El 39 aniversario de la Constitución española
de 1978 permite renovar la denuncia del actual sistema político en su
totalidad. Con ello se pretende no sólo desacreditarlo, lo que sería un
objetivo puramente negativo, una aplicación de ese desatino filosófico que es
el “pensamiento crítico”, sino abrir camino a la revolución. En efecto, esta es
meta constructiva, tarea hacedera, misión y destino, esfuerzo y servicio. Es un
obrar que está cualitativamente por encima del criticismo “radical”, fácil y
simplón, que se agota en sí mismo y, a fin de cuentas, sirve al sistema por no
ofrecer propuestas trasformadoras, ya que al prescindir de ellas por negativismo
siembra la desesperanza y la amargura, por tanto la pasividad.
Lo
concluyente es la revolución, la revolución holística e integral, en lo
político un orden de democracia y libertad para el pueblo, cuyo armazón será un
régimen de asambleas populares soberanas en red. Éste, para cada pueblo, nación
o país, se articulará en varios niveles: el local, con el sistema complejo de
la asamblea/asambleas de los vecinos y vecinas de cada municipio; el comarcal,
al que acudirán portavoces (no representantes) de las juntas o asambleas
locales, obligados por el mandato imperativo; el regional o territorial,
conformado por los portavoces de los organismos comarcales y el del país o
nacional, con portavoces de los organismos regionales o territoriales.
Ese
orden político de cuatro grados se caracteriza porque todos los cargos u
oficios unipersonales serán anuales, no remunerados y, como se ha dicho,
obligados a someterse a la voluntad política de los electores por medio del
mandato imperativo. No habrá políticos profesionales, sujetos que vivan de la
política, cuya existencia hoy es prueba irrefutable de que el actual sistema es
una dictadura, un régimen tiránico y dictatorial. En el autogobierno por
asambleas el poder decisivo es el de las bases de la sociedad, de tal modo que
cuanto más “arriba” se asciende en los niveles o grados menos poder se podrá
desplegar.
Eso
es la revolución, la soberanía del pueblo ejercido asambleariamente. Pero no en
asambleas vociferantes e irresponsables, mero batiburrillo de jóvenes
“radicales” de clase media que juegan a ser “alternativos”, sino en organismos cabalmente
formalizados, en los que cada sujeto tendrá no sólo derechos sino también
deberes, entre ellos el de someterse a la opinión de la mayoría y respetarla,
siendo sancionado si no lo hace. En él las mayorías admiten a las minorías y a
los disidentes individuales al mismo tiempo que aquéllas y éstos respeta a las
mayorías, conviniendo en que su voluntad política es la que se hace norma y
mandato.
El
fundamento de la libertad política es el armamento general del pueblo, con
desaparición e inexistencia de los cuerpos profesionales especializados en el
uso de la fuerza y el manejo de los medios de acción violenta. No habrá, por
tanto, ni ejercito ni policía, siendo el servicio de armas un deber cívico que
será obligatorio (salvo objeción ética) para todos los varones y todas las
mujeres. Así, la milicia dejará de ser un oficio para convertirse en un
servicio.
Sin
cuerpos armados especializados, sin funcionarios profesionales y sin políticos
por oficio, será el pueblo quien gobierne. Sólo así podrá ser real la soberanía
popular, que la Constitución de 1978 exalta verbalmente sólo para negarla en la
práctica, en la vida real, con cinismo y desvergüenza.
Una
parte más de la conquista de la libertad política es la supresión de la gran
propiedad financiera, industrial, de servicios y agrícola, que ha de ser
expropiada sin indemnización para pasar a ser manejada de una forma comunal y
autogestionada. Así se pondrá fin a la intervención del gran capitalismo en la
vida política, comprando partidos y políticos (a todos los sobornan, con
independencia de lo que digan y prometan, también los “anticapitalistas”),
promoviendo campañas mediáticas, subsidiando a intelectuales y artistas, etc.
El gran capital es por naturaleza enemigo de la libertad política (también de
la libertad civil y de la libertad de conciencia) y por eso no puede tener
sitio ni existencia en una sociedad libre.
Un
orden sustentado en la libertad requiere de una gran calidad (autoconstruida)
de la persona, demanda una altísima valoración por parte de cada una y cada uno
de las categorías prácticas de virtud cívica y virtud personal. Sin sujetos de
calidad y sin adhesión de éstos al ideal y el quehacer de servir
desinteresadamente al bien público, por convicción interior y sin esperar nada
personal a cambio, no es posible la democracia ni la libertad política, es imposible
un régimen de asambleas soberanas en red. Lo mismo respecto a la libertad de
conciencia, que es la precondición de la libertad política, lo que excluye toda
forma de aleccionamiento, sistema educativo estatal (como el actual) y negación
de la libertad de expresión[1].
Frente
a la ferina voluntad de poder, la homicida razón de Estado y el brutal
individualismo posesivo del actual sistema situamos la virtud cívica, la virtud
personal y la libertad.
Hoy
avanzamos hacia la conquista revolucionaria de la libertad política a través de
seis quehaceres: 1) denunciando al régimen actual y a cualquier otro que se
sustente en el parlamentarismo, monárquico o republicano, con la actual
Constitución o con otra, español o catalán, de la Unión Europea o de otro lugar
del planeta, 2) exponiendo que sólo un orden político-jurídico de asambleas
soberanas es democrático para el pueblo, 3) negando que la participación en los
organismos gubernamentales, desde el parlamento al ayuntamiento, sirva para
algo bueno y útil, lo que supone proponer la abstención activa y combativa en
cada acto electoral, 4) desarrollando la noción de pueblo, constituidos por los
sin poder, para que se afirme en sí, tome conciencia de su fuerza, se
reconstruya y se alce en revolución, 5) rechazando el montaje tétrico de la
Unión Europea, un orden dictatorial constituido por una agrupación de Estados
vasallos de Alemania, proponiendo la Europa de los pueblos, de las lenguas y
las culturas, 6) combatiendo toda manifestación de fascismo a la vez que se
rechaza el parlamentarismo sea nazi, neonazi o falangista, de derechas o de
izquierdas, fascista o “antifascista”, civil, militar o religioso (musulmán),
de blancos o de negros, de hombres o de mujeres, europeo o foráneo, del pasado
o de nueva invención.
Así
avanzamos hacia la revolución, que se manifiesta ya en la masa creciente de muchas
y, a largo plazo, difícilmente resolubles contradicciones y antagonismos que
cuartean a las sociedades europeas en su base política, en su substrato
demográfico y en sus superestructuras políticas e ideológicas. De ellas y desde
ellas, por nuestro esfuerzo múltiple, espíritu de combate y voluntad de sacrificio,
por nuestra calidad como personas y como comunidad popular, saldrá la
revolución integral.
[1]
El régimen constitucional actual se jacta hipócritamente de que garantiza la
libertad de expresión, y de que todas las opciones y propuestas políticas
tienen una presencia proporcional y equivalente en los medios de comunicación y
en el sistema escolar. Pero ¿cuándo y dónde se admite a quienes denunciamos el
régimen de la Constitución de 1978 como una dictadura, negamos que se pueda
reformar y hacer democrático a partir de sí mismo, y proponemos una revolución
con formación de un gobierno por asambleas? Jamás se nos acepta en ningún lugar
o espacio en que impere el statu quo, de modo que somos los excluidos y
marginados, cuando no los perseguidos, por el actual orden. Mientras los
lacayos del poder constituido, que dijeron querer “tomar el cielo por asalto”
(hasta ahora lo único que han tomado por asalto son los presupuestos del Estado),
se pavonean en las televisiones repitiendo día tras día que el parlamentarismo,
este u otro, es democracia, los revolucionarios quedamos siempre extramuros, nunca
somos llamados a los platós. Mientras ellos tienen enormes medios económicos y
tecnológicos a su servicio, y se embolsan cada mes emolumentos y sueldos estatales
considerables, nosotros vivimos de nuestros muy modestos recursos. Eso es
dictadura, eso es tiranía, eso es totalitarismo. Un orden revolucionario
sustentado en la libertad no actuará así, por lo que en él los partidarios del
parlamentarismo tendrán también su sitio en el sistema comunicacional y de
difusión de ideas. Se trata sólo de quebrar y extinguir su actual monopolio y
exclusivismo, sin negarles la palabra. No somos como ellos ni queremos serlo,
en nada. Nuestra meta es superarlos cualitativamente, vencerlos absolutamente
con la reflexión, la palabra y los hechos.
Muy buen artículo, y muy de acuerdo. En todo caso lanzo la siguiente cuestión tanto a Félix como a aquéllas personas que quieran responder. El Movimiento Ciudadano por una República Constituyente, que lidera Don Aontonio García-Trevijano, propugna un proceso Constituyente liderado y ejecutado por el Pueblo Español con diputados de distrito. No están en contra del capitalismo como tal, ni de ejército, policía, judicatura, ni profesorado en los términos actuales. Podría servir éste sistema de transición hacía la Revolución Integral?, ¿Cuáles a vuestro juicio las fallas e incongruencias de este sistema?
ResponderEliminarEn primer lugar puede parecer interesante el que haya una nueva constitucion,pero yo creo que esto no traerá más que lo mismo y quizá amplificado.Las élites estatales y capitalistas no van a dejar que se les escape de las manos esta situación y si permitieran algo así seria para tener un crecimiento mayor o porque hay disturbios generalizados.Si una parte importante del pueblo empujara hacia esa direccion se verían abocados a ceder algo,pero yo creo que siempre intentarían alguna añagaza para otra vez volver a conquistar su parcela de poder.Esto son hipotesis,por supuesto,pues ni hay un pueblo descontento con este sistema ni el poder va a mover nada si no hace falta.Quiero decir,¿alguno de nosotros se mete en problemas si todo le va bien?No es algo lógico.El poder no piensa distinto,solo que ahora,con lo que va a venir,la nueva dictadura tecnológica,transhumanismo,inteligencia artificial,etc,el poder de las élites va a aumentar considerablemente.
ResponderEliminarEl no estar en contra del capitalismo y del profesorado no va a favor del pueblo,en cualquier caso.Esta dictadura y este pueblo que todo lo acepta es asi por obra y gracia de la educación que ha habido desde el franquismo.Ciertamente en el franquismo se iba a la escuela dos años o tres a lo sumo,pero ahora ya es pasar un tercio de la vida estudiando lo que ordenan los santones del saber y esto es intolerable.Si no se está en contra del capitalismo,pues no se esta en contra del mundo de hoy.Podemos pensar que el primer capitalismo permitia la libre empresa(mas o menos) y tambien estaba bastante desregulado en general.Ahora mismo esto no es posible,pues el capitalismo no es un capitalismo de Estados,es un capitalismo global y eso es lo que lo convierte en un tirano temible.Que la regulación para vender una manzana o para crear una empresa venga de miles de kilómetros,un lugar como Bruselas o incluso de las presiones de China o EEUU pues no facilita en nada la libertad de comercio y de las personas llanas,de la gente del pueblo.Las élites ultrapoderosas si,ellos tienen todo a su favor,prebendas,la herencia familiar,amistades allegadas al poder cuando no ellos mismos,etc,etc
Yo no creo que sea posible lo que dices.Me gustaría pensar que si,pero hay que ser algo escéptico con estas cosas,llevo un tiempo que no me creo nada.
gracias por el comentario, el no criticar el capitalismo, su reforzamiento, y el sistema educativo es una gran falla del sistema de García-Trevijano, al igual que el no criticar el sistema educativo. Él fue notario muchos años y es abogado, en todo caso propugnan acciones mucho mejores que las actuales, otra cosa será que puedan prosperar.
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