Los datos son alarmantes, y cada año que pasa más. El 25% de las
mujeres toman ya antidepresivos a diario, y las bajas laborales por depresión
están en crecimiento, constituyendo, al parecer, la principal causa de su inasistencia
femenina al trabajo. De ser un problema mínimo hace sólo un par de decenios se
ha hecho una cuestión de primera significación.
Según algunos expertos
la depresión mayor es originada por desequilibrios químicos en el cerebro, por
lo que tiene un eficaz tratamiento médico-farmacéutico. Otros lo niegan o dejan
esa etiología reducida a un número muy pequeño de casos, proponiendo que las
causas de la gran mayoría de esta perturbación del espíritu son vivenciales,
existenciales. De creer la primera interpretación, habría que explicar por qué en
los últimos dos decenios se están produciendo aquéllas alteraciones
fisiológicas de un modo tan masivo y creciente en las féminas…
La depresión grave es
dolor emocional y sufrimiento psíquico, en ocasiones muy intensos. Incluye
tristeza, apatía y pesimismo, ausencia de vitalidad, desexualización y fobia
relacional, incapacidad de trabajar y fantasías autodestructivas. La medicina
ortodoxa lo trata con la denominada “píldora
de la felicidad”, a base de fármacos hoy bastante populares, Prozac,
Celexa, Paxil, y otros. Se toman ¡y todo resuelto! En la realidad las cosas
resultan ser más complicadas.
Tales específicos son,
para empezar, tóxicos, y su ingesta no es buena para el organismo, recelándose
que originen daños cerebrales, en particular cuando se administran durante
largas temporadas, o de por vida. Esto es negado por la industria farmacéutica
pero estudios de laboratorio más imparciales y, sobre todo, la experiencia de su
uso habitual, dejan lugar a escasas dudas. Además, producen adicción, pues son
drogas (legales) similares a las anfetaminas, de manera que su consumo es
adictivo, con síndrome de abstinencia cuando se abandonan. Suscitan trastornos
en el ánimo, con irritabilidad, ofuscación, autoodio (autolesiones y suicidio),
inhibición de la libido, ataques de pánico, insomnio y otras perturbaciones. Se
sospecha con fundamento que hay una relación entre su deglución y la perpetración
de asesinatos, así como con la práctica de actos suicidas. Además, incrementan
el riesgo de accidentes de tráfico. Así pues, lejos de ser píldoras que
devuelven milagrosamente la alegría y la vitalidad lo que hacen en reforzar los
componentes del lúgubre estado de ánimo y modo de existir propios de la persona
depresiva.
Su consumo prolongado,
que es lo habitual en las mujeres, igualmente altera negativamente el carácter,
haciéndolas poco aptas para adecuarse a los cambios, las nuevas situaciones y
las dificultades, reduciéndola a una existencia vegetativa, por pasiva, rutinaria,
aletargada y nulificada, además de particularmente vulnerable. Crean
dependencia, según se dijo, convirtiendo a la mujer en drogadicta dentro de la
legalidad, unida por férreos vínculos de subordinación y sumisión a su psiquiatra-traficante.
Para algunos el uso de estos pseudo-fármacos institucionales es “más peligroso que las drogas ilegales
vendidas por las camellos en las esquinas”. La situación es aún más
inquietante debido a que lo habitualmente tomado es un cóctel de fármacos, que
unifica antidepresivos, analgésicos, ansiolíticos y otros…
Íntimamente relacionados
con tales padecimientos están determinadas disfunciones físicas, trastornos en
la alimentación (anorexia y obesidad), retirada del periodo a edades tempranas,
envejecimiento corporal prematuro, dificultades para quedar embarazadas, reducción
de la masa muscular, pérdida de cabello, etc.
Todo ello debe explicarse
desde la condición y estatuto de la mujer hoy. En apariencia, la situación parece
maravillosa. El Estado y el gobierno “protegen” a la mujer, haciendo leyes parciales
hacia ella (como la de Violencia de Género, explícitamente sexista), otorgándola
privilegios económicos y de otros tipos a la vez que humillan y persiguen al
varón. Los medios de comunicación, los políticos y la intelectualidad emiten
una interminable locuacidad adulatoria hacia las féminas. La captura de
entidades mandantes y puestos de poder por las mujeres está en flujo, de manera
que cada año hay más féminas gobernantes, altas funcionarias, multimillonarias,
profesionales exitosas, etc., hasta el punto de que en pocos años quizá superen
a los varones en tan viles quehaceres. La autonomía e independencia personal de
la mujer como realidad sociológica es, al parecer, inmensa y creciente. Su
incorporación a la actividad productiva resulta ser colosal. En las
universidades se gradúan cada año más mujeres que varones. En suma, un panorama
impresionante… que está siendo puesto en
cuestión por la expansión, hasta ahora imparable, de las dolencias psíquicas
englobadas en el vocablo “depresión”, así como de sus secuelas físicas.
Si las causas son
existenciales y sociales, ¿cuáles es posible citar como principales?
Se enumerarán diez: 1) La ausencia de vida
relacional en una sociedad entregada a la hostilidad interpersonal, la soledad
perdurable, la fragilidad convivencial y el desamor. Si el amor es una
necesidad primaria del ser humano su cuasi imposibilidad hoy perturba lo más
profundo de su naturaleza, en la mujer y también en el varón, aunque tal vez
más en aquélla. 2) La falta de realización libidinal, erótica, sexual y
maternal, en un sistema que desincentiva el tener hijos porque aceptar
inmigrantes es mucho más barato, que desexualiza y que persigue
maquiavélicamente lo libidinal heterosexual por sus posibilidades reproductivas.
3) El régimen de “protección” sexista/neo-misógino de la fémina hoy a cargo de
las instituciones, calamitosamente neo-patriarcales, que dificulta e incluso
impide a la mujer ser por ella misma y la infantiliza, con lo cual la hace
menos apta para enfrentarse a una realidad social crecientemente hostil, de
donde resulta angustia, frustración, temor e impotencia, o sea, depresión. 4) La
congoja de criar hijos en una sociedad atomizada y desestructurada, construida
para el trabajo asalariado y el dinero, no para la crianza, la maternidad y los
niños, lo que es percibido con desasosiego y tensión por las que ya son madres
y más aún por las que quisieran serlo pero se siente incapaces de sortear los
obstáculos, de donde resulta una frustración del deseo materno que corroe en lo
psíquico y lo físico al 90% de las jóvenes. 5) la desintegración de la
feminidad, debido a la conversión forzada y brutal de la mujer en fuerza
laboral o mano de obra, lo que hace que hoy no se sepa qué es ser mujer, en qué
consiste ser persona-mujer y como obrar según lo que se es/no se es,
extrañísima situación que origina un caos de identidad con perturbación
psíquica profunda. 6) La extinción tendencial de la familia/familias (existen
diversos tipos), demonizada por todos (cada cual a su modo) y casi demolida ya
para que el Estado y la gran empresa consigan avasallar absolutamente al
individuo, que ha de ser uno y sólo uno, frágil criatura solitaria sin nada de colectivo,
de “nosotros”, para que de esa manera resulte lo más débil y vulnerable
posible, operación de la que la fémina es la víctima principal. 7) La vida en
las grandes megalópolis, que multiplica por mucho todos los males descritos, al
ser la gran ciudad una realidad antinatural particularmente aciaga para las
mujeres, 8) El trabajo asalariado, progresivamente degradado, con más autoritarismo
y violencia (ejercidas por mujeres-jefas cada día más) contra las trabajadoras,
que no logran hallar en esa actividad neo-esclavista las maravillas
“liberadoras” que las multisubsidiadas agentes ideológicas de los empresarios
prometen. 9) La pobreza, ya ahora, con salarios de 400/600 euros. 10) La
zozobra respecto al futuro, pues con la Seguridad Social medio quebrada, la
economía incierta y la prohibición institucional de tener hijos, ¿quién va a
atender a las mujeres mañana, en la vejez?
Es comprensible que
muchas féminas se estén desmoronando mentalmente, por causa de esa vida insensata,
deteriorada, no-humana e intolerable. En el actual régimen neo-patriarcal el
“pater familias” es el Estado, que es quien “protege” y “cuida” a la fémina,
tenida por menor de edad e inferior, por tanto, incapaz de cuidarse a sí misma.
En primer lugar la “protege” (separa y enfrenta) de los hombres, presentados
por el celoso y posesivo “pater” como los enemigos por excelencia de las
mujeres, al tenerlos por sus competidores. Todo esto es tan antinatural, tan
perverso, tan deshumanizado y tan demente que un número creciente de mujeres
responde con formas particularmente graves de patologías anímicas, y también
con el suicidio. No es llevadera una existencia “sin”, es decir, sin afectos,
sin sociabilidad, sin erotismo, sin relaciones, sin hijos, sin familia, sin
recursos materiales, sin proyecto de vida, gastada en someterse coercitivamente
al nuevo “pater familias” y a sus sádicas agentes, las jaurías subvencionadas
por el Ministerio de Igualdad, enfrentada con todos (con los hombres porque son
hombres y con las mujeres porque son jefas, o competidoras, o…), con una
confusión enorme sobre la propia identidad y acerca del modo de obrar y
comportarse en el día a dia. De manera que las mujeres más sensibles, o más
débiles, o más expuestas, o más solas, se vienen abajo.
En realidad, toda la
sociedad, todas las clases populares, se están desmoronando. Un caso es el
tratado pero otro la nueva arremetida de las drogas “ilegales” entre los
varones, de tal modo que como dice un buen conocedor, “ahora consume todo el mundo, ya no queda nadie que no lo haga”. Es
comprensible (aunque no apoyable), pues la existencia se ha convertido en un
infierno cotidiano. Por eso las drogas, las legales y las “ilegales”, son un
modo de autodestrucción, de suicidio, de salida trágica de una existencia
atroz, hecha de sufrimiento sin satisfacciones ni significación, que ciertamente
no merece ser vivida.
Avanzamos hacia una
situación en que una porción mayoritaria de la población está, por decirlo de
una manera franca, enloqueciendo, agrediéndose y matándose, al haber sido
despojada incluso del instinto de supervivencia, al ser obligada por el sistema
de dominación a llevar una vida sin sentido, terrorífica por no-humana. Así las
cosas, cabe formular una pregunta más, secundaria con todo pero no irrelevante,
¿quién va a pagar, quién está pagando ya, los costes, los gastos de todo ello,
en una sociedad progresivamente más pobre? El consumo masivo de psicofármacos
es muchísimo más que la imposición de la industria farmacéutica, es la
expresión de una quiebra en lo más profundo de nuestra condición de seres
hiper-dominados y no-libres, la prueba de que ya no sirven los remedios dentro
del sistema, por razonables y parcialmente paliativos que sean[1].
Se acerca el momento de elaborar un programa y dar
la batalla en esta cuestión, la de la devastación planificada de las féminas por
el actual orden neo-patriarcal.
Mientras, queda invitar a las mujeres a que se
divorcien y aparten de los antidepresivos, a que confíen en sí mismas y
localicen en su interior las fuerzas, que sin duda existen, tienen, para
recomponer su existencia y volver a ser seres humanos-mujeres con capacidad
para vivir desde ellas, por ellas y con ellas. El sitio de los psicofármacos es
el cubo de la basura, y el de las mujeres la existencia relacional, la
totalidad de la vida, la revolución. Junto con los varones y contra el Estado y
las grandes empresas, con la confianza que, sin ir más lejos, el amor y el
erotismo es un remedio infinitamente mejor que las temibles “píldoras de la
felicidad”, otro instrumento para el control mental y político de las mujeres.
La alegría, la voluntad de vivir y la esperanza tienen que ser elecciones a
priori, modos de existir y estados psíquicos propios y cotidianos, pase lo que
pase.
[1]
El análisis que ofrece Peter C. Gotzsche en “Medicamentos que matan y crimen
organizado. Cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud”
contiene datos de interés pero las conclusiones y las propuestas son
desacertadas, por simplistas e institucionales. El problema es muchísimo más
que la codicia de esas formaciones capitalistas, y el remedio exige medidas
incomparablemente más radicales que crear una agencia gubernamental (¡otra
más!) que “controle” a dichas empresas. Gotzsche no penetra en el análisis de
la quiebra vivencial de nuestra sociedad y del individuo medio, por lo que pretende
que en una sociedad enferma y perversa las personas se conserven anímicamente sanas.
Ni siquiera atisba los enormes cambios, hasta conformar toda una revolución,
necesarios para que la gente del siglo XXI no siga hundiéndose en las
patologías del alma y autodestruyéndose de manera inducida.
Gracias Félix porque cada vez que te leo me infundes fortaleza.
ResponderEliminarPodrás entender mucho de lo que expones viendo este video de una psicologa chilena:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=L9GE3NUqMXc
Un regalito por tu texto:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=j76h9qxLaV8
Escucha con atención, la letra se lo merece.
Pues que las den,a ver si se atragantan con las pastillas y con su jefe.
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