En el pasado el sistema de dominación operaba sobre
todo por represión simple. Su actividad consistía en contener y constreñir los
impulsos del ser humano hacia la libertad, el bien, la virtud, la verdad y la
autorrealización. Hoy actúa de manera diferente. Va a la raíz de su problema,
el enfrentamiento con el pueblo y con el individuo, buscando demoler y
aniquilar lo humano, dejando a la persona y a la sociedad civil en un estado
tal de inhabilidad, debilidad y degradación que ya no sea capaz de ofrecer
ninguna o casi ninguna resistencia. Para ello se ha dotado de nuevos y muy
poderosos instrumentos, proporcionados por el crecimiento constante del ente
estatal, de naturaleza económica, política, tecnológica, funcionarial y otros.
En consecuencia, se necesita reconstruir al
individuo si se desea realizar un cambio social suficiente, tal como el que
preconiza el proyecto y programa de revolución integral. Al mismo tiempo,
restaurar y rehacer al sujeto es necesario y bueno por sí mismo, con
independencia de sus consecuencias políticas y sociales. Es, pues, una tarea
que tiene una doble meta.
Lo que no puede dudarse, tras la experiencia de los
últimos cien años, es que las propuestas politicistas y economicistas son
impotentes incluso para realizar las metas que se proponen. Por supuesto, no
menos impotentes son las formulaciones espiritualistas y eticistas. Unas y
otras fragmentan al ser humano, lo tratan como una parte de sí ignorándole en
tanto que totalidad, niegan su complejidad y, en definitiva, contribuyen a su
frustración, desarticulación y envilecimiento, en cooperación con el poder
constituido
La construcción prepolítica del ser humano es, por
lo expuesto, tarea decisiva.
Todavía no tenemos, ni mucho menos, un proyecto
suficiente de recuperación del sujeto, lo que impide ofrecer una interpretación
de conjunto de esta fundamental cuestión, pero si podemos ir avanzando algunas
formulaciones.
La noción de espiritualidad natural registra, ordena
y recoge lo que de manera indudable es la parte trascendente de la persona, con
el fin de cultivar luego cada uno de los atributos que la conforman, realizando
su desarrollo y robustecimiento. Las sociedades del pasado han tenido siempre sistemas
de ideas y de hábitos sobre la construcción de la persona pero la nuestra
carece de ellos, lo que evidencia que busca su aniquilación. Hoy al sujeto se
le adiestra y amaestra en habilidades técnicas y saberes productivos pero como
ser humano no se le aporta nada positivo, sólo pulsiones perversas, paquetes
inmensos de vicios, mutilaciones sin cuento e impulsos autodestructivos. Por
eso existe como ser para el mal y ser nada.
El verano, agosto sobre todo, es tiempo de
hiper-degradación y embrutecimiento pero también puede ser época de reflexión,
de retirada al interior de uno mismo, de análisis y balance de la propia
trayectoria vital. En agosto podemos comenzar a renacer y llegar a ser lo que
no somos pero pretendemos ser.
Examinemos 8 prácticas sencillas con que podemos iniciarnos
en la recuperación de la esencia concreta humana fomentando la espiritualidad
natural, válida para mujeres y varones.
Conversar. El lenguaje es parte fundamental de nuestra vida
psíquica. Antaño se enseñaba retórica y oratoria, y se tenía por atributo de la
persona bien formada el dominar el buen hablar. Ahora, en la edad de las
multitudes mudas y las pantallas, del lenguaje funcional, los latiguillos
“graciosos” y los tacos, eso está perdido. Se trata de recuperarlo, a partir de
una añoranza de los tiempos idos, en que la conversación era a la vez información,
reflexión, comunicación, ocio y afectuosidad. Un léxico vivo y rico[1],
una autoexigencia de hablar bien, un cierto gusto por la elegancia, un saber
escuchar, un admirar en el otro el dominio de esta maestría es imprescindible.
Aquí la poesía puede ayudarnos mucho. Hay que, como ejercicio personal, leerla
regularmente, aprenderla de memoria, recitarla, quedarse prendado de su magia,
musicalidad, intensidad y belleza. Hay que emocionarse con ella, y quien se
sienta capaz tiene que escribirla, y luego difundirla. La salvación de la
humanidad, si es todavía posible, será obra de la poesía, porque la revolución
integral es, a fin de cuentas, poesía en actos. Antaño se aprendía a hablar
bien escuchando al pueblo, ahora como el pueblo ya no existe, dado que se ha
degradado a populacho devoto del Estado de bienestar, esta tarea se ha vuelto
casi imposible.
Mirar. Para ver hay que mirar, y ésta es una experiencia
humana no fácil. El sujeto solipsista, autista y egocéntrico, que vegeta
sepultado en sí mismo, no sabe mirar y no logra ver lo que está ahí, a su lado
y junto a él. Abrir los ojos a los demás, a las cosas y al mundo, para sentirse
parte del todo y establecer lazos de conocimiento, afecto y servicio, es un
quehacer de primera significación. El avieso sistema de dominación nos hace
ciegos para que todas nuestras ideas, y en consecuencia todo nuestro hacer,
este dirigido por los amos de la propaganda y la comunicación. “Vemos” a través
de ellos, lo que equivale a decir que habitamos en la oscuridad, la mentira y
la opresión. Necesitamos aprender a mirar para recuperar nuestra autonomía
psíquica, para pensar y sentir por nosotros mismos, para percibir el mundo como
es y no como nos dicen que es. Ver y mirar, con nuestros ojos no con los de los
publicitarios, inventores de teorías, profesores-funcionarios, políticos
“emancipadores”, vendedores de utopías, artistas “geniales”, socialdemócratas
radicalizados o no y demás fauna nadificadora es una actividad que puede y debe
aprenderse. Sólo basta proponérselo.
Silencio. En el silencio nos reconstruimos, también porque es
soledad y la persona ha de realizar por sí misma, sin ayuda (aunque quizá con
una guía inicial), las tareas más decisivas. En silencio y sola: esa es una
magnifica situación. Del silencio extraeremos conocimiento, y de la soledad calidad
para, entre otras muchas capacidades, ser sociables, serviciales, corteses y
afectuosos. Estar en silencio es estar sin ningún tipo de ruido. Un libro es
ruidoso, una pantalla es muy ruidosa. Solos es estar con nosotros mismos, en un
fecundo diálogo del yo con el yo, a veces agradable, a veces doloroso, con la
atención dirigida hacia el interior de sí[2].
En silencio, sin hacer nada supuestamente práctico, reflexionando,
fortaleciéndose, sintiendo el fluir de la vida psíquica propia, siendo desde sí
mismo y por sí mismo. Pasear, mirar por una ventana, atisbar el horizonte,
contemplar un paisaje, estar tumbado, inactivo el cuerpo pero en movimiento la
mente. Necesitamos cada cierto tiempo una terapia de silencio, entendido como
operación de recomposición, restauración y reconstrucción. Porque el silencio
nos hace más sabios, más fuertes, más auténticos, más valerosos, más briosos,
mas sociables.
Belleza. El mundo de la modernidad es de una fealdad
infinita, y nuestras vidas son una existencia lúgubre que tiene lugar en inmensos
vertederos, pudrideros y cloacas. Dado que todo en aquél, comenzando por el
arte contemporáneo (ese engendro que los mercaderes y los altos funcionarios llaman
arte), ha renunciado a la belleza[3],
es el momento de que la reivindiquemos y hagamos nuestra. Hagamos que presida nuestras
vidas, que éstas tengan como meta un ideal de elevación, magnificencia y
perfección, que nosotros mismos en tanto que seres humanos nos reconstruyamos
como obra de arte que se ofrece a los demás sin pedir nada a cambio, solo por
amor. Estetizar la vida: he ahí una gran meta. En esta descomunal avalancha de
suciedad, zafiedad, mugre y mediocridad que hoy se ha hecho la existencia hemos
de lograr que nuestro actuar aporte ese plus mínimo de belleza que necesita el
ser humano para realizarse como tal. La belleza ha de estar en la palabra, en
el gesto, en el pensamiento, en los quehaceres, en las cosas cotidianas y pequeñas,
en las cosas grandes y decisivas. Con tal auto-exigencia nos haremos mejores,
mucho mejores.
Esfuerzo. Hagámonos un proyecto y un plan para que todo, o
al menos lo más importante, en nosotros sea un obrar esforzado, épico y
magnífico. Busquemos lo difícil y desdeñemos lo fácil. Atrevámonos con lo
arduo, lo arriesgado y lo peligroso. No cedamos en esto. Vivir es esforzarse y
el esfuerzo nos proporciona la única manera de no desaprovechar y dilapidar nuestras
vidas. Exígete, fuérzate a ti mismo, extenúate al servicio del bien, la virtud
y la revolución. Libremos batallas victoriosas, una tras otra, contra la
pereza, la desidia, la cobardía, la depresión, la debilidad, la
autocomplacencia, el victimismo, la irresponsabilidad, el “ya es suficiente”. El
hábito del esfuerzo es el fundamento de la libertad personal, pues quien lo
posee es libre de manera real, sólida y múltiple, dado que la libertad positiva
en su esencia es capacidad para hacer. El fundamento de la virtud es la
fortaleza del ánimo, y también la fortaleza del cuerpo, pues sólo los fuertes
son o pueden ser virtuosos. Y, al final, esforcémonos también en descansar,
incluso si no nos gusta hacerlo, porque dicho está, “el espíritu está pronto pero la carne es flaca”.
Pensar. No basta con las virtudes morales, también son inexcusables
las virtudes intelectuales. El pensamiento tiene por meta la reconstrucción
exacta y rigurosa del ser en cuanto es y existe por sí, de lo real en tanto que
real, con exclusión de toda forma de arbitrariedad, subjetivismo o deformación[4].
Es un ejercicio de severidad por el cual se parte de la experiencia y sólo de
ella, de los hechos y nada más que de los hechos, para conocer lo que está
fuera y para conocernos a nosotros mismos. Pensar no es fantasear, no es elucubrar,
no es divagar, es un ascetismo puro, estricto y terrible de la mente que se
dirige a captar lo real experiencial para lograr ese gran bien que se llama
verdad. Pensar es, en su primera fase, liberarse de teorías, limpiar la mente
de apriorismos, rechazar los axiomas, no admitir ninguna interpretación sin un
sólido fundamento fáctico. Con esa mente vaciada de alucinaciones, emancipada
de aleccionamientos, librada de impuestas imágenes externas, se realiza luego
el proceso esencial de mirar con método, rigor, energía y coraje lo real hasta
que comencemos a comprender su naturaleza objetiva y su lógica interior. Pensar
es un acto emancipador de un potencial ilimitado, y cualquiera puede dominar el
arte de pensar si se adiestra en hacerlo. Pensar es un actuar en soledad que
nos hace uno con el universo.
Sufrir. Quienes ofrecen la utopía de un mundo sin
sufrimiento son enemigos del género humano, porque es imposible reconstruirse
como personas sin que el dolor nos moldee, mejore y purifique[5].
Él nos otorga una parte sustantiva de la sabiduría necesaria, que no puede
lograrse de ninguna otra manera; él nos hace madurar como personas, lo que es
decisivo en un tiempo de general infantilización. Los mercaderes de felicidad[6]
son quienes convierten el hecho de padecer, que forma parte de la vida de manera
inerradicable, en algo en exceso doloroso, pues el sufrimiento aceptado suele
ser menor mientras que el sufrimiento inaceptado se hace una experiencia
aterradora. Los filósofos cínicos exhortaban, con su habitual lucidez, a
acostumbrarse a todas las formas de penar y padecer. El dolor nos proporciona asimismo
la virtud de la fortaleza, que es la base común de todas las virtudes. Por
tanto, no huyamos del sufrimiento con significado y sentido, integrémoslo en
nuestras vidas, hagamos de él un viejo conocido, con el que convivimos, a ratos
en armonía y a ratos en desarmonía.
Desdeñar. Desdeñar, ¿qué? En efecto, vivir es saber qué
apreciar y qué no apreciar, qué admitir y qué repudiar. Los bienes materiales,
más allá de un límite, son negativos, son una forma de mal. Con ellos nos
dominan y nos hacen subhumanos, ese es el meollo de la sociedad de consumo. Por
tanto, digamos no al hedonismo cosista y vivamos con lo mínimo. Los adoradores
de las cosas, de la riqueza física, son entes sensuales, sensoriales, lamentables
criaturas que sólo utilizan una parte de los atributos de lo humano, los
sentidos[7].
Seamos nosotros seres integrales y no brutos encanallados, con voluntad
ascética y auto-respeto. Pero en el desdén no incluyamos al cuerpo, que ha de
ser tratado como realidad perfeccionable, tanto como el espíritu, pasando de la
grasa al músculo, de la debilidad culpable que otorga la pereza a la fortaleza autoconstruida
que da el ejercitarse. Tampoco al Eros, porque hasta en sus manifestaciones más
inferiores suele tener siempre algún átomo de amor, aproximando a los seres
humanos y ahuyentando el gran mal del aislamiento y la vida solitaria, que no
es humana, pues la naturaleza nos ha hecho para la convivencia, la amistad, los
encuentros eróticos, la mutua ayuda y el amor universal a los iguales. El Eros
contribuye a elevarnos a una dimensión nueva, la del nosotros, sin dejar de ser
individualidades. Si el existir no es al mismo tiempo yo y nosotros no es
humano.
Tener una rica vida interior, gozar de vitalidad
espiritual, ir más allá de una existencia inferior y meramente zoológica,
volcada en las cosas y en los placeres supuestos o reales que otorgan las cosas
materiales, es la propuesta que aquí se formula, dirigida igualmente a las
mujeres y a los hombres. Hagamos de la relación con los seres humanos y de la
relación con nosotros mismos lo fundamental. Los humanos son lo más valioso,
muy por delante del dinero, del placer, de los objetos técnicos y de las cosas
materiales, y si nos atrevemos a encaminar nuestras vidas hacia ellos estaremos
siendo y existiendo de la mejor manera posible.
[1] Arguye Longino, en “Sobre
lo sublime”, que “la elección de las
palabras justas y elevadas atrae… y fascina al auditorio… y comunica a los
hechos algo así como un alma parlante”. Precioso.
[2] Expone Huanchu Daoren, en “Retorno a los orígenes. Reflexiones sobre el tao”, que “entrada la noche, cuando todo el mundo
descansa, siéntate en soledad, observa dentro de tu mente; percibirás entonces
como desaparece la ilusión y aparece la realidad”. Exacto.
[3] Es imposible resistirse a citar aquí la definición de
belleza que ofrece E. Burke en “De lo
sublime y de lo bello”, “por belleza
entiendo aquella cualidad o aquellas cualidades de los cuerpos por las que
éstos causan amor, o alguna pasión parecida a él”. Magnifico.
[4] Advierte John Locke que “la mejor manera de llegar a la verdad es examinar las cosas tal y como
realmente son, y no concluyendo que son según las imaginamos nosotros mismos, o
según otros nos han enseñado a imaginarlas”, en “Ensayo sobre el entendimiento humano”. Añade que “todo razonar es búsqueda y es mirar en
torno”. En efecto, mirar es cardinal, lo que exige aprender a mirar.
[5] Por eso
advierte Séneca, “júzgote por desgraciado
si nunca lo fuiste”, queriendo comunicar con ello que quienes han
transcurrido sus días sin graves dificultades, pesares y dolores son sujetos de
inferior calidad, pues no han sido afinados, robustecidos y elevados por el
sufrimiento.
[6] Jenofonte,
en “Recuerdos de Sócrates”, al
referirse al héroe cínico por excelencia, Heracles, para el cual el supremo
bien es la virtud, que se logra con la abstención de los placeres sensoriales,
el desentendimiento de la noción de felicidad y el esfuerzo continuado, expone
la concepción del mundo de aquél en una frase bien impactante, “mis amigos me llaman Felicidad, pero los
que me odian, para denigrarme, me llaman Maldad”.
[7] Se lee en “Los Deberes”, de Cicerón, “la Naturaleza no nos ha traído a este mundo
para las diversiones y los placeres, sino para llevar una vida laboriosa y para
atender a ocupaciones graves e importantes”. Como la revolución integral y
la autoconstrucción del sujeto, es pertinente añadir.