sábado, 30 de junio de 2018

ÁFRICA: REVOLUCIÓN, NO EMIGRACIÓN

   

         Al observar la actual situación en el África subsahariana, tan preocupante, viene a la mente, como fórmula positiva, el título del libro de Frantz Fanon “Por la revolución africana”, editado en 1964. Pero sólo el título pues Fanon era cualquier cosa menos un revolucionario. Fue un racista antiblanco, un miembro activo del peor producto político de esa época, el FLN (Frente de Liberación Nacional) de Argelia, un estatólatra virulento y un agente intelectual del capitalismo global resultante de la II Guerra Mundial. Sirvió al nuevo orden neocolonial, que es el que ahora está triturando a África y provocando la emigración de una parte notable de su población joven (con gran regocijo del imperialismo europeo), probablemente no la mejor, no la más ética, no la más vinculada a sus pueblos y a sus raíces y con seguridad no la más revolucionaria.

         Ese fue Fanon, Pero su libro tiene, como se dijo, un título excelente: POR LA REVOLUCIÓN AFRICANA. Claro que es otra mutación social muy diferente a la suya la que hoy se necesita[1]. Una revolución popular, sin monstruosidades como el FLN argelino[2], sin racismo de ningún tipo y sin clericalismos, que resuelva los principales problemas de África, hoy en primer lugar el expolio de su población por los países ricos. Esto recrea y reproduce, aunque a una escala mucho mayor, lo que se hizo con ese continente entre los siglos VIII y XIX, robarle su gente con la captura, comercio y trata de esclavos, primero por el imperialismo musulmán y después, a partir del siglo XV, por el imperialismo europeo.

         Lo cierto es que los problemas de África hoy son la consecuencia de la acción oligárquica y antipopular, liberticida y desarrollista, misógina y estatolátrica, aculturadora y racista, de los Fanon y sus correligionarios, los Nyerere, Shengor, Touré, Kenyatta, Mengistu, Nkrumah y Kérèkou, de los prebostes del “socialismo africano” de los años 50/80 del siglo pasado, y posteriormente de los Sankara y los Mandela. su locuacidad “radical” no podía ocultar que eran adoradores del Estado y títeres del neocolonialismo y, por tanto, enemigos de los pueblos africanos, a los que trataron como a menores de edad que debían ser “liberados” por caudillos carismáticos, intelectuales provistos de abstrusas teoréticas, apoyados en poderes estatales formidables y carísimos… En realidad, les hicieron padecer una represión fortísima, les expoliaron con los impuestos, les sometieron a sus caprichos y extravagancias y les redujeron a una pobreza extrema.

Fueron la última versión del problema número uno de África, la persistencia, desde hace muchos siglos, de un sistema estatal-esclavista que, aún adoptando variadas formas y manifestándose de muchas maneras, es siempre uno y el mismo, la ausencia de libertad individual y colectiva debido a que el Estado/Estados africanos cosifica a la persona hasta hacerla mero objeto mercantil[3]. Hoy esa situación permanece en lo esencial idéntica a sí misma aunque difuminada en sus formas y apariencias. Por eso lo que se necesita sobre todo es una revolución de la libertad, una revolución axiológica, en los valores y la moralidad, y una revolución del sujeto, de la persona.

El progresismo burgués sostiene que en África al sur del Sahara sólo hay un problema, “la miseria, el hambre y la pobreza extrema”. Para ello ofrece siempre la misma fórmula, desarrollismo económico a cargo del Estado/Estados y en cooperación con las potencias imperialistas. Así contribuye a reproducir el problema número uno de ese continente, la persistencia de formas estatales de hiper-dominación, de las cuales es una consecuencia entre otras la pobreza.

         Demos la palabra a otro hombre, también negro y de origen africano, éste actual. Me refiero a T. Iwobi, nacido en Nigeria pero afincado en Italia desde hace bastante años, donde ocupa un alto puesto político. Recientemente hizo unas declaraciones en contra de la emigración de africanos a Europa. Advirtió que lo que está aconteciendo “no es emigración, es esclavismo”, de manera que África está siendo “privada de sus mejores recursos humanos”. En oposición al discurso progresista “antirracista” compara a la actual emigración con la antigua trata de esclavos (que persiste en los países musulmanes) y arguye que “África ha sido privada de sus mejores recursos, antes los recursos naturales y hoy los recursos humanos”. Añadió que “quienes llegan aquí (como emigrantes africanos a Europa) lo hacen engañados, víctimas de una estafa”.

         El nigeriano-italiano enfatiza un hecho a reflexionar, que él, siendo católico, comprende a las iglesias africanas, que manifiestan desaprobación ante la salida multitudinaria de jóvenes hacia el Norte, pero que no comprende que el Vaticano apoye con fruición la arribada de aquéllos a Europa. Ciertamente, la política del Papa actual sobre la emigración expresa de la manera más despiadada los intereses del gran capitalismo europeo, al que Francisco sirve. No es menos significativo que la posición del Vaticano y el Papa en esta materia sea la misma que la de nuestros anticlericales más enardecidos, izquierdistas, marxistas, anarquistas, progresistas, republicanos y similares… Esto muestra que en las cuestiones decisivas, y la emigración es una de las más importantes, el bloque de la reacción cierra filas.

En definitiva, el hombre negro Iwobi ha puesto en el lugar que les corresponde a los arrogantes neo-negreros y neo-esclavistas blancos de la izquierda, que son los racistas más temibles, partidarios de hacer la sustitución étnica, es decir, la limpieza racial, de los pueblos europeos por medio de los emigrantes africanos. Para ello la precondición es impedir y prohibir a las mujeres europeas ser madres. Es muy hipócrita por parte de Francisco y el Vaticano que “denuncien” en abstracto el aborto y se nieguen a denunciar que, en concreto, el 80% de los abortos tienen lugar por imposición de la clase empresarial, o burguesa, a sus asalariadas, a las que quieren al ciento por ciento para la empresa y la producción, a fin de multiplicar sus ganancias dinerarias, sin hijos por tanto.

         Iwobi, al ser de ideología política parlamentarista y derechista, no logra, con todos sus aciertos analíticos, establecer la vía por la cual África puede conquistar la soberanía sobre su población, a fin de que ésta trabaje para los africanos y no para los europeos, como es de justicia. Esa vía es la acción revolucionaria, dirigida a hacer que los pueblos de África recuperen lo que es suyo en los tres niveles de la economía, 1) las materias primas y productos alimenticios, 2) la riqueza capitalizada en la forma de elementos productivos y monetarios, 3) la población trabajadora. Todos y cada uno de ellos debe permanecer en África y no ser llevado a otros continentes, para que de ese modo los africanos puedan autoabastecerse de bienes básicos, producir lo que se necesita y subsistir decorosamente.

         Lo que estamos viviendo con la emigración de inmensas multitudes es una operación para la liquidación social, cultural, política, económica e incluso étnica de las sociedades al sur del Sahara, transformadas ya en espeluznantes criaderos de seres humanos, que luego son empujados, por docenas de procedimientos (entre los que sobresalen las guerras creadas ex profeso para expulsar a su población) hacia el Norte. Aquí enriquecen a las oligarquías europeas, sirven como criados a las desalmadas clases medias europeas (convertidas en bloque al “antirracismo” neo-negrero, o sea, a la principal forma actual del racismo de blancos) y pagan impuestos con los que mantener los cada vez más hipertrofiados aparatos militares y policiales de la UE.

         La liberación de las clases populares africanas hoy incluye la desaparición del régimen odioso de criadero-granja de personas  con destino a la exportación, a la emigración, lo que ocasiona maternidades excesivas (de hasta 8 hijos por mujer), que agotan a las féminas. Todo para que las oligarquías europeas puedan tener mano de obra gratuita, por no criada, a su disposición y en sus propios países. Esto es un perfeccionamiento del régimen esclavista clásico, en el cual los esclavos debían ser comprados (o producidos) y tenían que ser trasladados a América, con desembolsos cuantiosos, mientras que hoy son gratis y llegan por sí mismos, lo que es un ejemplo notorio de la pertinencia de la teoría del progreso… El régimen de criadero de seres humanos es, en sí mismo, una prueba de la persistencia en África del orden esclavista, aunque con numerosas modificaciones formales y accesorias, pues tal fue el sistema de abastecimiento de mano de obra del estato-esclavismo.

También sirve este sistema para que las féminas burguesas y aburguesadas europeas dediquen su tiempo a hacerse ricas y a disputar ferozmente por mas poder con otras mujeres y hombres, sin preocuparse por tener descendencia, actividad “inferior” y “degradante” que, con un racismo obvio, imponen a las féminas africanas. En efecto, ¿no es racista considerar que lo que es tenido por indeseable para las mujeres europeas resulte excelente para las africanas?

         Romper con esa forma de racismo, neo-trata negrera y expolio imperialista demanda que cada territorio, cada país, cada continente, se autoabastezca de personas, por tanto, de mano de obra, en vez de robarla a los países pobres. Si la fórmula de soberanía alimentaria es, con algunas puntualizaciones, pertinente, también lo es la de soberanía demográfica y poblacional. O sea: los africanos son para África, no para Europa.

         ¿Cuál sería la naturaleza de dicha REVOLUCIÓN AFRICANA por hacer?

         En primer lugar ha de ser una revolución política que aniquile los descomunales aparatos de poder hoy existentes, los Estados africanos creados por el neocolonialismo, por Fanon y sus colegas, entre ellos el inicuo Mandela, máximo preboste del gran capitalismo globalizador que está triturando a África. El problema principal allí no es la pobreza y el hambre sino la ausencia de libertad, individual y colectiva por existencia de regímenes estatales hipertróficos. Hay pobreza extrema porque existe sobre-dominación de modo que sólo una revolución de la libertad puede proporcionar a los africanos los recursos materiales que necesitan. La libertad es lo primero y principal.

         Por eso todas las “soluciones” consistentes en más Estado (más militares, más policías, más funcionarios, más impuestos, más intelectuales multi-subsidiados, más adoctrinamiento y más leyes, por tanto más sometimiento y sujeción de la gente común) agravan el problema de África en vez de resolverlo, como se comprobó con las “revoluciones antiimperialistas” de 1945-1980 que eran delirantemente estatistas, pues cualquier ente estatal en las condiciones existentes, se ponga las etiquetas que se ponga, es y será una nueva versión más o menos camuflada y evolucionada del sistema esclavista milenario. Con ello empeoraría la dominación, opresión y ausencia de libertades. Tal fue, como se ha expuesto, lo que hizo el FLN argelino y los partidarios del “socialismo africano” de hace unos decenios, instauradores de regímenes de despotismo militar-funcionarial supuestamente desarrollistas y paternalistas pero en realidad fascistas de izquierda. Algunos abiertamente genocidas, como el del marxista Mengistu Haile Marian en Etiopia. Éste ha sido juzgado por genocidio pero no los jefes del FLN, que incluso fueron peores.

         Así pues, tienen que ser revoluciones populares en vez de estatales, no realizadas por élites ni por intelectuales ni mucho menos por militares (esto es del todo aberrante) sino por el pueblo, por los pueblos. Revoluciones desde abajo y no desde arriba. Han de constituirse, por tanto, pueblos poderosos y libres que derroquen las dictaduras estatales existentes y que se autogobiernen por un régimen democrático de asambleas soberanas. Ni el militarismo ni el estatismo izquierdista (fascismo de izquierda) ni tampoco el parlamentarismo son solución. Sólo lo es el logro de la soberanía popular por medio de la libertad política integral, autogobierno por asambleas, derecho consuetudinario africano, justicia popular, igualdad política y jurídica entre hombres y mujeres, armamento general del pueblo, libertad de conciencia y libertad civil, fiscalidad mínima y organización global de cada país de abajo a arriba, sin aparato estatal ni clase mandante, por medio de un sistema de asambleas soberanas en red.

         En segundo lugar, hay que realizar una revolución de la persona, dado que el régimen de despotismo estatal-esclavista milenario ha dañado, encanallado y envilecido sustantivamente al ser humano de África. Es necesario establecer el principio de libertad individual con responsabilidad y moralidad natural, iniciativa personal, autoconstrucción del sujeto y vida ética. Sin esta revolución del yo, en tanto que tarea en buena media íntima y privada, es absolutamente imposible superar el sistema de hiper-dominación vigente, cuya consecuencia más visible es la trituración, deshumanización y cosificación del individuo, lo que en África, por causa del perverso sistema esclavista reforzado por la trata negrera y neo-negrera, es particularmente grave.

         En tercer lugar resulta imprescindible estatuir un sistema de economía autocentrada en la que los recursos y las personas africanas sean para África. En oposición al actual sistema de saqueo neocolonial hay que conseguir que las materias primas y productos alimentación se queden en África, que los beneficios de las empresas permanezcan allí en vez de ser enviados al Norte y que la mano de obra trabaje en y para África. En unos cincuenta años, en el caso de que un gran ciclo de revoluciones en África, Europa y el mundo no lo impidan, el continente africano quedará devastado y desertizado al completo, si continúa la saca de neo-esclavos para los países imperialistas, por el momento sólo para Europa pero pronto también para China, Japón, Rusia, EEUU, Arabia de los Saud, Irán e incluso Brasil. Hay que romper los dientes, metafóricamente, a los neo-negreros de la izquierda y el progresismo[4], tanto como a los de la derecha y el Vaticano, que se han erigido en opulentos abastecedores de mano de obra africana al gran capitalismo europeo.

         ¿Qué pueden hacer los europeos para contribuir a LA REVOLUCIÓN AFRICANA ya en curso, en tanto que colosal mutación continental e integral?

         En primer lugar dejar de lado la mentalidad paternalista, buenista y racista de “ayuda” a los africanos, propia de las ONGs, la izquierda, la derecha y la Iglesia. Las clases medias europeas, atiborradas de fervor “humanitario” y de ardor caritativo, deben aprender a tratar en pie de igualdad a la gente africana, como seres humanos adultos en todo iguales a ellos y no como niños, abandonando las manías protectoras y asistenciales. Se tiene que ver a los africanos como personas iguales a las demás en libertad y responsabilidad, derechos y deberes, aciertos y errores, aptas para autogobernarse y responsables de su propia vida, y no simplemente “víctimas”. Victimizar a los africanos es horriblemente racista. Sería conveniente, también, que los europeos aprendieran algo consistente y objetivo sobre el pasado y el presente de África, que vaya más allá de los mantras propagandísticos, tan erróneos como perversos, del “anticolonialismo” del siglo pasado.

Creer, por ejemplo, que los problemas de África son culpa exclusiva de los europeos es ningunear a los africanos, negarle su protagonismo en la historia y en el presente y reducirles a meras cosas. Ya antes se explicó la falsedad radical de ello. Es además, un gran error y un enorme embuste. Va dirigido a provocar el autoodio en los pueblos europeos, paralizando su obrar transformador y revolucionario. Su origen es el poder constituido, sus agentes y jaurías.

         En segundo lugar hay que dar apoyo a los movimientos populares africanos que se encaminen hacia una solución revolucionaria de los problemas de aquel continente, rechazando las formulaciones caritativas y de “ayuda”. Éstas son argucias del imperialismo de la UE para distorsionar la economía, destruir la cultura popular africana, suscitar conflictos y guerras y saquear la mano de obra. Las ONGs trabajan para las multinacionales, los servicios de información y los ejércitos europeos, los grandes bancos y el gobierno de Bruselas. Es del combate, llevado hasta la revolución, de donde saldrá un África nueva.

         En tercer lugar, se debe rechazar el pago de la deuda de los países africanos y el retorno de los beneficios de las empresas europeas, conforme al principio de que todo lo que es de África debe permanecer en África. Hay que contribuir a establecer una economía popular comunal autogestionaria sobre la base de la expropiación sin indemnización de las oligarquías africanas (que llevan una existencia principesca y derrochadora, a menudo más parasitaria que sus homólogas europeas) y de las multinacionales de la UE, China, Rusia, EEUU y otros países. Los precios de intercambio no deben ser los marcados por esa ficción ridícula denominada “libre mercado mundial” sino los que resulten de un canje justo y equitativo de bienes y servicios, aunque la economía comunal se debe dirigir a abastecer a los pueblos y sólo muy secundariamente a la exportación. En ella tiene que desaparecer el esclavismo, en todas sus expresiones y manifestaciones, y también el salariado, en lo más fundamental. Hay que crear, en resumen, una economía popular autogestionada específicamente africana, de abajo arriba, no desde el Estado (lo que es imposible) sino desde el pueblo, desde los pueblos.

         En cuarto lugar, los europeos se deben oponer a la emigración de trabajadores de África a Europa. Han de revolverse activamente contra el expolio de mano de obra, contra el nuevo tráfico negrero y sus apologetas, los nuevos negreros. Hay que imponer que por cada inmigrante que llegue, el país receptor entregue 150.000 euros al país donde aquél se ha criado, que es el coste medio de crianza de la mano de obra en Europa. Esa suma, que contiene y realiza el ideal moral-económico de justicia conmutativa, y se opone al empobrecimiento exponencial de África con la emigración como mecanismo decisivo de externalización de sus riquezas, de expolio, ha de ir destinada al pueblo, no al Estado ni a las instituciones. Hay también que ponerse en pie de guerra para que los salarios pagados a los emigrantes sean idénticos a los de los autóctonos, de tal modo que los empresarios no encuentren aliciente en la explotación de la mano de obra neo-esclava, lo que desincentivará la emigración.

         Así mismo, se requiere poner en práctica una política de natalidad, rápida y eficaz, en Europa que permita la constitución de la inexcusable mano de obra nacida y criada en el viejo continente, lo que hará innecesario saquear y robar la gente a África. Esto es lo más importante que hoy se puede hacer a favor de los pueblos africanos, para detener la sangría de la emigración. De manera que impulsar radicalmente la natalidad en Europa se eleva a factor decisivo para imposibilitar el saqueo y empobrecimiento, la destrucción y aniquilación, de África.

         Los emigrantes aquí establecidos deben ser persuadidos para que retornen a sus países a hacer allí la revolución. Se les debe demandar explicaciones sobre su venida, lamentada y mal vista por amplias secciones de sus pueblos de origen, que les censuran por abandonar a sus familias, a sus padres y madres, a todos los suyos, para correr tras el dinero y el consumo en una Europa ajena y que les trata como esclavos. Iwobi, el hombre negro nigeriano-italiano, se hace eco del rechazo a la emigración que se da ya en una buena parte de las gentes de los países africanos y con ese sector, que irá creciendo a medida que África se vaya vaciando, y con ello degradándose y empobreciéndose, debemos unirnos. Hay que tener en cuenta que los países imperialistas planean hacer una saca criminal y exterminacionista de unos 100/150 millones de neo-esclavos africanos en los próximos 50 años, algo del todo insostenible, e inaceptable, que originará rebeliones masivas en contra. Frustrar ese proyecto es tarea de la buena gente europea, de toda ella, unida con la buena gente africana, también toda ella.

         Hay que recordar a los emigrantes los deberes políticos, morales, convivenciales, sociales y emocionales que tienen para con sus pueblos, sus culturas y sus gentes. Y de lo políticamente perverso y moralmente inadecuado que resulta que vengan a Europa a hacer ganar más dinero a las oligarquías que aplastan a los europeos y que aplastan también a los africanos. A fortalecer con los impuestos que tributan a los Estados europeos, que un día sí y otro también envían soldados y policías a reprimir a los pueblos africanos. La emigración a Europa hace, además, de válvula de escape de las tensiones en los países africanos, que así se protegen de la revolución. Eso es particularmente verdad para los países islámicos, en los que el clero musulmán se ha hecho gestor de la mano de obra local con destino al Norte, lo que es una expresión más de la alianza histórica entre dicha clerigalla y el imperialismo europeo, que se fraguó a comienzos del siglo XIX y que luego ha sido actualizada en varias ocasiones.

         Los europeos deben ver a los africanos emigrantes con realismo y objetividad, ni como “buenos salvajes” ni, por supuesto, como “sucios negros”. Han de comprender que los seres humanos, todos, contienen en su conducta y cosmovisión lo sustantivo del orden cultural en que han nacido y se han criado. Los africanos provienen de sociedades atormentadas desde hace muchos siglos por sistemas terribles de tiranías estatales hipertróficas, manejo servil de la mano de obra, mega-patriarcado y violencia extrema, de manera que tienen una naturaleza acorde con las estructuras sociales que los han creado en tanto que seres humanos. En particular, hay que tener en cuenta que los sistemas esclavistas africanos son, como todos los de esa naturaleza en cualquier lugar del planeta, extraordinariamente misóginos, al ser la mujer la víctima principal del sistema esclavista, de manera que quienes han nacido y han crecido en África sólo con un esfuerzo de autoconstrucción personal largo y complejo pueden emanciparse de considerar a la mujer como objeto y cosa[5].

Lo mismo cabe decir de su concepción sobre la persona y la libertad individual, nociones inexistentes en la ideología dominante africana, por esclavista y no por africana. África, por desgracia, no ha conocido un gran acontecimiento civilizador como la revolución altomedieval sureuropea, e ignorar esta decisiva verdad sólo puede llevar a errores y conflictos. La objetividad y la exactitud deben estar por encima de todo. Dicha revolución logró lo que parecía imposible, liquidar la sociedad estatal-esclavista, y lo hizo a través de una suma de transformaciones sociales e individuales de una creatividad enorme, de una inteligencia formidable. África, por el contrario, fracasó.

Se podría decir que ésta siguió el modelo de Espartaco, de alzamientos de esclavos finalmente vencidos, mientras que la Europa del suroeste conoció el modelo bagauda, de levantamiento popular revolucionario exitoso. Entender por qué fue así es complejo, aunque cabe señalar que una responsabilidad enorme en ello la tiene el islam, que exterminó en el norte de África al movimiento donatista, decididamente antiesclavista y en todo equivalente, e incluso precursor, al de los bagaudas en Hispania y las Galias. Muy posiblemente la aniquilación a sangre y fuego de los donatistas por los musulmanes a finales del siglo VII determinó la historia de África, en un sentido muy negativo, hasta la hora presente. Ello dotó de continuidad al sistema esclavista, racista e hiper-patriarcal, estatista y centrado en la gran propiedad privada.

         Lo cierto es que, retornado al presente, se puede sostener que en todos los países, todas las culturas y todos los tiempos quienes emigran son el sector peor de la población, el más desarraigado, egotista y ansioso de beneficios, el que se desentiende de su gente y de su tierra para ir en pos del dinero fácil. Ya Cervantes calificaba ásperamente a quienes marchaban a las Indias y ese es también hoy el juicio a emitir, pues quien abandona a los suyos por dinero es un codicioso, un logrero y un inmoral. De manera que toda idealización de la emigración que llega a Europa está fuera de lugar. Daña muy gravemente a África y a Europa, y esto ha de ser expuesto a cada emigrante, con la petición de que retorne a su país.

         En conclusión, la revolución popular integral europea debe fusionarse con la revolución popular integral africana. Para hacerse una en pos de la revolución integral mundial.


[1] En la época, el vocablo “revolución” era habitual en los escritos sobre esta materia. Pondré dos ejemplos, “África: los orígenes de la revolución” Jack Woddis y “La revolución del África negra”, de Giampaolo Calchi Novati. Todo ello era un colosal malentendido pues lo que estaba en marcha no era una revolución sino el paso del colonialismo al neocolonialismo, que a menudo fue un tránsito de lo malo a lo pésimo. Confundir un vulgar cambio en la forma de dominación con una revolución manifiesta la escasa perspicacia de quienes lo hacen. La explicación materialista de tal desacierto está en los intereses egoístas de la nueva élite del poder, la aupada al poder con y por el neocolonialismo, en general formada por intelectuales nativos occidentalizados, como Fanon, por completo ajenos a las clases populares africanas, a las que manipularon y engañaron, explotaron y reprimieron con furor.

[2] Éste tuvo una inesperada influencia en los pueblos ibéricos cuando el llamado Movimiento Vasco de Liberación Nacional lo tomó como modelo y referencia, desde principios de los años 60 del siglo pasado. En vez de encontrar dentro de Euskal Herria las raíces de la revolución vasca, en sus instituciones ancestrales actualizadas, batzarre, auzolan, komunala, atsolorra, etc., aquél se adhirió casi exclusivamente a un modelo foráneo, de horripilante catadura, además. Tal obrar muestra lo aculturado y desvasquizada que estaba ya una parte notable de Euskal Herria. Cuando la totalitaria y criminal ejecutoria del FLN argelino en el poder se puso en evidencia, a partir de principios de los años 80, su descrédito contribuyó en bastante al fracaso final de aquel Movimiento.
[3] Al leer esto podría echarse en falta al colonialismo. Pero no. Los hechos indican que los Estados esclavistas africanos, asombrosamente militarizados, violentos, totalitarios y hostiles a sus propios pueblos, existían desde mucho antes de la llegada de los europeos, e incluso de los musulmanes. Los europeos se encontraron con el sistema de Estados mega-esclavistas africanos y con un modo de producción basado en el trabajo forzado con sometimiento superlativo de la mujer, y lo aprovecharon, pero no lo crearon pues ya existía. Durante siglos los europeos se redujeron a asentarse en enclaves costeros, pues no podían penetrar en África, salvo en ciertos territorios minoritarios. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando constituyeron un sistema colonial total y omnipresente, contando con la cooperación decisiva de las elites locales esclavistas (así como del clero musulmán), y a veces fueron llamados por éstas, organizadas en la forma de Estados hiper-coercitivos. Así pues, mientras el colonialismo en África no tiene ni dos siglos (en muchos países no llegó a existir ni siquiera un siglo) el régimen de dominación estatal-esclavista autóctono es probablemente milenario. Esto indica cuál es el problema principal y el obstáculo fundamental a remover.

[4] Hoy el partido español neo-negrero por antonomasia es Podemos. Está cumpliendo con una de las tareas que le asignaron sus creadores e impulsores en las altas esferas del Estado y la banca, contribuir al abastecimiento de mano de obra emigrante para el gran capitalismo. Primero  atrae a aquélla y luego la somete a la inevitable violencia física (todo sistema esclavista o neo-esclavista exige coerción y terror), como queda en evidencia con la política de apaleamiento diario de la comunidad senegalesa que lleva a cabo -impunemente- el ayuntamiento de Madrid. Horroriza que aunque los mismos senegaleses denunciaron al ayuntamiento podemita por darles palizas y luego por intentar comprar su silencio con 5.000 (sic) euros, nadie, absolutamente nadie, entre la surtida relación de “antirracistas” de nómina, haya levantado la voz contra la brutalidad policial ultra-racista ejecutada por Podemos, que es la consecuencia inevitable de su  “antirracismo” verbal, el habitual en las hijas e hijos de papá, blancos y de clase media. Podemos está siguiendo los pasos de la izquierda europea, por ejemplo, del que fuera presidente de Francia, François Mitterrand,  que toda su vida combinó la verborrea “anticolonialista” y progresista con la explotación, dominación, matanza y genocidio de los pueblos de África. Recordemos aquello de “colonial-comunismo”, usado para definir el colonialismo (hoy neo-colonialismo) de la izquierda comunista, de la que Podemos es un último retoño. Al haberse embarcado en una línea de violencia física policial diaria contra los emigrantes africanos, se ha quitado definitivamente la máscara y se está mostrando como lo que es, un partido fascista/neofascista de última generación que se sirve del terror cuando lo cree necesario, contra los emigrantes y contra los revolucionarios autóctonos, respecto a los cuales actúa como una nueva policía política, continuadora de la BPS (Brigada Político-Social)  franquista. Mostrar y demostrar que es el partido fascista/neofascista por excelencia del Reino de España es tarea que tiene pendiente el análisis político más rigoroso, y que se hará en su momento. Llama la atención que mientras buena parte de la izquierda alternativa europea está renunciado a la política pro-inmigración, como es el caso del Movimiento Cinco Estrellas de Italia, Podemos continua aferrado a los mantras neo-racistas de antaño, lo que prueba lo rígida y absoluta que es su subordinación al gran capitalismo español. Ello, además, muestra lo anacrónico, casposo y fuera de época que es el izquierdismo español, que va cuarenta años por detrás del europeo. Con el partido de los canallas fascistas España sigue siendo “la reserva espiritual de Occidente”
[5] El sistema esclavista africano al sur del Sahara a la vez que se centraba en la explotación y dominio, en la captura y venta de mujeres, tenía en mujeres (en otras mujeres, claro está) organizadas como aparato militar una de sus principales fuentes de coerción y terror estatal. En efecto, los Estados esclavistas africanos poseían regimientos femeninos temibles por su combatividad, crueldad y violencia, que se entregaban a la captura de esclavos y, sobre todo esclavas, y a su manejo y represión posterior. Es decir, eran mujeres quienes esclavizaban a mujeres (y también a hombres). Eso es una particularidad de la historia africana, que la hace diferente de la historia de Europa Occidental, en la que no han existido unidades militares femeninas, dejando de lado algún pueblo peninsular pre-romano, que, al parecer, sí tuvo féminas que peleaban espada en mano. En esta cuestión África está, en un sentido y sólo en él, por delante de Europa. Esa particularidad puede contribuir a explicar la asombrosa solidez y permanencia del sistema estatal-esclavista de África, que al incorporar mujeres masivamente al ejército se hizo particularmente fuerte, por tanto, perdurable. Ahora en Europa, por lo que parece, se desea imitar ese modelo africano, con el régimen neo-patriarcal que está siendo construido por el feminismo de Estado, en el cual las feminazis serán (lo son ya) una fuerza represiva sustancial contra mujeres revolucionarias y no-revolucionarias, y también contra hombres. Por ejemplo, en el reino esclavista de Dahomey (hoy República de Benin), fundado en el siglo XVII, la “principal fuerza de ataque estaba formada por mujeres”, por miles de ellas, poderosamente armadas y de una crueldad notable, con mandos y oficiales también femeninos. De ellas dependía en lo esencial la continuidad del régimen esclavista, que vendía una buena parte de su ganado humano, mujeres tanto o más que hombres, a los europeos, tras capturarlo en sangrientas incursiones y guerras por los territorios vecinos, aunque tenían también instituciones de crianza de esclavos. Que hoy la República de Benin tenga 5 hijos por mujer es, muy probablemente, una herencia de los sistemas de crianza en granjas de seres humanos propias del régimen esclavista autóctono, que existió hasta finales del siglo XIX. En “Warrior women: The amazons of Dahomey and the nature of war”, R.B. Edgerton, y “Amazons of black Sparta. The women warriors of Dahomey”, S. B. Alpern.

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LOS NEO-NEGREROS EUROPEOS CONTRA LOS PUEBLOS EUROPEOS Y LOS PUEBLOS AFRICANOS


viernes, 15 de junio de 2018

LA CRISIS DEMOGRÁFICA Y LA SOLUCIÓN CANALLA Apuntes para un análisis de la emigración a Europa

         La colosal crisis social originada por la escasez de nacimientos, debido a que el reino de España es el país del mundo donde menos niños nacen, 1,3 por mujer, incluso por detrás del muy senil y envejecido Japón, que está en 1,4, lleva a todos los agente del poder constituido a preconizar la emigración como solución.

         Así pues, la “radicalidad” de opereta que padecemos se suma al coro del Banco de España, del gobierno de la UE y de las organizaciones patronales, demandantes enardecidos de más entradas de emigrantes. Pero si es apropiada la noción de soberanía alimentaria, por la cual un país se hace autosuficiente en alimentos en vez de producir para el mercado mundial, también lo es la de soberanía demográfica, reclamante de que todo país se autoabastezca de seres humanos en vez de expoliar y quitar, robar y saquear, la mano de obra a otros, a los pobres.

         Así pues la aserción sobre que el futuro económico del país depende del “capital humano” foráneo, como hacen los doctrinarios del “antirracismo” es un comportamiento rufianesco y canalla, capitalista e imperialista, pues tomar a otros su población es lo que hicieron y hacen los imperios esclavistas y neo-esclavistas, los cazadores de siervos, los nuevos negreros del progresismo y el buenismo entregados a la muy lucrativa tarea de proporcionar mano de obra barata a la patronal. Ahora  se sitúan en los 150.000 euros el valor monetario de la crianza de un ser humano hasta alcanzar la edad en que es productivo económicamente, de manera que cada emigrante que llega al país aporta a éste, sólo con arribar, un valor equivalente a esa suma, que es ganancia neta para España porque es pérdida neta para el país de donde procede, que se así empobrece, disloca socialmente y hunde en la pobreza. Los lloraduelos que “lamentan” las hambrunas o mortandades, sin olvidar las guerras, en los países pobres del Sur se niegan a reconocer que una parte importante de estas desgracias, ocasionantes de cientos de miles de víctimas cada año, en particular niños, se deben a la salida -de facto forzada- de millones de seres humanos de aquellos, para emigrar a los países ricos del Norte.

         Lo más valiosos que tiene toda sociedad es sus seres humanos. Éstos son, al mismo tiempo, su mayor riqueza y su más esencial activo económico.

         Los pro-inmigración y “antirracistas” (que son los racistas más letales), ocultan que el saqueo de los países pobres por el neo-colonialismo contemporáneo adopta tres formas concretas: 1) despojarles de sus materias primas, 2) arrebatarse su riqueza creada con el envío al Norte de los beneficios monetarios de las empresas establecidas en sus países, 3) quitarles su población joven y productiva, que es dirigida hacia los centros imperialistas, para allí enriquecer con su trabajo a las grandes empresas multinacionales sobre todo, del mismo modo que en los siglos pasados los esclavos eran llevados desde sus territorios originarios a América. Así pues, el imperialismo y militarismo europeo es servido por la emigración, hasta el punto que ésta es hoy su pilar esencial. En consecuencia, a los defensores de la emigración hay que situarles en el bando del neocolonialismo de la Unión Europea más agresivo.

         Hoy un componente decisivo de la relación de dominación entre países neocolonialistas y países neocoloniales reside en la explotación de los segundos por los primeros a través de la emigración. Así pues, una política antiimperialista revolucionaria tiene que situarse en contra de la emigración, a favor de conquistar la libertad para que la gente trabajadora de los países pobres permanezca en sus lugares de origen y viva en ellos de un modo digno. No puede haber soberanía popular en tales si una parte decisiva de su juventud los abandona. No es posible la revolución en el Sur si allí no hay la suficiente gente joven para derrocar a las oligarquías locales y establecer un régimen de autogobierno por asambleas y una economía comunal autogestionada. Si a la juventud de las neocolonias se la expone que la solución es emigrar al Norte, a trabajar, ganar dinero y consumir, se la está apartado de la verdadera tarea, hacer una revolución política, económica, axiológica y moral en el Sur.

         Lo que además está sucediendo, pero de lo que nadie habla, es que los países suministradores de mano de obra van quedando exhaustos demográficamente, sin gente, con una población envejecida y anciana condenada a vivir de manera miserable, a morir prematura y espantosamente por cientos de miles, por millones, debido a la emigración de sus jóvenes. Veamos algunos casos, espeluznantes.

         Rumania es hoy, junto con Marruecos y China, el principal abastecedor de mano de obra neo-servil a España. La economía española funciona gracias a los trabajadores aportados por estos tres países. ¿Qué está sucediendo en Rumania? En 1992 tenía 23 millones de habitantes pero en 2017 había descendido a 19, es decir, en 25 años ha perdido 4 millones, ¡el 17% de su población! Una consecuencia de ello es que en ese año tuvo 79.000 nacimientos y 109.000 defunciones, lo que permite señalar la fecha en que Rumania, como comunidad humana singular, habrá dejado de existir, si la situación continúa igual. El número de hijos por mujer es 1,38, substancialmente insuficiente al estar lejos del mínimo necesario, 2,1. Eso es consecuencia de la emigración, que lleva fuera a la gente joven y deja a los ancianos, de manera que nacen pocos y mueren muchos, haciendo que la población mayor de 65 años sea más, numéricamente, que la menor de 14 años, lo que es un indicador de la liquidación del país. Dicho a lo claro: Rumania está en una espiral de autodestrucción y destrucción. La emigración la está aniquilando. Faltan jóvenes para atender a los ancianos. Y para producir bienes básicos a precios asequibles. Y para otorgar continuidad a la cultura, historia, idiosincrasia y lengua rumanas.

         Por tanto, con Rumania se está cometiendo un genocidio silencioso, que “nuestros” canallas fascistas justifican y promueven con sus loas a la emigración.

         Veamos el caso de Marruecos, el vecino del sur. Al respecto, los canallas se ensañan, acusando de “racismo” de quienes consideran que la emigración marroquí a Europa es un obrar genocida y exterminacionista, que lleva a la aniquilación de los pueblos de Marruecos, debido a que millones de ciudadanos marroquíes han abandona a su país para marchar a trabajar al norte del Mediterráneo. Los datos son concluyentes, y aterradores. Si en 1960 el número de hijos por mujer en Marruecos era de 8,4 la cifra había descendido a 4 en 1990 y a 2,1 en 2014… Por eso el gobierno de Marruecos declaró ese año que su país había entrado en una etapa de “no renovación generacional”. Ha salido tanta gente joven que Marruecos es hoy un patético lugar de aldeas en donde sólo hay ancianos, que se despueblan, de territorios sin mano de obra joven, de lugares sin apenas niños. Ancianos y ancianas a los que les espera una vejez solitaria y, conviene repetirlo, una muerte prematura y atroz, sin cuidadores y sin afectos, todo para que los opulentos burgueses del Norte tenga mano de obra barata en sus plantaciones de fruta, en su agricultura hiper-quimizada bajo plástico, en sus principescos chalés, en el vil negocio de la construcción, etc. Así pues, podemos calcular, también, qué año desaparecerá Marruecos…

         Los pueblos de Marruecos, que padecieron el colonialismo español (1860-1956) y francés, y que lucharon bravamente contra él (recordemos al gran héroe de esa lucha épica, Abd el-Krim), tienen derecho a la existencia y a la continuidad, a no ser aniquilados, a un futuro en tanto que pueblos. Por eso deben alzarse en revolución contra el nuevo colonialismo de la emigración a Europa, que es mucho más agresivo y aniquilador que el viejo colonialismo, como lo prueba que éste no lograse, a pesar de todo, destruirlos y el actual está a punto de conseguirlo. Así pues, quienes defienden y alientan la emigración marroquí a España son los herederos de los militaristas y colonialistas españoles, de los Millán Astray, Alfonso XIII y Franco.

         Pero hay que observa que ya ni Rumania ni Marruecos pueden aportar mucha más mano de obra al Norte. Estas aterradoras granjas de crianza de seres humanos para la exportación están exhaustas, sobreexplotadas, esquilmadas. Y quien dice Marruecos dice los países de su entorno, sobre todo Argelia y Túnez, que padecen una similar situación demográfica. Sólo Egipto mantiene, por el momento, una natalidad algo más  briosa.

         China conoce unas circunstancias parecidas. El partido comunista en el poder, fascista de izquierda, implantó la política del hijo único en 1979, para poner fin, adujo, a “la explosión demográfica”. Los resultados han sido estremecedores. En 35 años la población ha envejecido y no hay trabajadores suficientes, a la vez que existen unos 300 millones de jubilados, muchos con nula o exigua asistencia familiar. En 2015 el régimen fascista ha abolido la normativa de 1979 permitiendo que las familias tengan dos hijos, pero eso no está funcionando y, según los demógrafos, no va a funcionar, pues las estructuras sociales, económicas y políticas, del país, además de las mentalidades, hacen imposible un repunte de la natalidad, incluso pequeño, de manera que los déspotas comunistas acarician la posibilidad de ¡imponer autoritariamente que las féminas tengan dos hijos! Con 1,6 hijos por mujer China se desliza hacia el desastre económico y la muerte de cientos de millones personas, a medio plazo, por falta de cuidados.

         Así pues, quienes en este momento son nuestros tres principales abastecedores de neo-siervos están exhaustos poblacionalmente. Todavía podrán enviar unos cientos de miles de trabajadores pero cada vez menos, y en un plazo de diez años nada, o apenas nada. Es más, China ya está tomando medida para importar mano de obra subsahariana, y Marruecos tendrá que hacer lo mismo, de manera que en su marcha hacia Europa desde el centro y sur de África habrá trabajadores que se instalen en ese país, con lo que habrá menos y más costosos para Europa, para España. La progresiva escasez de “capital humano” en el plano mundial se manifiesta en un dato concluyente, que los emigrantes que llegan a la UE tienen edades progresivamente más elevadas, lo que indica que hay cada vez menos jóvenes en sus lugares de origen.

         Hace 25 años nos venían desde Ecuador y la República Dominicana pero eso ya sucede muy escasamente, pues el primero está en los 2,5 hijos por mujer, frente a los 6,7 de 1960, y la segunda en 2,4, cuando en 1960 lograba 7,6 hijos por fémina. En consecuencia, hoy no hay suficiente mano de obra exportable, neo-siervos, que enviar al Norte. Los pocos que aún existen en los países de Latinoamérica comienzan a considerar el marchar a Brasil, país potencialmente rico que está padeciendo una catástrofe demográfica, con 1,7 hijos por mujer cuando en 1960 disfrutaba de 6,1. La emergencia de potencias mundiales y potencias regionales (como Brasil) necesitadas de mano de obra es un fenómeno muy reciente pero que irá a más en los próximos años, lo que hace que en el plano mundial la oferta de mano de obra será cada vez más débil a la vez que asciende la demanda, lo que llevará a una situación con menos emigrantes disponibles, y éstos con reivindicaciones económicas mayores. Esa situación es aterradora para un país tan super-envejecido como España. En efecto, si todos los analistas hacen pronósticos de lo más fúnebres para China, que con todo aún tiene 1,6 hijos por mujer, ¿qué puede decirse para nuestro caso, con 1,3?

         Así pues, el creer que se puede vivir de expoliar piráticamente la población a los países pobres es no sólo una intolerable falta moral, una inmensa canallada, sino además algo cada dia que pasa más difícilmente realizable, hasta que en 20/25 años ya no queden los suficientes trabajadores exportables en ningún lugar. Así pues, los que alcancen la edad de jubilación en ese lapso de tiempo, que será el caso de las y los que hoy se hallan entre los 40 y 50 años, se encontrarán en una situación personal harto difícil si no tienen hijos y nietos que les atiendan. Incluso si perciben pensiones de jubilación medianas éstas les servirán de poco al no haber suficientes cuidadores disponibles a los que contratar, y desde luego los pensionistas más menesterosos lo tendrán muy difícil y, si no gozan de descendencia suficiente, morirán en masa prematuramente, en condiciones terribles además. Y la penuria mundial de mano de obra originará una escasez de bienes básicos, lo que empeorará la situación general.

         Así es, a partir de esa fecha, 20/25 años, cientos de millones de personas, cuando no miles de millones, padecerán, probablemente, una vejez espantosa y una muerte prematura y horrible. Está en marcha, pues, el mayor genocidio de la historia de la humanidad. De él son responsables quienes han establecido una biopolítica anti-natalista, en sus muchas manifestaciones. En primer lugar el imperialismo USA que a través de su más cualificado estratega, planificador y vocero del siglo XX, Henry Kissinger, estableció la actual biopolítica mundial, en el documento “Implicaciones del crecimiento poblacional mundial”, 1974.

Tal disposición se formuló sobre todo para reducir el peligro de una revolución popular planetaria, al limitar el porcentaje de jóvenes, aunque a la opinión pública se presentó tal política desde el manido y sofistico argumentario malthusiano y neo-malthusiano. Posteriormente, se añadieron las explicaciones ecogenocidas, que justifican la reducción de la población con verborrea ambientalista y ecologista, y en un segundo momento los de naturaleza feminista, al culpabilizar a los niños de explotar a las madres y al presentar al sexo heterosexual como algo diabólico por inevitablemente “machista”. A ello se sumó el sistema de ideas y comportamientos preconizados por la “revolución sexual” de los años 60 y 70 del siglo pasado, que al separar el amor del sexo, el sexo de la reproducción, el erotismo de la convivencialidad, el quehacer amatorio de la libertad individual y lo sexual de la parte sublime de la existencia humana sentó las bases para la caotización de las prácticas reproductivas y la aniquilación del deseo libidinal. De ello vino a resultar uno de los grandes males de nuestro tiempo, el síndrome IDS (Inhibición del Deseo Sexual), que es realmente el logro, y también la meta verdadera, de dicha “revolución”, en realidad una contrarrevolución temible, por más que en algunas de sus formulaciones estuviera acertada aunque en el conjunto y en lo principal fuera errónea y deplorable.

         Latinoamérica, toda, está ya poblacionalmente agotada, de manera que EEUU, que se sitúa en los 1,8 hijos por mujer cuando en 1960 tenía 3,7, ya no puede abastecerse en ella de mano de obra. No puede pero la necesita urgentemente, no sólo para su economía sino para conservar activo su monstruoso aparato militar. Así que está ya dirigiendo su mirada en otra dirección, hacia África. Alemania ha vivido muchos años de robar población a Turquía, pero este país, que se ubicaba en los 6,4 hijos por mujer en 1960, hoy ha descendido hasta los 2,1, con lo que comparte con Marruecos el estatuto de “no renovación generacional”. De ahí que el feroz gran capitalismo teutón está arrebañando gente en donde puede, Siria, Afganistán, etc., suscitando guerras por todas partes en esa región, para empujar hacia fuera a la población. Todos los países musulmanes al norte del Sahara están ya en la no renovación demográfica, o casi, y algunos dramáticamente por debajo, como Irán. En ellos, por causa de la negatividad, anacronismo y destructividad del clero islámico, se unifica lo peor de los países ricos, no tener población, y lo peor de los países pobres, tener una economía débil. Por eso, según algunos analistas, el islam está entrando en una fase de descomposición.

         En esta situación, a la opinión pública se la engaña. Por ejemplo, se la tranquiliza con la aserción de que la India es un gran depósito de personas pero lo cierto es que su natalidad está en los 2,3 hijos por mujer, frente a los 5,9 de 1960, con lo que en 20 años poco podrá ofrecer, teniendo en cuenta que el descenso poblacional es un fenómeno vertiginoso a la baja en las actuales condiciones y en todos los países. Incluso se ofrecen datos globales sospechosos, como que el índice mundial de hijos por mujer está actualmente en los 2,4, cantidad difícil de creer por cuanto únicamente tienen una demografía pujante los países del África subsahariana, que son solo en torno al 12% de la población mundial… Una cifra más realista son los 2 hijos por mujer, lo que indica que es ya toda la humanidad la que está en declinación, y que un caos económico descomunal con apocalipsis asistencial se avecina. En él perecerán unos 3.000 millones de personas por todo el planeta, de los 7.500 millones actualmente existentes. Incluso hay cálculos más pesimistas que señalan una supervivencia de sólo 500 millones a finales de la actual centuria, lo que equivale a decir que morirán malamente 7.000 millones...

         Sólo Níger, Zambia, RD del Congo, etc. (además de algún asiático, aunque con un número de hijos por mujer bastante menor y en rápido descenso, como se ha dicho) poseen una tasa elevada de natalidad. Así pues, ellos son los que tienen que abastecer de fuerza laboral a las grandes potencias, EEUU, China, Japón, la Unión Europea y Rusia (1,8 hijos por mujer). También a potencias regionales medianas como Brasil, Australia, etc. E incluso a países pobres que se están desmoronando demográficamente, como Marruecos. Pero el fondo de mano de obra africana es de 100/150 millones de personas, una cantidad bien insuficiente cuando es a repartir entre demasiados demandantes. En el pasado la trata de esclavos se hizo para proporcionar fuerza laboral a las colonias de Portugal, España, Francia e Inglaterra, con alguna expedición en beneficio de Holanda y Dinamarca. En total, cuatro potencias devastaron África con la muy lucrativa colaboración de las oligarquías esclavistas negras autóctonas, del mismo modo que en breve la asolarán –lo están haciendo ya- cinco. Pero esta vez será mucho peor, quedando África al sur del Sahara transformada en un inmenso cuasi-desierto, con poblaciones en rápida aniquilación por sobreexplotación. Y tal sucederá en este siglo, en unos decenios. A partir del año 2030 todo esto será ya evidente incluso para los más conformistas o ingenuos o que no desean percibirlo, para no estresarse.

Habrá incluso guerras por apoderarse de la mano de obra igual que las hay por el petróleo, ciertos minerales, los productos agrícolas de exportación, el agua, etc. Y no se descarta, ni mucho menos, que en un momento de gran crisis mundial por la penuria de mano de obra, digamos hacia el año 2060, se reintroduzca la esclavitud, la compra y venta de seres humanos, de forma similar al pasado. El islam es la religión esclavista por excelencia y con ella cuenta la UE para volver a instaurar la caza y tráfico de seres humanos. Serían las mujeres las más afectadas por ello, como lo fueron antaño. Lo cierto es que ya hoy a las africanas se las obliga a tener una cantidad excesiva e indeseable de hijos, también para forzar a las mujeres europeas a que tenga muy pocos o ninguno… Un futuro no lejano de granjas de crianzas, en las que mujeres esclavas serían inseminadas clínicamente una vez al año para parir bebés luego criados exactamente igual que el antiguo ganado de labor (bueyes, mulos, caballos y asnos) es muy probable.

         La supervivencia, progreso y bienestar de los pueblos africanos depende de que se ponga fin a la sangría demográfica que hoy padecen, de que se deje de extraer mano de obra de ellos, de que se elimine un sistema económico que les convierte en criaderos de seres humanos con destino a la exportación, de que se acabe con las guerras que las potencias necesitadas de trabajadores organizan para provocar crisis de refugiados y emigraciones masivas, por ejemplo la rebelión islamofascista de Boko Haram, operante en cinco países africanos y que sólo en Nigeria ha originado ya 2,3 millones de desplazados, es decir, de emigrantes. Ese grupo criminal, emergido en 2002, fue organizado por los Saud de Arabia, la UE y el imperialismo yanki valiéndose de la familia Clinton, en especial de la feminista Hillary Clinton.

         Pero los devotos del fenómeno migratorio como panacea deben andar con cuidado pues el África al sur del Sahara está conociendo procesos sociales que en pocos años harán retroceder en mucho su natalidad. Citémoslos: la emigración a las ciudades, la instauración de una economía cada vez más estatizada, por tanto progresivamente mercantilizada y monetizada, la escolarización obligatoria, la difusión de la ideología feminazi sobre la perversidad intrínseca del sexo heterosexual, etc. Con ellos, en 15-20 años la natalidad se desplomará, igual que ha sucedido en Latinoamérica. En realidad ya está descendiendo en la mayor parte de esos países y cuando comienza el proceso la demografía suele caer vertiginosamente. Después, ya no quedará ningún territorio planetario con mano de obra excedente.

         El remedio reside en que Europa se haga autosuficiente demográficamente, abandonando el sistema hoy más leonino de explotación de los pueblos del Sur, el sustentado en el saqueo de su mano de obra. Europa tiene que conseguir primero los 2,1 hijos por mujer y, luego, los 3 durante varias generaciones, para superar la calamitosa situación actual. Para ello hay que liquidar las causas de la no-natalidad, entre las que merece destacar, por su brutalidad y por lo que tiene de atentado a la libertad individual, la persecución institucional del sexo heterosexual, que es el escogido por el 90% de la población europea. La demonización del erotismo y el sexo heterosexual, el único reproductivo, lleva directamente a la tragedia de la baja natalidad y a la explotación despiadada de los pueblos pobres por el imperialismo UE, hasta su virtual trituración e inicial liquidación, como ha sucedido ya con Marruecos.

         ¿Existen procedimientos institucionales, estatales, eficaces para fomentar la natalidad? La estatolatría dominante, especialmente entre el progresismo, se sustenta en la creencia en que todo problema se resuelve por la intervención del Estado y de los Estados. Muchos creen que una batería de medidas legislativas y económicas, vale decir, de imposiciones jurídicas, desgravaciones fiscales y premios en metálico relanzará la natalidad. Tal concepción mística e irracionalista del Estado, al que se tiene por una entidad divina capaz de hacer todo tipo de milagros y resolver no importa qué complicaciones, es desautorizada por la experiencia, al menos en este caso. Eso se está intentando en Alemania, en Polonia, en Hungría y en China, entre otros países, con unos resultados entre insignificantes y ridículos. La causa del fiasco es que los factores que producen la muy baja natalidad son estructurales y se sitúan en el corazón mismo del actual sistema, el estatal y capitalista, de modo que no pueden ser alterados fácilmente, lo que los demógrafos denominan “la trampa de la baja fertilidad”, en tanto que situación muy difícilmente reversible. Para ello se necesita de una revolución popular que sea al mismo tiempo comunal e integral.

         La colosal y criminal operación de ingeniería social puesta en marcha por el gran capitalismo multinacional para el “control de la natalidad” desde el documento de Kissinger hasta hoy ha creado una situación, la actual, ante la que sus creadores no saben qué hacer, a la que no encuentran salida ni remedio. Eso se observa perfectamente en China, como se dijo. Ello tiene su lógica, pues la humanidad nunca había pasado por una experiencia semejante. Lo cierto es que la única rectificación pensable como hacedera es el derrocamiento revolucionario del capitalismo, para poner fin a su lógica anti-natalista genocida.

Muy probablemente, mientras ésta no tenga lugar la humanidad deambulará por la baja natalidad y el declive poblacional, con todos sus efectos. Es decir, por el genocidio mayor de su historia, en cuya génesis la idea feminazi (repetida incansablemente de forma directa e indirecta por todo el poder mediático, escolar y académico) de que todo coito heterosexual es una violación, que el único sexo bueno es el no-reproductivo, que los varones son diabólicos y la virilidad una tara, tiene muchísima culpa. Dicho de otro modo, el feminazismo está contribuyendo a perpetrar un genocidio muy superior al de su progenitor político, el nazismo. Éste exterminó “sólo” a millones, aquél lo hará, lo está haciendo ya, con miles de millones. Por eso es urgente constituir un nuevo Tribunal de Nuremberg que juzgue al feminazismo, hoy la forma principal de nacional-socialismo renovado. Y es aún más urgente que el feminismo honrado se diferencie categóricamente de esa forma de fascismo patibulario y exterminacionista. Cuando lo que está en juego es la existencia y la vida de miles de millones de personas hay que ser muy exigentes en demandar responsabilidades.

         Así pues, estamos ante un problema y una suma de problemas necesitados de más estudios y reflexiones. Y de combates muy fuertes y generosos para primero ser paliados y luego ser resueltos.

         Finalmente, ¿qué propuestas y programa cabe ofrecer a los pueblos explotados por el despiadado  mecanismo de la emigración, es decir a los más pobres del Sur? Aunque este asunto debe ser considerado más delante de manera monográfica podemos señalar algunos de sus puntos. Los países receptores de mano de obra deben abonar a los emisores (a los pueblos, no a sus Estados) 150.000 euros por cada emigrante que reciban, como compensación. Tal suma ha de salir de un fondo para el pago compensatorio de la inmigración constituido a partes iguales por la patronal, el Estado y quienes (entidades, colectivos y personas) estén en el Norte a favor del hecho migratorio. Los salarios reales de los emigrantes en los países receptores deben ser exactamente iguales que los de los autóctonos, para evitar la sobreexplotación, cuando hoy son la cuarta parte e incluso la décima. Las empresas ubicadas en los países pobres no podrán exportar sus beneficios al Norte, de manera que éstos quedarán donde son producidos, enriqueciendo al país. La agricultura de exportación tiene que ser sustituida por otra de autoabastecimiento, con ganadería, artesanía e industria popular, para que la vida de las gentes sea posible y no necesiten marchar fuera. Los precios de las materias primas de los países del Sur han de crecer hasta garantizar una existencia decorosa a su población. Los mecanismos perversos que se están utilizando para expulsar a la población (cercamiento de tierras, latifundismo privado y estatal, desinversión, guerras, envío de ONGs y misioneros, aculturación, turismo de masas, etc.) tiene que ser denunciados y cesar. En tales países hay que hacer una revolución política integral que derroque a las oligarquías autóctonas aliadas del imperialismo, con la instauración de un gobierno popular por asambleas, derecho consuetudinario, armamento general del pueblo, vida ética, axiología revolucionaria, liquidación del patriarcado y neo-patriarcado, sistemas de ayuda mutua, soberanía municipal y autoconstrucción de la persona.

         Los emigrantes deben abandonar voluntariamente Europa, volviendo a sus países a hacer allí la revolución.