La reciente localización de la copa de plata de que
se sirvió, hasta hace unos decenios, el concejo abierto de Valdavia (León), con
una inscripción bien expresiva, “Sirvo al
concejo de Baldavida”, aporta un elemento de reflexión para entender mejor
las manifestaciones asamblearias tradicionales, y para aprender de ellas.
Era lo habitual que las mujeres y hombres que se
juntaban en la asamblea concejil para adoptar disposiciones sobre cuestiones
cardinales de su existencia gustaran, una vez reunidos, de unos pocos tragos de
vino en una, o a veces dos, copas de plata, antes o mientras se desarrollaban
los debates, la formación de la voluntad política general y la toma de
decisiones.
Esto solía hacerse así incluso en las aldeas más
reducidas. En la provincia de León se conservan tres copas más, en los pueblos
de Genicera, Caminayo y Pallide. He visto, o me han hablado, de su existencia
en aldeas de Burgos, Soria, Guadalajara y otras. En alguna iglesia románica,
como expongo en el libro “Tiempo,
historia y sublimidad en el románico rural”, aparece un vecino genérico
bebiendo en una copa, expresión de la asamblea concejil.
El análisis de alguna de ellas sitúa su confección
en el siglo XIII, aunque el examen tipológico de la de Valdavia parecería
indicar que es bastante más moderna, probablemente del siglo XVIII.
Tomar unos sorbos de vino era (y es, donde todavía
se hace) un acto simbólico, que hermanaba a las y los asistentes. El ritual
consistía en que la copa, o copas, iba pasando de mano en mano, cada cual
tomaba un pequeño trago, con mesura y elegancia, y la entregaba al siguiente.
Beber unidos para pensar unidos, debatir unidos y acordar unidos, ese es su
significado.
Que fuera de plata solemnizaba la asamblea. En las
aldeas los vasos usados cotidianamente eran de cuerno, madera o barro, por
tanto el uso de una pieza de tal calidad y belleza aportaba a la junta política
del vecindario un plus de distinción, grandeza y solemnidad. No por su valor
monetario, que es limitado al ser pequeñas, sino por lo propio de ese metal y el
cuidado con que están cinceladas.
La vida humana tiene que girar entre lo ordinario y
lo extraordinario, entre lo habitual y lo festivo. Si una de las partes se
pierde, el conjunto sufre.
Hoy padecemos el mal del cotidianismo y el feismo,
de la reducción de todo a su expresión más vulgar, sórdida y repelente. Así la
vida se hace enojosa y triste, gris y deprimente. Al no solemnizar nada (salvo
el propio ego, cada día más enfermo), se arrebatan a las cosas y a los acontecimientos
lo que tienen de específico e incluso de extraordinario.
Muchos creen que a las asambleas se puede asistir de
cualquier modo, estar sin compostura y negar toda ceremonia y formalidad. Lo
que sale de ahí es un encuentro mediocre, chabacano, sin atractivo y a ras del
suelo. Recuérdese qué sucedió con las asambleas del 15-M. Mientras intervenían
sujetos, ellos y ellas, decididos a hacerlo todo mal, a hablar de cualquier modo
y sin ninguna atención a las reglas de la oratoria, orgullosos de exhibir su
propia zafiedad y vacío mental, torpes e inelegantes siempre, la gente popular,
esto es, quienes estaban allí sin ser profesionales de la politiquería, iba
abandonando la asamblea, en general cargante y penosa.
Ciertamente, era así por muchos otros motivos:
impreparación de los contenidos, ramplonería de los debates, dominio del reformismo
socialdemócrata, desinformación e incultura, bajísima calidad de las personas, manipulaciones
constantes de la militancia de la izquierda, inevitablemente liquidacionista y
destructiva, etc.
Pero también contaba esa afición nihilista por
desmitificarlo todo (menos la propia desmitificación, que está
hiper-mitificada), por negar a lo extraordinario unas formas de presencia pública
que tengan grandeza y belleza, solemnidad y embeleso. Dado que la asamblea se
hace cada cierto tiempo (y no cada día, como demandaba en el 15-M una juventud
ociosa, aburrida, frívola y con la cabeza vacía), siendo un acto extraordinario
y excepcional, debe ser considerado como tal, por tanto, formalmente dotada de
elementos que subrayen y enfaticen su dignísima particularidad.
En la vida hay un momento para cada cosa, y cada una
tiene que ser tratada, en los contenidos y en las formas, como lo que
manifiesta ser. No es lo mismo una asamblea que un botellón, ni que un parloteo
banal, tumbados en la hierba de un parque. Lo que no se valora ¿cómo podrá
mantenerse y crecer?
La compostura, la elegancia, la elevación, la
belleza de las palabras, de los gestos, de los cuerpos, forman un saber estar
que la sociedad actual, desplomada en la sordidez, la fealdad y la chocarrería,
no puede ni realizar y ni siquiera echar de menos. Estamos tan hiper-degradados
y encanallados que todo lo que tocamos lo convertimos en basura y bazofia, y no
pasa nada porque nos gusta el sabor de la suciedad y nos extasía el tufo de la
mugre.
De acuerdo. Pero si deseamos hacer algo más que
cotidianismo ramplón, chocarrero y soez, específicamente contracultural, progre
y hippie, esto es, burgués de una manera nueva y más letal, tenemos que
reconsiderar toda nuestra concepción sobre estas cuestiones.
Estimado Félix: Has clavado hasta la empuñadura el estoque sobre el 15-M. Creo que en buena parte fue el motivo para que no progresase, hábilmente aderezado por quienes tenían interés en que así fuese.
ResponderEliminarTengo algún testimonio de viejos luchadores republicanos, que tuvieron las mismas sensaciones que describes. De pena.
Hola la copa que citas es de VALDAVIDA Valdavia es una comarca y río de palencia y existían dos y una jarra de está última no tenemos noticias saludos
ResponderEliminarGracias por el comentario Motri. Un saludo afectuoso, Félix.
EliminarHola félix las gracias te las tenemos que dar a ti por dar a conocer nuestro patrimonio cultural ,tienes un video en youtube de la copa de Valdavida y sí deseas que te envié fotos o algún que otro dato puedes contactar con migo saludos jrmotri@gmail.com
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