martes, 12 de enero de 2021

La Nieve y los Robots


Madrid, la capital imperial de lo que llaman “España”, sigue casi del todo paralizada (lleva así varios días y se supone que va a estar en la misma situación aún una semana más) por una nevada que no ha ido más allá de los 40 centímetros. O sea, una nevada normalita, muy alejada de aquellos tremendos nevazos de principios del siglo XX, que obligaban a que las gentes de ciertos pueblos de Cantabria salieran de sus viviendas por las ventanas del primer piso, o a que en algunas aldeas del norte de Guadalajara las casas se comunicasen entre sí por túneles excavados en los 4-5 metros de nieve caídos, o a que los mozos emergieran por las chimeneas y fueran recorriendo todas las de la aldea, preguntado a los de abajo si estaban bien y si necesitaban algo.

Ni siquiera para Madrid en su historia la nevada actual resulta ser particularmente abundante. Lo es sí se considera lo habitual en los últimos 40 años, cuando las alteraciones climáticas (provocadas por la deforestación y la extensión patológica de la agricultura) han ido arrinconando las celliscas copiosas, pero no lo es si se tiene en cuenta lo que solía suceder en la villa capital durante los inviernos de hace cien años, e incluso de cincuenta.

Y en aquellos tiempos la vida continuaba perfectamente bajo la nieve. Sin colapso, sin dramas, con normalidad. Sin calles atestadas de hielo que nadie limpia. Sin vehículos abandonados por todas partes. Sin desabastecimiento de productos básicos. Sin gente resbalando en el hielo y rompiéndose la crisma, los brazos, las muñecas, las caderas, las clavículas, los tobillos, etc. Sin ramas tronchadas y caídas de árboles que nadie retira. Sin parturientas (las pocas féminas que se atreven a ser madres desafiando al feminismo fascista y el terrorismo empresarial antimaternidad y proaborto) amedrentadas por tener que desplazarse a un hospital en unas condiciones imposibles. Sin la sempiterna tabarra en las televisiones (de la izquierda) y las radios (de la derecha) en pro de llamar en auxilio a la UME (Unidad Militar de Emergencia) para que nos proteja y nos salve…

Por cierto, ¿dónde está la UME?, ¿qué hace?, ¿por qué no viene en nuestro rescate? En los barrios populares de la villa de Madrid no aparece. Este baboso militarismo de invierno, y estas periodistas de las televisiones que manifiestan un entusiasmo ilimitado en adular y lamer el trasero a los militares, son parte del penoso paisaje hodierno, junto con la nieve y el hielo ya sucios y pisoteados, asquerosos. Escuchando a las serviles locutoras carasbonitas de la tele llamar al jefecillo uniformado de turno “mi teniente” o “mi capitán” se comprende dónde está el poder más decisivo, y el que más temor suscita. Claro que hay motivos para ello, pues el ejército español mató a 400.000 personas en la guerra civil de 1936-1939, y a una cantidad quizá ocho o diez veces mayor durante la revolución liberal española, 1812-1874, una carnicería continuada, mantenida durante 62 años.

Pero vayamos a lo acuciante, a cómo limpiar las calles de nieve y hielo.

Hoy, el futuro de la humanidad, dicen, está en los robots. Robots en todo, para todo y en todas partes. Robots que harán nuestra felicidad, convirtiendo la tierra en un paraíso. Así pues, se debe encargar a los robots que despejen las vías de Madrid, es más, ¡hay que hacer que vengan ya, que lo arreglen todo, que nos hagan dichosos aquí-y-ahora! Puesto que en el poder redentor y milagrero (o sea, hacedor de milagros) de la tecnología reside, según se enseña en las universidades, lo esencial de nuestro futuro, ¿por qué no se acude a la tecnología salvadora para arreglar este chusco desaguisado? Hay que hacer con el nevazo lo mismo que con el covid-19, al que se está combatiendo, con el “éxito” que observamos, desde la ciencia, los sabios y los expertos, con las numerosas vacunas mágicas, fantásticas, omnicurativas, sin efecto secundario alguno, que la industria farmacéutica está poniendo gentilmente a nuestra disposición.

Antaño, en los oscuros tiempos precientíficos, cuando lo decisivo eran los seres humanos y no la técnica ni las máquinas ni la química ni las vacunas, la nieve se quitaba de las calles con el trabajo vecinal comunitaria, para Castilla con una variante de la hacendera, el trabajo concejil para la realización del procomún, del bien público. En cada área, barrio o calle, se formaban cuadrillas de personas, mujeres y hombres, armadas de palas, escobones y sal, que hacían senderos entre la nieve y añadían sal para que no se formase hielo. Cada cual tenía, como deber cívico, preparado en su casa uno o varios sacos de sal, además de palas, rastrillos y escobas bastas, y en cuanto nevaba se lanzaba a la vía pública con ellas. Y todo resuelto. Como me decía hace años un hombre ya anciano de Ávila ciudad, “antes, con el trabajo vecinal comunitario, las calles y plazas de Ávila quedaban transitables en cuestión de horas, aunque la nevada fuera de un metro, pero hoy con tanta maquinaria, tantos barrederos profesionales y tantas leches modernas, en cuanto caen diez centímetros de nieve ya no se puede circular, se hiela el suelo, y hay que quedarse en casa”. Imposible definir mejor la torpeza y disfuncionalidad básicas de la modernidad, en todo menos en los instrumentos para crear más sometimiento de las masas a las élites del poder.

En efecto, ese es el progreso. Esa es la flamante Teoría del Progreso. Progresamos hacia atrás cuando nos dicen que lo hacemos hacia adelante, hacia un porvenir radiante… de ciudades incapaces de hacer frente a adversidades climáticas de mediana intensidad y de individuos progresivamente enfermos por los cada vez más maravillosos fármacos preventivos y curativos.

¿Los robots? Robots son los drones, cuya función principal es militar, para asesinar gente desde despachos impolutos, por militares que contemplan en la pantalla a sus víctimas y luego les lanzan, por medio del dron, el proyectil que los convierte en cachitos… Todo, eso sí, muy limpio, correcto y educado, pues los asesinos son oficiales del ejército, mujeres tanto o más que hombres, que cumplen una jornada de 5 horas diarias tres días a la semana, matan en ese tiempo a unas docenas o unos cientos de personas que se encuentran a miles de kilómetros de donde ellos están, y luego marchan con la satisfacción del deber cumplido a tomarse una cerveza. Los cursis tienen en este asunto otro ejemplo de la célebre “banalidad del mal”, este no planificado por algún radiante espécimen de la raza aria sino por un Príncipe Negro llamado Barak Obama, agente de la nueva “raza superior”, la suya.

La tecnología, en esencial es militar, y siempre lo ha sido. En el presente, el 70% o más de los científicos, ingenieros y expertos trabajan en beneficio de los ejércitos, incluso cuando parece (sólo parece, atención) que lo hacen para corporaciones civiles[1]. Y la tecnología civil es una derivación interesada de la tecnología militar, que en general sirve para probar, poner a punto y, sobre todo, bajar los costos de ésta, abaratándola en beneficio de sus usos militares. La aplicación de la tecnología a la producción, ¿qué objetivo tiene? No, desde luego incrementar los rendimientos del trabajo, que están estancados desde hace decenios, ni elevar la calidad de los productos y servicios, en caída también desde hacer mucho, sino imponer el principio de autoridad en la empresa. A fin de que los dueños de la unidad productivas sobredominen a sus asalariados y trabajadores, se acude a la tecnología, sea la resultante productiva de todo ello mejor o peor, pues lo esencial es el derecho de propiedad realizado en la gran empresa transnacional monopolista, no los rendimientos.

Lejos de ser la maravilla liberadora y salvífica que dicen que son, los robots se manifiestan como una nueva tragedia abatiéndose sobre nosotros. Son carísimos en términos reales (no siempre en términos monetarios, manipulados por los aparatos estatales, interesados en ellos por razones militares), y sólo incrementan la productividad -si es que en alguna ocasión lo logran- a costa de someter a los trabajadores a condiciones y ritmos de trabajos tan infernales que nadie puede soportarlos más allá de un decenio sin enloquecer, caer en depresión profunda, entregarse al consumo de drogas (legales e “ilegales”) o alcoholizarse[2]. Al mismo tiempo, el incremento de la opresión tecnológica en la empresa lleva al asalariado medio a practicar cada vez más el sabotaje de supervivencia. Esto, como reacción, empuja a los directivos a acudir a nuevas formas de robótica u otras expresiones de la tecnología, aún más costosas (la tecnología la impulsa en primer lugar el Estado, vale decir, la pagamos todos con los impuestos) y más destructivas para los seres humanos que son obligados a trabajar con ellas, sometidos a ellas, lo que a su vez recrudece el sabotaje... Se crea así una espiral de destructividad y locura que lo está aniquilando todo, en primer lugar a las clases trabajadoras, en la empresas-mataderos.

La solución es el trabajo libre, individual y asociado. Al eliminar la causa principal del uso homicida de la robótica y las demás tecnologías, hace innecesarias estás. Una sociedad del trabajo libre, esto es, sin propiedad capitalista, resulta ser el único remedio al presente estado de cosas, el cual, de no enmendarse por tales procedimientos, sepultará a la humanidad en un caos completo, por desplome de los rendimientos productivos, declive demográfico y anulación radical de lo humano en el ser humano. Pues el transhumanismo es infra-humanidad, construcción programada de seres nada ilimitadamente dóciles y sumisos. Y por eso mismo inútiles y no-aptos para todo tipo de actividades y labores, también para las económicas[3].

En conclusión, los robots no están sirviendo para limpiar la capital del declinante imperio español de nieve, ni, en realidad sirven, salvo alguna escasa excepción, para nada bueno, útil o decente. Su meta última es la sobredominación, en la empresa y en la sociedad. Es decir, valen para lo mismo que la UME. Y, en consecuencia, seguiremos nadie sabe cuanto tiempo bajo los efectos de una nevadita de mediano calibre, convertida por los serviles del aparato mediático en tremendo-suceso-nunca-antes-conocido…

 



[1] Un buen estudio probatorio de esto se encuentra en el libro “El Estado emprendedor”, de Mariana Mazzucato, donde pone en evidencia el trasfondo estatal, militar, de las actividades de Steve Jobs y sus iPhone, aunque la autora, como le sucede a todos los intelectuales, tiene mucho cuidado con no dañar la imagen pública del ejercito imperialista yanqui ni el horripilante prestigio de la actual tecnología, estatal-militar al 99%. Lo que pone en evidencia, ya parcialmente conocido, es la norma general, casi absoluta, en todas las invenciones tecnológicas contemporáneas, verdad que casi todos, por no decir lisa y llanamente todos, los “pensadores” e Intelectuales actuales se niegan a admitir y mucho menos a denunciar, pues no casualmente son todos ellos agentes y funcionarios del ente estatal, del que dependen económicamente. Lo exitoso de sus carreras está en proporción directa a sus silencios, sus ocultaciones, sus sofismas, sus embustes y sus demagogias. Hoy la propaganda ha sustituido a la objetividad y el esfuerzo por la verdad.

[2] Estos deshechos humanos (de los que nadie se acuerdo, salvo para mofarse de ellos, por ejemplo, en EE. UU. donde se les califica de “basura blanca”, una expresión racista intolerable) tienen que ser luego, después de terminar su fase productiva, mantenidos por la sociedad, a través del Estado, que les tiene que otorgar pensiones, servicios médicos, desintoxicaciones, etc., todo lo cual vale caro, muy caro, y se paga con un sistema fiscal cada día más filibustero. Así, paso a paso, avanzamos hacia una sociedad de la pobreza creciente y universal para el 80% de la población, debido al crecimiento en flecha de los gastos de megadominación, empresariales y estatales. El remedio a ello es el final del capitalismo, una economía comunal con trabajo libre.

[3] Sobre estos asuntos, mi análisis está en “Autoaniquilación” y en “Erótica creadora de vida”, dos de mis últimos libros. En particular, en el primero de ellos.

viernes, 8 de enero de 2021

DONALD TRUMP TRAICIONA A LOS SUYOS

 

La declaración de D. Trump condenando la toma del capitolio y llamando a la policía a detener y encarcelar a quienes la realizaron es una excelente lección de política práctica, de realismo político, para quienes, en EEUU y aquí, confían en las instituciones, en los políticos profesionales y en las vías legales. Ese canalla primero promovió desde la penumbra la movilización popular y luego la condena exigiendo el castigo de quienes creyeron en sus medias palabras y gestos de doble sentido. En realidad, necesitaba quitarse de en medio a un sector de sus seguidores que estaban despertando a la realidad, es decir, a que él es meramente un demagogo y un charlatán, puesto donde está para controlar, manipular y desactivar el movimiento de las clases trabajadores autóctonas de EEUU, mayoritariamente blancas, contra su exterminio étnico, político y cultural. Por eso, primero los lanza a ocupar el capitolio y unas horas después se desencadena contra ellos, arrojándoles los peores insultos y amenazas. 

Obviamente, quienes han creído e incluso todavía creen en Trump, son simplemente unos majaderos. No les ha bastado, para abrir los ojos, los cuatro año de ese politicastro en la presidencia, donde no ha hecho nada absolutamente de lo que prometió y si muchísimo que resulta contrario a lo que dijo y afirmó. Tales necios juzgan a los políticos por lo que dicen y no por lo que hacen, de manera que viven siempre engañados. Y, sobre todo, nunca se preocupan de evaluar reflexiva y racionalmente lo que los políticos pueden y no pueden hacer, con independencia de sus prédicas fulleras, para lo cual han de considerar los intereses clasistas e institucionales decisivos de quienes formulan promesas y más promesas.

Donald Trump no es sólo un gran capitalista, un multimillonario, un explotador de las clases trabajadoras de todas las etnias, sino además un alto preboste, un elevado funcionario del Estado USA. Así que en tanto que gran capitalista y, sobre todo, como principal integrante de las elites estatales e institucionales, ha de seguir la política de exterminio de las clases trabajadoras blancas de EEUU, porque tales son el reservorio principal de una cosmovisión participativa, democrática, comunal y cooperativa que es letal para el gran capitalismo, en su fase actual, y para el ente estatal cada día más hipertrofiado que padece ese país.

Así pues, cuando un estado de ánimo de resistencia y lucha, de voluntad de supervivencia y afirmación política, cultural y axiológica, comenzó a tomar fuerza entre los blancos pobres de EEUU, los planificadores y estrategas institucionales encargaron a un histrión caradura de nombre Donald Trump que saltase a escena para apoderarse de las ideas y formulaciones de aquéllos, para darlas la vuelta y transformarlas en simple palabrería inoperante. Claro que, tras cuatro años de blablablá insustancial, un sector se cansó de esperar a que el multimillonario y presidente hiciera algo, y como no hacia nada, decidió pasar a la acción, aunque sin romper del todo con las esperanzas que tenía depositada en el politicastro. Y ha sucedido lo que hemos vivido...

Indignante es la actuación de ciertos jefes del conspiracionismo español en relación con Trump. Primero le exaltan como el redentor de la humanidad y ahora quieren quitar importancia a su TRAICIÓN, como si fuera un asunto menor o simplemente una broma. Tales jefecillos conspiracionistas tiene que ser denunciados, su impunidad ha de terminar. No pueden seguir diciendo enormidades, mentiras y necedades como si nada. Ellos son tan TRAIDORES a su pueblo como Trump lo es al suyo. Ya son, definitivamente, un instrumento del partido neo-franquista Vox, esto es, mera escoria fascista. 

Trump es un racista antiblanco, igual que lo son los fascista negros del movimiento paramilitar BLM, creado por el Pentágono como bandas para la represión e incluso el exterminio práctico (cuando llegue el momento) de los no-negros. Todos los multimillonarios y sujetos de las elites estatales de EEUU son racistas antiblancos, con independencia de color de su piel. Es un asunto político, no racial. Esperar que alguno de ellos "haga algo" a favor de "la basura blanca" es esperar lo imposible.

La solución esta en la denuncia, la autoorganización en la calle, la movilización popular y la critica de los serviles y reaccionarios, de los militaristas y los fascistas. Hay que volver a tomar, en EEUU, el capitolio para eliminar ese gran centro de poder exterminacionista y genocida, pero sobre todo, hay que demoler el Pentágono, el centro del poder militar, el cerebro mismo del imperialismo yanki, del racismo antiblanco y del gran capitalismo que se realiza en el complejo militar-industrial. Eso es la revolución, sí, y quienes se asustan ante esta perspectiva que se vayan a casa a esconderse debajo de a cama, donde de paso pueden entretenerse meditando en que las vías institucionales, legales, partidistas, ya no sirven absolutamente de nada.

 

 

jueves, 7 de enero de 2021

SOBRE LA OCUPACIÓN POPULAR DEL CAPITOLIO DE EEUU


La "basura blanca", despreciada y agredida por todos, se ha puesto en marcha en Estados Unidos. Lástima que lo haga siguiendo a un demagogo reaccionario, a un charlatán desvergonzado como es Donald Trump, que dice y no hace nada, esto es, nada diferente a lo que llevó a efecto, por ejemplo, el racista aristócrata negro Obama.

 

La cuestión no es si hubo o no pucherazo, fraude electoral, en las elecciones, sino las condiciones de vida y las perspectivas de futuro de la ya hoy minoría blanca en ese país, acosada ferozmente por todos, con criterios mega-racistas. La creación de la organización paramilitar negra fascista BLM, cuya finalidad verdadera, apenas velada, es cometer genocidio con la minoría blanca y hacerse con todo el poder en el país (los negros están a punto de lograr el dominio del ejército USA, que es el centro mismo del sistema estatal), ha llevado la situación a un nivel de máxima tensión, de donde ha salida la ocupación popular del congreso. Nótese que en este acontecimiento la policía ha asesinado, al menos, a 4 personas blancas, entre ellas una mujer, sin que ello ocasione protesta alguna en el progresismo español, ferozmente racista pronegro, partidario del Estado policial y neomisógino.

 

La movilización popular tiene que continuar hasta devolver al país a las condiciones de autogobierno que muestra Alexis de Tocqueville en "La democracia en América", y que la politóloga e historiadora Dana Nelson describe en un libro de cuyo prólogo para la versión en castellano soy coautor. Una sociedad que se autogobernaba por juntas y asambleas, que tenia una economía mixta comunal/familiar y que practicaba la ayuda mutua como elemento decisivo de la actividad económica. Tal sistema fue barrido por el ascenso del ente estatal, lo que cristalizó en la actual Constitución, la de 1787, la cual hace del Estado el tirano colectivo y el primer propietario de la riqueza de EEUU.

 

Donald Trump ha sido puesto en la presidencia para controlar y desactivar la protesta popular blanca contra la política de exterminio y genocidio que padecen las clases trabajadoras y populares de esa etnia. En cuatro años de presidencia ¡no ha hecho nada en absoluto para beneficiar a la "basura blanca"!, Al contrario, se ha centrado en acelerar y reforzar los mecanismos del exterminio. Porque, siendo Trump un multimillonario con un capital de unos 2.500 millones de dólares, ¿qué va a hacer sino seguir la política genocida, que es la que interesa al gran capitalismo monopolista?

 

Joe Biden ha declarado que bajo su mandato han de acceder al país 52 millones de emigrantes, nada menos. Con Trump los emigrantes han seguido llegando, en mayor número que con Obama y con menos expulsiones, así que ¿cómo creer a ese sujeto? De haber ganado Trump habría metido en el país tantos o mas emigrantes que Biden: todos los politicastros son iguales, todos hacen las mismas cosas, y sólo se diferencian en las palabras, en las mentiras, en la demagogia.

 

Quienes en nuestro país veneran a Trump como un "mesías" que nos va a salvar de la catástrofe, al parecer incluso con una intervención militar yanki, simplemente han perdido la cabeza. Esta grotesca combinación "antinacional" de cavernícolas, fachas y conspiracionistas vendidos a la CIA, que odia nuestra lengua y cultura, que vive para lamer el trasero a los yankis, tiene que ser denunciada.

 

En EEUU las clases trabajadores blancas tienen que seguir la lucha por su existencia, por su derecho al futuro, en lo étnico tanto como en lo cultural. Eso exige romper con Trump, denunciar sus embustes y su palabrería, dotarse de un proyecto, un ideario y un programa revolucionario, de acuerdo a las tradiciones y la historia de su país.