sábado, 3 de diciembre de 2011

“LA GUERRA DE ESPARTACO” I

   
LECTURAS REFLEXIONADAS

En esta sección del Blog iré colocando comentarios a libros y otras publicaciones que considere de interés. Como es lógico, no se trata de que esté de acuerdo con ellos sino de que los considere, por una razón u otra, de utilidad. A menudo hay textos con los que se discrepa profundamente que suscitan muchas reflexiones, mientras que otros con los que hay mayores acuerdos apenas estimulan las funciones cavilativas. Sea como fuere, de unos y otros irán apareciendo ejemplos concretos aquí. Espero que sean del gusto de la lectora y el lector.

Félix Rodrigo


“LA GUERRA DE ESPARTACO” I
Barry Strauss
Barcelona, Edhasa 2010

                El libro pone, oportunamente, sobre la mesa muchos de los problemas primordiales de las revoluciones, que aparecen una y otra vez en los acontecimientos históricos de tal naturaleza y que hasta el presente distan de haber encontrado respuesta, sobre todo por culpa de las ideologías decimonónicas pseudo-revolucionarias, el marxismo en primer lugar. Éstas someten al sujeto a tan colosal manipulación teorética y dogmática que le impiden ver la realidad, le hacen inepto para pensar y le vuelven, en consecuencia, incapaz de comprender la historia tanto como el presente. No hace falta añadir que ese sujeto mega-degradado psíquicamente, sin percepción objetiva ni intelección fundamentada, es inhábil para realizar revoluciones.
                La rebelión de esclavos y otros sectores populares conocida por el nombre de uno de sus jefes, Espartaco, tuvo lugar en la península Itálica en los años 73-71 antes de nuestra era. Lo que sabemos de cierto sobre ella no es mucho, faltando por completo información acerca de varios de sus aspectos fundamentales. Al parecer, quien hizo una narración más completa y reflexionada de los acontecimientos fue Salustio, en “Historias”, pero la mayor parte de esta obra se ha perdido. Hay que destacar que dicho autor trató con prudente simpatía esta revuelta y a sus actores. Referencias más o menos concisas se hallan en Plutarco, Tito Livio, Floro, Orosio y otros, lo que obliga a hacer una reconstrucción, a menudo problemática e insegura, de lo que realmente aconteció.
                El libro de Strauss aporta la información básica, citando siempre las fuentes, pero no se adentra en la cuestión decisiva, investigar el porqué de los acontecimientos. En eso falla estrepitosamente pues casi nunca lo pretende y, cuando lo hace, no consigue apenas nada digno de ser tenido en cuenta. Una vez más constatamos la incapacidad de los autores académicos para pensar la historia, para ir más allá de una fácil y cómoda narración en todo copiada de los historiadores clásicos.
                Quizá lo más importante sea explicar el sorprendente comportamiento del ejército rebelde (que no revolucionario), su errático ir y venir por la Italia de aquel tiempo durante los 18 meses que duró la insurrección, su incapacidad para alzar a la mayoría de las clases populares contra el Estado romano, la decisión de Espartaco y el grupo que le seguía (que estuvo en minoría en cuestiones sustantivas) de escapar de la península Itálica y, sobre todo, su rotundo fracaso final, cuando se daban algunas de las condiciones para haber logrado la victoria.
                Aquí hay un problema de método, epistemológico diríase. Todos los que en la edad contemporánea han tratado este acontecimiento lo han hecho con fines apologéticos y no reflexivos, para loar y aplaudir acríticamente lo realizado por Espartaco y sus gentes, sin dejar sitio a la consideración pensante, distanciada y escéptica de los hechos. Lo que ha resultado de esto es un enfoque pueril, simple y bobalicón que no sirve para avanzar en el proceso de conocimiento ni en la tarea de la transformación revolucionaria del orden establecido, que no enseña nada y que reafirma los esenciales dislates de las ideologías sobre el cambio social que se elaboran a mediados del siglo XIX. Éstas, aplicadas en la práctica, han cosechado una suma impresionante de fracasos y, lo que es peor, de aberraciones y monstruosidades históricas. En efecto, allí donde han triunfado revoluciones por ellas inspiradas lo que se ha instaurado ha sido un orden social peor, por más opresivo y explotador, que el derrocado.
                No hace falta añadir que en tales fiascos se ponen de manifiesto los desaciertos decisivos de dichas teorías cuyo fundamento gnoseológico es la ignorancia y la arbitrariedad. Éstas, debido a su furor dogmático y a su radical distanciamiento de la realidad, no desean comprender los asuntos básicos, que se repiten una y otra vez en los hechos históricos, y que ya aparecen en el caso que estudiamos. Sólo hace falta tener la voluntad de aprehenderlas y pensarlas, pero eso es lo que siempre ha faltado y sigue faltando, pues el designio principal de la izquierda política en todas sus variantes es vivir en el autoengaño y la mentira.
                El análisis ha de comenzar señalando que Espartaco, el jefe más notorio del alzamiento, no era esclavo de nacimiento y probablemente tampoco lo fueron quienes desempeñaron los papeles principales en los acontecimientos. Era de origen tracio y como hombre libre se había alistado en las tropas auxiliares de las legiones, de donde desertó por causas desconocidas. Capturado, fue convertido en gladiador (de los que usaban armamento pesado, lo que indica que poseía notable poderío físico), que era su estatuto cuando se alzó en armas. Quienes creen que los esclavos de la Antigüedad (o los neo-esclavos asalariados del presente) forman, en sí y por sí, de manera dada y espontánea, una “clase revolucionaria” se equivocan, y los acontecimientos de los años 73-71 lo evidencian pues fueron los libres, minoritarios, quienes introdujeron algo de reflexión, ética y estrategia en la lucha mientras que la gran masa servil manifestó su radical incapacidad para liberarse, lo que llevó al fracaso final al conjunto.
                Frente a quienes consideran que lo sustantivo de la condición del esclavo está en el maltrato físico y en la privación de alimentos y comodidades, ya Aristóteles, en “Política”, puso el acento en lo decisivo al advertir que lo peculiar de aquél es que “está absolutamente privado de voluntad”, o dicho de otro modo, que vive sin libertad. Es esto lo que explica lo sustancial de su ser y obrar. Las visiones economicistas y hedonistas, burguesas al ciento por ciento, introducidas por el obrerismo decimonónico y hoy recogidas por la izquierda, niegan esto señalando que es el bajo consumo y la ausencia de bienestar lo determinante. Pero no es así, primero, porque el esclavo era cuidado por sus amos para no dilapidar el gasto monetario realizado en su adquisición, igual que se hacía antaño con el ganado de labor y hoy con la maquinaría. Segundo, porque para los seres humanos que no han claudicado de su condición lo principal es la libertad, no el bienestar.
                En consecuencia, el mal principal que la esclavitud ocasiona al esclavo es de naturaleza espiritual, al negarle su condición humana e impedirle ser persona. Plantear las cosas de otro modo, poniendo por delante los males físicos, manifiesta una mentalidad deshumanizada que se niega a concebir lo humano como tal.
                Por tanto, el análisis del caso Espartaco ha de hacerse desde la reflexión sobre la libertad y su ausencia, y acerca de qué tipo de seres son los que dimanan de la inexistencia vitalicia de la primera, intentando hallar respuesta a la pregunta ¿son o no son las y los esclavos aptos para liberarse? Ésa es la cuestión decisiva.
                El acontecimiento histórico analizado enseña muchísimo al respecto. La rebelión armada se realizó en el momento oportuno, cuando el grueso del ejército estaba fuera de Italia, existían agudos enfrentamientos en el seno de las elites del poder y la sociedad romana se deslizaba hacia un futuro de despotismo militar y concentración de la propiedad[1], lo que se formalizó definitivamente con el encumbramiento de Octavio como Augusto (dictador militar) en el año 27 antes de nuestra era, aterrador proceso que estaba originando el descontento de amplios sectores. Se daban, pues, condiciones para que el levantamiento fuera un éxito.
                La rebelión la iniciaron 200 gladiadores, de los que 74 sobrevivieron al primer y victorioso combate. Pronto se sumaron miles de esclavos y esclavas, alcanzando sucesivos éxitos militares. Pero sin tardanza comenzaron los desaciertos y tropelías de los alzados, poniéndose de manifiesto sus tendencias al saqueo, la brutalidad y las bacanales, con latrocinios, incendios, violaciones y asesinatos en masa. La gran mayoría de los esclavos en armas manifestaban no tener más ideales que el de imitar la vida corrompida, gozadora y amoral de los esclavistas, a lo que se sumaba un ciego deseo de venganza por los sufrimientos padecidos[2]. Tal arruinó todo ideal de equidad, imparcialidad y transformación social cualitativa.
                Una revolución sólo puede triunfar si quienes la realizan conservan a todo trance la superioridad intelectual y moral, fracasando cuando la pierden.
               


[1] Cuenta K. Hopkins en “Conquistadores y esclavos” que entre los años 80 a 8 antes de nuestra era, es decir, cuando tuvo lugar el alzamiento de Espartaco y los suyos, la mitad de las familias campesinas libres de Italia perdieron sus tierras debido sobre todo a “intervenciones estatales”. Ello creó un marco óptimo para el triunfo de la rebelión. Que ésta fuera un fiasco finalmente muestra los descomunales errores cometidos por los alzados, que dimanaron sobre todo de su condición de esclavos no regenerados previamente al acto insurreccional.
[2] Advierte Floro en su “Epítome”, refiriéndose a los primeros sublevados, que “no contentos con haber conseguido escapar, quisieron también vengarse”. El placer de la venganza es uno de los más dañinos y destructivos, dado que aniquila la capacidad de combate de los oprimidos, que han de operar movidos por ideales elevados, de justicia, magnanimidad y misericordia. Combatir sin odio tanto como sin temor, con valentía, es lo apropiado si se desea vencer, convencer y fundar una sociedad cualitativamente superior y mejor.


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