero,
en el que ya estamos, aunque en su fase inicial. En tan sólo un par de decenios
la situación de degradación y desintegración, especialmente en Europa, será innegable.
Son los hechos, principalmente, quienes desautoriza al sistema, cada día con
más contundencia.
[1]
La salida del país, como emigrantes, desde 2012, de 2,5 millones de personas
menores de 40 años, es una de las causas de la situación de nula actividad
transformadora y casi completa “paz social” que padecemos. Se ha ido una masa
colosal de juventud y aquí no se mueve nada, por ahora. Yo lo estoy notando en
mis actos público, donde no está la masa juvenil que asistió a ellos hace sólo
seis años.
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