La sociedad actual es una descomunal
cacofonía de monodiscursos, mientras que por el lado de la concepción integral
del individuo y de la vida social reina el silencio. El sujeto medio, por lo
general, ambiciona ser un especialista antes que un ser humano, una criatura
mutilada antes que una persona, un fragmento antes que una totalidad finita.
Casi todos anhelan ser fracción y casi ninguno completud.
El peor de los monodiscursos es el
economicista. En él lo humano se reduce a lo económico y la persona es
sustituida por el “homo oeconomicus”, un engendro y un monstruo. La
socialdemocracia y el capital financiero, que son lo mismo, coinciden en esta
contundente negación de lo humano. Los aquejados de la monomanía economicista
no hablan de otra cosa que de dinero, sueldos, pensiones, crisis económica,
luchas salariales (a las que otorgan una épica que no tienen y nunca podrán
tener), explotación, neoliberalismo, supuesto desmantelamiento del Estado de
bienestar, movilizaciones y así sucesivamente. Viven para el dinero y de ese
modo se hacen seres lisiados, los más atrozmente impedidos de toda la inmensa
legión de los tullidos de la modernidad.
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