lunes, 23 de septiembre de 2013

“1688 La primera revolución moderna” Steve Pincus – 2013




Este historiador británico ya había estudiado los grandes cambios que tuvieron lugar en Inglaterra en el siglo XVII en “England´s Glorious Revolution”, pero la obra arriba citada, un voluminoso trabajo de 1214 páginas, aporta una notable cantidad de análisis nuevos acerca de numerosas cuestiones parciales. Sobre todo, incluye un gran caudal de datos e informaciones que permiten comprender no sólo lo que fue la revolución liberal en Inglaterra sino lo que es toda revolución liberal, la estadounidense, la francesa (llamada “revolución francesa”, de 1789) y la española, centrada en la Constitución de 1812, entre otras.
        
        
Pincus, con un gran acopio de referencias y testimonios de la época, coincide con lo que ya he expuesto en varios de mis libros sobre la mutación liberal inglesa del siglo XVII y acerca de éstas revoluciones en general. Tales formulaciones siguen siendo negadas por la gran mayoría de los historiadores, rehenes de una concepción de la historia equivocada por parcial, interesada y politicista, que al ser aplicada a la transformación de las sociedades actuales alcanza resultados catastróficos. Así pues, el libro aquí comentado debe ser tenido por una notable confirmación de una concepción más verdadera de la historia, apta por ello para servir de fundamento al proyecto de revolucionarización total de las sociedades europeas.

        
Para las y los lectores de mis libros y artículos[1] este trabajo aporta poco de nuevo, aunque confirma, demuestra y amplía lo que en ellos se formula. Eso no significa que Pincus acierte en todo, ni mucho menos, pues los numerosos y graves errores de la obra son obvios. Pero al lado de la historiografía habitual, académica, es un avance muy notable.

        
Yendo al grano de los contenidos podemos decir que muestra al Estado inglés como agente motor y principal beneficiario de la revolución liberal inglesa. Con ello refuta una noción simplona, específicamente burguesa, de la lucha de clases como mera pugna económica, dejando en la sombra la contradicción principal de todas las sociedades en lo político y económico, la que se articula entre dominantes y dominados, entre Estado y clases populares. Ese economicismo tiene sus fundamentos teoréticos en el fulero libro de Adam Smith “La riqueza de las naciones”, 1776, dirigido a ocultar la verdadera naturaleza de la sociedad liberal como formación hiper-estatizada en permanente expansión que, por ello mismo, niega la libertad al pueblo.

        
Pincus prueba, con una masa muy vasta de datos y testimonios de analistas y panfletistas, de políticos, jefes militares, agentes económicos y altos funcionarios de la época, la decisiva función del ente estatal en el cambio revolucionario de la tenida por primera revolución liberal europea[2]. Comienza refutando los tópicos más desacertados, que fue una guerra religiosa, o que se trató de un conflicto dinástico, que opuso a los partidarios de los príncipes de Orange, Guillermo y María, con los parciales de Jacobo II.

        
Desde 1640, e incluso desde antes, Inglaterra se adentra en un tiempo de luchas políticas abiertas. Su meollo es la voluntad del aparato estatal de expandirse, a costa del pueblo y a costa también de quienes vivían del modelo precedente de orden estatal. Esto ocasiona resistencias tenaces, que en varias ocasiones llevan a una guerra civil abierta. Ese ir a más del artefacto estatal se da en dos fases, una “absolutista”, en que su crecimiento es sobre todo cuantitativo, y otra liberal, a partir de 1689, en la que el ente estatal muta a liberal, esto es, se desarrolla en lo cualitativo sin descuidar lo cuantitativo. Ese es exactamente el contenido del conflicto de 1688-89, que se hizo breve guerra civil.

        
Señala Pincus que la política internacional fue el factor número uno en el desencadenamiento del cambio liberal, esto es, mega-estatal. Inglaterra necesitaba un aparato de Estado poderoso para lidiar por la hegemonía mundial con su principal rival en la segunda mitad del siglo XVII, la Francia “absolutista” de Luis XIV. Anteriormente había conseguido buenos resultados contra España y Holanda pero el nuevo desafío era formidable y las elites de poder británicas lo afrontan desencadenando una revolución interior, esto es, reorganizando el poder estatal y con ello la totalidad de las relaciones sociales.

        
Necesitaban un ejército poderoso y, sobre todo, una flota de guerra colosal, o dicho con una frase del libro, “los revolucionarios de 1688-1689... abrazaban la cultura urbana, la manufacturación y el imperialismo económico”, siendo el medio de obtenerlo el “crear un Estado moderno”. Para lograrlo había que desenvolver cualitativamente el sistema fiscal y el aparato funcionarial, y había que conseguir una centralización máxima del sistema estatal, poniendo fin al “feudalismo”, o sea, al modelo precedente, relativamente descentralizado, de orden estatal, en el que los señores territoriales poseían un significado todavía notable, aunque siempre como agentes y oficiales de la corona[3].

        
Después de los errores, malevolencias y simples majaderías que son habituales en estos asuntos es salutífero leer a Pincus, un autor alejado de todo compromiso político explícito, en el análisis de los cambios que tienen lugar en el poder militar, ejército y armada, en el sistema tributario, en el aparato funcionarial civil, en la legislación, en las instituciones económicas, en los podres judicial y carcelario y en la vida privada de las personas. Afectó también, como es lógico, a la legislación económica, a las formas de propiedad y al modo de producción. Todo para hacer de Inglaterra la potencia dominante en Europa, por tanto en el mundo[4].

Ironiza el autor sobre los teoréticos que identifican “liberal” con “anti-estatal” enfatizando que nadie, ninguna fuerza política de la época, era contraria a desarrollar al máximo el poder del Estado, y que todas eran intervencionistas. Prueba que el conflicto de 1688, que se resuelve al siguiente año, fue una pugna entre dos corrientes partidarias de un Estado máximo, la una como Estado “absolutista” y la otra en tanto que Estado liberal, parlamentarista y constitucional (el Bill de derechos” de febrero de 1689 debe ser tenido por una expresión elemental de Constitución). Dado que todo ente estatal liberal es mucho más fuerte que el “absolutista”, por su propia naturaleza, el meollo del conflicto entre los seguidores de Jacobo II y de los Orange se comprende bien. En él vencen los estatólatras más consecuentes y eficientes.

        
La cuestión del ejército y la flota de guerra se convirtieron en lo decisivo del cambio liberal inglés. Lograr “rehacer radicalmente el Estado”, en la forma de Estado liberal, era el objetivo número uno de los revolucionarios, para alcanzar a movilizar todas las fuerzas económicas y humanas del país conforme a las órdenes de un poder único y centralizado establecido en Londres. Sólo así se podrían librar guerras victoriosas con las potencias rivales. Y sólo así se podría desarrollar el comercio, las manufacturas y el capital inglés, siempre que las victorias militares, especialmente las navales, permitiesen la “libre” circulación de las mercancías británicas por todo el orbe.

        
La tolerancia religiosa, tan preconizada por Locke e impuesta por la Ley de Tolerancia de 1689, dimanó no del amor hacia un ideal abstracto de libertad de conciencia, sino para cerrar filas en la recién creada nación inglesa, poniendo fin a las luchas intestinas a fin de dirigir todas las fuerzas contra el enemigo externo. Lejos de ser una medida hecha con criterios de benevolencia ética y política no tenía otra meta que expandir el militarismo y el imperialismo inglés. La conclusión es que todos, fueran de la religión que fueran, iban a pagar tributos al Estado y aportar hombres al aparato militar. Su lealtad emocional se habría de encaminar en el futuro hacía "la nación” y no a una fe religiosa.

        
Por tanto, lejos de ser la burguesía la que realiza la revolución liberal, según mantiene el tópico historiográfico, son las elites estatales quienes la hacen: los mandos del ejército, la oficialidad de la armada, los altos funcionarios, los jefes de la policía, los abogados, libelistas y publicistas, todos los que eran conscientes de que o se creaba un poder institucional máximo o su país sería derrotada por Francia. Aunque Pincus califica a Inglaterra en el siglo XVII de “sociedad comercial” eso no es exacto, pues probablemente el porcentaje que aportaba el comercio al PIB era reducido. Es la revolución liberal la que da un gran impulso al crecimiento económico y con él al comercio, en lo esencial para permitir un gasto estatal superlativo. Hay que esperar más de un siglo a que con el desarrollo de la revolución industrial inglesa se generalice la existencia de la burguesía. Ésta, no se olvide, es tal cuando es propietaria de los principales medios de producción, cuando es burguesía industrial sobre todo, y no sólo o principalmente comercial, que era la sobre todo existente en tiempos de la “Revolución Gloriosa”.

        
Una vez más se observa que es el Estado quien, en lo medular, crea y desarrolla a la burguesía. Ésta posee por sí misma una cierta capacidad de crecimiento autónomo pero sin la asistencia del Estado en todos los órdenes, desde el legislativo al monetario sin olvidar el ideológico y el estructural, no puede desarrollarse más allá de un límite. De esto se concluye que quienes desean servirse del Estado para restringir, contener o liquidar el capitalismo se sitúan fuera de la realidad, al no comprender ni la historia ni el presente.

Los Estados existen como instituciones de poder en permanente lucha competitiva entre ellos, que adopta muchas formas, desde la comercial hasta la militar, pero que en definitiva alcanza cada cierto tiempo el nivel de guerra abierta. Conscientes de esto, los Estados procuran maximizar todo lo que pueden el poder militar, y eso exige crear sociedades militarizadas, no en el sentido pueril en que lo entienden muchos pacifistas, sino en el real, con biopolítica, planes de reclutamiento, impuestos al servicio del aparato bélico, patriarcado, centralización del mando, aparatos de adoctrinamiento, etc. Es lo que pretendían, y lo que lograron, todas las revoluciones liberales. Pero la libertad verdadera es todo lo contrario, ya que su fundamento es constituir una sociedad en que sólo haya pueblo y no ente estatal, vale decir, en que no exista una minoría mandante y una gran mayoría mandada, por tanto, sin libertad.

        
El caso inglés ilustra la noción hegeliana de que el Estado es la libertad, por tanto, el Estado máximo es la libertad máxima, sofisma patético y noción atroz por totalitaria. Las elites del poder que se constituyen en Estado máximo hegemónico, como lo fue el de Inglaterra desde mediados del siglo XVIII hasta la II Guerra Mundial, alcanzan una plétora de libertad a escala planetaria, al poder imponer a los otros Estados sus intereses fundamentales. Para las clases populares (y para los pueblos conquistados) un Estado máximo en desarrollo, como el liberal y constitucional, es aquél que más y mejor les priva de libertad, y más y mejor les destruye como seres humanos.

        
La creación del Banco de Inglaterra en 1694, por decisión del parlamento, tenía fines militares y en general estatizadores más que económicos. Puesto que las guerras con las potencias rivales y la expansión del imperio por medio de la armada necesitan de ingentes sumas de numerario en los momentos decisivos, dicho banco estaba en condiciones de proporcionárselo al Estado inglés. Esto le otorgó una ventaja decisiva sobre los demás Estados europeos. Tal impugna las interpretaciones productivistas y economicistas de la historia. El libro comentado ofrece al respecto testimonios fundamentales de la época, en las páginas 684 y siguientes: su lectura es ineludible. Por supuesto, el Banco de Inglaterra fue usado por el ente estatal también para desarrollar la economía y fomentar el ascenso de la burguesía. En efecto, una burguesía boyante hace que los ingresos fiscales del aparato estatal se eleven en flecha…

        
La conclusión última de todo esto es que la concepción económica de la historia, tal como fue formulada por el marxismo y admitida por el resto de los obrerismos decimonónicos, es inexacta. Marx, que tenía conocimientos muy pobres, tópicos y elementales de la historia real, se redujo a copiar sin citar la versión preconizada por Adam Smith y sus continuadores sobre la supuesta autonomía y centralidad de la economía. Pero la obra de Smith no es saber cierto sino propaganda política destinada a ocultar lo más decisivo, que en la sociedad liberal no hay libertad civil, por tanto libertad económica, dado que el Estado dirige, en última instancia, la vida productiva y la vida toda. Dicho aún más claro: si el Estado manda en lo importante el liberalismo es una dictadura, una tiranía del Estado.

        
Marx, con su arbitrario y letal economicismo, tomado de los ideólogos liberales de la economía política, malinterpretó y falseó la mayoría de los aspectos más decisivos del devenir histórico, por tanto del presente. Al “olvidar” al Estado, al ocultar que es el principal agente económico de las sociedades contemporáneas, por encima de la burguesía, propuso un proyecto de cambio social que vigorizando la función del artefacto estatal refuerza al capitalismo. De ahí que cuando declara desear terminar con éste lo que en realidad está haciendo es robustecerle más y más, como se ha observado y observa en las desventuradas experiencias de la Unión Soviética, China, Cuba, Vietnam, Corea del Norte, Venezuela, etc.

        
Marx se opone al capitalismo existente en beneficio de un mega-capitalismo futuro, y eso explica exactamente los “logros” de las revoluciones marxistas, que son todas ellas, revoluciones capitalistas, burguesas, dirigidas a desarrollar las fuerzas productivas, esto es, a fomentar una nueva clase capitalista sobre las ruinas de la antigua, mucho más poderosa, agresiva, represiva y tiránica que la del pasado.

        
El proyecto marxista, en esencia, es socialdemócrata, anti-revolucionario, laudatorio del capital en su peor expresión, al afirmar de manera tan vehemente el Estado. Somete al proletariado a sobre-dominación y sobre-opresión (como se manifiesta hoy en China), devasta la condición humana y sirve a la gloria final del capitalismo entendida como su triunfo total y universal.

        
La revolución era idea ajena a Marx, que sólo la admitió a regañadientes y sin convicción, obligado por el prestigio inmenso de la Comuna de París, en lo que fue una operación oportunista para no ponerse en evidencia. Lo suyo era la estatolatría. Su propuesta es evolucionista, desarrollista, torpemente determinista, simplona, deshumanizada, esto es, socialdemócrata. Más que capitalista resulta ser mega-capitalista. Y tal se pone de manifiesto en su interpretación de la historia. Para poner fin al capitalismo hay que construir una nueva explicación, un nuevo paradigma, un renovado proyecto holístico. En eso estamos. Y eso exige comprender la historia como fue, con exactitud y rigor, dando de lado toda interpretación subjetivista, ideologizada, politiquera o economicista, sea “favorable” o desfavorable.
        
        




[1] Se trata de “La democracia y el triunfo del Estado”, en su parte del análisis histórico y político, de “Seis estudios” en sus dos capítulos iniciales y de los trabajos de refutación de la revolución liberal española y la Constitución de 1812 colgados en mi página. Siempre es agradable que un libro elaborado con posterioridad a los propios alcance las mismas, en esencia, conclusiones sobre acontecimientos decisivos de la historia europea.
[2] No es el momento de entrar en controversia si fue la primera o no, considerando quizá como anterior la que tuvo lugar en las Provincias Unidas (Holanda). Los documentos fundamentales de la mutación hiper-estatizadora de Inglaterra son el Bill de derechos”, de 13-2-1689, que establece la hegemonía del parlamento sobre el monarca, y “Segundo tratado sobre el gobierno civil”, de John Locke, publicado en 1690, que compendia una parte del ideario político y doctrinal de la “Revolución Gloriosa”.
[3] La demagogia “antifeudal” es una de las muchas justificaciones del Estado policial liberal. Se supone que las revoluciones “antifeudales” liberan a los pueblos de una opresión espantosa… creando un régimen policiaco y militarista. Pincus dedica una parte de su libro a tratar, por ejemplo, del incremento en el actuar de la policía que tiene lugar en Inglaterra a finales del siglo XVII. Basta con comparar el grado y poder de los aparatos represivos en la Inglaterra de 1600, “feudal”, con los existentes en 1700, liberal, para comprender qué es la retórica “antifeudal”, una apología del Estado policiaco. La pasión por el centralismo y la policía forman el meollo del jacobinismo.
[4] Acerca de la revolución francesa el libro de Bertrand de Jouvenel, “Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento”, dice verdades formidables e irrefutables que demuelen la imagen mítica, “liberadora” y “emancipadora”, que sobre ella se ha creado e impuesto, con impúdica violación de la libertad de conciencia. Ese autor, más modestamente, prueba que su esencia se redujo a incrementar en mucho el poder del ejército, la policía y los altos funcionarios estatales, contra el pueblo. Esto, además, deja en mal lugar las ingenuidades progresistas, al mostrar que la teoría del progreso es sólo una creencia infundamentada, es más, una forma a lamentar de fanatismo e irracionalidad, que sirve a la peor reacción.

17 comentarios:

  1. A mi hay algo de tu trabajo que no me cuadra. Pondré el ejemplo de Esparta.

    Esparta era una sociedad tan rigida y tan militarizada que acabó siendo victima de si misma.

    Los espartanos no eran capaces de inventar nada. No eran capaces de innovar. Ni siquiera eran capaces de aprender de sus enemigos.

    En aquella época se luchaba en falange y se colocaba a los mejores en el flanco derecho. Epaminondas (un tebano) lo que hizo fue colocar a los mejores en el flanco izquierdo. Y además de eso adelgazó el flanco derecho para tener mas tropas disponibles y poder dotar de mas profundidad al flanco izquierdo.

    La idea de Epaminondas era embestir con el flanco izquierdo y aguantar con el flanco derecho. De esa manera él pensaba que podría arrollar a los espartanos justo donde eran mas fuertes: en el flanco derecho. Una vez el flanco derecho espartano se desvaneciera toda la falange se vendría abajo y la batalla se convertiría en una carniceria.

    Epaminondas probó su estrategia y funcionó. Los espartanos que sobrevivieron a la batalla no podían regresar a su patria y contar lo sucedido porque habrían sido ejecutados. Por tanto no regresaron a la patria y en Esparta nadie supo como había ganado Epaminondas.

    Epaminondas sabía que los espartanos no sabían que había pasado. Así que volvió de nuevo a probar el mismo truco y volvió a funcionar. Los espartanos volvieron a ser masacrados.

    Finalmente los tebanos llegaron a Esparta y se encontraron un ejército de niños al que masacraron. Y a continuación un ejército de mujeres y ancianos. Les preguntaron: "¿Donde están los soldados espartanos?" Y un anciano les respondió: "Están todos muertos. Si ellos estuviesen vivos vosotros no estaríais aquí"

    Esparta fue victima de si misma porque suprimieron toda la libertad, crearon leyes absolutamente rígidas e impidieron con ello todo progreso e innovación.

    Lo mas patético de los espartanos es que los supervivientes de la batalla contra Epaminondas podían haber regresado para explicarles que los tebanos cargan desde la izquierda y aguantan desde la derecha. De esa manera en Esparta habrían sabido lo que pasa y habrían podido vencer a Epaminondas en la segunda batalla. Pero como tenían unas leyes tan rígidas eso no ocurrió.

    Lo que quiero decir con esto es que una sociedad excesivamente militarizada y adoctrinada se acaba aniquilando a si misma. Por tanto si los estatolatras quieren que occidente sea lo mas poderoso posible, deberían dar marcha atrás en muchos terrenos. De lo contrario vamos directos al desastre.

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  2. El libro del señor Pincus es de 2009, no de 2013. No sé si eso lo vuelve a anterior a sus obras, señor Rodrigo, pero la fecha de edición original es esa.

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    1. Efectivamente la primera edición: "1688: The First Modern Revolutions" de Yale University es de 2009.
      La edición en castellano -la que Félix comenta- es abril de 2013 ISBN 978-84-15689-55-3; DL. B.6982-2013. La pregunta es ¿a qué viene esta precisión? KL

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    2. En la nota 1, Félix dice: "Siempre es agradable que un libro elaborado con posterioridad a los propios alcance las mismas, en esencia, conclusiones sobre acontecimientos decisivos de la historia europea." Se refiere a los libros "la democracia y el triunfo..." y "seis estudios", ambos publicados en el 2010. Lo que los convierte en NO elaborados con anteriodad diría yo. La pregunta es ¿a que viene esta precisión sobre la precisión?

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    3. ¿Por que censuran mi precisión de la precisión? No lo entiendo, de verdad. Félix dice que este libro es posterior a los suyos (en la nota 1), cuando no lo es. Sólo es un pequeño error sin importancia. ¿Tanto hablar de la verdad, y ni algo así son capaces de reconocer? ¿Esta es la calidad humana que buscan?

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  3. Fantastico aporte. Estoy estudiando las revueltas alemanas del XVI, enlazandolo con la Revolucion inglesa y me viene al pelo este enfoque.

    Es coherente con lo que nos has contando sobre el proceso en España. Hace poco estudiaba a Luis XIV y especulaba -no se si inspirado por algo que lei de Felix-, si su belicismo expansivo no habria provocado, impulsado, forzado - junto a otros factores, claro-, la revolucion industrial, al forzar a Inglaterra a centralizarse, rearmarse y fortalecerse contra esa amenaza, lo que les forzaria revuscar en sus saberes el como usar la tecnologia en ese fin.

    Todo encaja, todo se apoya, hay coherencia. Se ve el proceso, las partes se ajustan unas a otras para crear Estado y Capitalismo .

    Me encanta! Me pone como una moto este tipo de datos!

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    1. Las consecutivas revoluciones militares (mejoras tecnológicas y organizativas en el desempeño de la guerra) que se produjeron con el advenimiento de la modernidad hicieron de la guerra una actividad cada vez más costosa, lo que condujo inexorablemente a buscar la forma de extraer los recursos para preparar y hacer la guerra. Esto exigió el aumento de la estructura central organizativa del Estado, y con ello el aumento de su capacidad de explotar más y mejor a la población y territorio de su dominio. Las carreras de armamentos entre Estados han sido una de las causas que ha originado la industrialización y el capitalismo, básicamente como sistema de producción económica que provee de los medios necesarios para preparar y hacer la guerra. Recomiendo la lectura de Charles Tilly, "Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990", así como de Otto Hintze "Historia de las formas políticas" donde en el capítulo titulado "Economía y política en la época del capitalismo moderno" pone de manifiesto cómo el Estado ayuda a crear el capitalismo. También recomiendo la lectura de "Auge y caída de las grandes potencias" de Paul Kennedy que refleja esta relación entre economía y poder político-militar, lo que ya tiene un antecedente en Robert Gilpin con "War and change in World politics". No menos reseñable es el análisis de la aparición del Estado moderno que hace Michael Roberts y que sirvió desde los 50 como base para el desarrollo de esta línea de investigación con su "The military revolution 1560-1660". En todo esto juega un papel muy importante la influencia del medio internacional, tanto las relaciones internacionales como la geopolítica, que condicionaron el desarrollo y crecimiento del Estado. Sobre esto hay una gran cantidad de bibliografía.

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  4. sr. Félix: impresionante. Cada día supera al anterior. Mil y Mil Gracias.

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  5. Una pregunta off topic (espero no molestar): hay alguna forma de descargar La democracia y el triunfo del estado? Gracias.

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  6. ¿Podemos deducir que es la voluntad de poder la esencia del leviatán estatal a partir de que lo es tambien del ser vivol?. ¿Sería este el lado negativo del ser humano en contraposición al amor?.

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  7. Bueno, si de lo que se trata es de precisar cabría añadir un toque de sutileza. A lo que Félix debió en cualquier caso referirse era a la fecha de publicación de los trabajos -2013 la edición en castellano del trabajo de Steve Pincus, 2010 la primera edición de “La Democracia y el triunfo del Estado” y la de “Seis estudios”- La elaboración, tanto del texto, “voluminoso trabajo de 1214 páginas” comenta Félix, de Pincus como en los de Félix, 640 páginas “La Democracia...” 275 “Seis estudios”, debió ocuparles bastante más tiempo que el que se circunscribe a la fecha de publicación.
    Ahora bien, hechas estas matizaciones, para mí también accesorias, me quedo con lo que se me antoja más digno de destacar de lo señalado por Rodrigo Mora en la nota precisada: la celebración de que ambas aportaciones, la de Pincus y la suya, alcancen “las mismas, en esencia, conclusiones sobre acontecimientos decisivos de la historia europea.”
    Frente a la tergiversación a la que nos tiene acostumbrados los historiadores a los que censura Félix, ciertamente la coincidencia merece tal saludable reconocimiento y celebración. Digo.

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    1. Pero el libro de Pincus estaba disponible antes que el de FRM. Ese es el hecho que FRM cambia, quizá por error. El hecho de que los libros requieran tiempo de preparación no aporta absolutamente nada. FRM pudo consultar la obra de Pincus antes de publicar la suya, mientrar que Pincus no pudo consultar la de FRM. Justo al revés de lo que se sigue indicando en la nota al pie.

      A usted le parecerá accesorio, pero fíjese que a FRM no se lo parece, ya que habla del asunto de una nota al pie errónea.

      Anónitrol.

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    2. Amigo Mora, veo que te han destinado tu propio agente de hostigamiento, sigue así, eres molesto para ellos y muy necesario para nosotros.

      Saludos afectuosos.
      J.S.

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    3. De acuerdo, entendido. Le diré que yo creo que Félix conoció la editada en castellano de 2013 y que, de buena fe, celebra las coincidencias “en esencia” con su obra; que cuando aportaba el “toque de sutileza” sólo pretendía llamar la atención sobre la magnitud de la investigación y reflexión que las obras de estos autores -conozco la de aquél y a la de Pincus se la otorgo guiado por lo expuesto por el propio Félix- tienen. Denotan un esfuerzo encomiable en pos de la verdad finita que encierran los “acontecimientos decisivos de la historia europea” y sobre los que, brillantemente, se da cuenta en el artículo objeto de estos comentarios; que mi intención, créame, no era entrar en el debate académico de supuestos plagios. No perderé el tiempo en batallas estériles.
      Respecto de la accesibilidad que otorgaba a las matizaciones no pretendían más que mostrar mi coincidencia con lo expuesto en el comentario anónimo de 26 de setiembre: “Sólo es un pequeño error si importancia”. A partir de ahí haga los juicios de valor que crea conveniente.
      Finalmente, aprovecho para agradecer el comentario que, como respuesta a Ann, da Anónimo 27 de setiembre por su trabajada argumentación y por la sugerencia bibliografía que contiene, todo un pensado plan de trabajo. También en este caso, opino, cabe congratularse con el esfuerzo en el desarrollo de ideas e ideales mostrado.
      Saludos.

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  8. Felix y lectores, para poder profundizar estos temas, es esencial dejar de usar la ambigua y excesivamente general palabra "estado" y buscar términos mas específicos.

    Teniendo un lenguaje tan rico como el español, usar estado, para referirse a entes muy diferentes a lo largo de varios siglos, es un error bastante grave.

    Un ejemplo sería el caso norte-americano, hay mucha diferencia entre el estado de cada colonia, del estado de la época de los artículos de la confederación, al de la constitución, al de la guerra civil, de la post-guerra y reconstrucción, al post-reserva federal y con impuesto sobre la renta (por primera vez).

    En el mundo anglosajón hay movimientos "libertarios" digamos, "free-men", que buscan recuperar un pseudo-estado basado en una common-wealth, con cooperativas y una vuelta a la common law, o ley común decentralizada.

    La misma palabra estado por ejemplo, tiene una etimologia interesante.

    La revolución que comenta Felix, podría ser resumida en la usurpación de los abogados-administradores, en el golpe de estado que organizaron, los delegados de las milicias degeneraron arrogantes, fueron infiltrados, ese mini-estado sólo para emergencias militares fue ampliado, los fondos de emergencia para crisis, astutamente cayeron en las zarpas de leguleyos, ah, la corrupción, la tentación, la falta de vigilancia...
    Uno podrá estar de acuerdo o no, pero hay un cambio entre los líderes estatales del viejo orden, que arriesgan su vida en batalla y los del nuevo orden, del XIX, cobardes gestores a distancia que mandan morir por beneficios economicistas.
    Cada vez mas alejados de la realidad del mundo, mas desconectados del pueblo y la dureza de las decisiones que toman.
    Esta degeneración se ve magnificamente con el Marques de Sade, pues marques viene de marca, zona fronteriza, como marca hispanica, dina-marca, el marques era el responsable militar de una zona peligrosa, arriesgada.
    Pero para la epoca burguesa del XVIII, tenemos a marqueses degenerados que se dedican a lo que hacia el marques de sade, que ha dejado sus depravaciones sexuales en el lenguaje popular.

    En el análisis de cómo se ha llegado a esta situación, debería recordarse los nefastos efectos del pacifismo, y recordar a ciertos sectores su colaboración con el enemigo en sus campañas contra las armas, como el caso de tantos izquierdistas con su odio a Estados Unidos porque "son locos con armas", callarles es tan fácil como citarles que Rusia tiene el doble de homicidios y allí las armas están prohibidas (a la plebe no enchufada ni rica).

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  9. Un pueblo armado es un pueblo que se hace respetar

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  10. No entiendo, a que viene la discusión sobre las fechas cuando lo que plantea Pincus en su trabajo no tiene absolutamente nada que ver con lo que plantea el Sr. Mora. A poco que alguien se moleste en leer el trabajo de Pincus (o algunas de sus referencias a su trabajo) lo verá claro. Hay cuestiones que son discutibles, pero su trabajo es serio y riguroso. El Sr Mora solo presenta apreciaciones subjetivas, usa lo que le interesa de Pincus. El Sr, Mora sitúa al Estado por encima de los grupos sociales y sus interesas, el “Leviatan”. Lo novedoso, la gran aportación de Pincus es que la revolución de 1688 fue un conflicto entre dos sectores de la pujante burguesía británica, conflicto violento (algo que históricamente ha estado negando la burguesía británica, porque no le interesaba dar la visión real) que se saldó con la victoria del sector de la burguesía, que a la postre desarrollaría el modelo industrial de desarrollo capitalista frente a una burguesía que pretendía desarrollar y continuar un modelo mercantilista. Es esta burguesía triunfante la que pone las bases para el nuevo estado burgués, política, ideología, reformas legales etc. que impulsen su desarrollo como clase y no al revés como manifiesta el Sr. Mora.

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