Cada fase histórica tiene su sistema y sus agentes. Europa, en los
años 30-50 del siglo pasado, estuvo regida por sistemas fascistas y por
autócratas de extrema derecha (Churchill, De Gaulle, Adenauer, etc.). Tiempos
duros. El proletariado seguía a los partidos comunistas estalinistas (fascistas
de izquierda), y la intelectualidad burguesa jugaba a ser “anticapitalista”. En
el exterior, el colonialismo europeo dejó paso al neo-colonialismo usufructuado
por EEUU, mientras la otra superpotencia, la Unión Soviética, decaía, víctima de
su propia barbarie, olvido del ser humano y tiranía.
Los años 60 conocen un
cambio en las formas de dominación y en sus actores. Desde arriba se impone el
progresismo, la contracultura, los hippies y la izquierda. Todo se hace fácil, divertido,
suave, frívolo… Es una estrategia hábil para contribuir a la derrota de la
potencia rival, la URSS. Florecen mayos de pacotilla y en el Tercer Mundo
triunfan “revoluciones” no menos sospechosas. Europa parece que va bien
económicamente, crece el PIB y progresa el consumo, en una sociedad del placer
y el hedonismo. Pero los fundamentos económicos de esa Europa “feliz” están inicialmente
minados.
La situación se comienza
a modificar hacia 1990, cuando el paradigma de dominación instaurado treinta
años antes declina. Mientras Europa se desindustrializa, convirtiéndose en un
museo, las nuevas potencias emergentes, en particular las asiáticas, progresan.
La mano de obra europea, devastada por el trabajo asalariado maquinizado, el
consumo obsesivo, el hedonismo obligatorio, la destrucción de las forma
naturales de convivencia (la familia, la vecindad, los compañeros, las
amistades, etc.) y la pérdida de todo horizonte espiritual, se está viniendo
abajo y está dejando de ser tan eficiente.
Se prohíbe de facto la
maternidad y la paternidad, sobre todo la primera, para expoliar la mano de
obra a los países pobres, operación neo-esclavista que se justifica con grandes
gritos contra el “racismo”. Lo que resulta es una demografía de pesadilla, con
Europa convertida en un geriátrico. Museo y además geriátrico. A la vez, la formidable
concentración y acumulación de capital en curso está arruinando a multitud de
pequeños agricultores, artesanos y tenderos, que son salarizados.
La banca, fusionada con el gran capital mercantil y
lo que queda de la gran burguesía industrial, lo domina todo. Este pavoroso
totalitarismo económico se hace con una porción creciente de la riqueza y, por
tanto, del mando global. El sujeto común, cada vez más, se siente una nada en
manos de poderes descomunales, con la libertad personal perdida. Al mismo
tiempo, la autoridad y presencia del Estado, con el aplauso de todo el espectro
político, se incrementa también año tras año. En unos pocos decenios, si la
situación sigue como hasta ahora, el artefacto estatal se apropiará tendencialmente
del 100% del PIB. Será el triunfo del “socialismo”… de Estado.
El Estado de bienestar, la
gran “conquista” de la izquierda (aquí lo instala Franco en 1963…), es la
sociedad-granja realizada. Con él se hace al sujeto irresponsable, asocial e incapaz
de cuidar de sí mismo. Transcurrido un tiempo, el Estado de bienestar informa
de que no va a poder seguir manteniendo indefinidamente a sus protegidos-dominados,
por falta de fondos. Se anuncia, con ello, una hecatombe.
El momento del derrumbamiento
explícito del orden europeo estatuido en 1960-1990 es la crisis económica de
2008-2014. En desordenado tropel, muchas de las gentes que se habían creído la
fabulilla sobre el bienestar económico a perpetuidad ven descender vertiginosamente
su situación presupuestaria, primero a mileuristas y después a seiscientoseuristas.
La juventud sobre todo. El dato, estremecedor, de que la media de los poco numerosos
jóvenes entre 20 y 35 años con trabajo ingresan la mitad que sus padres a su
misma edad y por actividad similar dice muchísimo sobre el presente y el
futuro. Nada hay en la situación económica europea y mundial que permita
suponer que esa situación pueda revertirse. Todo indica que irá a peor.
La crisis económica
reciente, por tanto, ha desautorizado un proyecto político y social que,
además, llevaba muchos años descomponiéndose. Y está triturando, no sólo en
Europa sino en todo el mundo, a quienes han sido sus promotores y agentes, la
izquierda pro-capitalista y el progresismo burgués. Una y otro tuvieron su gran
momento cuando afluían los recursos, había una demografía sana y los países
emergentes eran mucho menos activos económicamente. Hoy todo se ha modificado.
En lo que llaman España
la situación tiene sus peculiaridades. Con una crisis y desestructuración
social mayor que la media europea, en gran medida por culpa de Alemania (país
que está realizando el proyecto de Hitler de conquista y sojuzgamiento de
Europa, lo que incluye su fascistización), la persistencia del progresismo es
mucho mayor. Se debe al recuerdo de la
guerra civil, a la errada percepción de que la izquierda combatió a
Franco, cuando en realidad, con sus errores, brutalidades y crímenes, hizo casi
tanto por la victoria de aquél como el franquismo. Por otro lado, la izquierda,
en 2011, conoció una derrota electoral descomunal, y ahora su situación es más
parecida a un barco desarbolado que es arrastrado por corrientes favorables que
a un buque que navega por sí mismo.
Para manejar a las masas
en la crisis e implantar la anhelada solución, el modelo chino de economía, los
poderes fácticos han escogido a la nueva izquierda institucional, una creación
propia de última generación, aunque precipitada y un tanto chapucera. La
demagogia es el todo de esa formación. Promete a gritos lo que es imposible y
nadie puede realizar. Pero sus embustes y patrañas, por descomunales que sean,
tienen una gran demanda popular, en especial entre la juventud, que todavía no
está preparada para conocer la áspera realidad y vive en la desolación. Su
hegemonía es, en un último análisis, el segundo y fugaz momento desenvolvimiento
de la conciencia del histórico cambio a peor en lo económico que necesariamente
ha de transitar Europa. Primero fue el 15-M. Después ha sido esta nueva
izquierda.
El 15-M prometía
soluciones fáciles: bastaba con acampar en las plazas y hacer asambleas para
que la situación volviera a ser la anterior a la de la crisis de 2008. Olvidó
que los caminos fáciles no llevan lejos. Era el primer movimiento de añoranza
del pasado inmediato, creía posible retornar a la “normalidad” del hiper-consumo
anterior a 2008. Ese era su “anticapitalismo”. Fracasó. Luego vino la nueva
izquierda populista. Ahora es aún más fácil: sólo es necesario votar y seguir
en la tele al nuevo mesías dador de “derechos sociales” a la plebe. Tal
ridiculez ya está fracasando.
¿Y después? La pérdida
de poder de Europa occidental en el mundo es estremecedora por su intensidad y
rapidez[1], y
es además un proceso imparable. Quienes quieren volver al pasado se empeñan en
lo que no puede ser, y en lo que además es prodigiosamente reaccionario. La
salida a los problemas no es mirar hacia atrás sino hacia adelante. No está en
un utópico consumismo sino en la revolución.
El descrédito consolidado
de la vía institucional de retorno a lo que ya no existe y no puede existir más,
será un saludable ejercicio de realismo para las personas más avanzadas y
sagaces. Entonces se abrirá el tercer momento de réplica a la crisis de la
formación social europea. Constatado lo inexorable del descenso hacia la sociedad
de la escasez y la penuria cada persona deberá escoger qué camino va a seguir. Lo
mismo estará obligado a hacer el conjunto de las clases populares.
Lo indudable es que el
sistema de ideas, el programa y los actores políticos que han venido
hegemonizando el panorama intelectual, ideológico, cultural, político, social y
sindical desde los años 60 y 70 del siglo pasado ya no podrán continuar
haciéndolo, o al menos tendrán que cambiar de contenidos y práctica. O dan un
giro radical, convirtiendo las cañas en lanzas, la retórica izquierdista en
acciones extremo-derechistas, o no les sirven al sistema de dominación, y por
tanto desaparecen. Pero cuando den el giro, cuando se despojen de la máscara
populista y pseudo-reivindicativa, lo que será un proceso y no un suceso
puntual, estallará su conflicto con las clases populares, ya latente y bastante
agudo objetivamente.
Estamos, por tanto, en el umbral de un cambio decisivo
de paradigma político, lo que se pone de manifiesto en el agotamiento múltiple
del hoy existente, a nivel de todo el planeta. Pero, por las peculiaridades
propias de la historia española, antes citadas, las elites del poder han
decidido seguir utilizando, al menos tácticamente, los viejos instrumentos
políticos. Tienen buenas razones para ello. La izquierda (PSOE y UGT) y el
progresismo republicano fueron el alma de la II república, desde 1931,
habilísima en ametrallar a las clases trabajadoras un día sí y otro también. El
Frente Popular incluso elevó a un nivel superior esa terrible carnicería, en la
primavera de 1936, siendo una sangrienta forma de anti-revolución. Durante la
guerra civil, en la zona republicana la izquierda reconstruyó el Estado, que
había sido destruido, y rehízo el capitalismo, que estaba liquidado. Con tal
proceder, además, facilitó decisivamente la victoria de Franco. En la
Transición del franquismo al parlamentarismo, la izquierda, sobre todo el PCE y
los grupos marxistas-leninistas, pactaron con el régimen franquista,
representado por Adolfo Suárez, la continuidad del poder constituido,
haciéndose sus principales garantes en la calle. A partir de 1982 el PSOE en el
gobierno gestiona maravillosamente las necesidades del capitalismo, secundado
en todo lo importante por el PCE-IU. El periodo del gobierno de la izquierda
presidido por J.L.R. Zapatero, 2004-2011, fue el de la apoteosis del gran
capital, enmascarado tras frivolidades mil. Es lo que suele acontecer, que los
tiempos de abundancia entontecen y envilecen a los seres humanos.
Con tales antecedentes,
¿cómo extrañarse que una vez más el poder constituido se sirva de la izquierda?
Pero ahora hay una peculiaridad, que los contenidos propios de ésta, tal y como
se han manifestado en los últimos decenios, están en contradicción creciente
con las nuevas realidades mundiales y con las nuevas necesidades del bloque
Estado-clase empresarial. En 1982, por ejemplo, la izquierda lo tuvo fácil pues
la crisis europea era tan inicial y leve todavía que apenas se manifestaba en
la vida de la gente. Hoy la situación es diferente. Por tanto, donde entonces
hubo concesiones, cesiones y limosnas hoy tiene que haber, necesariamente,
recortes, pérdida de derechos adquiridos, empobrecimiento y trabajo asalariado
incesante. Y represión. O sea: lo que está haciendo Syriza en Grecia, donde
ejerce de extrema derecha.
Así pues, avanzamos a
buen paso hacia un enfrentamiento a cara de perro entre la izquierda populista
y sectores al menos cualitativamente decisivos de las multitudes trabajadoras. En
él se implicará todo el paquete de locuras, extravagancias y disfunciones del
populismo izquierdista, como se han ido construyendo desde hace al menos un
cuarto de siglo: las religiones políticas, el “antiimperialismo” en tanto que
sumisión a los oligarcas tercermundistas y los teofascismos, el
“anticapitalismo” como hiper-consumismo, la veneración ciega por el ente
estatal, la cosmovisión del odio, etc. Dicha izquierda va a ser utilizada a
fondo por el sistema y por tanto, se va a desgastar sustantivamente. Es más, se
va a destruir, al menos es sus expresiones actuales. Ya se desplomó
parcialmente en 2010-2011, y la próxima vez será mucho peor. Puede evolucionar,
en efecto, hacia una forma explícita de extrema derecha (tal es la trayectoria
de Syriza, por ejemplo), lo cual es probable, pero en ese giró se suicidará
políticamente.
Esa es una oportunidad
para la revolución. El tránsito de Europa desde una situación estable, que ha
durado medio siglo, a otra inestable, que ha de acontecer pronto, o mejor
dicho, que está aconteciendo ya porque toda la realidad mundial está siendo
trastocada por fuerzas emergente muy poderosas, volverá a crear nuevas y
desconocidas condiciones para el fomento de estados de conciencia y prácticas sociales
diferentes a las precedentes, quizá revolucionarias.
Indudablemente, el
desgaste, agotamiento y ruina de la nueva izquierda institucional, que en más o
en menos será inevitable en las nuevas condiciones políticas, llevará al poder
a lanzar nuevos instrumentos políticos, para disputar el control de la calle a
la revolución. Pero esto tiene algunas concreciones a considerar. Apenas nada
está haciendo en esa dirección por el momento; no es tan fácil poner en pie
todo un programa con fuerzas organizadas operativas añadidas; en hacerlo
tardará un tiempo, tiempo precioso para el avance del proyecto revolucionario;
mientras tanto la pérdida de poder (también, por tanto, de poder económico) de
la UE en el mundo se acelerará y con ello el socavamiento de la sociedad de
consumo con Estado de bienestar europea, que el fundamento económico del orden
político existente. En consecuencia, los próximos 3 ó 4 años se caracterizarán
por el progresivo desenmascaramiento, enfrentamiento con las clases populares y
agotamiento de la izquierda populista, que irá paso a paso situándose a la
defensiva (ya casi lo está), por el ascenso de las manifestaciones de
resistencia a aquélla y por la acción consciente de las fuerzas
revolucionarias, que si se dotan de una buena estrategia pueden ir ganando
espacios decisivos cualitativamente a la reacción izquierdista y populista.
Derrotada e inoperante
ésta, se abrirá un nuevo escenario político, en una situación más favorable para
los revolucionarios. También puede suceder que no se dé con la estrategia
adecuada y éstos simplemente se extravíen, yerren y pierdan la gran oportunidad
que se está constituyendo. No todo está determinado, y el futuro es siempre un
abanico de posibilidades, de las que hay que decidirse por una, para intentar
convertirla en realidad. Esto se logra o no se logra, se logra más o se logra
menos.
El tiempo de la
izquierda ha pasado. Que en España sigan aferrados a ella los poderes
constituidos es un anacronismo con cierto fundamento, aunque más pronto que
tarde se disipará (en Grecia lo ha hecho en un año…). ¿Qué vendrá después como
política del poder? No lo sabemos (aunque una forma de extrema derecha o incluso
de fascismo adecuado a las realidades del siglo XXI es lo más probable), pero
sí podemos aprovechar el tiempo inmediato para disputar la hegemonía
cualitativa a la izquierda pro-capitalista.
El momento crítico para
el populismo demagógico será la próxima fase descendente del ciclo económico.
Ahora llevamos dos años de recuperación, parcial y tambaleante, debido a las
graves disfunciones de fondo de la sociedad europea y de sus fundamentos
económicos. No tardará en venir una nueva recesión, que probablemente será
depresión grave, con un rápido incremento del paro, recortes en las
prestaciones sociales, aumento de los impuestos, descenso de los salarios, alargamiento
del tiempo y la intensidad del trabajo, incremento de la marginación social, etc.
Eso será ya la sociedad de la pobreza realizada, la tercermundización progresiva
de Europa en su fase inicial. En tal situación se implantará paso a paso el
modelo chino de economía para realizar un nuevo ciclo de industrialización, con
todos sus horrores. Entonces progresará el final del orden europeo instituido
hace medio siglo, y el descrédito de sus instrumentos políticos. Eso será un
cambio histórico.
¿Qué hacer? Los
problemas de las clases populares europeas únicamente pueden ser atendidos con
cuatro tipos de medidas: la lucha en la calle, el desarrollo de múltiples
formas de ayuda mutua, que cada cual aprenda a cuidar de sí mismo junto con sus
próximos y el ascenso de una corriente revolucionaria. No hay otra solución
posible. Hoy muy pocos entienden esto pero los hechos son tozudos y harán que al
menos algunos lo comprendan. En los próximos años. La primera medida demanda
romper con el parlamentarismo, la segunda con la fe en el Estado de bienestar,
la tercera con la reducción de la persona a ser nada, inepto, dependiente e
incapaz, y el cuarto con el izquierdismo burgués.
Esta es la tendencia
principal, si bien existen y existirán multitud de factores complementarios, y
algunos incluso contrarrestantes, lo que otorgará a los acontecimientos el tipo
de complejidad, confusión, impredecibilidad relativa e indeterminación finita propias
de los procesos reales. Pero, a través de todo ello será realizada y concretada
la presión brutal sobre las pueblos europeos de las fuerzas ahora esenciales en
la situación mundial.
[1]
Quienes gusten del “pensamiento fuerte” podrán recrearse con la lectura de “Orden Mundial”, de Henry Kissinger. El
primer cerebro del imperialismo estadounidense desde hace decenios lo expone
abiertamente: hay hoy cuatro órdenes, o poderes, mundiales, el europeo, el
islámico, el chino y el americano. El de EEUU es el bien absoluto, el europeo
está en caída, el chino es el enemigo a batir y el islámico el aliado. ¿El
precio a pagar a éste? Pues considerando que la UE es ya mera secundariedad
tiene que ser entregado al aliado, a fin de que éste haga piña con el poder
americano contra el orden chino. Tal significa más pobreza para los pueblos
europeos, y por supuesto muchísimo más que eso. Todo para vencer a China, para
que EEUU sea la potencia hegemónica al menos un siglo más. Quienes en Europa se
siguen aferrando de buena fe al mantenimiento de la sociedad de consumo y del
hedonismo mientras la UE decae y se hace la potencia más débil y vulnerable de
todas es que han perdido la cabeza.
Excelente análisis!!
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