La bancarrota de Fagor Electrodomésticos, empresa
puntera del mayor complejo cooperativista del mundo, el denominado Grupo
Mondragón, que tiene 280 empresas, 80.000 trabajadores, una universidad, 14
centros tecnológicos y otras varias pertenencias menores, está sirviendo de
materia de reflexión sobre una cuestión candente, el significado del
cooperativismo en el proceso de una muy peculiar “lucha anticapitalista”, o si se desea, en una estrategia para “superar el capitalismo” sin revolución.
Los orígenes de todo ello en Mondragón (Gipuzkoa) se
sitúan en 1956, con la creación de la cooperativa Talleres Ulgor, entonces una firma
bastante modesta (formada, o eso dice la leyenda, por cinco trabajadores), que
se constituyó según la legislación franquista para el cooperativismo, en buena
medida copiada de la del fascismo italiano.
En las condiciones de rápido crecimiento económico
que conoció “España” en los decenios posteriores, tuvo un auge espectacular, hasta
constituir el colosal complejo industrial y tecnológico que es hoy. Con la
crisis, su empresa más emblemática, Fagor, ha ido acumulando pérdidas, hasta
verse obligada a declarar un concurso de acreedores hace unas semanas. Unos
1.600 de sus trabajadores quedarán en el paro, lo que quiere decir que estos
cooperativistas se despedirán a sí mismos… Además, unos 40.000 pequeños
ahorradores, que habían realizado aportaciones financieras al conglomerado,
están a punto de perder una parte mayoritaria de sus participaciones.
Ya hace mucho que este cooperativismo vasco no
confundía a los amantes de la verdad. En “El
mito de Mondragón”, S. Kasmir, 1999, describe la naturaleza esencialmente mendaz
del proyecto, y se analizan las protestas que en varias de sus empresas han ido
realizando sus trabajadores. Pero, con todo, los Diez Principios Básicos de dicho cooperativismo vasco suenan bien:
Libre Adhesión, Organización Democrática, Soberanía del Trabajo, Carácter
Secundario del Capital, Participación en la Gestión, Solidaridad Retributiva,
Intercooperación, Transformación Social, Universalismo, Formación y Educación.
La realidad es que se trata de un elefantiásico
conjunto empresarial gobernado por una arrogante élite de directivos, técnicos,
expertos y gestores en el que el “trabajador-cooperativista”
es un cero a la izquierda, que está gobernado por las leyes del Estado español,
sometido a la lógica del mercado y dependiente de la gran banca española e
internacional. El Grupo Mondragón, además, se ha unido a la expansión
imperialista del capitalismo español, invirtiendo en el exterior.
No podía ser de otra manera. El cooperativismo, por
sí mismo, nunca ha sido una alternativa de superación del capitalismo, porque lo
impide la legislación emitida por el ente estatal, el orden social como
totalidad con fundamento en la legislación positiva, la naturaleza concreta -construida
desde arriba- del sujeto, el sistema imperante de disvalores e inmoralidad, el colosal
aparato de aleccionamiento, el horror del trabajo parcelado y el modo de
producción capitalista. En su desarrollo, la empresa cooperativista tiene ante
sí tres posibilidades: quedarse como una realidad insignificante y mortecina que
en nada modifica las condiciones sociales en el nivel macro, desaparecer
asfixiada o desarrollarse según un modelo capitalista, que paga sustanciosos impuestos
al Estado, se endeuda con los bancos, explota a sus trabajadores y entra en
quiebra en ésta o la siguiente crisis económica. Lo de Mondragón, casi desde
sus orígenes, siguió este último camino.
El franquismo hizo un uso a gran escala del
cooperativismo, más en la agricultura que en la industria. En aquélla lo
utilizó para destruir la sociedad rural popular, creando un sinfín de cooperativas
de comercialización que extraían el producto agrícola con destino a las
ciudades e introducían en el campo los tóxicos químicos, la dependencia de los
bancos y la maquinaria. Dominadas por los bancos y dependientes del Estado,
tales cooperativas fueron una parte significativa del capitalismo agrario en
expansión. En la industria su influencia fue menor, con la excepción de
Mondragón. Y hay que denunciar que hubo izquierdistas y anarco-socialdemócratas
que colaboraron con el franquismo en esa vil tarea, organizando algunas de tales
cooperativas…
El cooperativismo, lejos de ser una alternativa al
capitalismo, es uno de sus complementos. Al ser capaz de movilizar a ciertos
sectores de trabajadores ingenuos, que se entregan a un sobre-esfuerzo
descomunal creyendo trabajar para ellos mismos, contribuye a fomentar nuevas
empresas, a renovar el capitalismo, a enriquecer a la banca y a hacer más
poderoso al Estado con los impuestos que aporta. Tal es el caso del Grupo
Mondragón, aún hoy el conglomerado industrial y financiero más poderoso del
País Vasco y el séptimo de “España”.
Lo único que logrará superar al capitalismo es la
revolución. Sin revolución habrá capitalismo, porque éste no puede ser
desarticulado desde sí mismo, desde sus leyes, sus sistemas, su lógica, sus
seres nada, su ente estatal y sus disvalores.
La experiencia de Mondragón refuta textos como “Parecon. Vida después del capitalismo”,
de Michael Albert. “Parecon”
significa “economía participativa” y viene a enunciar que en el marco de la
dictadura del Estado, con la legislación emitida por éste, coexistiendo
pacíficamente con el gran capital y sin ser alterados por el mercado y el
dinero, es posible desarrollar una economía “participativa”
que pueda ir ganando a sectores de la población hasta desembocar en un feliz
día en que el capitalismo haya sido superado sin mayor esfuerzo, riesgo ni
incomodidad, a la manera epicúrea, frívola y gozadora, diríase.
Lo que viene a exponer Albert, seguidor del
anarco-socialdemócrata N. Chomsky, es que la revolución es innecesaria. Más aún,
que es indeseable.
Aquél ilustra a sus lectores sobre la economía del
futuro, supuestamente para “después del
capitalismo”, analizando un único caso, la “editorial participativa” Northstart Press. Que Albert no sepa
aportar otra concreción que esta empresa liliputiense, un mero grupo de amigos,
mueve a risa. Porque de lo se trata es de constituir una sociedad sin capitalismo
no de fundar una secta o de formar un gueto.
Según el sistema de ideas socialdemócrata la
economía es el todo de la vida. Por eso en el libro citado apenas nada se dice
de otras expresiones de lo humano, que son las decisivas. No existe el Estado,
y por supuesto no existe la revolución. Parece muy realista lo de ir poco a
poco conquistando parcelas y espacios al capitalismo, pero hay que decir que
eso jamás ha sucedido en ningún lugar (lo de Mondragón es sólo un ejemplo entre
miles), y que jamás sucederá.
Quienes son alentados a que se desentiendan de la
idea, el proyecto, el programa y la práctica de la revolución para crear
cooperativas, por sí mismas abocadas a la nada o a ser el capitalismo del
mañana, deberían entender que están siendo manipulados por una forma bien
sibilina de propaganda pro-capitalista.
En efecto, el libro de Albert es capitalismo y es su
apología. Lo es su idea del ser humano como “homo
oeconomicus”, justamente la cosmovisión primordial de la burguesía. Lo es
su negativa a considerar que el Estado existe y es decisivo. Y, sobre todo, lo
es su oposición a respaldar y fomentar un magno proceso de revolucionarización
integral que lleve a una sociedad libre.
Quienes “olvidan” la revolución manifiestan ser
parte de la anti-revolución. Parte, por tanto, de la trama capitalista. Mero
capitalismo, en consecuencia.
El capitalismo es muchísimo más que economía. Es un
modo de vida. Una forma de ser. Un sistema de relaciones sociales. Una cultura,
o su ausencia. Un orden estatal con un determinado régimen político, militar,
aleccionador y jurídico. Una idea del mundo. Un estado mental. Un mecanismo
para fabricar al individuo. Y algunas cuestiones decisivas más. Sin cambiar de
raíz todo esto es imposible superar el capitalismo, pues éste no reside sólo ni
principalmente en la banca, en los altos directivos, en los tecnócratas, en la
bolsa, en el dinero sino que hoy, por desgracia, está en el interior de cada
uno de los hombres y mujeres que por él han sido construidos. En mi interior y
en tu interior, amiga y amigo lector.
Si no nos cambiamos, si no nos revolucionarizamos internamente,
al menos en lo más importante de lo que pensemos y hagamos, introduciremos el
capitalismo, que emana de nosotras y nosotros sin cesar, en todas nuestras
obras. El narcisismo, autocomplacencia y victimismo, la creencia que el mal
está fuera de nosotros y no fuera y dentro al mismo tiempo, nos hacen parte del
sistema.
El error economicista, el proponer soluciones
puramente económicas al capitalismo ha fracasado un número enorme de veces en
el último siglo, pero quienes están dominados por dogmatismos y fanatismos no
logran captar las enseñanzas de la experiencia. Sólo nos puede liberar del
horror del capital una revolución total, integral, que no se quede en la
economía, que ascienda a la política y la cosmovisión, que sea al mismo tiempo
una revolución convivencial, una revolución en la educación, una revolución
espiritual, una revolución en el acto mismo de trabajar, una revolución
erótica, una revolución estética, una revolución que emancipe a la mujer del
actual régimen neo-patriarcal, una revolución ética y una revolución
anti-tecnológica, en suma, una revolución integral.
Acabar con el capitalismo exige imperiosamente crear
una sociedad con libertad de conciencia, en la que la verdad y no la propaganda
predomine, autogobernada desde asambleas omnisoberanas, en que las ciudades no
sean privilegiadas por el sistema de dominación a costa del campo, en que los
seres nada actuales hayan recuperado su condición, ahora perdida, de seres
humanos, una sociedad de la virtud
cívica y la virtud personal.
Lo dicho no debe interpretarse como una negación del
cooperativismo aquí y ahora. No, en modo alguno. Sólo significa que éste ha de
cumplir cuatro condiciones. La primera es que en cada caso concreto se
fundamente en ideas realistas y sensatas, comprendiendo las posibilidades pero
también los límites y limitaciones del cooperativismo bajo el capitalismo. La
segunda reside en que haya roto con el economicismo, con la noción burguesa de
que el ser humano está determinado por la economía, la pitanza y el soma, sin
consideración hacia su realidad y necesidades espirituales. La tercera cuestión
es que tal cooperativismo ha de estar completamente separado del ente estatal y
del capital, en particular de las “ayudas” estatales y de los créditos
bancarios. La cuarta es que tiene que situarse dentro de la estrategia de
revolución integral y a su servicio, considerando que será la revolución
integral, y el cooperativismo como parte de ella, la que pondrá punto final a
la dictadura del capital, esto es, a la dictadura de su promotor y sustentador,
el Estado.