jueves, 9 de marzo de 2017

SABIDURIA POPULAR LA CULTURA EXPERIENCIAL

       Sólo por existir el ser humano conoce y comprende, siendo con ello creador de cultura, pues el acto de vivir es necesariamente reflexivo, de un modo u otro y en mayor o menor grado. Estar en el mundo es hacer, actuar. Ello es acumular experiencia y ésta, reflexionada, se convierte en sabiduría, en cultura colectiva, popular en nuestro caso, e individual. Ambas van unidas.

El apremio por comprender es uno de los más acuciantes, al mismo nivel que la urgencia de recursos materiales básicos. Esto admite un tratamiento tramposo, sustituir la verdad por narraciones embaucadoras que se proponen satisfacer nuestra innata necesidad de entender el mundo, de saber sobre sí mismo, el otro y los otros. La ignorancia, el desconocimiento, es una de las mayores causas de angustia y pavor existencial. Si alcanza un determinado nivel e intensidad puede llevar a la muerte al individuo, por colapso psíquico. O impulsarle a comportamientos autodestructivos, con el alcohol y las drogas. Y al suicidio. O a encuadrarse en sectas, partidos, religiones y credos deshumanizadores y totalitarios.

Tales narraciones embaucadoras son manufacturadas hoy por los entes estatales, que poseen el monopolio de la educación institucional, la información adulterada, la industria del entretenimiento y la actividad estética, o pseudo-estética, subsidiada desde el poder. No hay dominio político ni explotación económica sin adoctrinamiento, del mismo modo que no hay sociedad libre, autogobernada y autogestionada, sin libertad de conciencia y sabiduría popular autónoma, autoconstruida.

La autogestión integral del saber y el conocimiento es uno de los componentes fundacionales de una sociedad libre. Libre en lo político y lo económico.

         El ser humano, como ser pensante y reflexivo, elabora saberes y los articula en un conjunto complejo interrelacionado al que se denomina cultura, con la cual comprende el mundo, convive y orienta su existencia. La cultura mayor y mejor es la popular, la que resulta de la experiencia recapacitada, meditada, de la gente común. Ésta es el cimiento del autogobierno, de la democracia (no confundir con parlamentarismo, una forma de dictadura). Existe, además, la cultura erudita occidental, o de las clase altas, que durante siglos ha sido fecundada por la cultura popular, y viceversa. En el presente ambas han casi desparecido, para ser sustituidas por un hórrido amasijo de pseudo-saberes y consignas impuestas, confeccionadas por los aparatos estatales de adoctrinamiento, manipulación, inculcación y amaestramiento.

         Sin sabiduría popular autoconstruida no puede haber revolución. Ésta es la culminación práctica de aquélla.

         Se dice que un individuo es culto cuando es un bien adoctrinado, no cuando posee unas facultades intelectuales, emocionales, volitivas, relacionales y de la sensibilidad bien cultivadas, es decir, autocultivadas. Cuando ha leído tantos o cuántos libros, padecido una masa de obras doctrinales, estéticas y culturales fabricadas por el sistema, acumulado títulos académicos y aplaudido servilmente a la muy opulenta casta pedantocrática, ideocrática y estetocrática. Peor aún, en el proceso global de ir a peor en el que vivimos ya apenas existe la noción de sujeto culto, que ha sido sustituida por la de desventurado zascandil consumidor en las pantallas de productos, por lo general, con muy bajo nivel.

         El individuo realmente cultivado es el capaz de pensar por sí mismo, sentir por sí mismo, decidir por sí mismo y ser, en la totalidad de la experiencia, desde sí mismo. Eso no puede resultar de ningún sistema académico o escolar, pues todos se sustentan en la diferenciación ente maestro y discípulo, es decir, entre mandante y mandado, dominante y dominado. Lo razonable es que el discípulo sea el maestro de sí mismo.

Es cierto que de forma transitoria y temporal (en la infancia) el individuo necesita de un maestro o maestros, pero en la edad adulta, a partir de los 14 años, no puede haber otro principio pedagógico que aquel que establece que el individuo se autoeduca. Si necesita de la guía de otros tiene que ser de forma secundaria y temporal. Es bueno y necesario, además de inevitable, aferrarse a los clásicos por un tiempo, y leer con aplicación a los filósofos cínicos, a Cicerón, a Tácito, a Plutarco, a los evangelios cristianos y, también, a los clásicos actuales, Simone Weil, George Orwell, Harry Braverman y otros, pero la meta ha de ser alcanzar un estadio estable, habitual e interiorizado de práctica reflexiva independiente y autónoma, en la que el yo se encare cognoscitivamente con lo real vivido, con lo experiencial, para alcanzar conclusiones sapientes y transformadoras, sustentadas en la vida del pueblo y en las vivencias del sujeto. Esto es difícil de realizar hoy, pues el pueblo existe ya casi exclusivamente como populacho, como plebe adoctrinada y amaestrada, pero no del todo. Y esa miaja o pizca de pueblo auténtico que todavía sobrevive es decisiva. Cualquier noción de vanguardia, de minoría selecta, de gueto aleccionador en alguna teoría o sistema “redentor”, es una agresión a la libertad, a la verdad, a la moralidad. A la revolución.

         Lo expuesto permite impugnar que los sistemas teóricos y doctrinales, los credos, dogmatismos y fes, sean conocimiento, cultura y saber cierto. No lo son, porque resultan ser propaganda pero no verdad, propaganda del poder y nunca o casi nunca sabiduría auténtica, que únicamente el método experiencial ateórico puede proporcionar. Quienes los buscan, reverenciar y consumen pierden su tiempo y se autodañan, es más, se convierte en siervos mentales de los fabricantes de teoréticas y creencias, de dogmatismos y fanatismos. Esto es, de los pedantes, los gurús, los profesores-funcionarios, las divas sexistas de la industria del espectáculo y los profetas del orden constituido, en suma, de los agentes del sistema de dominación y de los mercaderes de palabras, sonidos e imágenes.

         La reconstrucción de la cultura popular es una tarea determinante que se unifica con el avance de la revolución. Su fundamento último es, como se ha dicho, la convicción de que el ser humano es naturalmente inteligente, intrínsecamente capaz de pensar y constitutivamente apto para construirse una cosmovisión razonablemente verdadera, esto es, un sistema cultural. Todo ello sin necesidad de ser perfecto y puro, con sus debilidades y servidumbres, pues lo existente es contradictorio en sí mismo, y la imperfección está en la esencia del ente, como imperfección finita, vale decir, como perfección racional, posible.

         Para avanzar hacia la recuperación, restablecimiento y actualización de la cultura popular hay que dar unos determinados pasos. Primero admitir que ha de ser elaboración de los individuos que forman el pueblo, por tanto, de cada cual, como responsabilidad y tarea individual, que se hace colectiva a partir de ese compromiso del sujeto aunque en un segundo momento. Un necesario acto constructivo es recuperar, salvar, la cultura popular del pasado inmediato. Lo que se pueda tiene que ser preservado[1], actualizado y revitalizado. Pero no nos podemos hacer muchas ilusiones, pues la destrucción y el arrasamiento cultural han sido fortísimos en los últimos decenios, por causa de la hipertrofia del ente estatal y de la elefantiasis de la clase gran-patronal.

         La siguiente tarea es la construcción de una nueva sapiencia de los pueblos, individual y grupal a la vez. De ese modo será una realidad la sociedad de la verdad, poniéndose fin a la formación social actual, de la propaganda y el adoctrinamiento, esto es, de las medias verdades y la masiva mentira, de la aniquilación de la libertad interior del ser humano.

         Lo cardinal es autoconstruirse como sujeto reflexivo, como persona que tiene por habito pensar intensa, regular y profundamente sobre lo real integral, sobre el yo, el otro y el mundo en tanto que dinamismo incesante, tomando como fuente número uno de saber cierto la experiencia. Pararse a pensar, recluirse en el silencio, cavilar intensamente, no desmayar en la tarea de mejorar paso a paso las propias capacidades reflexivas, para utilizar los recursos, dones y talentos que la naturaleza ha proporcionado a todo ser humano, es la forma de hacerse persona y, al mismo tiempo, de construir una cultura popular que tenga la verdad, la virtud, la libertad y la sabiduría como contenidos.

         Lo más deseable no son los resultados sino el hábito. Lograr que el reflexionar de manera autónoma no dirigida e independiente, sin maestros ni gurús ni profetas ni profesores ni estrellas, sea una experiencia espiritual habitual del yo, es haber alcanzado una victoria formidable sobre el sistema de dominación. Es estar haciendo la revolución. Pensar es un quehacer duro, agobiante, angustiante y muy fatigoso, de manera que exige un espíritu de esfuerzo y una voluntad firme para volver a la pelea tras los inevitables fracasos y dejaciones, pero sus frutos son fundamentales, a saber, conseguir la libertad interior y edificar sobre ella la libertad de acción, individual y colectiva.

         ¿Leer a los clásicos, antiguos y contemporáneos? Sí, pero sobre todo pensar. ¿Escuchar y atender a otros?, si, pero en primer lugar pensar. ¿Mirar pantallas?, ¡qué remedio!, pero ante todo pensar. No es fuera sino dentro donde está la verdad, sobre la base de la experiencia. Resulta del hacer reflexionado, y nadie puede adquirirla en otro o por otro. Tiene que salir de sí mismo, del interior del yo.
        
         La conclusión es que ser culto no es saber repetir los productos doctrinales y propagandísticos elaborados desde y por el poder, es ser capaz de cavilar y pensar (también, de sentir, desear, etc., siendo un ser humano integral) con soberanía y autonomía individual, haciendo de la verdad y autenticidad así logradas una de las grandes metas de la propia existencia.


[1] Una muestra de ello es el libro “30.466 etsolitzak, refranes, proverbs, proverbia”, de Gotzon Garate, 2003, que recoge una de las manifestaciones más significativas de la cultura popular vasca, los refranes. La mayoría de ellos son sabiduría quintaesenciada pero una parte muy pequeña están equivocados. El conjunto es formidable. Durante siglos las gentes de Euskal Herria se han guiado por tal sapiencia y les ha ido bastante bien. Pero en el presente el sistema de dominación está arrebatando al pueblo vasco su cultura, a él y a los demás pueblos del mundo, para sustituirlo por la verborrea escolar, académica y mediática mundializadora, guiándose con la cual no es posible vivir con libertad y ni siquiera vivir sin más, como están demostrando los acontecimientos. Advierte Gárate en la presentación de la obra que sus informantes sobre “etsolitzak” han “fallecido ya o son de muy avanzada edad”, mientras que “la gente joven de los caseríos los desconoce”, aserción que manifiesta el grado de aculturación reinante. De ahí proviene un rasgo bien conocido en el presente, en todos los territorios, que la generación joven está cargada de títulos académicos y máster pero no sabe vivir y no logra vivir. A ella, empero, corresponde poner en marcha un proceso de recuperación de la cultura popular que desmonte la falsa cultura institucional actual, e inicie una nueva era. Dicha acción histórica puede ser denominar revolución cultural.

1 comentario:

  1. Pedro//// Con otras palabras, con otros términos, lo veo del mismo modo. Pero no solo lo veo o lo pienso, es que lo siento profundamente. En ese sentir que me ha acercado siempre a la verdad, mas, que por la razón de lo que me den a conocer. Que pena de no poder llegar a consensuar todos esos términos tan confusos, que malintencionadamente definen todo aquello que va más allá de la física: Conocimiento, sabiduría, razonamiento, inteligencia, intuición, cultura, felicidad, amor......

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