La paz reina en los campus universitarios. Suceda lo que suceda en la
sociedad y en el mundo, el estudiantado (cerca de millón y medio en nuestro
país) continúa con su degradante rutina de clases, apuntes, evaluaciones, aprobado/suspenso,
etc. Nunca pasa nada en la universidad desde hace ya varios decenios. Está
cabalmente pacificada, y está creando una juventud dócil, degradada y
desmovilizada, cuyas preocupaciones no rebasan la esfera de lo cotidiano y
ramplón.
Las muy pocas veces que pasa algo, siempre por
asuntos corporativos y pedestres, la masa universitaria sale a la calle en
forma de multitud aturdida y sin vitalidad, pragmática y resignada, deseosa de que
el conflicto termine lo antes posible para retornar a su depresiva y
destructiva rutina.
Las alumnas y alumnos
son, salvo muy escasas excepciones, sumisos, silenciosos, carentes del hábito
de pensar, sin iniciativa ni creatividad, con un dominio decreciente del
lenguaje, poco o nada sociables, nulamente interesados en cualquier forma de responsabilidad
o compromiso, sea moral, cultural, social, político, estético, etc. Están
carentes de ideas propias y, más aún, de ideales trascendentes. El suyo es un
vivir a ras del suelo, esencialmente vegetativo y zoológico. Sienten aversión
hacia el saber y el conocimiento, aborrecen los libros y anhelan evadirse de la
pesadilla diaria en que viven, de ahí su proclividad al alcohol y los
psicoactivos.
Todo ello viene a
significar que está siendo devastada una porción decisiva de la juventud, pues
los estudiantes universitarios son hoy un tercio de ella. La cosa es tan inquietante
que la definición usualmente utilizada para la juventud durante siglos ya no
sirve. Hasta no hace tanto se la caracterizaba de impetuosa y comprometida, de creadora
de lo nuevo e innovadora, de agitada e inconformista hasta elevarse a revolucionaria,
de audaz e incluso aventurera, de poseer ideas e ideales así como del espíritu
de esfuerzo y sacrificio necesarios para su realización. Durante siglos los
estudiantes han sido, con sus actuaciones y luchas, un factor de dinamización y
avance… Pero hoy, ¿qué son hoy? Básicamente sujetos que quieren un título
universitario para asegurarse el nivel de consumo de sus padres, con la zozobra
de saber que en la gran mayoría de los casos no van a conseguir esto último.
Busquemos las causas de
ese cambio a peor que toda persona de bien debe lamentar. La pacificación de la
universidad, su conversión en un espacio cuasi penitenciario donde se pudren en
vida cientos de miles de jóvenes, proviene en buena medida del sistema de
hiper-exigencia académica impuesto hace sólo unos decenios. Éste estriba en sobrecargar
al alumnado de deberes y requerimientos académicos hasta, literalmente,
extenuarle y consumirle.
El estudiante medio,
para sacar los cursos y recibir el título, tiene que efectuar entre 10 y 14
horas de esfuerzo diario, 70 a 98 horas a la semana durante casi todo el año, muy
por encima de las 40 horas semanales, 8 horas cinco días a la semana, que ha de
ser el máximo del tiempo de trabajo. Está padeciendo jornadas de “trabajo”
similares a las de los asalariados durante la revolución industrial, y con los
mismos resultados, el desmoronamiento psíquico, emocional y físico del
individuo.
Por eso aquél es, en primer
lugar, una persona exhausta, agobiada. Asistir a clase, tomar apuntes, preparar
exámenes, etc., le ocupa tantísimo tiempo y le consume tantas energías que no
le queda apenas nada para pensar, leer y meditar a los clásicos, convivir,
ejercitarse físicamente, soñar, amar, comprender la sociedad en que vive,
autoconstruirse como persona de calidad y virtud, adquirir compromisos,
reflexionar sobre los grandes problemas de la condición humana y atender
afectuosamente a la familia.
A ello se suma la
intuición, perfectamente lúcida y muy exacta, de que lo que le inculcan no es
verdadero y no sirve, al consistir en gran medida en locuacidad vana y chatarra
verbal. Esto es, en propaganda y aleccionamiento. La radical falsedad y
arbitrariedad de gran parte de los contenidos que se imponen a los estudiantes
es otra concluyente causa de la desmoralización de éstos, así como de su
repudio de lo que huela a saber y conocimiento.
El régimen de
hiper-exigencia académica es un pavoroso sistema de dominación, instaurado
precisamente para lograr lo que ahora existe, una universidad pacificada con un
alumnado que no pueda intervenir en la reflexión comprensiva y acción
resolutiva de los grandes asuntos de nuestro tiempo. Tal régimen se impone
igualmente en la enseñanza media y en la básica, por ejemplo, con una carga de
deberes que desorganizan psíquicamente y degrada corporalmente al adolescente y
al niño. El ente estatal es el responsable primero de todo ello.
De ahí que la primera
exigencia ha de ser su desmontaje, con el retorno a un régimen de 40 horas
semanales de esfuerzo total, incluyendo clases y estudio personal del alumno.
Conquistar esta reivindicación es básica para que la universidad deje de ser un
espacio concentracionario y para que el joven pueda construirse como persona
con identidad propia y calidad humana.
Una parte mayoritaria de
profesores y catedráticos cumplen ciegamente las exigencias del ministerio de
Educación de exigir más y más a los alumnos, pero hay una minoría que contempla
con preocupación y dolor lo que está sucediendo, aunque a menudo no comprende
sus causas. Esta minoría tiene que unirse a la exigencia estudiantil de
realizar un esfuerzo académico que no devaste al alumno. Los padres y madres
tienen que comprender el daño colosal que están haciendo con sus hijos,
rechazar el despropósito perverso de que son “la generación mejor preparada de la historia”, denunciar la
operación de ingeniería social que ha convertido la universidad en un espacio
para la desintegración de los jóvenes y sumarse a la reivindicación de las 40
horas semanales de esfuerzo total.
Por supuesto, la
universidad tiene muchos más problemas. Lo aquí expuesto es sólo el principio.
Habrá otros artículos que se ocupen de ello.
La domesticación en las universidades es producto de la aplicación de criterios empresariales en la educación, siendo los beneficiarios los propios profesores. Son ellos los que se organizan en bandas y con sus redes clientelares y nepóticas controlan el sistema productivo. Hasta tal punto que para aprobar es mejor tener contactos que conocimientos.
ResponderEliminar¿Quienes son los profesores? Lo peor de la sociedad. Los peores ministros han sido profesores de universidad. Las universidades son pozos de políticos. Los banqueros pululan y se hacen profesores. Solo hay que ver el sistema montado con las tasas y los Masters. Economía es sinónimo de política, porque es sinónimo de poder.
Las miles de cualificaciones y requisitos que se piden en muchos trabajos son reflejo del sistema de cribaje impuesto por las universidades. No es paranoia, es pasar por el aro o por la cola del paro.
Los alumnos no son clientes que pagan. Son la carne de cañón que abarrotará mañana el paro.
Acabar con la universidad es atacar a los profesores que la convierten en su caladero. Es echarlos y que no vuelvan. Y no creo que se pueda hacer desde dentro.
Salud!
Una verborrea poco coherente con el uso intensivo de citas de academicos en el capitulo tercero del libro el triumfo del estado sobre l cuestion de la verdad.
ResponderEliminarNo solo es burda l critica, sino k también es contraproducente para el pensamiento estratgico haci l constitución de un movimiento emancipador
El desprecio nunca permitió el establecimiento de vinculos de calidad, y ante el desmoronamiento de la universidad es necesario abordar la cuestion de las luchask estan teniendo lugar entorno a la universidad reconociendo su complejidad
Saludos insolidarios con el discurso islamofobo de FRM en su último correo de la lista de distribución,
Max Cortés
Si te enteraras de algo podrías decir que el discurso de FRM es islamófobo.¡Qué malo es FRM que se mete con el Estado Islámico!¿Por qué no propones al ISIS para el premio nobel de la paz?
EliminarSolo gente como esta,que abarrota las universidades puede existir en el mundo de hoy,gente preparada para aguantar lo que
les traigan y les manden las élites,pero que a la primera se tira al cuello de su amigo.¡Bravo!
David
En las universidades hoy no se puede cuestionar la pertinencia ni la ética de los temas que se proponen o estudian. Por ejemplo, en la facultad de arquitectura de Valencia, proponer que se deje de construir en un barrio histórico con 70%de viviendas vacías y se planten árboles es motivo de burla y suspenso.
ResponderEliminarEl proyecto de final de estudios de los alumnos de último curso consiste en diseñar campos de concentración donde hacinar a los refugiados. Eso sí, todo muy solidario, necesario, participativo, etc . Y cuantas chorradas más se nos ocurran. No se puede decir que Valencia está petada de vivienda vacía propiedad de los bancos y que no hay necesidad de hacinar a la gente como animales.
ResponderEliminarY luego aún saldrá algún imbécil (tipo nazi) diciendo que los metas en tu casa.
EliminarEfectivamente, mételos en tu casita si tan solidario eres, izquierdoso caviar. Son millones los que quieren venir y seguro que los quieres ver a todos pululando y enriqueciendo tu barrio. Seguro que sí, pedazo de hipócrita.
EliminarReal como la vida misma. Pero también hay carreras como la que estudié yo en la que precisamente no te matas a estudiar... Yo no fui a clase, estudié lo mínimo para aprobar los exámenes tipo test con apuntes de otras personas que iban a clase y finalmente me licencié. Estudié Comunicación Audiovisual, una broma de carrera. Cuando entré escribía bien y después de 5 años de botellones, fiestas y una edad del pavo prolongada era prácticamente una analfabeta funcional. He tardado años en recuperarme y volver a poder escribir. Un abrazo.
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