Comentario al libro “Democracia y el triunfo del Estado: Esbozo de una
revolución democrática, axiológica y civilizadora” de Félix Rodrigo Mora.
El agente invisible al cual la
inmensa mayoría de la población loa se comporta como una deidad griega: sádica,
poderosa, pero no obstante viciosa e imperfecta en su singularidad. Se muestra
alejada de las realidades cotidianas de los habitantes del mundo y al mismo
tiempo como necesaria fuerza generadora de la realidad. Es un poder aceptado
por todos que moldea la vida de los individuos de una manera sibilina,
inexorable, como si se tratara de una ley física, como si siempre hubiera
estado allí. Esa particularidad divina que se le podría atribuir a un dios del
panteón griego son las características que definen a esa metaentidad,
imperceptible y omnipresente para aquellos que hemos crecido en un entorno
donde su poder es absoluto. No tengo especial aprecio al mundo cinematográfico,
pero el libro de Félix Rodrigo Mora que se trata en este comentario es lo más
similar a la escena de la película Matrix donde Morfeo le dice a Neo de elegir
entre la pastilla roja y la pastilla azul. En este caso, la pastilla que
muestra la realidad, la pastilla que nos quita la venda de los ojos, es el
libro de tapas rojas que me ha acompañado durante largo tiempo a pocos
centímetros de donde posa mi cabeza a la hora de dormir. Largo tiempo, porque
es un libro denso, y mi nivel de lectura es sinceramente mejorable. Largo
tiempo porque es un libro repleto de información, de citas a pie de página que
son cada cual una historia paralela. Un buen tiempo porque no quería leerlo por
encima, leerlo por leerlo. Quería empaparme, estar atento en la lectura; quise
leerlo de una manera de la cual no sintiera que ni una palabra se escapara a mi
entendimiento, y como he dicho antes mi entendimiento dista mucho del que yo
mismo desearía. “Democracia y el Triunfo del Estado” es, como decía antes, la
pastilla de Morfeo que nos muestra la Matrix cruel; esa realidad real, valga la
redundancia, que aparece cuando se desvanece el programa informático que nos
envuelve de propaganda, mercadotecnia, teoricismo y falsedad
institucionalizada. Una situación hegemónica de una o varias metaentidades que
todo lo pueden, incluso hasta hacernos pensar que su existencia y seguridad es
algo propiamente humano, natural, algo que nunca dejó de existir y que es
necesario que nunca deje de existir. Esta metaentidad se comporta como un
demonio, el cual puede tomar diferentes nombres, diferentes formas, diferentes
estilos, diferentes ubicaciones geográficas, y cuyo propósito es parasitar las
conciencias de los seres humanos con el fin de aprovecharse de ellos
consiguiendo así su inmortalidad. Pero lejos de ser eterna, inexorable, o
imprescindible, esa metaentidad no es más que cualquier elemento metafísico en
la mente de cualquier hombre. Es nada. Es idea. Y esa característica inmaterial
que le concede todo su poder es precisamente su talón de Aquiles. Si hay que
luchar contra una entidad metafísica hay que empezar por desbancarla en su
terreno, el de las ideas. Y es ahí donde el autor gracias a un gran esfuerzo,
el cual es palpable en la lectura del libro, propone su destrucción, empezando
por su desenmascaramiento histórico: no siempre estuvo ahí ni siempre ha sido
igual, es mutante. Continuando por su arquitectura ideológica: quienes le
dotaron de poder a lo largo de los siglos a nivel intelectual, y como le ha
interesado a esta metaentidad favorecer a aquellos que la alimentaban con
poderes ideológicos. En el siguiente apartado el autor nos muestra como a
través de cambios sociales la metaentidad consigue engrandecerse como poder
institucional miniaturizando los poderes que le pueden hacer sombra, es decir,
aquellos que no se rigen por los códigos de valores de la metaentidad. El quinto
apartado es una radiografía extensa y detallada del entramado humano del cual
se sirve la metaentidad para ejercer su poder, dicho apartado es ciertamente un
libro por sí mismo. Y el sexto y último apartado son reflexiones de cómo
combatir de manera individual y colectiva a la metaentidad. De la cual yo
extraigo de manera personal que la lucha debe de realizarse en el área de las
ideas, de la filosofía práctica, en una forma diferente de entender la vida en
comunidad en el planeta de manera integral, de un cambio de cosmovisión tal que
invalide la axiología de la metaentidad para revertir sus peores efectos: la
destrucción de lo humano como tal y la creación de una realidad terrenal donde
el poder absoluto de la metaentidad domine las conciencias y voluntades de toda
persona que nazca en el planeta. Si vemos la vida como una batalla invencible,
continua y eterna, interna y externa, podemos prescindir de la metaentidad que
habita en nuestros más bajos instintos para extenderse y apoderarse de todo y
todos.
A.Z.Gas
SOBRE “EL LIBRO DE LAS TAPAS ROJAS”
Así es como A.Z. Gas, en el comentario que puede leerse al lado de estas
líneas, se refiere a “La democracia y el
triunfo del Estado. Esbozo de una revolución democrática, axiológica y
civilizadora”, 637 páginas en su tercera y hasta ahora última edición, del
que soy autor.
A.Z. y yo hemos
desarrollado un diálogo a larga distancia sobre este libro. Según ha ido
avanzando en su lectura me ha ido enviando comentarios, y me ha ido formulando
algunas cuestiones. A.Z. y yo no nos conocemos personalmente por el momento pero
este libro, que es probablemente el más denso (y, desde luego, el más largo) de
los que he ido publicando, nos ha unido. Por lo pronto, nos ha hecho amigos sin
habernos visto nunca, lo que es un logro magnífico.
Sí. La gestación de la
obra fue larga: 17 años. En él trabajé casi sin descansar todo ese tiempo. Ello
tuvo un componte trágico: pasaban los años, los niños nacían y se hacían
adolescentes, las personas adultas envejecían y algunas morían, todo cambiaba
en torno a mí, pero yo seguía con la redacción, imperturbable y al mismo tiempo
estupefacto, e incluso un poco desolado.
Quería establecer las
bases reflexivas de una transformación integral de la vida colectiva y del
individuo, tomando como fundamento mi experiencia vital y la parte positiva de
la cultura occidental, que es la mía, hoy odiada a muerte por el capitalismo de
Occidente. ¿Lo he conseguido? Diría, seis años después de su publicación, que
he hecho alguna contribución en esa dirección.
En primer lugar,
ambicionaba poner en claro y en orden mis ideas. Deseaba romper dentro de mí
con ese batiburrillo de formulaciones equivocadas, emociones descarriadas y
prácticas perniciosas que forman el meollo de lo que se conoce como “compromiso
social”. O dicho de otro modo, quería escapar del falso radicalismo al uso.
Sabía, por larga experiencia, que éste no sólo no logra nada que merezca la
pena sino que, además, daña y destruye a las personas que, por lo general con
la mejor buena fe, se dejan persuadir por él y lo interiorizan como guía para
su actuar.
También quería
distanciarme de ese reformismo colaboracionista y miope que no desea otra cosa que
modificaciones insignificantes, dirigidas a lograr una vida “mejor” bajo el
actual sistema, el cual jamás se plantea los grandes problemas de la existencia
social, del sujeto y de la condición humana. Mi idea directriz ha sido siempre
la revolución, una revolución total, aunque incluso hoy me resulte difícil
establecer sus contenidos, vías y naturaleza, si bien estoy avanzando mucho en
esto. Porque no deseo vivir mejor en el presente orden, que es de pesadilla,
sino contribuir a construir un mundo nuevo y un ser humano nuevo.
Lo que A.Z. denomina “metaentidad” es estudiada en el libro
en su proceso de formación, que ha ido de menos a más, hasta llegar hoy a ser un
poder espeluznante que moldea no sólo nuestras vidas sino nuestras ideas,
emociones y pasiones, es decir, lo más íntimo de la persona. La situación es
tan grave que el ente estatal actual ha devorado a la sociedad, hasta el punto
de que ésta apenas existe por sí, del mismo modo que ha engullido a la persona.
Vivimos en las entrañas del monstruo y ahí llevamos una no-existencia. No somos,
precisamente para que la “metaentidad” sea. Por eso el primer acto de
resistencia es reivindicar y practicar la libertad de conciencia, la autonomía
en el acto del pensar, sentir y querer.
El capítulo III del
libro es filosófico, y suele ser el más dificultoso. Se pone en solfa el modo
teorético, supuestamente “crítico”, de “pensar”/no-pensar, para preconizar un
saber experiencial, ateórico, extraído de la práctica, de la sabiduría popular
y de la interacción con los iguales. Esto es continuista con el panegírico de la libertad de conciencia
previamente realizado, pues donde operan teorías, doctrinas, fes y teoricismos
no hay libertad de conciencia, vale decir, no hay libertad y, por tanto, no hay
persona.
El apartado IV desmenuza lo paradójico y antinómico
del vocablo “revolución”. Es éste mi concepto favorito, en tanto que actividad
práctica que cambia lo que es, y lo cambia radicalmente, no sólo lo externo al
sujeto sino también lo interno, la conciencia del individuo por libre elección.
Pasa revista a la tanda de revoluciones perniciosas, o anti-revoluciones, que
ha padecido la humanidad en los últimos siglos, desde la revolución francesa
(hoy perentoriamente olvidada y muy pronto ruidosamente vituperada) a las del
siglo XX, la rusa, la china, las “antiimperialistas”, etc. Culmina demandando
una verdadera revolución frente a toda esa morralla hórrida. Niega que nos
tengamos que resignar a lo que es, sólo porque los intentos de transformación
hayan fracasado. Es, a fin de cuentas, una exhortación a reinventar la
revolución.
El capítulo V se titula “Del Estado y de la estatolatría”: hay que leerlo, no puedo
resumirlo. Por lo que he entendido, a A.Z le resulta inspirador, central,
decisivo. El VI es un cajón de sastre en que hay de todo pero del cual extraigo
la categoría de virtud personal, porque cuando todo falla queda el individuo,
el sujeto, la persona. Mientras haya personas de virtud, en tanto que
excelencia natural, habrá esperanza. Yo confío en las personas y mucho menos en
las organizaciones, incluso cuando su función es positiva. Atendamos a la persona
y lograremos perspectivas, optimismo, confianza, alegría.
Pero nuestra sociedad no valora ni aprecia a la
persona, para ella está en lo “colectivo”: instituciones, empresas, entidades,
organizaciones, partidos, equipos, asambleas, etc. No, no, no: basta de “metaentidades”. Creo en la persona, en
las personas concretas que me acompañan en la aventura del vivir. Creo en A.Z.
y creo en mí, y también creo en ti, lectora o lector, y estoy seguro que cuando
las personas tomen conciencia de lo que son, de su valía y capacidades, de sus
enormes potencialidades, haremos la revolución.
Nuestra lucha es la de los individuos reales contra
la “metaentidad”.
Acabo ya. Gracias A.Z.,
por haberme obligado a pensar en mi libro mayor, al que tenía algo olvidado.
Cuando nos conozcamos te convidaré a un vino, o a una cerveza. Qué menos.
Félix R. Mora
He leído este artículo con mucho gusto, ya que trata de mi libro preferido, el libro que me a cambiado la manera de pensar, el libro que con más emoción he leido, el libro que más me a aportado,la verdad es que no he leído muchos libros, pero sin duda Democracia Y Triunfo Del Estado, es el mejor que he leído.
ResponderEliminarMe acuerdo que me lo dejó un amigo,y desde que lo empecé a leer, cada pagina era rebeladora, era incluso,y perdón por la expresión, una ostia en toda la cara!.
Yo también tarde mucho en leerlo, lo exprimí bien, pero seguro que no lo suficiente. Cuando lo acabé, se lo devolví a mi amigo y lo adquirí. Tengo pendiente su reelectura, hace ya por lo menos 4 años que tube la suerte de que cayera en mis manos,ya 4 años de que mi manera de pensar cambiara radicalmente.
Felix, desde entonces te tengo muchímo aprecio y te estaré eternamente agradecido.
Javi.
Javi estaría mejor aún si te compraras un manual básico de ortografía.
EliminarDe verdad que haces daño a la vista.
Y tu al corazón
EliminarMe gusta mucho tu comentario, Javi, y me dan más ganas de leerlo. Gracias.
ResponderEliminarInés