El pasado domingo 18 de noviembre
de este año, 2018, visité el busto erigido en homenaje y recuerdo del gran
bertsolari Txirrita (1860-1936) frente a la casa en que vivió, a las afueras de
Ereñotzu, Gipuzkoa, En la placa, con la grafía anterior a la instauración del
euskera batua, se lee "Txirita'ren oroimenez", seguida de la fecha de
su nacimiento y muerte. Hay numerosas compilaciones de su producción
lingüística, así como un extensa relación de dichos y anécdotas sobre su vida.
Un estudio es el de Antonio Tovar, "Txirrita. José Manuel Lujanbio
Retegui", 1992.
Txirrita hizo cultura oral
autoconstruída, en euskera. Y sus bertsos llegaron muy ampliamente a las clases
populares vascas, caseros, mineros, obreros metalúrgicos, mujeres del textil,
pescadores y otros. En ellos se unifica el "lan" (trabajo) y la
"jaia" (fiesta) en todas sus manifestaciones, con un ingenio
desbordante, un asombroso dominio del lenguaje y un buen humor proverbial. Es
toda una concepción de la existencia, una expresión de lo que es la
civilización vasca, lo que aparece en su obra. Cuando la cultura erudita,
clásica, europea ha sido ya confinada en las universidades y los museos por los
poderes constituidos, convertida en mera arqueología, y cuando la cultura
popular de los pueblos europeos está siendo sustituida por los subproductos
mercantilizados que fabrica la industria del ocio en inglés, el volver la vista
al pasado para pensar, proponer y planificar una gran revolución cultural en el
presente y futuro se hace imprescindible.
La cultura no es erudición
sino respuesta concreta a las grandes cuestiones de la existencia y condición
humana. La sabiduría en eso reside, en diseñar desde la libertad y para la
libertad, las ideas, emociones, voliciones y formulaciones que nos permiten ser
seres humanos, que nos hacen personas. Hoy todo lo institucional y dinerario de
este ámbito es mero adoctrinamiento, con muy escasas excepciones, o dicho de
otro modo, es negación de la libertad de conciencia y, por tanto, destrucción
de la esencia concreta humana. Así pues vamos a reconstruir la cultura popular
de los pueblos de Europa para resistir, derrotar y vencer a la barbarie
en curso, al genocidio en desenvolvimiento, que es cultural y étnico al mismo
tiempo. Al hacerlo tenemos que crear una nueva cosmovisión, unos nuevos
valores, un nuevo orden social, un nuevo tipo de ser humano. Desde la libertad
y para la libertad, porque la libertad es el corazón de la Europa popular y
revolucionaria.
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